Me toca hoy la inusual circunstancia de presentar un segundo libro consecutivo de Yago. En 2011 formé parte de la mesa que presentó “Más allá del malestar en la cultura” y hoy me toca formar parte de ésta. Es un privilegio que le agradezco porque sé que está basado en la amistad y el respeto mutuo. También tuve el placentero trabajo de leer el borrador y comentarlo con él. Así que por ser amigos leí dos veces este libro, en dos versiones algo diferentes y doy fe de que ésta es la mejor.
Hace ya siete años dije respecto del anterior que era un libro político. Lo mismo afirmo sobre “Paradigma borderline”. Un libro que habla de política, de los quehaceres de la polis y el lugar del psicoanálisis en ella. Los textos de Yago proponen una lectura política de la praxis analítica, al tiempo que reconocen esta praxis como resultante de condiciones económicas, sociales, políticas y culturales.
Indudablemente se trata en este libro de un desarrollo bastante sistemático de ideas que vienen madurando hace mucho tiempo en el pensamiento del autor, cabría pensarlo también como la segunda parte del anterior, el cumplimiento de promesas formuladas en él, una mirada clínica más minuciosa, una disección teórica de “lo actual” en su polisemia.
Una breve aclaración acerca del “bastante sistemático”. Quiero decir que el libro aspira a construir una teoría consistente del psicoanálisis en situación, el psicoanálisis de la “Galaxia Zuckerberg”, de las redes sociales y los espejos negros. Sin embargo también es una yuxtaposición de artículos con su propia interlocución, lo que hace del libro un mosaico armónico de miradas ligeramente divergentes.
Prueba de este desarrollo teórico que el libro produce es lo siguiente:
Uno de los capítulos de Más allá… se titula: “Todos somos borderline”, como conclusión de un análisis de Lisbeth Salander, la antiheroína de la saga Millenium de Stieg Larsson, muy en boga por entonces. Esa frase provocativa anunciaba hace siete años el título que hoy nos reúne. No sólo somos todos borderline sino que esa configuración psíquica se ha convertido en el paradigma de la socialidad contemporánea. Ya no es una mera constatación estadística sino un modelo para comprender el modo de vivir, gozar, padecer, de nuestro tiempo.
Los textos rastrean sus fundamentos, en primer término, en la temporalidad de la época. Acompañándose entre muchos de Berardi, Virilio, Aulagnier y su amado Castoriadis, Yago concluye que la aceleración y vertiginosidad de los ritmos destruyen el acontecimiento, como diría Walter Benjamin destruyen la experiencia, que precisa de tiempo y trabajo psíquico para inscribirse. Entonces, si en el libro anterior acentuaba la destrucción del lenguaje y por ende del afecto, en éste define “El Gran Accidente”, destructor de lazos y certezas, del orden patriarcal y las neurosis clásicas, y creador, al mismo tiempo, de nuevas subjetividades, líquidas y efímeras. Destrucción y creación se articulan en ese concepto como facetas inseparables de la vida.
Freud pensó con el modelo de la histeria e inventó el complejo de Edipo, Deleuze y Guattari pensaron con el modelo de la esquizofrenia y escribieron El antiedipo, Yago piensa con el modelo del borderline y escribe este libro.
La ventaja del significante borderline, denostado por la perspectiva más estructuralista de cierto lacanismo, es que trabaja en las fronteras, en los territorios de transición, entre capas de organización y discriminación psíquicas y otras de pérdida completa de los límites, fuente de angustias irrefrenables. Así es que el subtítulo propone un espectro que va de la extinción del deseo al vértigo frente a lo ilimitado, de la afánisis al ataque de pánico, formas extremas de presentación de buena parte de los pacientes en las consultas.
Tal vez nos veamos tentados a encontrar un tinte nostálgico de tiempos mejores, aquellos en que el método freudiano fue gestado y a la esperanza heroica de la cura definitiva de las neurosis. Hoy ya no cabe restringirse a las herramientas que nos han legado sino que debemos inventar nuevas, como hace Yago en los ejemplos clínicos que aporta. No obstante, y recordando que el libro es un gesto político, lejos de lamentar que los pacientes ya no son como los de antes, la propuesta es acompañar con imaginación (liberar la imaginación radical) las condiciones en que ejercemos nuestro arte. El libro es un manifiesto esperanzado y una convicción de que el trabajo que hacemos es más necesario que nunca para contribuir a que la vida sea un lugar habitable y que sea posible preservar la alegría ante circunstancias adversas.
Hace unos días llegó a mis manos un artículo publicado en el diario italiano La Stampa de Torino, que comparaba las dos grandes novelas distópicas del siglo XX. George Orwell, en 1984, suponía que la civilización moderna sería destruida por el miedo, en particular el de ser vigilado y controlado psicológicamente por el Gran Hermano. Yago le dedica un capítulo de su libro anterior y algunas referencias en éste.
Aldous Huxley, en cambio, en Un mundo feliz, imaginaba que la ruina de la humanidad llegaría de la mano de las cosas que nos gustan y nos divierten, porque el entretenimiento es un instrumento de control social más eficiente que la coerción. El soma, la droga de la felicidad, era la mejor recompensa para una vida desprovista por completo de afectos. El artículo sostiene que esta última es la que fue capaz de predecir con más precisión la evolución de la sociedad occidental. La prueba es que en 2016 la industria del entretenimiento generó más del 1,5 % del PBI argentino. Asimismo el narcotráfico genera más del 1 por ciento del PBI global, a lo que deberían agregarse los psicotrópicos legales. Los “quitapenas” son el primer recurso para hacer frente a la angustia. Si Yago decía que somos todos borderline, podemos afirmar con estas cifras que todos somos adictos, de sustancias o de pantallas, lo mismo da.
Diría que este libro, sin nombrarlo, también se inclina a pensar como Huxley. El imperativo al goce ilimitado (just do it) y al consumo frenético de las distracciones, del entretenimiento, de las drogas y el alcohol, es un instrumento de sometimiento mucho más eficaz que la brutalidad del poder despótico. Todos somos vigilados pero mientras consumamos seremos dóciles corderos. El miedo es reemplazado por la insatisfacción y la promesa del objeto inalcanzable es la zanahoria que nos hace seguir tirando del carro.
Ante ello Yago opone una clínica que no esté centrada en la repetición y para eso propone añadir a la tríada freudiana de recuerdo, repetición y elaboración un concepto crucial: la creación. En ella se sostiene una función que considera fundamental para el procesamiento de las vivencias traumáticas como es la figurabilidad, la capacidad misma de representar, que se encuentra gravemente disminuida por la saturación de imágenes y la velocidad en que aparecen y desaparecen.
Un recorrido por los límites, la prohibición y la interdicción lo conduce a la búsqueda de los fundamentos pulsionales, más aún, a la misma articulación de la pulsión. Pretensión metapsicológica que lo lleva a definiciones audaces y cuestionamientos a la doctrina consagrada. Es el caso de la definición de la pulsión de muerte como “antipulsión”.
En las reuniones habituales de los jueves en el Colegio de Psicoanalistas hemos tenido ocasión de debatir y disentir sobre este punto y algunos otros. Con esto quiero destacar que mi comentario sobre el libro no es el de un lector complaciente, sino más bien de un interlocutor crítico, que no elude la polémica pero reconoce el valor transformador y dinámico de las posiciones que el libro sustenta.
Por supuesto, mi comentario no pretende resumir el contenido del libro, no es un despliegue del índice que, a la manera de los Lerú que usábamos en el secundario en tiempos en que Internet ni siquiera era imaginable, ni de sus versiones contemporáneas como el “Rincón del vago”, ahorre la lectura de un texto complejo, pleno de referencias provenientes de campos diversos y de apelaciones a la experiencia viva de la clínica. Lo importante es que esta mesa sea capaz de transmitir la necesidad de leer –y, sobre todo, comprar- el libro entero, que es testimonio de un autor ambicioso que intenta encontrar los caminos de una clínica psicoanalítica desamarrada de los lastres de doctrinas bendecidas y se arriesga a emprender una marcha balizada por el pensamiento contemporáneo y los problemas que aquejan a quienes nos consultan.
Una aproximación más personal: Yago es un amigo de la madurez. No compartimos vivencias juveniles, que son las que suelen forjar las amistades más intensas, pero hemos ido construyendo esta amistad en la conversación frecuente, la confianza y el humor. Esta proximidad me permite presentar, a quienes no conocen bien a Yago, un aspecto que me resulta admirable de su personalidad.
La solapa del libro nos muestra a un señor que toma tranquilamente un café en algún lugar del mundo, tal vez un mercadillo madrileño, o una boquería catalana, con una sonrisa que parece indicar savoir faire con el disfrute. Un tipo tranquilo, con la sonrisa siempre lista. Pero conociéndolo un poco más aparece su faceta de trabajador obstinado, capaz de llevar adelante emprendimientos como el periódico digital “El psicoanalítico” o el sitio “Magma”, tareas que imagino ciclópeas, en medio del torbellino del consultorio y matizadas por viajes y conferencias por todos lados. Me ha confesado que para él la escritura es imprescindible, que su deseo íntimo sería dedicarse a escribir todo el tiempo, porque siempre está dispuesto a pensar sobre los temas más “actuales”.
Y aquí tenemos el resultado de esa pasión y potencia de trabajo: este libro jugoso que además, para quienes solemos leer e-books, es un objeto bello, que nos hace disfrutar de manipularlo y no olvidar la caricia del papel en las yemas de los dedos con la posibilidad de abrirlo al azar para encontrar siempre alguna idea inspiradora.
[*] Texto leído el 21-04-2018 en ocasión de la presentación del libro en Dain Usina Cultural, Buenos Aires.
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