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Mapas de la oscuridad
Por Franco Berardi
franberardi@gmail.com
 

La metáfora de la luz y de la oscuridad


La metáfora de la luz y de la oscuridad acompaña la historia humana. Al principio era la Luz; después el vengativo Padre Eterno nos hundió en el oscuro abismo de la falta y el terror para castigarnos por haber sucumbido a los engaños de Lucifer. Pero Lucifer, portador de luz, nos acompaña, y los hombres encendieron el fuego en la oscuridad de la noche primordial y la luz se extendió a lo largo de los milenios hasta que la electricidad iluminó la noche. Ahora, la pantalla electrónica se propaga, deslumbrando, hasta enceguecernos.

Cuando los intelectuales europeos afirmaron la primacía de la Razón como guía para la acción política, el progreso del conocimiento y de la civilización se definió como Iluminación de un mundo hasta ahora dominado por la penumbra de la ignorancia. Hoy, la metáfora retorna con un sentido distinto.

La expansión violenta e invasora de la luz técnica ha enceguecido nuestra visión. La ceguera que relata Saramago en Ensayo sobre la ceguera nos devuelve a la oscuridad. La oscuridad viene ahora desde adentro, como un rumor blanco de la visión, como visión del caos.

Y el futuro se anuncia como portador de penumbra. La expresión Dark Enlightenment, que define las manifestaciones de la cultura alt-right (1), fotografía de manera eficaz el movimiento de la luz a la oscuridad, que parece caracterizar nuestro siglo.

En el Prefacio a la Dialéctica del Iluminismo, Horkheimer y Adorno escribían: “si el iluminismo no asimila la reflexión sobre el momento regresivo, sella su destino”. Y agregaban que “en la misteriosa voluntad de caer bajo el encantamiento del despotismo y en la propensión autodestructiva hacia la paranoia nacionalista de las masas educadas tecnológicamente, parece evidente la debilidad de la comprensión teórica contemporánea”. (Adorno, Horkheimer: Dialettica dell’Illuminismo, Prefazione, 1947, Einaudi, pagina 5).


La razón y la medida


El culto de la Razón alimenta el ascenso de la burguesía industrial, la expansión del conocimiento científico y la instauración de la economía como modelo de la producción social: todo lo útil que es producido tiene que tener un valor mensurable, y la dominación de la economía sobre la vida deriva de esta obsesión por la medición.

La palabra latina “ratio” significa medida y el Humanismo renacentista funda su proyecto filosófico como una reducción del mundo (eventos, acciones, signos) a convenciones humanas que permiten medir el mundo físico y regular el mundo social. La s/razón (2) es puesta en los márgenes del discurso social, y la relación social es regulada según convenciones que reproducen en la esfera humana la (supuesta) racionalidad del mundo físico mensurable.

El concepto de ley tiene un aspecto tanto descriptivo como normativo: es la piedra angular del conocimiento científico, que descifra las leyes que gobiernan racionalmente el tema, y también es el punto de apoyo de la acción política que gobierna racionalmente el mundo de los acontecimientos. La ley física del pensamiento científico identifica la regularidad del mundo natural y su mensurabilidad mediante el conocimiento. La ley política proyecta esa (supuesta) regularidad en la acción social: en la visión ideológica moderna, el área iluminada por la razón y por la ley era destinada a expandirse ilimitadamente, como una progresiva colonización de los espacios salvajes por parte del Imperio racionalista.

La racionalidad funciona como regulador de la vida social en tanto sea posible medir el tiempo de trabajo necesario para la producción de las cosas y, por lo tanto, es posible determinar el valor de las cosas en base al tiempo de trabajo necesario para su producción. La realidad es reducible a razón siempre que sea posible reducirla a un principio de medición.

El pensamiento racionalista expresa el punto de equilibrio de la modernidad alfabética: la prensa, la crítica, la linealidad discursiva secuencial. Pero este equilibrio racionalista entra en crisis cuando, después del cambio de las técnicas de enunciación semiótica y de producción económica, las cadenas de medición ( y de significado) se hacen siempre más complejas e inestables y la relación entre valor y tiempo de trabajo se vuelve aleatoria.

La ilusión democrática es el clímax del racionalismo moderno: en la época burguesa, la racionalidad del discurso público y del gobierno político creyeron ser una ciudadela inexpugnable. También, a partir de cierto momento, las aguas limosas del lago del Inconsciente asediaron los muros de la ciudadela, hasta desmoronarlos. Hiper-estimulado por la infosfera técnica, el Inconsciente explota y se propaga por todas partes, hiper- cinético e irreprimible, hasta romper las barreras superyoicas.


El estallido del Inconsciente


Mientras en la neurosis el mecanismo de la represión es constitutivo del sujeto, en la psicosis “El dominio absoluto es de la Identificación”. (Freud: La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis). Mientras en la neurosis el sufrimiento psíquico nace del conflicto entre mociones pulsionales y aspectos yoicos, en la psicosis el sufrimiento nace del caos que derrumban las defensas simbólicas de la subjetividad.

Freud describe al Inconsciente como una peste de la mente racional, como una íntima tierra extranjera (Innere Ausland) y, al mismo tiempo, define a la cultura como la esfera en la que se lleva a cabo, de un modo más o menos estable, la eliminación de la inmediatez pulsional (Verdrängung).

“La sublimación pulsional distingue el proceso de culturalización”, escribe Freud en El malestar en la cultura. Es por efecto de una tal sublimación que la razón adquiere su rol de gobierno tanto en la vida social como en la conducta moral del ciudadano burgués, pero la represión provoca ineluctablemente un cierto grado de sufrimiento psíquico de tipo neurótico.

En Understanding media McLuhan escribía ya en 1964 que la transición tecno- comunicativa, del régimen moderno de la secuenciación alfabética al régimen post- moderno de la simultaneidad electrónica, implica una transición de la modalidad crítica de la mente a la modalidad mitológica. La aceleración técnica de la infosfera provoca un estallido de la psicosfera, y este estallido trastorna el cuadro de la descripción freudiana: la vida colectiva ya no puede ser contenida dentro del régimen psíquico de la neurosis y se mueve hacia el régimen de la psicosis. La psicosis y la perversión no son más un contenido oculto, eliminado o reprimido, sino que estallan en la dimensión cotidiana como factor de constante desterritorialización de la actividad imaginativa, del deseo.

La tormenta nerviosa, producida por la sobrecarga de información, parece haber desactivado la razón crítica y el contagio “memético” toma el lugar de la persuasión ideológica. Debido a la proliferación e intesificación de estímulos neuro-semióticos, el Inconsciente emerge de la dimensión infra-psíquica individual y se propaga a través de los canales de la conexión global: ya no se elimina de la visión pública, se extiende a lo largo de la historia, ocupa áreas geográficas del mapa del mundo y zonas de la mente colectiva; es así que la razón pierde su pasada capacidad de gobierno de los eventos del mundo.

Al fin de la parábola moderna, la razón se identificó con el algoritmo de la governance financiera que ha provocado un efecto social de empobrecimiento, frustración e impotencia. Finalmente, astillas enloquecidas de sufrimiento y rabia desencadenan una venganza contra la razón: desde el 11 de septiembre del 2001, la venganza tomó formas diversas, formas terroristas, suicidas, o neo-reaccionarias. Al final, en el bienio 2016-2018 las defensas del orden liberal-democrático fueron impactadas junto a las reglas de la ética burguesa, al régimen discursivo de la razón crítica y a la luz de la razón moderna.


La extensión de la oscuridad


Ahora es necesario medir la extensión de la oscuridad. Después de la sucesión de eventos racionalmente inexplicables (pero socialmente muy explicables) como el Brexit, la victoria de Trump en Estados Unidos, el ascenso del califato fascista de Erdogan, la expansión mayoritaria del social nazionalismo en gran parte de la Unión europea, la fascistización del colonialismo israelí, es necesario balizar un territorio oscuro que el pensamiento político no puede comprender, ya que su dinámica es competencia de la psicopatología.

En todas partes las defensas de la democracia están amenazadas, en todas partes los derechos humanos son violados, en todas partes son ignorados los órganos de gobierno del orden internacional. La luz del intelecto parece oscurecida justo cuando, gracias a la red, más extendido y conectado está el intelecto humano en general. Pero tal vez, más que oscurecerlo, se trata de un efecto deslumbrante por exceso de luminosidad, como sugiere James Williams en Stand out of our light. La proliferación de pantallas luminosas, la imparable emisión de flujos de estimulación neuro-visual terminaron por deslumbrar la mente colectiva, paralizando poco a la vez la capacidad de comprender críticamente los eventos del mundo.

En un libro titulado The New Dark Age (Verso, 2018), James Bridley escribe: “La oscuridad de la cual hablo no es una oscuridad literal, ni pretende representar una ausencia de conocimiento, como en la idea popular de una edad oscura. Más bien se refiere a una aparente incapacidad de ver claramente lo que tenemos frente a nosotros, y de actuar en modo sensato... la vieja idea que más visibilidad y más acceso democrático podría ser útil para detener la violencia o la explotación, parece hoy infundada... estamos conectados a vastos depósitos de conocimiento, sin embargo aún no hemos aprendido a pensarlos... lo que debería haber iluminado el mundo, en la práctica lo está oscureciendo”.

Asistimos a un fenómeno nuevo, imprevisible para el pensamiento deseante esquizoanalítico de los años ’70: las redes de comunicación hiperveloces ponen en movimiento una aceleración del deseo, lo que resulta en patologías de pánico. Abrumada por la intensidad del flujo semiótico -estimulación neuro-eléctrica ininterrumpida- la subjetividad contemporánea reacciona de manera panicosa. La vibración del ritmo deseante se volvió demasiado intensa para poder sintonizar un estribillo singularizante, una sintonía del cuerpo y de la mente.

El deseo juzga a la historia, pero ¿quién juzga al deseo? Desde que las corporaciones del imageneering (Walt Disney, Murdoch, Mediaset Microsoft, Google, pero también Novartis, Glaxo, Pfizer) tomaron posesión del campo deseante, cavaron las trincheras intangibles de la tecno-esclavitud y del conformismo de masas. El campo del deseo fue colonizado por las agencias económicas totalitarias.

La edad oscura de nuestro pasado, aquella que en Europa llamamos Medioevo, era pobre en conexiones, pobre en conocimiento, en transportes y en intercambios económicos y simbólicos. El oscurecimiento del que hablamos hoy es un efecto del exceso de luces. Es un enceguecimiento que amenaza con hundirnos en una oscuridad llena de ruido y furia, privado de sentido. Es necesario entonces un mapa de la oscuridad para orientarnos en el caos: es necesario trazar un mapa del devenir-oscuro de la mente global, diseñando los océanos del Inconsciente que se eleva, los continentes de furia geopolítica que se sobrecalientan, y la película electrónica de la infosfera que se espesa.


Desesperación y nihilismo de masas


“El problema fundamental del destino de la especie humana, me parece que sea éste: si, y hasta qué punto, la evolución civil de los hombres logrará dominar los trastornos de la vida colectiva provocados por sus pulsiones agresivas y autodestructivas. Hasta ahora, los hombres han extendido su poder sobre las fuerzas naturales, y si se aprovecharan del mismo sería fácil exterminarse uno al otro, hasta el último hombre. Lo saben, y de ésto deriva la presente preocupación” (S. Freud, Il disagio della civiltà e altri saggi, Bollati Boringhieri, Torino, 2012, p. 280.)

A pesar de tener muchas características superficiales de aquello que fue el fascismo histórico, el actual movimiento neo-reaccionario es más bien un movimiento de nihilismo que toma formas agresivas y, al final, esencialmente suicidas. El nihilismo como voluntad de aniquilar la razón, se ha convertido en una fuerza de mayoría porque la razón se identificó con el algoritmo financiero, y el algoritmo ha atrapado al lenguaje y, por lo tanto, el entero campo de la acción social. Si no hay alternativa, entonces solo queda destruir todo, incluso las condiciones de nuestra supervivencia, porque el algoritmo produjo devastación y humillación, destruyendo cada posibilidad de imaginar un futuro que sea tolerable.

El nihilismo se presenta en dos formas distintas: puede entenderse como reconocimiento de la nada que precede al lenguaje, y como libre atribución de significado; yo lo llamaría nihilismo hermenéutico activo. Pero, en cambio, puede ser entendido como voluntad de anulación de lo que existe porque no corresponde a las expectativas de sentido (expectations) sobre las que se funda nuestra identidad: yo lo llamaría nihilismo del rencor.

Cuando el nihilismo, que hoy asume características social-nacionalistas, apareció primero bajo el disfraz del “neoliberalismo”, algún previsor, amigo de la paradoja, gritó las palabras maléficas: No hay futuro. Parecía una provocación adolescente, pero, con el pasar de los años, la idea de que el futuro ya no era lo que una vez fue se volvió cada vez más invasiva en el discurso público hasta que, en el nuevo siglo, se volvió sentido común. La euforia futurista ha dominado el siglo veinte con la promesa de expansión, enriquecimiento, ampliación de los horizontes de consumo y conocimiento. Fue la época en la que la explosión demográfica había dado a los jóvenes un rol decisivo e impulsor en la escena social. A partir de un momento determinado, al menos en el mundo occidental, el impulso demográfico se desaceleró, de modo que al inicio del nuevo siglo los jóvenes se convirtieron en minoría, mientras que el impulso propulsor de la economía se ralentiza y corre el riesgo de detenerse.

El tiempo futuro ha cambiado de signo, color y sugerencias. El futuro del medio ambiente planetario está marcado por la irreversibilidad del calentamiento global, por la perspectiva del agotamiento de los recursos vitales como el agua y por el miedo de que la tecnología actúe como un factor cada vez mayor de empobrecimiento y desocupación. Pero, si este es el futuro, ¿cómo se puede tener fe en la política, cada vez más impotente para dominar tendencias que parecen irreversibles e inmanejables?

El fascismo histórico fue exaltación del futuro y expresión agresiva de un espíritu joven, mientras que el nihilismo de nuestro tiempo nace de la percepción de una ausencia de futuro como expresión de una humanidad senescente e impotente. Destruída la confianza en la voluntad compartida, la desesperación se manifiesta en forma rabiosa y vengativa. El capital financiero ha empobrecido a la sociedad y la impotencia la ha humillado. Humillar a los humilladores es lo único que interesa a quienes fueron humillados. De hecho, la humillación no genera deseo de cambio racional, solo deseo de vengarse, a costa de suprimir la sociedad misma, como de hecho está sucediendo.

Warren Neidich, en un libro que saldrá próximamente, habla de “imminent subconscious”, subconsciente inminente: la percepción de una inminencia que rechazamos grabar conscientemente pero que percibimos como inevitable. Keynes dijo una vez que lo inevitable no ocurre porque lo imprevisible toma su lugar. Pero la consciencia colectiva no puede imaginar lo imprevisible (de otro modo ¿qué imprevisible sería?) y confusamente percibe en un futuro inminente un peligro tan extremo que no se puede expresar.

La desesperación se proyecta sobre el no-futuro del mundo, como sugiere Douglas Rushkoff en un artículo publicado en The Guardian. El escritor, que en los años ’90 anticipó los efectos culturales de las nuevas tecnologías, cuenta un episodio impresionante: como le sucede a menudo desde hace décadas, lo invitan a dar una conferencia sobre temas del futuro digital y esa conferencia se la pagan mucho más de lo que suele pasarle. Las personas que participan de la conferencia son muy pocas y todas sus preguntas giran alrededor de un solo tema: “¿Cómo podemos usar nuestro dinero para huir del próximo evento apocalíptico?” En esta clave pánico-nihilista podemos leer el movimiento neo-reaccionario que en diversas formas se ha apoderado de la escena política mundial.

El nihilismo contemporáneo se basa en la visión de lo ineluctable, en la percepción de que es demasiado tarde. Es demasiado tarde para detener la devastación ambiental producida por el calentamiento global, es demasiado tarde para huir de los conflictos militares que son consecuencia de la restricción del espacio habitable sobre el planeta, de las grandes migraciones y del odio identitario; por lo tanto, la única cosa que se puede hacer es acumular riqueza para huir del apocalípsis.

Según algunos sondeos, resulta que no todos aquellos que en los Estados Unidos votaron por Trump, son negadores del global warming, y que no niegan tampoco que ese calentamiento global sea provocado por la acción humana. Simplemente piensan, y no sin motivo, que el global warming es irreversible y que lo único posible es protegerse a sí mismo, a la propia familia, a la propia nación, a la propia raza: el pánico desencadena la obsesión identitaria y cancela el universalismo ético. Esta es la raíz del nuevo racismo.


El neo-racismo de los perdedores


En su Essai sur l’inegualité des races humaines (1853), el conde Alfred de Gobineau no se limitaba a afirmar la superioridad de la raza blanca, sino que vislumbró el peligro en el horizonte; de hecho, la fuertísima tendencia hacia la contaminación y la degradación de esta raza superior. Más allá de la aspereza de su análisis, Alfred de Gobineau recogió una vena profunda (muy profunda) del inconsciente planetario moderno-tardío, una vena que hemos vislumbrado durante mucho tiempo sin querer reconocer su potencia: el sentimiento del declive de la cultura blanca occidental.

El hecho de que el concepto de raza sea un no-concepto no significa que la identificación fantasmática de la (autodefinida) raza blanca no haya desempeñado un rol mitológico decisivo en el colonialismo moderno, en el nazismo del siglo XX y hoy en la catástrofe final del capitalismo. Pero el racismo ha cambiado profundamente su carácter: el racismo de los europeos invasores que iban a la conquista de las tierras indígenas es distinto del racismo de los europeos que hoy se sienten amenazados por un invasor que proviene de las tierras que por dos siglos hemos explotado, empobrecido, humillado.

El fascismo del siglo XX fue la expresión del asalto de los jóvenes hombres excluídos del poder económico y geopolítico. Desde el manifiesto futurista del 1909, la potencia sexual y la agresividad política estaban relacionadas. El fascismo del siglo pasado era una expresión de un sentimiento auténtico de pertenencia: el sentido de la comunidad, el culto a la tierra y la sangre estuvo acompañado de una existencia efectiva de la comunidad y de la pertenencia. Pero los personajes de la agresividad reaccionaria, encarnada por el trumpismo, perfilan un panorama psíquico totalmente diferente. En primer lugar, la demografía ha cambiado: los senescentes hombres blancos del mundo occidental se están hundiendo en un marasmo mental causado por la impotencia y el autodesprecio; votan por los partidos identitarios, no porque tengan un sentimiento auténtico de pertenencia a la comunidad, sino porque en su soledad existencial tienen nostalgia de ese sentimiento que era auténtico en el pasado, pero ya no lo es más, porque la globalización cultural imaginaria y económica lo ha cancelado irreversiblemente.

Aquellos que votan por los partidos neo-reaccionarios han crecido en la era del individualismo agresivo, creyeron en las promesas del egoísmo neoliberal, creyeron poder vencer la carrera competitiva, luego descubrieron que -en cambio- eran los perdedores. Ahora es demasiado tarde para creer en una nueva esperanza y a lo único a lo que pueden aferrarse es al deseo de venganza. Las expectativas decepcionadas y el individualismo exasperado no conducen al resurgimiento de la solidaridad, sino solo a la nostalgia desesperada de un pasado que no puede volver y al rabioso deseo de aniquilación.


Soberanía, ley del padre o voz de la madre


En el libro Horizontes neoliberales de la subjetividad, Jorge Alemán plantea que el capitalismo es una fuerza acéfala que se expande ilimitadamente y, concluye, que la tarea de la política como hegemonía consiste en impedir el “crimen perfecto” del neoliberalismo, es decir, el total sometimiento de la vida social. Una soberanía de izquierda es la indicación que se desprende de la posición de Alemán, que habla de “izquierda lacaniana” para señalar la estrecha relación entre el problema psicoanalítico planteado por el estallido del Incosciente y el problema político planteado por la dominación de incontrolables agencias globales de penetración en la esfera pública.

“Lo que otorga su especificidad al neoliberalismo es que es el primer régimen histórico que intenta por todos los medios alcanzar la primera dependencia simbólica, afecta tanto los cuerpos como la captura por la palabra del ser vivo en su dependencia estructural… en este aspecto el Neoliberalismo necesita producir un hombre nuevo engendrado desde su propio presente, no reclamado por ninguna causa o legado simbólico y precario, líquido, fluido y volátil como la propia mercancía. Si alguna indicación de lo que denomino “izquierda lacaniana" tiene una relevancia decisiva es aquella que indica que la política ahora más que nunca debe oponerse al crimen perfecto del neoliberalismo, que en su despliegue contemporáneo intenta, en su dominación socio-histórica, tocar y alterar severamente el lugar del advenimiento del sujeto en el campo del lenguaje… El capitalismo se comporta como una fuerza acéfala que se expande ilimitadamente, hasta el último confín de la vida. Esta es precisamente la novedad del Neoliberalismo: la capacidad de producir subjetividad que se configura según un paradigma empresarial, competitivo y gerencial de la propia existencia….” (Jorge Alemán: Horizontes neoliberales de la subjetividad, p. 14-15).

Desde el momento en que el neoliberalismo ha hecho estallar el orden neurótico de la sociedad, dominada por lo simbólico (el padre, la ley, la ideología), y causado el estallido de un Incosnciente psicótico, la hipótesis neo-lacaniana (representada por autores como Jorge Alemán o Massimo Recalcati) pretende reconducir al psiquismo social bajo el dominio de lo simbólico (hegemonía), sustrayéndolo del caos psicótico de lo imaginario desencadenado en aceleración. Para los neo-lacanianos se trata de fundar en el plano ético lo que ya no se da en la dimensión psíquica: la introyección de la ley.

En términos políticos, esto significa reconstituir las condiciones de la soberanía política, restituir el poder de la ley y del estado nacional, representación de la voluntad democrática. Esta hipótesis soberanista, en gran parte coincidente con el discurso de Ernesto Laclau sobre la hegemonía, animó a la izquierda latinoamericana en las pasadas décadas, pero falló casi en todas partes por la sencilla razón de que la soberanía del estado nacional (y por lo tanto la eficacia de la democracia) se disolvió por una cuestión estructural: el poder económico, cultural y político pertenece a entidades desterritorializadas y globales, como las semio-corporaciones FAGMA. Google y Amazon no se encuentran en el territorio de Estados Unidos. Estados Unidos pertenece al territorio de Google, junto con Europa, África, India y el resto del mundo.

La restauración de la ley del padre, para reconstituir las condiciones de la subjetividad normada, es un reclamo ilusorio porque la ley del padre se ha desvanecido por una razón que escapa al discurso del psicoanálisis: la proliferación infinita de las fuentes de neuro- estimulación, la tormenta de mierda.

Las patologías hiper-expresivas, provocadas por la intensificación del estímulo info- nervioso, provocan una psicotización de la existencia contemporánea, pero no podemos reducir el problema a la evanescencia de la figura normativa del padre. La verdadera fuente contemporánea de sufrimiento no está en la caída del padre (el discurso reasegurante de la ley) sino sobre todo en la caída de la voz de la madre: no es la soberanía política sino la solidaridad social (fraternidad) la que hace posible la autonomía de la dominación; y es la voz de la madre, no la ley del padre, la que es condición de la fraternidad.


Enero 2019


Notas de los editores:


(1) La derecha alternativa (en inglés, alt-right), llamado por algunos medios nacionalpopulismo es un grupo heterogéneo de ideologías de derecha y extrema derecha de origen estadounidense que rechazan a aquellos conservadores que, según su visión, han asumido ideales considerados progresistas o neoconservadoras (en inglés neo-con) y tiene gran actividad en internet; de hecho se acusa a sus miembros de actuar como trolls en la red. La mayoría de miembros de esta ideología son jóvenes, con gran capacidad de activismo en internet y sin jerarquía ni líderes. La columna vertebral del movimiento es la oposición a la corrección política, al multiculturalismo, a la inmigración, al intervencionismo militar, al globalismo, y al feminismo y la diversidad sexual, a los que denominan despectivamente como ideología de género. Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Derecha_alternativa

(2) En Europa, esta forma ambigua, s/razón, parece aludir a cierta renuncia a la razón, al intelecto, a la inteligencia, al principio de no contradicción, a las normas de la lógica en nombre de la prevalencia de los impulsos.


 
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