La idea de Motivo Visual
Responde en el ámbito del cine a una triple naturaleza: del lado del mundo
exterior, del lado de la especificidad del arte cinematográfico, y del lado interior y
único del director.
En este sentido, podríamos decir del motivo visual lo que Marcel Proust escribió
en El tiempo recobrado, sobre nuestras impresiones: hay un lado que proviene del
objeto visto, y otro que procede del interior, lo íntimo de nosotros mismos. Según
Jordi Balló y Alain Bergala: el cine siempre ha privilegiado motivos visuales afines
a su lenguaje y sus aparatos concretos: el espejo, la escalera, el laberinto, la
mujer frente a la ventana, la piedad, el desierto, el mar, entre otros. Algunos de
estos motivos cinematográficos funcional como una disposición visual en la que el
espectador puede encontrar emocionalmente, aunque no lo conozca, algo de
origen pictórico.
Utilizando este dispositivo de puesta en escena, el cineasta establece con su
público cierta confianza: postula que sabrá experimentar y entender esa forma
expresiva como un momento de intensidad concreta en la sucesión temporal (yo
diría narrativa) de la película.
El espectador, aunque no tenga cultura pictórica, sabe “leer” el sentido complejo
de una mujer en la ventana, de una composición tipo “pietá”, o la de un caballero
que se aleja hacia el horizonte.
Gracias a su dimensión narrativa, el cine permite reactivar y renovar determinados
motivos que ya antes de él formaban parte de una tradición iconográfica.
Además, estos motivos visuales que son recurrentes a lo largo de la Historia del
Arte, atraviesan todos los estilos y los géneros, ya que los encontramos tanto en
comedias, tragedias, el policial, la ciencia ficción, el western, el drama psicológico,
etc. O sea, migran, no solo de género, sino de un director a otro, de una época a
otra.
Algunos directores de cine, incluso, se definen por sus obsesiones, por
determinados motivos visuales, éstos se enfatizan a lo largo de su producción
artística, y pasan a ser consustanciales a su poética. Como por ejemplo: los
insectos en Luis Buñuel, la casa familiar en Manoel de Oliveira, o por la cabellera
femenina, como es el caso de “los cineastas del pelo”: Godard, Bergman o
Hitchcock (recordemos el ya famoso rodete de Kim Novak, en Vértigo).
Estas imágenes (pintura), motivos visuales (cine), también llevan en sí un
potencial no solo escenográfico, sino a la vez narrativo, una gran capacidad de
“contar”, además de generar nuevas situaciones y nuevos horizontes de
expectativas, como son: el laberinto, la montaña, el desierto o el mar. Este
entramado de motivos visuales que acompañan, como un plus o retribución
estética y plástica al espectador, por lo general siempre terminan enriqueciendo el
film.
El término motivo, viene del verbo latino movere: que tiene la propiedad de mover
o produce movimiento, causa de acción. Recordemos que el cine básicamente, es
imágenes en movimiento.
El Mar
Es una obviedad, pero merece no olvidarlo, que el cine no ha inventado el motivo
visual del mar. Lo encontramos descripto desde la Odisea de Homero, pasando
luego por Lucrecio, donde aparece como una metáfora privilegiada de la
ekphrasis, por medio de la cual el lenguaje poético intenta enfrentarse a lo
indecible, lo inefable de la naturaleza.
La representación del mar, tanto en la pintura como en el cine, obliga a la mirada a
reflexionar sobre lo que ocurre cuando una fuerza retuerce la representación.
Turner, antes que el cine, mostrará la importancia del mar, en una economía
pictórica en la búsqueda de lo sublime: lo irrepresentable de la representación.
En la novela Océano mar (1993), de Alessandro Baricco, uno de los personajes es
un pintor de éxito llamado Plasson, que decide abandonar su carrera para
dedicarse a pintar un retrato del mar: encontrar los ojos del mar. Lo que lo lleva a
la búsqueda de sus orígenes, y donde el mar aparece sobre todo como lienzo en
blanco, como si Plasson fuera consciente de la imposibilidad de pintarlo, de
representarlo. Como si supiera que, después de todo el mar carece de inicio y de
final.
Según el crítico Éric Thouvenel, el mar interesa al cine porque señala el enigma de
un fenómeno frente al cual “la representación” fracasa, y deber dar paso a una
“figuración”, lo que permite considerar y mostrar “el poder” de una imagen.
Abel Gance lo había entendido bien, porque no dudó en sobreimprimir hasta
dieciséis planos distintos de la secuencia de la “doble tempestad del mar” de su
film Napoleón (1927). Sabía “que a la quinta imagen ya no se vería nada, pero
estaban ahí, y si estaban ahí, lo estaba su potencial”. Pero será su amigo Jean
Epstein el que sin duda llevará más allá esta utilización de la tempestad en el mar
como expresión de las fuerzas latentes del cinematógrafo. En sus películas Finis
Terrae (1929), La mer les corbeaux (1929), L´Or des mers (1932) y sobre todo Le
Tempestaire (1947).
Las representaciones del mar llevadas al cine son más que ambivalentes, más allá
de su clásico simbolismo: dinamismo y fuente de vida, y espacio donde ésta
termina. Como ya lo expresara el poeta Jorge Manrique en sus famosas Coplas
por la muerte de su padre:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir…..
Esta ambivalencia del mar la podemos encontrar en la escena final del film de
Federico Fellini, La strada (1954) y en Muerte en Venecia (1971) de Luchino
Visconti, o en el film de Mankiewicz, La condesa descalza (1954), donde en una
escena memorable la protagonista María Vargas (Ava Gardner) sale del mar cual
Afrodita, feliz y sonriente “renace” purificada de su oscuro pasado.
El mar también sugiere la eternidad, el infinito, motivo visual que excede nuestra
capacidad racional. El mar como la gran metáfora del viaje. Olas enfurecidas
golpeando contra las rocas como espejo de pasiones amorosas e impulsos
incontrolados.
Tanto en la literatura como en el cine argentino la temática relacionada con el mar,
casi ha sido ignorada -a pesar que uno de los Festivales Internacionales de Cine
se lleva a cabo desde 1954 en la Ciudad de Mar del Plata-. Mientras el desierto,
la pampa y el río, fueron las preocupaciones más demandadas que el mar, y en
gran medida, determinó no sólo una “cultura de tierra”, sino también una política,
como hemos visto con las Malvinas, la Antártida, la pesca y ahora con la tragedia
del submarino Ara San Juan.
En el cine el motivo visual del mar, salvo algunas excepciones, casi siempre es
visto desde las orillas, desde la tierra. Y cuando se lo trata de representar desde
alta mar, es tempestad, catástrofe y naufragio.
Cierto encantamiento de la gran literatura del siglo XIX y del cine del siglo XX,
tienen que ver con la oposición de extensiones inabarcables como las figuras del
Mar y el Desierto, como fue para nosotros la Pampa: “ese mar sin puertos”, al
decir de Borges.
Escenas idílicas, donde los amantes se aman en playas paradisíacas frente al
mar. El mar como extensión de la creación artística. La visión del mar, con su
inabarcable horizonte, como espacio reflexivo y existencial. El mar como escenario
de grandes batallas y aventuras. A propósito de esta variedad incompleta de
motivos visuales, hay muchos films que nos servirán de ejemplo. Enumeremos, a
manera de breve guía sugerida, algunos de los films más emblemáticos y
significativos de la historia del cine, conscientes de su limitación, y de la
imposibilidad, por cuestiones que exceden este artículo, de una lista
completa que daría para más de un libro:
Robinson Crusoe (1954) de Luis Buñuel.
La isla del tesoro (1950) de Byron Haskin.
Moby Dick (1956) de John Huston.
The Cove (2009) de Louie Psihoyos.
Veinte mil leguas de viaje submarino (1907) de George Melies.
Veinte mil leguas de viaje submarino (1954) de Richard Fleischer.
El mundo del silencio (1955) Jaques Cousteau.
El Gran Azul (1988) de Luc Besson.
El viejo y el mar (1990) de Jud Taylor.
Voyage to the Bottom of Sea (1964) Irwin Allen.
Jennie (1948) de William Dieterle.
Los cuatrocientos golpes (1959) de Francois Truffaut.
De aquí a la eternidad (1953) de Fred Zinnemann.
Vértigo (1958) de Alfred Hitchcok.
Abismo (1989) de James Cameron.
The House by the Sea (2017) de Robert Guédiguian.
Breaking the Waves (1996) de Lars von Trier .
Océans (2009) Jacques Perrin.
The Sailor Who Fell from Grace with the Sea (1976) John Carlino.
La última granja (2004) Rúnar Rúnarsson.
Le Havre (2011) de Aki Kaurismaki.
Los inútiles (1953) de Federico Fellini.
Amarcord (1973) de Federico Fellini.
El silencio del mar (1947) Jean Pierre Melville.
Escenas frente al mar (1991) de Takeshi Kitano.
El planeta de los simios (1968) de Franklin J. Schaffiner.
The Sea (2013) de Stephen Brown.
Hafio (2002) de Baltasar Kormákur.
Poema del Mar (1958) de Yuliya Solntseva.
Alamar (2009) de Pedro González Rubio.
The Deep (2012) de Baltasar Kormákur.
Ondine (2009) de Neil Jordan.
Die Gustloff (2008) de Joseph Vilsmaier.
El que va al mar (2016) de A. Moayerian.
Cartas desde Iwo Jima (2006) de Clint Eastwood.
El viaje hacia el mar (2003) de Guillermo Casanova.
The Call from the Sea (2016) de Taylor McNulty.
El séptimo sello (1957) de Ingmar Bergman.
El piano (1993) de Jane Campion.
Y la nave va (1983) de Federico Fellini.
Twister (1996) de Jan de Bont.
El viento (1928) de Victor Sjöström.
En el corazón del mar (2015) de Ron Howard.
En el fondo del mar (2015) de Joan Pauls.
El fondo del mar (2003) de Damián Szifron.
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