Poemas de erotismo y muerte de Stella Díaz Varín (*) y de Charles Baudelaire (**)

La poetisa chilena Stella Díaz Varín y el gran escritor francés Charles Baudelaire nos deleitan con sus poesías acerca de la muerte y el erotismo...

Selección de Diego Venturini
diegoventurini@elpsicoanalitico.com.ar

Stella Díaz Varín (*)

VIII (Los dones previsibles) (1)

Me han quitado la sombra
El canto de los pájaros
La bien amada sombra de las alas
Tutela dulce
A mi dolida resistencia.
Otras voces requiebran sus agujas
en la reminiscencia de la piedra.

Pero el oído escucha
Y el ojo y la piel
Tienen su voz secreta
Su táctil llamarada
Me devuelve el sentido
Y hay un severo manantial
De paredes poderosas
Dentro de mi más hondo manantial
Donde
Todo lo que en el aire vibra
O huele o fulge o agoniza
Me nutre y se filtra y acentúa.

Execración de la materia (Razón de mi ser) (2)

Crujiente, errante en medio del camino,
con la cruz abatida de mis brazos
caídos del altar de mi costado.
Sola y herida en medio del camino,
como un roble azotado en la tormenta,
sin la primera posesión del agua,
sin el último beso de la espera.

Sola, como en el páramo,
con la inquietud de quien nada desea,
sin la inquietud de tu primer quejido,
viendo de las entrañas de los cardos
salir palomas, penetrar distancias;
viendo la cabalgata silenciosa,
fantasmal de las garzas emigrantes-

Cómo se desperezan mis serpientes,
ay, mi selva interior, cómo me llama.

Quiero, aunque herida y azotada y breve,
un descanso de flores en la cripta
sin el último hedor de una osamenta
y con la fuente abierta del espíritu.

Basta de la materia sin estirpe
que el ídolo de oro, siempre es barro.
Nunca produjo en mí, llanto de histeria
profundo anhelo ni emoción profunda.

Quiero quedarme así, como fui siempre,
con el delirio de alcanzar la Hostia,
sin la profundidad de mis cavernas

por lo tanto, sin ruidos y sin voces.

Sin la profanación de tu mirada
que horada vientres a la distancia.
¿Es que tiene límites la idea
y el ansia puede conquistar el ansia?

Quiero dejarme estar, aunque me azote
la tempestad de tus orgías, cuántas,
ya no recuerdo, cuántas veces fuiste
el despreciado espectro del deseo
en mi sueño, en mis ojos, en mis manos.

Ahora, ya no temo.
Tengo de bronce puro mis colinas, y el alma,
con su túnel de misterios donde podría
cobijarse tanto
Se me ha ido esta noche, al presentirte.

Por último, la roca ¿no es feliz
en su engranaje solitario y verde,
no la acarician las espumas pálidas
con su lengua infernal de sal y hierro?
Y ella, ¿no está llorando sabias lágrimas?
¿Alguien la ha visto darse a las espumas?
Nadie.

Charles Baudelaire (**)

«Destrucción»

«El demonio se agita a mi lado sin cesar;

flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento cómo quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma, conocedor de mi amor al arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiales pretextos hipócritas
acostumbra mi gusto a nefandos placeres.
Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, al centro
de las llanuras del hastío, profundas y desiertas,
y lanza a mis ojos, llenos de confusión,
sucias vestiduras, heridas abiertas,
¡y el aderezo sangriento de la destrucción!

«La metamorfosis del vampiro»

«La mujer nos decía con su boca de fresa,
ondulante, acechante, entre sierpe y tigresa,
los senos oprimidos a punto de estallar,
estas palabras que ella dejaba resbalar:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
que en el fondo del lecho diluye la conciencia.
Enjuga todo llanto la gloria de mis senos
que hacen reír a los viejos igual que a niños buenos.
¡Y soy para quien sepa contemplarme sin velos
la luna, y soy el sol, las estrellas, los cielos!
Tan docta soy amando, queridos sabihondos,
cuando un hombre aprisiono en mis brazos redondos
o cuando a sus mordiscos abandono mi pecho,
frágil y libertina a la vez, que en mi lecho,
gustador del deleite que raya en frenesí,
hasta los mismos ángeles se perdieron por mí.”
Cuando toda la médula succionó de mis huesos,
y sobre ella rendido quise darle mis besos,

advertí que en sus flancos —todo fue en un momento—
resbalaba un humor viscoso, purulento.
Cerré entonces los ojos de frío y de terror,
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, y en lugar del maniquí gozado
que parecía haberse ya de sangre saciado,
temblaba un esqueleto, produciendo un crujido
como el de esa veleta que da un agrio chirrido,
o el rótulo hecho trizas del umbral del infierno
tremolando en el viento de una noche de invierno».

(*) Poemas extraídos de los libros: Los dones previsibles y Razón de mi ser, de la poeta chilena Stella Adriana Díaz Varín, también conocida como La Colorina (La Serena, 11 de agosto de 1926-Santiago, 13 de junio de 2006).

(1) Los dones previsibles, de Stella Díaz Varín, Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 1992 (

2) Razón de mi ser, de Stella Díaz Varín, Editorial Morales Ramos, Santiago de Chile, 1949

(**) Selección de poemas extraídos del libro: Las flores del mal, autor: Charles
Baudelaire, Edición original de 1300 ejemplares, Paris 1857. Edición usada en
este caso: Las flores del mal, de Charles Baudelaire, Editorial Claridad, Buenos
Aires, 1994.

Diego Venturini

Licenciado y Profesor en Psicología (USAL)
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