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Clínica

Esas raras sesiones nuevas

Por  Florencia Laura Casabella * y Diego Velázquez **

flcasabella@desirsalud.com.ar y diegov915@hotmail.com

(*) Lic. en Psicología – Socia fundadora de Désir Salud. Autora de “Acompañamiento terapéutico: clínica y abordaje” (2016) y “Testimonios de la transferencia” (con Diego Velázquez, 2019)

(**)Lic. en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Profesor Titular y Adjunto UNLZ y UPE. Miembro del Colegio de Psicoanalistas. Supervisor. Autor de “Lo que Lacan y Klein sabían del Otro” (2016) y “La simbolización y la experiencia” (2020)


Se presentan tres escenas de acompañamiento terapéutico y de análisis. Tal como lo han investigado en su libro “Testimonios de la transferencia”, los autores muestran postales donde la transferencia habita contextos y situaciones novedosas.


Según lo que hemos investigado y recopilado largamente en los últimos tiempos, la transferencia trasciende en muchas escenas los límites de los consultorios analíticos. Zonas como el trabajo social, la educación en sus distintas formas, y especialmente el acompañamiento terapéutico, más allá de lo clásicamente observado en la sesión analítica (donde una doxa de la transferencia le es consustancialmente atinente), nos muestran escenarios en los que la transferencia se renueva, late, se hace esquiva o se muestra con todos sus colores. Esto se presenta redoblado en el cambiante contexto actual de atención en pandemia. Lo veremos en tres escenas, dos de acompañamiento terapéutico y una de análisis.

La situación de aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) representó un gran desafío en todos los dispositivos y para todos los profesionales y trabajadores de la salud mental. Los acompañantes terapéuticos no fueron la excepción y también tuvieron que repensar sus formas de intervención y tratamiento de los pacientes.

El acompañamiento terapéutico es un dispositivo que acompaña a pacientes con diferentes problemáticas asociadas a la salud mental y a la discapacidad en sus actividades de la vida diaria, y tiene una función estrictamente terapéutica. Es una “muleta simbólica” que sirve de apoyo y contención para las personas en determinado momento de su vida y que, como toda muleta, tiene la pretensión de dejar de ser utilizada cuando el paciente se encuentre en condiciones de “andar solo”.

En pandemia, la gran mayoría de los pacientes, que recibían ese apoyo en sus hogares o domicilios de internación, empezaron a ser acompañados bajo la modalidad remota a través de los recursos y los dispositivos con los que cuentan: video llamadas, llamadas telefónicas, juegos online. Los encuentros se mantuvieron fundamentalmente a distancia, buscando la forma de sustituir la presencia del acompañante terapéutico a través de la virtualidad.

Actualmente, muchas personas cuentan con acceso a un celular, una computadora, aunque sea un teléfono de línea. Sin embargo, hay muchos pacientes que, ya sea por encontrarse institucionalizados, por falta de recursos económicos o por encontrarse dentro de un grupo etario muy mayor, plantearon un desafío relativo a la posibilidad de mantener el acompañamiento terapéutico bajo la modalidad virtual.

Para ellos, el acompañamiento terapéutico viró hacia la modalidad extramuros. Se sostuvieron los vínculos de los pacientes con sus acompañantes terapéuticos a través de correspondencias, dejando en la puerta de la residencia o la clínica en la cual permanece el paciente, cartas acompañadas de cuadernillos y elementos para que puedan desarrollar las actividades que venían haciendo hasta el inicio de la cuarentena de manera autónoma.

En una supervisión, M. nos cuenta de los desafíos de acompañar a un niño en la “escuela” sin escuela. Los desafíos no son pedagógicos, tal como podría pensarse apresuradamente, sino de inclusión: en las clases virtuales, nadie lo escucha. Y no es porque no hable sino porque, cuando lo hace, su suave vocecita pasa desapercibida entre las de sus compañeros. “¿Y si ponés música cuando empieza la clase? Y antes de aparecer en la pantalla, que se siente algún muñeco”. Desde entonces, todos esperan la entrada de G. al “aula virtual” bajo la incógnita: ¿qué música sonará hoy? ¿Qué personaje aparecerá en la pantalla?

En una residencia geriátrica, L. espera cada viernes la correspondencia: sabe que después del almuerzo llegará el sobre (humedecido por las gotas de alcohol) con el cuaderno en el cual su acompañante habrá completado esa secuencia del cuento que cerró ella el martes pasado. Espera ansiosa saber cómo continuará su propia historia, ese relato que empezó a escribir meses atrás y sin el cual ya no sabe qué día es cuál. Esa correspondencia la mantiene conectada con la vida y es la historia que quiere contar. No hay encuentros presenciales, no hay voces ni miradas; pero están las letras. Y esas letras la salvan. Con esfuerzo empuña la pluma y vuelve a escribir en ese punto donde terminó su AT para entregar el sobre a la semana siguiente y así…

Una de las características más importantes de la modalidad extramuros fue instalar la repetición en la visita, que todas las semanas el acompañante se acercara a dejar la correspondencia para su paciente y retirara la devolución que aquel le hubiese dado, generando un intercambio y una comunicación. Lo más importante y que fue el objetivo del acompañamiento terapéutico en esta cuarentena fue que los pacientes institucionalizados o totalmente aislados por su edad o condiciones preexistentes pudieran mantener el lazo social.

La pandemia del coronavirus constituyó un evento social e histórico inolvidable que enfrentó a la humanidad ante las ventajas y las desventajas de la virtualidad. En lo que respecta al acompañamiento terapéutico, una de las ventajas más importantes de la virtualidad y de la propuesta “extramuros” es la posibilidad de llegar a más lugares, a más personas y en más momentos de su cotidianeidad, acortando distancias y acercando recursos y generaciones.

¿Por chat es lo mismo?

Los primeros días luego del decreto de ASPO, fueron de – diría Piaget – asimilación y acomodación de la nueva situación, tanto social como de trabajo. Así, en la clínica, fuimos descubriendo de qué manera íbamos a continuar trabajando (y si lo podíamos seguir haciendo) con cada paciente.

Francisco, un chico psicótico de 20 años, había realizado una etapa de atención de unos meses, cuando llegó la cuarentena. Ante las opciones, prefirió -sin dudarlo- el chat escrito como modalidad. En ésta, se pudo manejar con más soltura, si bien con pocas palabras, siendo un paciente bastante grave (con síntomas como encopresis, aislamiento en la casa – antes de la pandemia – abandono del secundario y de vínculos familiares). Su madre murió hace años y tiene periódico contacto con su papá; ahora menos por una pelea confusa con la mujer de éste. Se crió con los abuelos paternos; su abuela es la voz cantante y habla por él.

A pesar de este panorama, el chat escrito le permite no sólo abordar, aunque lacónicamente, nuevos temas, pensamientos y emociones, sino que a través de esta etapa empieza clases de guitarra con un profesor que es su vecino y en el que nunca había reparado, a pesar de su pasión por la música. Pasados unos meses, la abuela vuelve a escena (quedó apartada de la intimidad del chat) y reclama al analista: “¿Por chat es lo mismo?”. Siempre algo se pierde, por supuesto, pero sí, se puede trabajar bien, incluso algunas cosas mejor. “No”, contraataca la abuela, “si es lo mismo la plata, si la sesión cuesta igual por chat”. Ante la lógica respuesta afirmativa del analista, la señora responde “No me parece”. El trabajo continúa por unos meses, y se interrumpe hace poco por cuestiones económicas y condensaciones varias, a la espera del cercano regreso de la atención presencial para él. Pero, en todos los sentidos, y para mejor en Francisco, ya nada “es lo mismo”. 

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