arte-vilo-faltan-historias

Arte

Faltan historias.

Por Lautaro Vilo

lautavilo@gmail.com

Escritor, director teatral, actor, traductor y maestro de dramaturgia. Profesor en la Maestría de Dramaturgia UNA, en la Universidad de Quilmes y en UADE. Dicta talleres privados de escritura y de lectura de la obra de William Shakespeare.


Un recorrido por las diversas formas del cuento de la mano de Piglia y una revelación durante una clase respecto de la necesidad y función de las historias.

home

En su clásica “Tesis sobre el cuento”, Piglia enseña que todo cuento narra siempre dos historias: el relato visible (1) y el relato secreto (2). Luego, define las dos formas dominantes del género: el cuento clásico y el cuento moderno.

Para la primera, señala como ejemplo las narraciones de Poe y Quiroga, en las que se narra en primer plano la historia 1 mientras se construye y aparece cifrada a lo largo de la misma la historia 2, la cual se revelará al final. Así, en “El almohadón de plumas”, seguimos la incomodidad creciente de una mujer recién casada, quien padece una fuerte influenza de la que no se repone y que la lleva a quedar postrada -sin recibir nunca a partir de ahí una respuesta médica convincente-, por la cual padece alucinaciones monstruosas, dolores y debilidad hasta que fallece. Al final del relato, descubrimos junto al viudo y su sirvienta, la existencia de una alimaña, una “bola viviente y viscosa”, cuya boca apenas se distingue, que -sin que nadie lo supiera- estaba dentro del almohadón de plumas que usaba la finada durante su convalecencia. Quiroga indica también la manera en que había progresado la alimentación del horroroso bicho: mientras el almohadón era removido, la alimaña había tenido períodos de ayuno, pero una vez que la mujer no se levantó más, se negó a que le tocaran la cama y removieran su almohadón, – hecho que en el cuento se menciona al pasar, como un comportamiento propio de su decaimiento-, la succión de la alimaña fue imparable y, tras cinco días de chuparle la sangre por una mordida a la altura de las sienes, este “parásito de las aves” había adquirido una proporción enorme. Las historias 1 y 2 confluyen en la advertencia inquietante que cierra el cuento: “la sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma”.

El cuento moderno, en cambio, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada para trabajar en la tensión entre esas dos historias sin resolverla nunca, contando la historia secreta de un modo cada vez más elusivo. Desprovisto del gesto clásico de contar una historia anunciando que hay otra, cuenta las dos historias como si fueran sólo la historia 1. El truco y oficio del narrador es aquí el de construir o disponer los elementos de esa historia secreta a partir de lo no dicho, mediante el sobreentendido y la alusión. Por momentos, este tipo de cuentos no parece más que una descripción trivial de algunos hechos, pero el uso de la elipsis parece indicarnos en cada salto, todo el tiempo, la existencia de un relato ausente que debemos construir.

“Mecánica popular”, de Raymond Carver, sucede en el crepúsculo de un día invernal. En el dormitorio, un hombre guarda su ropa en una valija ante la mirada de una mujer que lo insulta y entre llantos le dice que está feliz de que él se vaya. La mujer ve la foto de su hijo, la agarra, sale del dormitorio y, aunque él se la reclama, ella no se la da. Cuando el hombre deja la habitación, ella está en la cocina con su bebé en brazos. Él dice que quiere al bebé, ella se lo niega. Discuten, el bebé llora mientras forcejean por él, cae un florero, él la presiona contra la pared y tuerce los dedos de ella, hasta que ella siente que sus dedos son forzados a abrirse, y que el bebé se le escapa:
“— ¡No! —gritó al mismo tiempo que sus manos cedían.
Ella tendría este bebé. Intentó agarrar al bebé del otro brazo. Lo tomó por la muñeca y se echó hacia atrás.
Pero él no lo soltaría. Sintió al bebé escapándosele de las manos y tiró muy fuerte.
De esta manera, la cuestión quedó resuelta.”

Y ese es el impresionante final del cuento. Sin revelación ni explicación de quienes son estos personajes, cuál es la causa de la separación por la que él “ni siquiera la puede mirar a la cara”, ni cómo llegaron a ese nivel de violencia. No sabemos en dónde sucede la acción ni el nombre de pila de ninguno de ellos. Carver no nos dice cómo quedó resuelta “la cuestión” ni qué manera es “esta manera”: su arte está en incitarnos a imaginar. Toda su estrategia elusiva está al servicio de obligarnos a “completar” la historia 2. El problema es siempre cómo contar una historia mientras se está contando otra.

A estas dos formas dominantes, Piglia le suma la anomalía kafkiana, quién expone al principio de sus relatos el punto de partida de la historia secreta 2: Gregorio Samsa convertido en cucaracha, por ejemplo, sin ningún tipo de explicación, y luego “narra sigilosamente la historia visible, hasta convertirla en algo enigmático y oscuro”. Esa inversión, dice Piglia, funda lo kafkiano. No habrá revelación alguna, y preguntarse por qué fenómeno biológico Samsa es ahora una cucaracha excede los límites del análisis del relato, para entrar en el terreno de la interpretación.

Días atrás, recorriendo esta clasificación en una clase de la Universidad de Quilmes, analizábamos “Un Médico Rural”. Un médico debe ir, en medio de una tormenta de nieve, a atender a un enfermo grave, en un pueblo a 10 millas de distancia. Su carruaje está listo, pero su caballo ha muerto y nadie le presta uno, hasta que su criada descubre a un hombre con dos caballos magníficos metido en una dependencia abandonada de la misma casa del médico. Este hombre presta y prepara los caballos, hace subir al médico al carruaje y golpea a los caballos, que arrancan sin freno, para quedarse en la casa del médico y violar a su criada. El médico sabe que esto va a suceder, quiso oponerse, pero la velocidad de la estampida lo tomó por sorpresa, y mientras se aleja, oye crujir la puerta de su casa, hecha pedazos por los golpes del hombre, para luego hundirse en esa tormenta que confunde sus sentidos. Cuando llega a la casa del enfermo, en un viaje que sin embargo no dura más que un instante, es arrastrado al cuarto del enfermo por sus familiares. El enfermo no parece estar grave, aunque le pide en un susurro que lo deje morir. Al doctor le indigna la reacción del paciente, el llamado en vano, e incluso la aparición providencial de los caballos, fundamentales para cumplir con su deber, tanto como la atención de la familia, que lo retiene ahí, mientras recuerda a su criada, a quién miró como mujer por primera vez antes de partir, y se atormenta pensando en cómo rescatarla, cómo regresar con unos caballos que se han soltado del carruaje quién sabe cómo, y ahora asoman sus cabezas por la ventana de la habitación. Ausculta al paciente y ve que está sano, que lo mejor sería sacarlo de la cama, pero lo deja dónde está, ya que él, piensa, es “un vulgar médico del distrito que cumple con su deber hasta donde puede, hasta un punto que ya es una exageración (…) ¿Qué hago aquí, en este interminable invierno?” Tiene que encontrar la forma de volver y rescatar a su criada.

Cuando quiere irse, la familia lo retiene escandalosamente, hasta que él vuelve otra vez a ver al paciente dispuesto a creer “bajo ciertas condiciones, que el joven quizá está enfermo”. Esta vez, descubre que el paciente tiene una gran herida cerca de la cadera, infectada, poblada de gusanos. Sabe que no podrá hacer nada, pero ve que la familia se alegra de verlo trabajar, cuchichean entre sí, incluso entra gente de visita a verlo trabajar, el joven le pregunta si él lo salvará, “siempre esperan que el médico haga lo imposible”, piensa. En ese momento, más parientes y ancianos del pueblo, empiezan a desvestir al médico, mientras un coro infantil canta: «Desvístanlo, para que cure / y si no cura, mátenlo. / Sólo es un médico, sólo es un médico…»

Una vez desvestido, lo meten en la cama junto al enfermo, del lado de la herida, luego se van y cierran la puerta. A solas con el enfermo bajo el calor de sus mantas, éste le reclama su falta de ayuda, él lo tranquiliza diciéndole que su herida no es muy terrible, aunque “fue hecha con dos golpes de hacha, en ángulo agudo”. Y que “son muchos los que ofrecen sus flancos, y ni siquiera oyen el ruido del hacha en el bosque, ni sienten cuando el hacha se les acerca”. Esa es su palabra de honor de médico, y “puede llevársela al otro mundo”. Luego, junta sus cosas y se escapa, sin siquiera vestirse, montado a uno de los caballos, con el coche apenas agarrado. Azuza a los caballos, pero éstos no dejan de marchar lentamente, mientras escucha el canto burlón de los escolares: «Alégrense, enfermos, / tienen al médico en su propia cama.» Desnudo en la tormenta, sabe que no llegará nunca a su casa, que ha perdido a sus pacientes, que otro ocupará su cargo, y que su criada está a merced de ese hombre horrible. “Medio muerto de frío y a mi edad, con un coche terrenal y dos caballos sobrenaturales, voy rodando por los caminos. Mi abrigo cuelga detrás del coche, pero no puedo alcanzarlo, y ninguno de esos enfermos sinvergüenzas levantará un dedo para ayudarme. ¡Se han burlado de mí! Basta acudir una vez a un falso llamado de la campanilla nocturna para que lo irreparable se produzca.”

Luego de analizar este cuento en esa clase ante la pantalla de la laptop en la que escribo estas líneas, en ese momento dividida en una serie de cuadrados sobre un fondo negro con los nombres de los asistentes, porque la conexión en la zona es deficiente y no permite que uno vea los rostros de los asistentes; luego de señalar la falta de explicación de las muy extrañas conductas de los personajes en el cuento de Kafka, el misterio de sus motivaciones, la curiosa aparición del palafrenero abusador en la misma casa del médico, la voz de un alumno me detiene. No comprende a qué me refiero con lo de la conducta extraordinaria. Insisto en marcar esos elementos, la falta de explicación; él señala que la aparición del hombre con dos caballos tremendos le parece extraña, sí, pero el hecho de que luego quiera violar a la criada no tanto: es otro caso de abuso. Tampoco le parece tan llamativo el comportamiento de los habitantes de ese otro pueblo al que el médico va. “¿O no pasó hace un tiempo, profe, que la gente aplaudía a los médicos a las nueve pero también ponían notas en los edificios los mismos vecinos, con insultos, diciendo que si no se iban del edificio los sacaban a trompadas? ¿O el otro día, que se juntaron a quemar barbijos?” Le parece un cuento moderno, con sus zonas de indeterminación y sus elipsis, quizás un poco más “retorcido”, pero eso es todo. Extraña revelación de la clase, a pesar de la distancia y la pantalla en negro: el relato kafkiano como crudo costumbrismo pandémico. Ya conocíamos la analogía de lo kafkiano y la burocracia, pero esto va más allá. La relación que hace el alumno con la realidad narrada en los medios me parece sorprendente y abrumadora.

A partir de ahí, discutimos los relatos que nos atraviesan, noticias en las que los comportamientos sociales se acercan en ferocidad y gratuidad al universo del cuento. Al fin y al cabo, las noticias también son historias (varias de ellas sólo cuentos), aunque parecen sólo narrar un relato de superficie, se arman sobre determinadas alusiones, hacen foco sobre determinados personajes y comportamientos, con preponderancia de los sucesos más extravagantes, marginales, repulsivos. Medios opositores y oficialistas replican los mismos personajes dándole micrófono y cámara a minorías marginales como si fueran mayorías que ganan la calle (quemadores de barbijos, por ejemplo), para obtener rápido una respuesta emocional. ¿Cómo es que en seis meses no tenemos relatos de otra índole, cómo no hay suficientes relatos de las víctimas, no de los números sino de las personas, de los sufrimientos de los parientes, de la vida del personal de salud, de los héroes de estos momentos, de las resoluciones creativas de tantas personas ante el encierro o el distanciamiento? Al fin y al cabo, ¿cómo llegamos a comprender algo del amor, de la justicia, del heroísmo, de la venganza, de la generosidad o de la muerte si no es a través de las historias leídas, vistas o contadas sobre el amor, la justicia, el heroísmo, la venganza, la generosidad y la muerte? Paradójicamente, en tiempos de multiplataformas, el recorte de experiencia narrativa al que vivimos expuestos tiende a ser cada vez más sesgado, las tecnologías de la información, las redes sociales y el streaming, se articulan para producir un horizonte cada vez más pequeño y adictivo mediante fórmulas que conjugan brevedad e iteración, y en su mayoría replican una misma visión de mundo. Ante este cierre del universo, las historias ayudan a expandir la experiencia, para no quedar atrapados en una sola prosa del mundo. En el futuro, deberemos evitar a toda costa que nos parezca normal, incluso en una historia, despertar una mañana convertido en cucaracha.

Bibliografía:
Carver, Raymond. “Mecánica Popular” en De qué hablamos cuando hablamos de amor, Editorial Anagrama, Barcelona, 1993
Kafka, Franz. Un médico rural, Editorial Vitalis, Madrid, 1998
Piglia, Ricardo. “Tesis sobre el cuento” en Formas Breves, Temas Grupo Editorial, Buenos Aires, 1999.
Quiroga, Horacio. “El Almohadónde plumas” en Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2009

Comentarios cerrados.