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Durante siglos, las mujeres quedaron excluidas formalmente de la educación y principalmente de la producción de conocimiento legítimo. En la Grecia Antigua estaban excluidas de la vida pública y, con ello, inhabilitadas para la educación y el ejercicio de la ciencia: la actividad política y cultural quedaba en manos de los ciudadanos atenienses. Las únicas capaces de recibir educación y ser instruidas en las ciencias eran las hetairas (cortesanas), casi todas extranjeras. En la Edad Media – donde la ciencia estaba al servicio de la religión, dedicada a justificar dogmas teológicos – los monasterios eran la única vía de acceso a la cultura y a la educación que tenían las mujeres, aunque únicamente las hijas de los señores feudales contaban con este privilegio. Sin embargo, en el siglo XI, los monasterios mixtos fueron suprimidos y las mujeres fueron perdiendo paulatinamente esa vía de estudio.

Si bien en la Edad Media surgió la Universidad, ésta constituía un ámbito exclusivamente masculino y continuó siendo así hasta el siglo XIX y en algunos países hasta el XX. Más allá de la raza, el credo o el mérito, a todas las mujeres, sin otra razón que por su sexo, se les prohibió estudiar en las universidades europeas desde su surgimiento en el siglo XII hasta ya entrado el siglo XIX. Sin embargo, Italia constituyó una excepción ya que les permitió no sólo estudiar sino también enseñar en sus universidades.
En el Renacimiento con la revolución científica, fueron apareciendo distintas instituciones de producción de conocimiento donde encontraron espacios de participación. Las primeras de éstas fueron las cortes de los príncipes donde sólo las mujeres de clase alta tenían acceso. También los talleres artesanales constituyeron ámbitos donde se practicaba la astronomía y la entomología. De esta manera, hijas y esposas de artesanos podían participar como aprendizas y trabajadoras.

En los siglos XVI y XVII surgen los salones y círculos científicos que constituyeron instituciones intelectuales dirigidas exclusivamente por mujeres. Si bien esto significaba un gran avance en materia de participación femenina, el hecho de que ésta no estuviese legitimada contribuía a mantenerlas en la periferia de la ciencia. La ciencia oficial era aquella que se producía en las Academias Científicas, ámbito exclusivamente masculino que contribuyó a la aparición de la ciencia moderna y su institucionalización, momento desde el cual la actividad científica se convirtió en una profesión vedada expresamente para las mujeres.

La caída del viejo orden (el sistema gremial de producción artesanal y privilegio aristocrático) en el siglo XIX les cerró el acceso informal a la ciencia. La profesionalización de esta última (proceso gradual desde hacía dos siglos) y la privatización de la familia, constituyeron dos sucesos cruciales para ellas. Con la polarización de las esferas pública y privada, la ciencia emigró hacia la esfera pública de la industria y la universidad, mientras que la familia se trasladó a la esfera privada del hogar. Asimismo, las instituciones científicas -como academias, universidades e industrias- comenzaron a estructurarse sobre la concepción de que los científicos debían ser hombres con esposas en casa que cuidaran de ellos y sus familias. Como consecuencia, a las mujeres le restaron dos opciones para continuar una carrera científica: estudiar en las universidades – que si bien comenzaban a admitirlas, la mayoría de ellas encontraba serias dificultades para acceder a la enseñanza universitaria – o bien continuar participando como “asistentes invisibles” de sus maridos, padres o hermanos científicos en el ámbito privado.
Ya en el siglo XX, la ciencia deja de ser una actividad individual ejercida con recursos propios y se transforma en una actividad colectiva desarrollada en el ámbito universitario, en la industria y en los centros de investigación estatales. La discriminación formal hacia las mujeres comienza a ceder y éstas van ganando terreno en el ámbito científico especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando comienzan a ponerse de manifiesto de manera progresiva las barreras institucionales y socio - psicológicas que habían obstaculizado su acceso, como así también los mecanismos explícitos e implícitos de discriminación (Fernández Rius, 2006).


Mecanismos implícitos de segregación y discriminación

Si bien hoy en día la exclusión por razón de sexo no existe de un modo explícito y formal en las instituciones científico - tecnológicas occidentales, aún persisten mecanismos implícitos e informales de segregación y discriminación hacia las mujeres, que dan lugar a una subrepresentación femenina en las llamadas “ciencias duras” y en puestos de decisión y poder en el sistema científico. La menor cantidad de éstas en carreras científico - tecnológicas y su escasez en puestos jerárquicos funciona como síntoma de una problemática de género que se da por igual en países con diferente desarrollo socioeconómico, con independencia del nivel de recursos en ciencia y tecnología, e inclusive en aquellos que tienen una legislación novedosa en materia de equidad de género (Estébanez y otros, 2003).

Las mujeres soportan formas encubiertas de discriminación y microdesigualdades en el campo de la formación, investigación y práctica científico – tecnológica. Las microdesigualdades constituyen comportamientos de exclusión que parecen insignificantes y que por ello pasan desapercibidos – inclusive para las propias mujeres que los padecen – pero que contribuyen a crear un entorno hostil que las disuade de ingresar, permanecer o ascender en carreras científicas y tecnológicas [1].
Una vez que las mujeres se han integrado a los ambientes científicos y académicos, deben pasar por una serie de obstáculos entre los que encontramos barreras internas y externas, segregación territorial y jerárquica, desigualdad salarial y minorización, entre otros (Maffía, 2008). Entre las barreras internas podemos mencionar la falta de modelos de identificación, ya que la mayoría de las científicas atribuye su decisión vocacional y su inspiración para la carrera a maestros varones, debido a la dificultad de conformar equipos de investigación con mujeres. Esto hace que se refuerce el estereotipo con respecto al género. Entre las barreras externas encontramos que las científicas internalizan los valores masculinos en el mundo laboral y no problematizan la desigual distribución del trabajo doméstico.

Los mecanismos informales de segregación que funcionan en el ámbito científico son básicamente de dos tipos: segregación territorial u horizontal y segregación jerárquica o vertical. Se entiende por segregación territorial u horizontal al mantenimiento de una división en el mercado laboral que produce la mayor concentración femenina en sectores de actividad que tienen menor consideración social y en general, peores condiciones de trabajo. De esta manera, las mujeres quedan relegadas a disciplinas y tareas concretas marcadas por el sexo, produciéndose la feminización de carreras y trabajos que se consideran rutinarios, y a los cuales se les atribuye menor valor justamente por ser realizados por mujeres. Paralelamente, se mantienen obstáculos que impiden que éstas ocupen posiciones en ámbitos considerados masculinos, como el desarrollo tecnológico y las ciencias duras (Pérez Sedeño, 2000, 2005).

La segregación jerárquica o vertical, también llamada “techo de cristal”, hace referencia a la existencia de límites en las posibilidades de ascenso de las mujeres. Supone barreras invisibles en tanto no existen leyes ni códigos manifiestos que les impongan limitaciones. Pero si bien estas barreras no producen su exclusión formal de la ciencia, sí producen su subestimación fuera de los ámbitos tradicionales, dificultando con ello su desarrollo profesional. A pesar de que se registra una democratización en el acceso a distintos puestos de trabajo, los lugares de jerarquía y autoridad siguen siendo mayormente patrimonio de los varones (Pérez Sedeño, 2005, Guil Bozal, 2006). La importancia de ocupar un lugar jerárquico en la carrera de investigación supone no sólo reconocimiento académico, sino autonomía en la elección de la línea de investigación y en el manejo de fondos (Kohen y otros, 2001).

La segregación jerárquica se pone en evidencia en la escasez de mujeres en puestos de poder y posiciones destacadas, en la disparidad en la distribución de jerarquías con los mismos antecedentes y en el predominio femenino en puestos administrativos. Esta situación de discriminación responde a obstáculos provenientes de modelos tradicionales, estereotipos, creencias y mitos que tienen lugar dentro de las comunidades científicas, de la familia, la educación y la sociedad en general (Guzmán Cáceres y Pérez Mayo, 2005). Entre estos obstáculos encontramos la puja entre las demandas laborales y las familiares. La mayoría de las veces, la situación familiar incide sobre la vida laboral de la mujer científica, ocasionando su permanencia en un puesto de menor importancia porque demanda menos cantidad de horas y de esta manera, le permite conciliar su trabajo con las tareas de madre y esposa. Como consecuencia, el hecho de que realicen tareas de menor importancia y con menores chances de promoción hace que tengan menos posibilidades de capacitación a lo largo de su vida laboral para poder aspirar a puestos más importantes.

Sin embargo, muchas mujeres que se desempeñan en ramas científico - tecnológicas y que han conseguido ocupar puestos jerárquicos no reconocen la existencia de microdesigualdades en el ámbito laboral ni haber sufrido discriminación de género. Por el contrario, perciben las barreras y renunciamientos a lo largo de su carrera profesional como dificultades personales y no como obstáculos externos que manifiestan la ideología de género imperante en nuestra sociedad (Kochen y otros, 2001). La negativa a interpretar las barreras en sus carreras como obstáculos vinculados a su condición de género refuerza la presunta neutralidad del sistema científico e impide crear lazos de solidaridad con otras mujeres.


Algunas reflexiones finales

Muchos científicos, e inclusive muchas científicas, consideran que el escaso número de mujeres en las disciplinas científico - tecnológicas y en los puestos jerárquicos responde a decisiones personales o a la falta de capacidad, dedicación o compromiso (Kochen y otros, 2001). Las excepciones de científicas que lograron ocupar puestos de prestigio refuerzan esta idea en vez de visibilizar la existencia de barreras que producen segregación territorial y jerárquica.

Sin embargo, para revertir la situación de escasez de mujeres en carreras científico - tecnológicas y en puestos jerárquicos, no basta con la adopción de medidas especiales tendientes a aumentar la masa crítica de investigadoras porque el aumento en el número no se traduce en una participación equitativa y en la eliminación de los prejuicios y valores asociados a los estereotipos tradicionales de género. Lo que se necesita son modificaciones profundas en los contenidos y estructura de la ciencia, en las prioridades de investigación, como así también en varias instancias sociales íntimamente relacionadas, como la educación, la cultura, la vida doméstica y su relación con la profesión, entre otras. Por supuesto que estas modificaciones no suponen simplemente cambios al interior de las instituciones sino que requieren transformaciones en las significaciones que orientan, empapan y animan a la sociedad, en pos de abolir la situación de subordinación y opresión que viven las mujeres en diferentes órdenes sociales.

Asimismo, es sumamente importante que las científicas sean conscientes de los mecanismos informales de exclusión y discriminación, ya que la “falta de sensibilidad al sesgo de género impide la gestión colectiva de demandas de acción afirmativa para subsanar esa brecha” (Maffía, 2008). Como bien señala Londa Schiebinger (1999), las mujeres no deberían esperar triunfar felizmente en una empresa que en sus orígenes estuvo estructurada para excluirlas. Por consiguiente, se necesita que las científicas reconozcan la existencia de microdesigualdades en el terreno científico - tecnológico para que puedan constituirse en un colectivo capaz de impulsar acciones desde el interior mismo del sistema científico tendientes a revertir esa situación de discriminación.

 
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Notas
 
[1] McGregor, E. y Harding, S. ¿Las ciencias en manos de quién?”, en UNESCO, Informe Mundial sobre Ciencia, Parte 3, 1996, citado en Kochen y otros, (2001).
 
Bibliografía
 
Estébanez, M., De Filippo, D. y Serial, A. (2003). La participación de la mujer en el sistema de ciencia y tecnología en Argentina. Proyecto Gentec. Grupo Redes. Documento de trabajo N° 8.
Fernández Rius, L. (2006). “Género y mujeres académicas: ¿hasta dónde la equidad?”. Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica, pp.55-65. Pérez Sedeño, E., Alcalá, P., González, M., de Villota, P., Roldán, C. y Santesmases, M. (coordinadoras). Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Guil Bozal, A. (2006). “Barreras al desarrollo profesional de las mujeres en la universidad”. Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica, pp.99-110. Pérez Sedeño, E., Alcalá, P., González, M., de Villota, P., Roldán, C. y Santesmases, M. (coordinadoras). Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Guzmán Cáceres, M. y Pérez Mayo, A. (2005). “Epistemologías feministas: hacia una reconciliación política de la ciencia a través de la filosofía y la teoría de género”. Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica, pp.635-652. Blázquez Graf, Norma y Flores, Javier (ed). México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México.
Kochen, S., Franchi, A., Maffía, D., Atrio, J. (2001). La situación de las mujeres en el sector científico tecnológico en América Latina. Principales indicadores de género. Madrid, Organización de los Estados Iberoamericanos (OEI).
Maffía, D. (2008). “Carreras de obstáculos: las mujeres en ciencia y tecnología”. Conferencia VII Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Género, La Habana, 18 al 22 de febrero. Disponible en http://dianamaffia.com.ar
Pérez Sedeño, E. (2000). “¿El poder de una ilusión?: Ciencia, Género y Feminismo”. Feminismo: del pasado al presente, pp.103-116. M. T. López de la Vieja (ed.), Ediciones Universidad de Salamanca.
Pérez Sedeño, E. (2005). “Una ciencia, ¿de quién y para quién?”, Revista electrónica Ciencias N° 77, enero-marzo, pp. 18-26. Disponible en http://www.ejournal.unam.mx
Schiebinger, L. (1999). Has feminism changed science? Cambridge, Harvard University Press.
Van den Eynde, A. (1994). “Género y ciencia, ¿términos contradictorios? Un análisis sobre la contribución de las mujeres al desarrollo científico”. Revista Iberoamericana de Educación, N°6, septiembre-diciembre. Disponible en www.oei.es
 
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