Parece necesario repensar la idea de la banalización más allá de lo banal. Más allá de lo
explícitamente banal. Diferenciarlo, por ejemplo, de la tinellización, de lo trivial de la televisión.
Más bien pensarlo como una operación del lenguaje fruto de una política diseñada para
producirla. Del miente miente que algo quedará, política del lenguaje del nazismo, se llega con el
neoliberalismo al banaliza, banaliza que nada quedará. Una operación del lenguaje que se ahorra
el mentir y acude a un mecanismo más sofisticado y nada banal. Un proceso por el cual se toma
un concepto, se le saca el sentido de modo inadvertido, se lo compara con una idea menor y
diferente, y se lo vuelve, por arte de magia banalizadora, en otra cosa. Banalizar es un proceso
lenguajero por el cual se rebaja, se aliviana una palabra hasta vaciarla.
Cuando el Ministro de Educación argentino firmó en el 2017, en Ámsterdam, un convenio de
cooperación en la Casa de Ana Frank dijo que la niña holandesa “tenía sueños que quedaron
truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que
promovía la intolerancia”. Este procedimiento verbal, para eludir hablar del nazismo, no miente,
banaliza. Detrás de huecas y aparentemente bien intencionadas palabras -que buscan el bien, la
realización de los sueños de los niños, la unión de las dirigencias, la paz y la tolerancia- se
produce una destrucción del pensamiento crítico, un ocultamiento de la historia y de una
explicación de por qué esa niña fue asesinada. Una banalidad del bien que esconde el modo en
que se produjo el mal.
Insisto: se incorpora un concepto o idea, se la banaliza y se la arroja vacía y vaciada. La
banalización es un acto de lenguaje, es performativo. Lo importante no es lo que dice sino lo que
hace. Es una operación de vaciamiento de la palabra. Se le saca la especificidad a un concepto,
se lo compara con un concepto menor, se lo devalúa, se le baja el precio, y después ya no vale
nada. Es una comparación debilitante, un todo es igual. Es exactamente lo contrario al
pensamiento crítico.
Decir que una grave crisis político-económica es una tormenta no es una mentira, es una
banalización peligrosa. Nadie es responsable de una tormenta y además pasa rápida. Es un
fenómeno de la naturaleza, es decir un fenómeno natural ante lo que no hay nada que hacer más
que aguantarse y esperar. Decir "mala mía" no es hacerse responsable de un error sino decir que
se hizo una mala jugada en un juego.
Lo que se banaliza es la responsabilidad misma del poder. Como cuando se culpabiliza a otro u
otros de los propios errores. La herencia recibida, la sensibilidad de los mercados, la lira turca, el
mundo, la crisis de confianza; todos son los culpables de lo que yo no soy responsable sino
víctima. Y además no soy el responsable de lo que pasó, sino el probable héroe que viene a
solucionar y cambiar todo. No soy el culpable de la tormenta, pero soy el piloto que, si manejo
bien, soy héroe, y si no víctima, nunca responsable.
Pero también hay banalización en cierta política de la memoria con respecto a como considerar a
los campos de concentración. Llamar ex Esma a la Esma es como llamar ex Auschwitz a
Auschwitz. Lo que era ya no es, fue. Plantear que "hay que poner vida donde hubo muerte", es
banalizar a la vida y a la muerte. Una suerte de negación maníaca de un lugar en donde se
torturaba, mataba y robaba niños. Y entonces se hacen cursos de dibujos de modelo "vivo" y
realización de festivales con murga, clowns, danzas, titiriteros, mimos, malabaristas y juegos de
kermesse. En vez de mostrar la muerte donde hubo muerte y dejar a esa muerte en su lugar -
explicarla, analizarla, señalar las distintas responsabilidades- se la hace desaparecer.
Se explica ese procedimiento con el argumento de "resignificación". Pero poner vida donde hubo
muerte no resignifica nada. Más bien anula "muerte" e impone maníacamente la palabra "vida".
Lo que otros autores llamaron "matar la muerte". Resignificar de verdad no es enterrar
significados sino justamente lo contrario. Respetarlos, pensarlos, actualizarlos, aprender a
advertirlos. Y el pensamiento crítico implica pensar muerte donde hubo muertey pensar, recordar
y analizar cómo fue la previa vida cuando hubo vida.
Pensemos que en Montevideo "Punta Carretas" ya no es el nombre de una cárcel siniestra por
donde pasaron miles de presos políticos sino un lujoso shopping. Llegando al extremo de lo
banal, se ponen marcas internacionales de ropa donde hubo militantes nacionales detenidos. Allí
donde Pepe Mujica era, Nike supo advenir. El significante "Punta Carretas" fue banalizado,
vaciado, "resignificado" y lanzado a ser un nuevo "no lugar" del capitalismo.
El nuevo lenguaje inclusivo es un procedimiento inverso:se inventan palabras a partir de
ingeniosos cambios de letras,para nombrar lo que no se nombraba, en una política de lenguaje
que interviene políticamente en la problemática del género. Se inventan nuevos nombres para
revelar lo velado. Es un intento de incidir en el lenguaje mismo. Cuando se dice "ciudadanes" lo
importante no es tanto lo que se dice sino lo que se hace. Un intento de morder la lengua
patriarcal. El tiempo dirá si esa lengua prospera, pero lo que ya no va a cambiar es el intento de
enriquecerla.La banalización,en cambio, no inventa nada, más bien empobrece la lengua,la
superficializa con las palabras que ya hay.
Por eso es fundamental la denuncia política de los usos del lenguaje. La banalización produce
letargo mental, evita el análisis, la lectura, se rinde a lo pobremente imaginario. Implica la
degradación de la palabra, o (nunca mejor dicho) su devaluación.
Pero no sólo la palabra es banalizada, a veces se juntan varias y se las amontona en una frase
hecha. Una frase hecha está hecha para no pensar. Es en realidad una frase deshecha. Hay en
nuestra historia una serie de frases hechas que intervinieron en imponer un nuevo sentido común.
“Argentina potencia”, “Los argentinos somos derechos y humanos”, “Achicar el estado es
agrandar la nación”, “Sí se puede”, etc. Frases que no dicen pero que hacen. Y ese hacer
consiste justamente en deshacer el pensar y fingirlo con una repetición de slogans publicitarios.
Por eso, no sólo hay una banalización de la política, sino algo peor y menos visible: una política
de la banalización. Lo que se llama antipolítica no es más que eso: una política que hace uso y
abuso de labanalización. Se desdramatizanlos dramas, se borran las tragedias, se cambian las
palabras. Echar a un trabajador es "desvincularlo". Bajar salarios y jubilaciones mientras se suben
tarifas y energías se llama "ajuste". Eufemismos banalizadores que confunden y disimulanun acto
cruel.
Un buen ejemplo para pensar en el buen uso político y polémico en contra de la banalización es
el extraordinario artículo publicado en El Psicoanalítico (número 34) de Franco "Bifo" Berardi:
"Auschwitz on the beach". Detrás de una falsa banalización, como amenaza el título provocador,
se esconde un trabajo crítico de verdadera resignificación. Lo que pasa en el Mediterráneo con
los migrantes africanos que huyen del hambre, la guerra y la miseria recuerda, repite con
diferencias, lo peor de un genocidio. Los que se ofenden con esa provocación (que provoca para
pensar, no para ofender) intentan sostener un concepto como un fetiche inmóvil, único y sagrado.
Berardi, en cambio, pone ese concepto, Auschwitz, a trabajar. Cuestiona que sea un fenómeno
histórico único e irrepetible. Un monumento en el museo de la historia. En cambio lo piensa en el
presente, compara sin devaluar, reflexiona a partir de semejanzas y diferencias. Advierte que
huevos de serpiente se pueden ovular en diferentes escenarios y que es imprescindible
detectarlos y denunciarlos cuando aparecen.
Parafraseando a Freud: se empieza matando en las palabras y se termina matando en los
hechos.
|