CLINICA
OTROS ARTÍCULOS
Psicoanálisis, orden de sexuación y teorías sexuales culturales
Por Yago Franco

Secuelas del ASI (Abuso sexual infantil)
Por María Cristina Oleaga

Sobre los ideales actuales y sus efectos psíquicos
Por Adriana Marcela Schapira
 
 
 
Remedios Varo. Mujer saliendo del psicoanalista 1960.
Remedios Varo. Mujer saliendo del psicoanalista 1960.
Imagen obtenida de: https://arthemira.wordpress.com/2015/03/24/remedios-varo-mujer-saliendo-del-psicoanalista/
Experiencia de omnipotencia, creatividad y transferencia
Por Alfredo Tagle
alfredotagle@hotmail.com
 

Los pacientes vienen a sesión a encontrarse con el mundo de sus sueños, y para lograrlo nos necesitan. Al poder comunicarnos con ellos los comunicamos consigo mismos. Del objeto subjetivo al percibido objetivamente, y viceversa, es el permanente pendular del juego transferencial. Del juego al yo, decía Pontalis (1978, pág.198). Esa es la forja donde se talla lo humano, la interminable tarea creativa de poner en relación el mundo subjetivo con la realidad externa. Encuentro imposible que al no cesar nunca en su no darse, nos hace seguir buscando, siempre hacia el otro.  

Esta comunicación consigo mismo es la base del sentimiento de realidad del self tan central en la obra de Winnicott, del que a su vez se desprende el sentirse vivo y protagonista de un intercambio sentido como real con objetos también vividos como reales.
El primer núcleo de constitución de algo vivido como “real” se origina en el seno de otra vivencia con la que se confunde en el inicio: la vivencia de omnipotencia del bebé. El mundo, como en el Génesis, irá emergiendo de las tinieblas gracias al gesto creador de su majestad. No se trata de una omnipotencia defensiva ante el desamparo, no es una reacción basada en la negación del registro de los límites que la realidad impone. Se trata de una tendencia primaria del self a ocupar el centro y sentirse agente de lo que acontece, transformándolo así en una experiencia.

Toda creación nace en el seno de un gesto omnipotente de centralidad “delirante” del self, aunque luego, en un segundo tiempo, para legitimarse en alguna trama vincular, deberá poder avenirse al límite de la castración y negociar.
El registro de la realidad como algo autónomo y “objetivo”, que como tal no se aviene sin más a la primacía del self, se construye mucho después de que sean posibles estas primeras experiencias de creación que dan origen al mundo con sentido para el bebé, progresivamente rescatado del caos de sensaciones inicial. Es más, para Winnicott (1963, pág.218): “La adaptación al principio de realidad nace naturalmente de la experiencia de omnipotencia, esto es, dentro del campo de una relación con objetos subjetivos.”    

El inicial control mágico del objeto, indispensable para la constitución del yo, y por ende también del objeto, se hace posible en el tercer mundo ilusional que la madre propicia. La realidad virtual que habita en el espacio transicional es una continuación de aquella ilusión inicial que ha logrado perdurar en este otro contexto por no haber sido eclipsada con la intrusión prematura de la realidad externa. La temprana ilusión de omnipotencia absoluta ha ido derivando en otras ilusiones más permeables a los signos que la realidad impone. Otras ilusiones que “permitidas” y alojadas por la cultura tomarán la forma del juego, el arte, o la transferencia. Por este camino la realidad compartida podrá ser vivida como “real”.     
Como vemos, algo vivido como “real” puede pertenecer a la fantasía o los sueños, o puede, eventualmente, formar parte de lo externo, lo distinto de mí pero que no obstante pertenece al mundo propio, con significado personal, o sea que ya no es tan solo externo.
 
No será a partir del intento de que el bebé resigne la pretensión de omnipotencia que la exterioridad del mundo se instale con su principio de realidad, muy por el contrario, será a partir de darle lugar a esta necesidad de supremacía del yo que la omnipotencia podrá resignarse aceptando progresivamente sus límites:  “La base del gradual reconocimiento del bebé de su falta de control mágico sobre la realidad externa es la omnipotencia inicial convertida en un hecho por la técnica adaptativa de la madre.” (Winnicott, 1988, pág.152)

Para Winnicott los pacientes con déficits en su constitución narcisista tienden a actualizar en transferencia sus condiciones de crianza con la esperanza de corregirla, especialmente cuando su “parte sana de la personalidad” o “yo custodio”, percibe condiciones favorables. Como terapeutas nos hallamos cotidianamente expuestos al despliegue de las fantasías de omnipotencia y grandiosidad de nuestros pacientes. Pueden tomar la forma del juego en los niños, o de relatos en los adolescentes, también de relatos de lo ocurrido en una realidad virtual como los juegos de rol, o en otras realidades alternativas de diferente formato que posibiliten la identificación con personajes poderosos, como películas, series, historietas o novelas.

El paciente es en sesión el protagonista absoluto de la historia que nos encontramos abocados a reconstruir, y en algunos casos a construir. La posibilidad de que el paciente se apropie de su historia y pueda vivirla como “real”, depende de que seamos capaces de respetar ese protagonismo, y no en pocos casos que ayudemos a construirlo. Los estados de enajenación que motivan con frecuencia las consultas, consisten justamente en que se trata de psiquismos organizados en función de la mirada externa a la que se encuentran sometidos.
Ya sean niños, adolescentes, o adultos, nuestros pacientes suelen ser más proclives a dar cabida al principio de realidad cuando los acompañamos en sus despliegues de grandiosidad, tratando de comprender los resortes de su dinámica, que cuando nos empeñamos en que reconozcan sus limitaciones, exacerbando así su  resistencia y transformándonos en supuestos representantes de la realidad.

El espacio analítico no se encuentra bajo la soberanía del mundo interno, ni tampoco bajo la del mundo externo, es esta particularidad la que le permite precisamente poner en contacto contenidos de tan divergente condición, privilegio que comparte con el arte, el juego y otras formas de la ilusión.
Además del intento de comprender y de comunicárselo al paciente cuando se encuentre en condiciones de recibirlo, también forma parte de nuestra función como terapeutas el sostener el escenario que posibilita la grandiosidad virtual y custodiar sus límites. Es paradójicamente a través de la centralidad del yo como se construye la base que posibilita la gradual resignación de la omnipotencia. Pero claro, es central en esto la diferenciación clínica que establece Winnicott entre el sentimiento de omnipotencia patológico, que niega las necesidades de dependencia y es defensivo, y la experiencia de omnipotencia que se inscribe dentro de una relación de dependencia, es sostenido por ella y, lejos de ser defensiva, forma parte del proceso de constitución psíquica.

El mundo con significado para el self es el resultado de su propia creación. La creatividad alberga siempre un gesto de ruptura, de allí su hermandad con la locura. Las dos patean el tablero de lo establecido, rompen convenciones. Por eso la importancia clínica que da Winnicott (1963, pág. 101 a 106) a la necesidad de alojar y rescatar la destructividad del paciente para ponerla en relación con su potencial creativo. Para él, ya desde el vamos, y en sentido estructural, la constante destrucción inconsciente será inherente a la relación con el objeto, que en el proceso de asimilación irá siendo destruido y recreado permanentemente a partir de proyecciones.

En el escenario transferencial se hace posible el estado de ilusión que propicia el método. Ya sea con palabras o juguetes, la asociación libre tiende a generar un espacio para soñar (Espinosa y Tagle, 2000). Un yo eximido de la exigencia de síntesis de su ideal y liberado de discernir sobre la objetividad de lo que allí surja, será más permeable a la entrada en escena de los objetos subjetivos que den forma y nos permitan tomar contacto con la dramática del mundo interno del paciente. Un espacio para crear, dando lugar a genuinas experiencias emocionales, y no solo a repeticiones de algo preexistente. Lo que surge en transferencia no se trata necesariamente de procesos de enmascaramiento para sortear la censura, logrando transacciones aceptables al modo de los síntomas, antiguas conexiones a ser develadas por el analista. Lejos de ello, creemos que el trabajo psíquico puesto en juego, al permitirse el yo asumir el riesgo de suspender sus habituales amarres para abandonarse a la deriva representacional, no está siempre al servicio de la censura o de la resistencia, aunque éstas desde ya participen, sino de la elaboración, agregando significado con nuevas conexiones. Procesos creativos, o de elaboración, según la perspectiva de abordaje, que se mantienen abiertos, y que se continúan de un juego, o de una sesión a otra, transformando y enriqueciendo la propia subjetividad de los protagonistas.                                             

El proceso de significación se construye a partir del trabajo creativo de la elaboración imaginativa al lograr representar algo de la realidad interior con determinados elementos o relaciones entre elementos aportados por el mundo externo. Las múltiples representaciones indirectas, simbólicas, resultantes de tales asociaciones serán los ladrillos con que cuente la fantasía para sus construcciones dramáticas. Una representación indirecta se conecta con otra, y cada una de ellas a su vez con otras, generando así la trama que, sustentada por la del lenguaje, se constituye como el cuerpo de la cultura en el orden colectivo, o el del preconsciente a nivel individual. Pero bien sabemos que, frente a situaciones de difícil procesamiento, esta deriva representacional suele trabarse para permanecer insistiendo sin poder tomar nuevas formas que le permitan circular. Cuando el yo no encuentra manera de integrar una experiencia que le resulta intolerable, entonces la excluye, reprimiendo o disociando a sus representantes. En el síntoma toma forma y se expresa un conflicto entre dos mociones psíquicas que se resisten a transformarse, que detenidas en el tiempo, no encuentran modalidades de representación más acordes con el actual desarrollo de las interacciones.

Si consideramos a la creatividad como la capacidad para  producir algo nuevo o  dar nueva forma a algo preexistente, se nos hace evidente su ausencia en el seno de la persistente repetición del síntoma neurótico. El encontrar  nexos entre diferentes ideas o conceptos antes no relacionados genera nuevos significados, y creo que es éste el último reducto no negociable del psicoanálisis, la creación de significación. Empeño que desde ya no es exclusivo del psicoanálisis ni nace con él, ya que su aparición se funde con los orígenes de lo humano, no solo en la historia colectiva, sino también en el sujeto como historización individual. Desde la creatividad primaria que Winnicott adjudica al bebé en el inicio, ya comienza la significación en el seno del vínculo maternante, haciendo posible la apropiación de la experiencia por parte del bebé al poder dar sentidos personales a sus intercambios con el mundo. Luego el juego y más tarde el arte, mantendrán viva esta matriz de procesamiento en la que, por medio de la imaginación, toman forma las mociones subjetivas al entramarse en la retícula que la cultura nos ofrece.

Siempre resulta conmovedor el momento en el que lo condensado en un síntoma, una significación concreta y congelada, reticente a abrirse hacia la exploración de nuevas perspectivas, comienza a manifestarse en el devenir asociativo. Pasando así de lo que Hanna Segal (1991) bautizó como una ecuación simbólica, a la dinámica más creativa de la función simbólica.

¿Podríamos considerar a la constitución del síntoma como un acto creativo? En cierto sentido sí, aparece algo nuevo, pero la creatividad misma termina alienada, su arquitecto es un yo cuestionado, que intenta una solución de compromiso para congelar lo que, de seguir su curso, amenaza con desbordarlo. En la función simbólica, en cambio, el yo se encuentra libre para explorar, y el juego o la asociación libre es una genuina creación al servicio de las propias necesidades de procesamiento.

El psicoanálisis se construye en torno a la intención de modificar el curso de la repetición. ¿Su método?: un juego de cierto riesgo, expuesto a lo que surja, abierto a la creación-encuentro de nuevos significados. Del confinamiento a la apertura, de la ecuación a la función simbólica, del síntoma a la asociación libre, movimiento nunca acabado, siempre en camino de ser logrado. La superposición de dos zonas de juego, un espacio para crear.




 
Compartir
 
Bibliografía
 

Pontalis, J. (1978) Entre el sueño y el dolor. Buenos Aires. Sudamericana.
Segal, H. (1991[1995]) Sueño, fantasma y arte. Buenos Aires. Nueva Visión.
p Espinosa, R. y Tagle, A (2000) Reflexiones acerca del método de la asociación libre        y sus efectos sobre el funcionamiento mental. Buenos Aires. Colegio de Psicoanalistas.
p Winnicott, D.(1952[1990]) “Carta a Roger Money-Kirle del 27 de Noviembre de 1952”, en El gesto espontaneo. Buenos Aires. Paidós.
Winnicott, D. (1963[1981]) “La comunicación y la falta de comunicación como conducentes a estudio de ciertos pares antitéticos”, en El proceso de maduración en el niño. Barcelona. Laia.
Winnicott, D. (1963[2011]) “Desarrollo de la capacidad para la preocupación por el otro”, en Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires. Paidós.
Winnicott, D. (1988[1993]) “Establecimiento de la relación con la realidad externa”, en La naturaleza humana. Buenos Aires. Paidós.

subir