Hamacas congeladas
Son las diez de la noche. Recibo un mensaje del papá de mi hija: me quedé sin remeras, ¿Podrías traer una? Si no, mañana temprano busco.
Estoy sola en casa. No hice ejercicio en todo el día. Me regalaron una campera abrigadísima y glamourosa que no estrené. Decido caminar las diez cuadras de distancia.
Soy la única persona sobre la Avenida Vieytes. Todo encuentro, todo desencuentro ocurre atrás de las ventanas iluminadas.
Miro el celular, nuevo mensaje del papá de Olivia: ya nos fuimos a dormir, dejá la remera el lavadero que está abierto.
Paso por la plaza vacía. Las cuerdas de las hamacas están congeladas. Toda la quietud del pueblo está ahí contenida. Hasta mañana los subibajas van a estar hacia el mismo lado en quedaron la última vez que una niña jugó ahí.
Saco el alambrecito de la reja que tantas veces desenrosqué. El jardín está distinto, aunque hay dos toallas estiradas en las sillas. ¿Alguien más sabrá de aquella maña de mi vieja casa?
Estoy a punto de llegar al lavadero, pero antes, su ventana.
Entonces la veo. Acurrucada hacia un costado, dormida, bañada, su cuarto ordenado.
Solamente puedo ver.
Hay deseos que están a un paso, pero es imposible cumplirlos sin romper una paz que queremos cuidar. Por ejemplo, abrir la puerta, acompasarme en su latido, escuchar la calma de su respiración, sentir el aroma a Johnson, darle un beso, decirle muy despacito que la quiero y volver a mi nuevo hogar.
Yo me ocupo
Para nuestro primer cita
quedamos en ir al teatro
yo me ocupo de las entradas, dijiste
y así empezó nuestra obra
Ahora ese yo me ocupo
fundador
es un amén
un así sea
calma y confianza
cada vez que Oli
se queda en tu casa
–la casa de ustedes–
y yo me quedo acá
la casa nuestra.