Hanna Arendt nace en Hannover, Alemania, el 14 de Octubre de 1906, en el seno de una familia
burguesa de origen judío. Precoz en sus estudios, desde niña muestra una gran pasión por el
conocimiento. Más tarde escribirá sobre esto, sobre el impulso inevitable que guiará toda su
obra: comprender.
Cursa estudios en la Universidad de Berlín donde estudia con Romano Guardini (pensador
católico, fenomenólogo), y luego hace su tesis de doctorado sobre San Agustín. Estudia después
en Marburgo, con Heidegger (existencialista), con quien tiene una tormentosa relación
sentimental, además de una fuerte influencia intelectual (que obviamente dura hasta que
Heidegger se acerca al Nazismo). Después se traslada a Friburgo, donde estudia con Husserl
(fundador de la fenomenología). Luego estudia con Jaspers (existencialista cristiano); de él
aprende “la humildad de la razón”: la muerte, la libertad, la casualidad, el futuro… según Arendt,
pensar significa pararse de frente a estas evidencias que definen la condición humana.
La filosofía de Hanna Arendt está guiada por la intención de reafirmar el nexo originario entre el
hombre y la realidad, entre el saber y el mundo, que buena parte de la cultura moderna ha
negado. Plantea entonces la necesidad de volver a las cosas, a la experiencia integral de la
realidad (lecciones que toma de la fenomenología de Husserl). El pensamiento deviene luego de
la realidad: ella no creía que pudiera existir ningún proceso de pensamiento sin experiencias
personales; todo pensamiento es producto, heredero de un proceso posterior a la cosa misma.
En 1929 publica su primera obra: El concepto de amor en San Agustín. En el mismo año se casa
con Günter Stern, un intelectual judío, con quién vive en varias ciudades alemanas, y de quién se
separa pocos años después.
Arendt comienza a impulsar la lucha contra el nacionalsocialismo ya en 1933, cuando muestra su
desprecio por la adaptabilidad al régimen de muchos intelectuales, lo cual la aleja incluso de
amigos, no porque ella quisiera influir en ellos -pensaba que era tema de responsabilidad
individual- sino porque no tolera que no rechazaran, aunque sea con su silencio, el avance del
sistema totalitario. Huye de Alemania después del crecimiento del movimiento nazi (y de un breve
arresto). Pasa algunos años en París, colaborando con las organizaciones sionistas y
dedicándose a la asistencia e instrucción a niños y jóvenes judíos, preparándolos para la
emigración a Israel. Este es un período durante el cual se aleja de la actividad intelectual,
desencantada y disgustada por el rápido alineamiento al régimen de sus amigos filósofos. En
1940 se vuelve a casar, esta vez con Einrich Blücher (con quien seguirá casada hasta su
muerte). Sufre cárcel y es deportada, también internada en el campo de concentración de Gurs,
en el sur de Francia, del que huye durante un descuido de la vigilancia. Sufre desalojo y exilio. Es
sobre este fondo que investiga y trabaja sobre el tema del totalitarismo, ligado asimismo al del
mal y lo que conceptualiza como su ”banalidad.”
Sostiene que la libertad se construye a través del conflicto, libertad que se torna visible en el
espacio público donde se dará el intercambio entre iguales. Son los conceptos de inclusión del
otro, pluralidad, consenso, negociación en acuerdos políticos, convenios y leyes para trabajar en
común los que animarían este ágora. En ese sentido piensa la política. Su fracaso permitirá que
surja la violencia. Es una política que no se aviene tanto a la democracia representativa y sí a
formas de democracia directa. La acción humana es la que puede dar nacimiento a lo nuevo. La
importancia del ejercicio de la pluralidad, entonces, es en Arendt un antídoto contra el
totalitarismo. Este pensamiento es parte de lo que la vuelve tan necesaria y actual.
Junto con su marido, Einrich Blücher, logran llegar a Lisboa y, desde allí, gracias a una
organización judía, llegan a los Estados Unidos. Aquí comienza la segunda parte de su vida,
inicialmente bastante difícil. La publicación, en 1951, de Los orígenes del totalitarismo le trae
fama, pero también muchas críticas. Toma una Cátedra a cargo en la Universidad de Chicago,
donde imparte Teoría política. En 1958 publica La condición humana.
En Estados Unidos, Hanna Arendt desarrolla su extraordinaria dialéctica, su genio filosófico, su
pensamiento que, sin interrupción, apunta a un análisis agudo de la política, del totalitarismo y del
mal. Gran preocupación le produjo durante esta época la persecución, en los EEUU, de antiguos
comunistas, intelectuales y artistas por Joseph McCarthy y sus seguidores. En contraposición,
valora el levantamiento húngaro de 1956 como ejemplo de ensayo de una revolución pacífica con
trazos de un sistema de consejos.
Sobre el fondo de sus estudios filosóficos de Heidegger, Walter Benjamin, Jaspers, así como del
diálogo que mantiene con estos y otros autores, dispara sus conclusiones propias. Su concepto
de la ”banalidad del mal” es, de muchos otros, al que nos acercaremos aquí. Arendt se interesó
particularmente en la historia judía y en la Shoa, si bien tomó posiciones -siempre en la defensa
de la libertad y la justicia- que la opinión pública judía rechazó. Desde su marco conceptual y
valorativo, declina pensar en un pueblo elegido. Mientras que describe la falta de patria o de
mundo (Weltlosigkeit) como el mayor problema de los judíos, critica a la mayoría de los dirigentes
sionistas, que no han visto los problemas del pueblo árabe.
De abril a junio de 1961, Arendt asiste, como reportera de la revista The New Yorker, al proceso
contra Adolf Eichmann en Jerusalén. De ahí surgen inicialmente algunos artículos y después su
libro más conocido y más discutido hasta el presente: Eichmann en Jerusalén, con el subtítulo: Un
informe sobre la banalidad del mal. Se publica primero en 1963 en EEUU y, poco después, en
Alemania Occidental. Es su libro más conocido y leído, el que le confiere un rol imprescindible en
el primer plano de la filosofía. Arendt estaba convencida de que la naturaleza del mal no posee
raíces, no tiene memoria.
Ella defiende su tesis a pesar de la hostilidad que suscitó durante años. Adolf Eichmann había
sido detenido, clandestinamente, por el servicio secreto israelí, el Mossad, en Argentina en 1960 y
trasladado a Jerusalén. La muy discutida expresión que Arendt emplea para referirse a Eichmann,
«la banalidad del mal», acabó convirtiéndose en una frase hecha: “Fue como si en aquellos
últimos minutos (Eichmann) resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha
enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se
sienten impotentes.” Alrededor de la obra hubo intensas controversias. Sobre todo, la expresión
«banalidad» en relación a un asesino de masas fue atacada desde diferentes frentes,
En Arendt, esta expresión apunta a señalar que Eichmann no era, como Macbeth, ni un trágico ni
un atormentado sino que mostraba “una diligencia poco común por hacer todo aquello que
pudiese ayudarle a prosperar” y que fuera de esa finalidad “no tenía absolutamente ningún
motivo.” Nunca habría asesinado a un superior. No era tonto, sino “simplemente irreflexivo”. Esto
le habría predestinado para convertirse en uno de los mayores criminales de su época. Esto es
“banal”, quizás incluso “cómico”. No se le puede encontrar profundidades demoníacas, por mucha
voluntad que se le ponga. Aun así, no es ordinario. Ella describe así su experiencia: “Que un tal
alejamiento de la realidad e irreflexión en uno puedan generar más desgracias que todos los
impulsos malvados intrínsecos del ser humano juntos, eso era de hecho la lección que se podía
aprender en Jerusalén. Pero era una lección y no una explicación del fenómeno ni una teoría
sobre él.”
En una carta a Mary McCarthy, Arendt comenta que la expresión "banalidad del mal" está en
contraposición al concepto de "mal radical", que toma de Kant y desarrolla en el libro sobre el
totalitarismo. De acuerdo al concepto de banalidad del mal, califica lo sucedido en Auschwitz más
como “asesinato en masa administrativo”, según lo denominaron los ingleses, que como
“genocidio”.
Según Arendt, el ser humano es un ser que actúa libremente y es responsable de sus actos. Por
lo tanto, la culpa recaería sobre unas determinadas personas. Rechaza decididamente la idea de
una culpa colectiva: “Donde todos son culpables, no lo es nadie (…). Siempre he considerado
como la quintaesencia de la confusión moral que en la Alemania de la posguerra aquellos que
estaban completamente libres de culpa comentaran entre ellos y aseguraran al mundo cuán
culpables se sentían, cuando, en cambio, sólo unos pocos de los criminales estaban dispuestos a
mostrar siquiera el menor rastro de arrepentimiento.”
Arendt consideraba que el proceso contra Eichmann se había realizado correctamente. Designa
como jurídicamente irrelevante la defensa de Eichmann afirmando que él había sido sólo una
ruedecilla en el enorme engranaje del aparato burocrático. Fue ejecutado en justicia. Durante el
nacionalsocialismo, todos los niveles de la sociedad oficial estuvieron implicados en los crímenes.
Como ejemplo nombra la serie de medidas antisemitas que antecedieron a los crímenes en masa
y que fueron consentidas en todos y cada uno de los casos “hasta que se llegó a un punto en el
que ya no podía pasar nada peor.” Los hechos no fueron realizados por “gánsteres, monstruos o
sádicos furibundos, sino por los miembros más respetables de la honorable sociedad.” Así, a los
que colaboraron y siguieron órdenes no debe preguntárseles “¿por qué obedeciste?”, sino “¿por
qué colaboraste?”. La misma Hannah Arendt señala que ella misma quizás no habría estado a la
altura de esas exigencias: “¿Quién dice que yo, que condeno una injusticia, afirmo ser incapaz de
realizarla yo misma?”
En sus cartas habla de su deseo de mantenerse productiva hasta la muerte. Ésta sucede en
1975. Después de su muerte, se publica La vida de la mente.
Fuentes
Hannah Arendt
Pluraidad y Espacio Público en Hannah Arendt
La Pluralidad en Hanah Arendt. Tres acepcione cel conceto
Banlidad del mal
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