Un foco: la “emergencia” de los cuerpos
“…el cuerpo no es tanto una entidad como un conjunto de relaciones vivas;
el cuerpo no puede ser separado del todo de las condiciones infraestructurales y
ambientales de su vida y su actuación.”
J. Butler (1)
Es indudable que en las últimas décadas el cuerpo ha experimentado un corrimiento
social que ya no permite catalogarlo como una entidad cerrada o estática en sí
misma. El emerger de los cuerpos que encarnan luchas múltiples respecto de sus
derechos civiles, sexuales y humanos, ha demostrado en la actualidad -quizás con
más evidencia que antaño- que el cuerpo es una categoría política innegable.
Ciertamente, asistimos a un emerger de los cuerpos que hace emergencia de la
vulnerabilidad y precariedad que pesa sobre ellos y que logra expresarse
intermitentemente en la inhabitación, ocupación y conquista de lo público. Así las
asambleas, las marchas, las movilizaciones y las protestas han sido y son los
vehículos privilegiados por donde los cuerpos intentan ejercer ese derecho a
aparecer y a ser reconocidos, buscando democratizar una visibilidad social
largamente postergada. No cabe duda que la clave de una política democrática
eficaz se encuentra en la posibilidad de cambiar esa relación entre “lo reconocible y
lo no reconocible” y, a través de ella, “convertir al ‘pueblo’ en un campo abierto de
elaboraciones más amplias.” (2)
En este escenario de corporeidades políticas y politizadas ha irrumpido
intempestivamente la jerarquía de la Iglesia Católica con un pronunciamiento que
interpela a la esfera política y que tiene en su centro la defensa (aparente) de un
cuerpo. El episodio que disparó la reacción eclesial tuvo lugar en la Feria de Arte
contemporáneo Argentina (FACA) los últimos días de mayo. Allí uno de los objetos
expuestos titulado “Jesus cake” de los artistas Marianela Perelli y Emiliano “Pool”
Paolini, aludía a un cuerpo yacente que, por sus signos y marcas, evocaba al mismo
cuerpo de Cristo tras su muerte. Se trata, sin más, de una torta que imita la forma de
ese cuerpo. Este hecho sumado a la presencia del Ministro de Cultura porteño,
Enrique Avogadro, degustando una porción de la misma, generó que el Arzobispo
de Buenos Aires, el Cardenal Mario A. Poli, manifestara su repudio ante lo que él
consideró un “agravio al espíritu religioso”. (3)
Para algunos, esto no será más que una réplica de lo ocurrido en el 2004 con el
artista León Ferrari, a propósito de la exhibición que tuvo lugar en el Centro Cultural
Recoleta en donde el eje de la discusión versaba fundamentalmente sobre la
manipulación de imágenes religiosas originales (estatuillas, crucifijos, cruces,
rosarios y otros). Esto le mereció a Ferrari la embestida eclesial del entonces
Cardenal primado Jorge Bergoglio, quien no sólo elevó su reclamo a las autoridades
porteñas, sino que también instó a los creyentes a la realización de una jornada de
ayuno en desagravio de lo ocurrido. (4)
Más allá de sus similitudes, creo que hay entre ellos distancias que ameritan un
análisis diferenciado, especialmente si se considera que en este último hecho no
son los mismísimos objetos de culto los que han sido intervenidos artísticamente,
sino el haber tomado la forma de una corporeidad que pertenece a una imagen
sagrada y el haber ingerido parte de la misma. Parece algo similar, pero no lo es
(más adelante retomaré esta afirmación).
En este sentido, me propongo realizar un análisis escalonado para dilucidar: 1) si la
obra de arte “Jesus cake” tiene algo del símbolo religioso que pueda realmente
agraviar el sentimiento de los creyentes, 2) si esta reacción alérgica e instantánea
por parte de la Iglesia jerárquica, puede ser pensada como un efecto de cierta
estetización que violenta la teología y que condiciona no sólo su mirada respecto de
la realidad, sino sobre todo su juicio acerca de lo “agraviante” y de lo “escandaloso”;
y, finalmente, 3) comprender, a partir del aporte bíblico y teológico latinoamericano,
cuál es la consideración que se desprende de la actualidad del cuerpo de Cristo, en
tanto, yacente y crucificado. A partir de ello, se intentará saber: qué cuerpos
importan para la teología contemporánea y si el ojo eclesial jerárquico es
consecuente con esta mirada.
1. El símbolo religioso y la “Jesus cake”
No toda obra artística que evoque lo religioso debe ser puesta bajo la lente de la
sospecha. El arte y la religión han cohabitado lo humano mostrando sus
potencialidades y rispideces cuando han decidido encontrarse. Pero más allá de
esto, lo cierto es que ambos tienen un ADN común que se advierte en la variada
trama de lenguajes que hacen del símbolo y de lo simbólico un espacio privilegiado
de expresión de una vivencia humana saturante, trascendente, infernal, degradada,
crítica; entre muchas otras posibles.
Ahora bien ¿qué se entiende por símbolo? Ricœur tiene una formulación ya clásica
que alude a que “el símbolo da qué pensar”. Esto implica que: “el símbolo da; [y
que] yo no planteo el sentido, es el símbolo quien lo da” pero, asimismo, “lo que da
es «qué pensar», sobre qué pensar” (5). El símbolo es un elemento de este mundo
(cosa, persona, acontecimiento, gesto) que ha sufrido, a partir de una experiencia
humana singular, una tran-significación, por la que da un sentido nuevo que va más
allá de su significado primario. Un sentido no lato ni literal, sino uno profundamente
abierto que da vuelo a un pensamiento que nunca logra agotarlo definitivamente. La
complejidad del símbolo lo convierte en algo pre-lógico y pre-hermenéutico que
reclama una interpretación posterior, al mismo tiempo que lo muestra como lo
polisémico y lo totalizador y, entre muchas otras características, lo hace
profundamente relacional, social y cultural. Esto también implica un límite, en tanto
que, si bien “…las cosas son elevadas a la dimensión simbólica por lo que son y
cómo son (…) no cualquier cosa de este mundo puede simbolizar cualquier aspecto
del Misterio ni cualquier vivencia del mismo.” (6)
Quizás “lo gris” de la cuestión adviene cuando la simbólica del arte hace un uso del
símbolo religioso o de su mero soporte material–al que el creyente respeta, venera y
afectivamente adopta como centro de su religiosidad, en razón de que a través de él
vehicula su vivencia particular con lo sagrado o con el Misterio- en una dirección de
sentido nueva (y hasta opuesta) de lo que el símbolo expresa en su espacio
originario. Allí es cuando la sensibilidad religiosa puede sentirse vulnerada.
¿Es este el caso? Ciertamente, no. Al finalizar la introducción señalé una similitud
aparente entre el episodio de Ferrari y el actual que, en una consideración más
detallada impide sostener una verdadera paridad entre uno y otro. Por el contrario,
entiendo que hay una distancia considerable entre manipular la materialidad de un
símbolo religioso, que podría encontrarse en un altar o en la vida cotidiana de un
creyente, y evocar algo del mundo religioso a través de la imitación, reproducción o
copia, como parece haber ocurrido con la “Jesus cake”.
Basta repasar las notas apuntadas más arriba acerca del símbolo religioso para
concluir lo lejos que se encuentra esta expresión artística de encarnar cualquier
simbólica de la fe cristiana y, por consiguiente, el escaso daño hacia la sensibilidad
religiosa. Entonces ¿cómo definir la torta con forma de Jesús yacente en la FACA?
En mi opinión, no se trata más que de una expresión alegórica (allo-agoreuo) (7)
que intenta comunicar un mensaje o un sentido conocido y, para lograrlo, asume un
ropaje fácilmente reconocible que tiene una significación obvia y popular. La
alegoría parte de lo conocido para traducir un segundo sentido también ya conocido
por el espectador. Croatto -teólogo biblista que ha tenido un largo trayecto por la
filosofía de la religión- diferencia una y otra forma puntualizando:
“…la alegoría traduce un segundo sentido (¡anterior!) a un primer sentido (…) El
símbolo, por el contrario, descubre un meta-sentido en un primer sentido. En el
simbolismo religioso, lo trascendente se contempla en, a través de, el objeto
simbólico. La alegoría, justamente porque ‘traduce’, parte de lo conocido, aunque
sea una realidad trascendente.” (8)
Salvando los contextos disímiles, en más de una oportunidad, los creyentes se
encuentran en sus festejos comunitarios y familiares con tortas que reproducen las
5
formas eucarísticas del pan y del vino o también con copones y hostias, con cruces,
rosarios y hasta con formas marianas y crísticas. Ellas abundan especialmente tras
las ceremonias sacramentales de la primera comunión o tras las fiestas patronales
de las comunidades. A nadie se le ocurriría que, al participar de la ingesta de éstas,
está mancillando un símbolo religioso y, menos aún, que está dañando la
sensibilidad religiosa de alguno de los comensales. Quizás la presencia de objetos
similares (tortas que evocan formas religiosas) en distintos contextos (el familiar y el
artístico) invita a formular la pregunta por la intención de los artistas y por ese
segundo sentido que quisieron inocular en la “Jesus cake”.
Tanto M. Perelli como E. Paolini se reconocen cristianos y con un interés por volver
a lo religioso desde una mirada de niño. De ahí que la muestra lleve el nombre de
“Kidstianismo” en razón del intento de:
“….mostrar cómo los niños absorben las metáforas y las liberalizan. La religión
cristiana es muy shockeante. Nosotros éramos chicos y entrábamos a un lugar
donde se veía a un señor colgado de una cruz con un tajo sangrando en el costado
y su madre llorando. Son imágenes fuertes para un niño. Cristo era mi héroe
favorito, cuando me dijeron que me tenía que comer su cuerpo me puse a llorar. La
torta es la forma de nuestro «Yo niño» para defenderse del trauma de recibir la
Primera Comunión. Viene a ser un cover de Jesús…” (9)
Junto con la consideración de los artistas, merece un párrafo aparte la presencia del
Ministro de Cultura porteña en el evento artístico. A él se refiere con especial interés
el comunicado del Arzobispo que se dirige al Jefe de Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires. Sin preámbulos y desde el primer párrafo el comunicado está
decidido a recortar el acontecimiento más amplio de la “Jesus cake” por la escena
que hace foco en la acción de este funcionario, quien “degustando alegremente el
convite confirma su adhesión al acto”. Tras lo cual se le reprocha el no haber tenido
en cuenta “el respeto a los hombres y mujeres que profesamos la fe de los
cristianos, y que su libre ejercicio y expresión constituyen un derecho garantizado
por la Constitución Nacional” (10). Una vez más, pero ahora desde el vértice
político, es necesario advertir que si no hay símbolo religioso en juego ni
intencionalidad de ofensa ¿cómo puede haber agravio a la sensibilidad religiosa o
6
falta de respeto al mundo cristiano? y, aún más, ¿cómo puede el acto de la ingesta
por parte de una figura política poner efectivamente en jaque el ejercicio libre del
derecho a profesar la religión cristiana católica?
2. Las consecuencias práxicas de una estetización de la teología
Es imposible en este contexto no recordar la acusación que reproduce G. Agamben
en El Reino y la Gloria (11) acerca de una posible estetización de los conceptos
teológicos –específicamente de la categoría de gloria- del que responsabiliza al
teólogo suizo H. U. Von Balthasar. Allí los conceptos con matriz política originaria
(Reino, Juicio y trono) que bíblicamente están ligados a la manifestación gloriosa de
Dios son silenciados bajo las múltiples “formas”, “figuras” e “imágenes”
desbordantes de la belleza y de lo bello. De alguna manera, esta observación –tan
cercana a la formulación benjaminiana respecto del proyecto fascista de estetizar la
política- intenta demostrar cómo la teología se vale de la estética para despolitizar
sus propias categorías, conduciendo esto a importantes consecuencias para la
fisonomía de la política moderna occidental. (12)
Agamben, sin embargo, nada dice de las consecuencias que esto mismo tiene para
la teología en su desarrollo teórico y práxico contemporáneo. Está claro que éste no
es un simple giro intelectual que se da puertas adentro de la teología, sino que tiene
su expresión más concreta en la vida de las iglesias y de sus creyentes. Por decirlo
de manera sencilla: el foco por el que la teología mira a Dios –sea éste el político o
el estético- es el mismo foco por el que se asoma a la realidad social que le
acontece (13). En este sentido, no temo asegurar que el refugio estético que cierta
teología provee a lo religioso, especialmente en su faz litúrgica y en su expresión
pública, configura todo un molde que contornea la vida del creyente. Allí, la forma y
la representación, se vuelven acontecimientos privilegiados en cuanto a su claridad,
reconocimiento y consecuente defensa, por encima de otros hechos que acontecen
de un modo fáctico, real y escandaloso y ante los cuales la mirada religiosa parece
no hacer foco jamás. En este sentido, no deja de sorprender que un actor social y
político de tanto peso territorial, como la Iglesia Católica, haya permanecido con una
presencia modesta ante reclamos masivos ligados a la defensa de ciertos cuerpos
7
(feminicidios, desaparición y muerte de Santiago Maldonado, asesinato por la
espalda de Rafael Nahuel, solo por mencionar algunos de los más imperiosos) y se
imponga en este caso, respecto de una cierta corporalidad, a través de un
comunicado que da cuenta de aquello que con premura requiere de una voz oficial y
firme que se pronuncie.
Vale aclarar que no se trata de establecer una confrontación entre una fe intelectual
desnuda de formas o gestos y una fe expresada en una multiplicidad de
representaciones –tantas veces validada y acrecentada por la religiosidad popular-,
sino más bien de advertir las consecuencias que se siguen de una posible
estetización teológica que tiene lugar en el discurso jerárquico eclesial y que podría
debilitar no sólo su cariz político y profético constitutivos, sino también distorsionar
su mirada volviéndola ciega respecto de lo “agraviante” y de lo “escandaloso” en la
realidad circundante y cotidiana. Una vez más, cabe destacar que no es la
religiosidad popular la que suele distraerse de los acontecimientos urgentes de la
historia ni a la que le resulta difícil señalar dónde están los cuerpos de las víctimas
reales de su tiempo. A ella, sus propios símbolos no le hacen de “pantalla” a una
realidad lacerante y urgente que percibe en la vida cotidiana.
Hecha la aclaración es necesario desentrañar si en este caso puntual es posible
detectar esa estetización de la teología que se denuncia. En este sentido, el
comunicado eclesial alude a que el espíritu religioso cristiano se encuentra
agraviado en lo que tiene de “imagen/imaginario” cuando afirma que: “Las imágenes
que han circulado nos muestran que la torta que seccionaban trató de imitar la
forma de un cuerpo humano muerto (…) las heridas sangrantes coinciden con la
tradicional representación del Cuerpo de Cristo yacente que es objeto de devoción y
adoración por la mayoría de nuestro pueblo” (14). La referencia a la “imitación”, es
decir, mímesis (μίμησις: ¡concepto estético por autonomasia!) (15), a la “forma” y a
la “representación”, señalan quizás de manera suficiente, que tal como venimos
puntualizando no se trata de un acontecimiento que mancilla el cuerpo de Jesús, ni
siquiera el “símbolo religioso” de ese cuerpo, sino que simplemente hace “imitación”
de la “imagen/representación” de ese cuerpo al que los creyentes reconocen como
venerable. No es difícil advertir la estetización que adquiere el reclamo eclesial
desde la mera terminología que implementa.
Por otro lado, y en una dirección más relevante, resta saber si el concepto teológico
de “cuerpo”, “cuerpo yacente de Jesús” o “cuerpo de Cristo”, que está en la base del
conflicto analizado y que la tradición eclesial ha recibido principalmente del texto
bíblico, contiene algún elemento político de base que este pronunciamiento eclesial
estaría evaporando por medio de su mera estetización. Esta reflexión quedará
pendiente para su desarrollo en el próximo apartado.
3. Cuerpo(s) que importan. De la teología bíblica a la teología latinoamericana
“El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos,
pues todos participamos de un solo pan.”
I Co 10, 16b-17.
La cita paulina que abre esta última parte es una de las bases bíblicas para
cualquier teología del cuerpo. En ella San Pablo une la práctica eucarística que
evoca el cuerpo de Cristo crucificado-yacente-resucitado con la comunidad humana
que participa de esa comunión. De algún modo, esta teología logra soldar a ambos
en una única realidad, en un único cuerpo (16). Sobre esta identidad la teología
actual ha ido un poco más allá y ha entendido que existe una profunda continuidad
entre las ideas paulinas de “cuerpo de Cristo” y “pueblo de Dios”. Es más, algunos
teólogos llegan a afirmar que la teología del cuerpo es un momento del desarrollo
paulino que, posteriormente, es superado por la teología del “pueblo de Dios” (17),
al punto de concluir que: “El concepto de cuerpo de Cristo es una determinación
particular de la representación del nuevo pueblo de Dios y no un pensamiento que le
haga competencia.” (18)
Esta misma idea ha calado con mayor profundidad contextual en la teología de
nuestra región que ha intentado repensar la categoría de “cuerpo de Cristo”
poniendo su mirada en la situación histórica actual del “pueblo de Dios” como un
“pueblo crucificado”. Me refiero a la teología de la liberación de I. Ellacuría y de J.
Sobrino quienes entienden que:
“En América Latina, la teologización fundamental consiste en considerar el pueblo
crucificado como la actualización de Cristo crucificado, verdadero Siervo de Yahvé;
de modo que pueblo crucificado y Cristo, siervo de Yahvé, se remitan y se expliquen
uno a otro.” (19)
Para esta teología hacer referencia al pueblo de Dios como pueblo crucificado es “la
mejor manera de recuperar la idea de ‘cuerpo de Cristo’, crucificado éste” (20). Pero
más allá de esto, corresponde puntualizar qué es propiamente el pueblo crucificado
y, sumado a ello, si es posible advertir en esta formulación una clave hermenéutica
política desde la cual la teología piensa y reflexiona su misterio. En este sentido,
para Ellacuría el pueblo crucificado es aquel que “…puede dar carne histórica al
pueblo de Dios, evitando así la deshistorización de este concepto fundamental;
evitando su falsa espiritualización e ideologización” (21). Más adelante suma el lente
político y agrega a la caracterización de este concepto:
“Se entiende aquí por pueblo crucificado aquella colectividad que, siendo la mayoría
de la humanidad, debe su situación de crucifixión a un ordenamiento social
promovido y sostenido por una minoría que ejerce su dominio en función de un
conjunto de factores, los cuales, como tal conjunto y dada su concreta efectividad
histórica, deben estimarse como pecado. No se trata, por tanto, de una
consideración puramente individual de todo aquel que sufre…. No se trata tampoco
de una consideración puramente natural de los que sufren por desgracias
naturales.” (22)
La matriz política es indisociable del vínculo establecido entre las categorías
teológicas de “cuerpo de Cristo” y la más expansiva de “pueblo crucificado”. Esta
conceptualización hace posible ver cómo la teología contemporánea encuentra en la
forma colectiva que asumen los cuerpos de las víctimas la reactualización más
perfecta de aquél cuerpo histórico de Jesús -al que el Imperio romano no solo le dio
una muerte violenta, sino también absolutamente infamante e injusta-. ¿Cuáles son,
entonces, los cuerpos que importan para esta mirada teológica? No hay duda: son
aquellos que reciben el escarnio del poder, los vulnerables y vulnerados
políticamente, los invisibilizados y los no reconocidos, los que aparecen en lo
10
público de manera intermitente y sólo desde el resorte posibilitador de lo
comunitario, los que perciben la justicia desde una demora infinita, los últimos y
–desde un vocabulario más teologal- los pobres (23). Estas corporeidades, tan
cercanas a las que describíamos en el inicio de nuestra exposición, son las que
pugnan por aparecer en el escenario político, son las que hacen colectivo en las
formas más creativas y diversas, son las que luchan por ser reconocidas como
pueblo vivo a pesar de las marcas que delatan su crucifixión y su muerte tantas
veces reiteradas.
Conclusión
La reacción inmediata, tajante y solícita que ha tenido la jerarquía de la iglesia local
frente a la participación de un funcionario público en una escena artística que busca
“imitar el cuerpo yacente de Cristo” y la consecuente observación del peligro que
esto conllevaría para “la pacificación anhelada de nuestra sociedad” y para el
“debido respeto al ejercicio de las creencias” (24), dan cuenta de una mirada
eclesial que asume como perfectamente visible, reconocible y defendible a una
corporeidad meramente estética del cuerpo de Cristo.
Esta percepción se aleja de un foco hermenéutico que privilegie las situaciones
contextuales e históricas actuales, tanto como de cualquier posibilidad de
reinterpretar en los cuerpos de los crucificados actuales y de las corporeidades
aparecientes en las variadas escenas cotidianas, el analogado principal del cuerpo
yaciente de Cristo. Esto no solo permite saber cuáles son las corporeidades que la
Iglesia Católica jerárquica local asume como perfectamente visibles y captables
(aún en la mímesis más burda), sino puntualizar, aún más, cuáles son los cuerpos
que, con resistencia, son ignorados por ella.
La consecuencia largamente anunciada por Agamben es la despolitización de los
conceptos teológicos que no sólo empobrecen la reflexión de la disciplina sino que
le amputan su fuerza mesiánica más propia. Esto se traduce en un empañamiento
progresivo del juicio teológico que impide denunciar la injusticia estructural como lo
verdaderamente agraviante y escandaloso para la fe cristiana; al mismo tiempo, que
11
vuelve estéril cualquier acción religiosa que no encarne en su centro el mandato de
anunciar, provocar y dilatar la salvación efectiva, histórica y teologal a todos los
crucificados de la historia.
Notas
(1) BUTLER, J.Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la
asamblea. [Trad.: VIEJO PÉREZ, M. J.]. Paidós,Buenos Aires, 2017, pág. 69.
(2) BUTLER, J.Cuerpos aliados y lucha política. Ib., 13.
(3) AAVV. “Carta del Card. Poli a Larreta por el “agravio al espíritu religioso” de un
funcionario porteño”. AICA, (29 de mayo de 2018). Consultado en:
http://www.aica.org/33832-carta-del-card-poli-larreta-por-el-agravio-al-espiritu.html.
(4) GAFFOGLIO, L. “La Iglesia advirtió que la muestra de Ferrari "es una blasfemia"”. La
Nación (2 de diciembre de 2004). Consultado en:
https://www.lanacion.com.ar/659247-la-iglesia-advirtio-que-la-muestra-de-ferrari-es-
una-blasfemia
(5) RICŒUR, P. Introducción a la simbólica del mal. [Trad.: LA VALLE, M. T.; PÉREZ RIVAS,
M.]. Ed. La Aurora-Megápolis, Buenos Aires, 1976, pág. 26.
(6) CROATTO, J. S.Los lenguajes de la experiencia religiosa. Estudio de
Fenomenología de la Religión. Ed. Docencia, Buenos Aires, 1994, pág. 66.
(7) En una traducción literal de la forma griega que se transcribe corresponde a:
“decir-otra-cosa”.
(8) CROATTO, J. S.Los lenguajes de la experiencia religiosa, Ib., pág. 71.
(9) JAMELE, A. “Hablan los creadores del polémico ‘Cristo Comestible’”.Diario Perfil,
(2 de junio 2018). Consultado en:
http://www.perfil.com/noticias/protagonistas/hablan-los-creadores-del-polemico-
cristo-comestible.phtml
(10) Los extractos de este párrafo pertenecen a: AAVV, “Carta del Card. Poli a
Larreta por el “agravio al espíritu religioso” de un funcionario porteño”, Ib.
(11) Cf. AGAMBEN, G.El Reino y la Gloria. Una genealogía teológica de la economía y
el gobierno. [Trad. COSTA, F., CASTRO, E. RUVITUSO, M.]. Adriana Hidalgo, Buenos Aires,
2008, págs. 345-451.
(12) En este escrito me hago eco de la crítica de Agamben, sin tomar el “todo” de su
análisis y argumentación respecto de la teología política. Para un desarrollo al
respecto remito a: TACCETTA, N.Agamben y lo político. Prometeo, Buenos Aires, 2011,
págs. 169-270.
(13) Esta afirmación se siente parentalmente cercana del camino de búsqueda para
acceder “físicamente” a Dios que traza J. Sobrino a partir de X. Zubiri. Cuando el
primero afirma: “ve a Dios quien va a Dios”, aludiendo a un método que busca
establecer una íntima relación entre la forma práxica y la forma teórica de la
teología. SOBRINO, J.La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas. Trotta, Madrid,
1999, pág. 59.
(14) AAVV, “Carta del Card. Poli a Larreta por el “agravio al espíritu religioso” de un
funcionario porteño”, Ib. La cursiva nos pertenece.
(15) Si bien el concepto de “mímesis” es complejo y múltiple en la historia de la
filosofía que se traza desde Platón y Aristóteles hasta las reformulaciones de Paul
Ricoeur, quiero advertir que se ha privilegiado la comprensión cotidiana y regular del
término que señala no sólo su carácter de “copia” sino también de su materia
“estética”. Todo ello entendiendo que éste (y no un sentido filosófico estricto) ha sido
el espíritu de la Carta eclesial que se cita.
(16) Para un abordaje clásico de la cuestión se recomienda consultar: Cfr. DE LUBAC,
H.Meditaciones sobre la Iglesia. [Trad. ZORITA JÁUREGUI, L.]. Ed. Encuentro, Madrid,
1988, págs.102-112.
(17) Cfr. CERFAUX, L.La théologie de L’ Eglise suivant saint Paul.Cerf, París, 1942.
(18) FORTE, B.La Iglesia de la Trinidad. [Trad. ORTIZ GARCÍA, A.]. Secretariado Trinitario,
Salamanca, 1996, pág. 157.
(19) SOBRINO, J.El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados.
Sal Terrae, Santander, 1992, pág. 86.
(20) SOBRINO, J. Terremoto, terrorismo, barbarie y Utopía. El Salvador, Nueva York,
Afganistán. Trotta,Madrid, 2002, p. 96. Así lo especifica en la nota al pie 6.
(21) ELLACURÍA, I. “El pueblo crucificado”. EnELLACURÍA, I. / SOBRINO, J., Mysterium
liberationis. Conceptos fundamentales de la Teología de la Liberación. Tomo II,
Trotta, Madrid, 1990, pág.189.
(22) ELLACURÍA, I. “El pueblo crucificado”, Ib., 201.
(23) “…ser pobre quiere decir morir de hambre, ser analfabeto, ser explotado por
otros hombres, no saber que se es explotado, no saber que se es hombre.” Esta es
13
una de las definiciones que aporta GUTIÉRREZ, G. Teología de la Liberación.
Perspectivas. Sígueme, Salamanca, 2009, pág. 324.
(24) AAVV, “Carta del Card. Poli a Larreta por el “agravio al espíritu religioso” de un
funcionario porteño”, Ib.
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