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Clínica

Transfiguraciones. Subjetividad y clínica en la pandemia

Por Yago Franco

yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar


Voy intentar realizar una cartografía de la normalidad en la cual hemos estado viviendo antes y a partir de la pandemia; de la subjetividad que las ha acompañado y de las transfiguraciones de ambas y sus consecuencias para nuestro trabajo clínico.


Introducción

Transfiguraciones

Noche transfigurada es el nombre de un cuarteto de cuerdas compuesto por Arnold Schömberg en Viena en 1899, año de publicación de La interpretación de los sueños. No sabemos si Freud alguna vez la escuchó, lo que sí sabemos es de su relación esquiva con la música. A lo largo de las tres partes del cuarteto se produce una transfiguración en sus protagonistas: una mujer – triste y desolada – le confiesa a su amante que está embarazada de otro hombre; luego tienen lugar las sensaciones del hombre al recibir la noticia; y un finalmente éste le brinda aceptación y perdón. La obra fue banda de sonido en un arreglo hecho por Gerardo Gandini   para la película Gracias por el fuego, que dirigió Sergio Renán en 1984, sobre el libro homónimo de Mario Benedetti. En este caso la transfiguración ocurre a lo largo de la tensión entre un padre despótico y su hijo – interpretados por Lautaro Murúa y Víctor Laplace respectivamente -, que termina trágicamente para ambos.

Se trata en estos casos de la transfiguración o cambio de figura de los personajes. Sinónimos de transfiguración son transformación, cambio, modificación, mutación, transmutación, transmudación, metamorfosis, alteración. No encuentro una equivalencia plena entre estos términos.

Si elijo el cambio de figura, es porque el psiquismo es puesta en figuras de las pulsiones, bajo la forma de deseos, fantasmas, pensamientos, afectos, en diversas transcripciones y lógicas. Es en el capítulo VI de la Interpretación de los sueños donde Freud desarrolla la exigencia de la figurabilidad. Entiendo que la figurabilidad es el mecanismo básico del psiquismo y se encuentra antes de la condensación y el desplazamiento. Así, la figurabilidad es la psique misma, o la psique es gracias a la figurabilidad. Transfigurar es, de acuerdo a esto, cambiar de figura. Algo de esto se produce en el análisis de un sujeto. Eso se espera, una transfiguración que lo aleje lo más posible del accionar de las figuras de la pulsión de muerte.

Transfiguración y tragedia

Los protagonistas de las tragedias sufren transfiguraciones. Edipo es un claro ejemplo: de héroe pasa rey y de allí a vagar ciego por el mundo luego de haber desatado – y formar parte de – una desmesura: la hybris ocasionada por Layo al querer desprenderse de quien se le  vaticinó que le daría muerte, que es reduplicada por Edipo. Hamlet se transfigura a lo largo de la tragedia, y su vacilación lo lleva a desatar la desmesura, esclavo tanto de un mandato paterno como también de uno materno. En ambos casos la desmesura ajena impuesta, desata la propia. Quien también sufre una transfiguración es Fausto, como puede observarse a lo largo de la obra de Goethe: a partir de su pacto con el Diablo, primero será un soñador, luego un gran amante, finalmente un apasionado del desarrollo. Fausto es la desmesura misma al concedérsele en el pacto que realiza el cumplimiento de un deseo que no conoce límites y que llevará en su realización a la destrucción de los otros. 

Simpatía por el diablo

“Esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desatado con sus conjuros”, decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista.

El modo de producción capitalista contiene en su núcleo un afán de dominio sobre la naturaleza, los objetos y las personas e instala a la economía en el centro de la vida de los sujetos impulsando la producción y consumo sin límites. Lo hace sin que importen los costos. Así es expresado por Goethe en la última parte de su Fausto.

El pacto fáustico anuda una promesa, con la omnipotencia que anida en el fondo de la psique humana – de allí su eficacia y la dificultad en erradicarlo de la subjetividad. Es un pacto que reniega de la castración. Es a cambio del sometimiento del alma de los sujetos – su psique – a sus imperativos.

Fausto es la tragedia de la modernidad, según Marshall Berman (1). Una tragedia del desarrollo. Que es el sentido central y no interrogado – ni aún por Marx – de los últimos 500 años. Siempre más, desarrollo ilimitado de la producción y el consumo, liberación total de las fuerzas productivas. Así se expresa, así reina en nuestro psiquismo desde entonces, eso es lo normal. Nuestra normalidad ha estado regida por ese deseo. Nuestro principio de realidad es lo que dicho deseo impone. La aceleración constante es una consecuencia del mismo, lo vertiginoso que sabemos que le impone al psiquismo un trabajo imposible. Afecta al yo en su capacidad ligadora ante un exceso creciente de estímulos que agitan su registro pulsional, lo que es también efecto de una normalidad que genera modelos identificatorios inalcanzables.

Para Lukács (2) el último acto de Fausto es una tragedia del desarrollo capitalista en su primera fase industrial. Lo que hoy sabemos, a partir de la depredación ambiental y la fatal combinación de ésta con el encuentro de los humanos con animales que son criados a base de todo tipo de sustancias artificiales, terreno propicio para las zoonosis – origen de la actual pandemia –, lo que hoy sabemos es que la tragedia se ha continuado en sucesivas fases. Antes tuvimos otras tragedias, entre ellas la del nazismo (también una tragedia del capitalismo), y la del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima. Un día como hoy, hace 75 años. Hemos estado asistiendo a un modelo fáustico de desarrollo.

La normalidad

Decía que nuestra normalidad ha estado regida por el deseo de desarrollo ilimitado. La pandemia puso un freno brusco – un Stop decimos en el libro (3) – al impulso permanente de esta forma de vida. Con los efectos pulsionales e identificatorios que produce. La normalidad quedó en caución. Los hechos que estamos viviendo han llevado a muchos autores a sostener que nada volverá a ser igual o que se vivirá en una nueva normalidad. ¿Nueva normalidad? O ¿nueva anormalidad? ¿Qué es una normalidad? ¿Queremos volver a una normalidad que nos ha conducido hasta ésto, que no es un accidente? Una normalidad es algo que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer. Lo que habría que discutir es si se trataría – a partir de la pandemia y de lo que esta produce – de una nueva normalidad, cosa imposible de saber en este momento. Pero, ¿hay normas en este momento? ¿O estamos atravesando una anormalidad? Me quedo con esto último: en plena transfiguración de la realidad no hay normas claras, no hay normalidad, las reglas son cambiantes y el porvenir es incierto. 

Malestar en la cultura… y algo más

Si comencé este trabajo con las cuestiones mencionadas  es porque los psicoanalistas estamos obligados a ocuparnos del malestar que la cultura produce y sus efectos en el psiquismo y en la clínica. Freud lo hizo con profundidad en La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, describiendo el modo de ser de la sociedad de su época, que continuaría en El malestar en la cultura. La conjunción de pandemia y confinamiento ha impactado en la subjetividad, el psiquismo y en la clínica, pero de un modo variable, en ese uno por uno que debemos preservar los psicoanalistas para no caer en generalizaciones abusivas y simplificadoras y que eluden la complejidad en juego, generalizaciones que pueden producir consecuencias negativas en la práctica. Práctica analítica que se ha visto obligada bruscamente a transcurrir por modalidades virtuales, impactada por un escenario incierto, que ha generado un «común» entre los partícipes de la travesía analítica, situación inédita. A 140 días de esta experiencia clínica, se pueden ir trazando algunas coordenadas de la misma. Danzan en la escena de la «actual» realidad tanto figuras subjetivas como clínicas que obligan a una indagación psicoanalítica, que, como dije, no puede ni debe separarse del malestar – o de un más allá del malestar (4) – cultural que se ha hecho presente.

Sostengo que la pandemia que estamos atravesando es el retorno desde lo real de lo que fue forcluido colectivamente: hubo numerosas advertencias científicas y de movimientos ecologistas que la precedieron. También «accidentes» medioambientales y pandemias previas que no tomaron la virulencia y extensión de la actual. La ONU comenzó a prepararse hace 10 años para una pandemia, acopiando barbijos N95 y organizando protocolos ante lo que consideraban como inevitable. Puede así escribirse la crónica de una pandemia anunciada. Una forclusión colectiva. Favorecida por no ocupar lugar alguno en las agendas gubernamentales, ni de los partidos políticos y, en general, de todas las llamadas instituciones intermedias, educativas, medios masivos de comunicación, etc. Lo expulsado retorna como un virus. Que se transforma, como nos comunicó Bifo, en un recodificador universal. Esto enfrenta a los sujetos a otra habitante de lo real: la muerte. Y abre enigmas sobre el porvenir de los lazos sociales. Pero esto no ha sido lo único forcluído o, en todo caso, es consecuencia de un rechazo mayor y general. Luego volveré sobre ésto.

La tercera serie

La cultura forma parte de la tercera serie complementaria. Que no se reduce a ser un desencadenante – , sino que está presente en el infans mismo.  Ese espacio socio cultural es el que instituye la normalidad vía principio de realidad, normalidad necesaria hasta para ser cuestionada y cuya variabilidad se produce en largos períodos de tiempo. Los portavoces de la cultura transmiten una normalidad que ingresa a la psique con la posibilidad de instalarse en ésta sin distancia: somos el discurso del otro, su sombra, y solo dejaremos de serlo si podemos poner alguna distancia con éste. Se trata del patrimonio común de certeza que circula en el discurso del conjunto, así llamado por Piera Aulagnier. Que se altera tanto de modo individual como colectivo, como lo demuestra la existencia de la Historia y de otras culturas. Pero cambios bruscos, crisis, catástrofes, son aquellos episodios que cuestionan al psiquismo en su apoyo en dicho espacio de certeza.

La normalidad en la cual habitamos desde hace 500 años ha sufrido transfiguraciones notorias, pero siempre ha conservado un núcleo inalterable y ha sufrido en la últimas décadas una alteración profunda, Hemos escuchado hace poco en  uno de nuestros plenarios del Colegio de Psicoanalistas el desarrollo de Lacan respecto del Discurso capitalista. Este rechaza las marcas en el psiquismo producidas por la castración y deja de lado las cosas del amor. Es decir, los lazos libidinales.

Si los lazos libidinales son afectados, la posibilidad de que el otro no esté integrado a la vida psíquica es una amenaza siempre presente dejando libre a la pulsión de muerte al desprenderse eros de los lazos.  Lo que conocemos como desmezcla pulsional. Y puede dar lugar a ese otro que genera una respuesta inmune, tal como alertó Bifo. Judíos, gitanos, palestinos, habitantes de pueblos originarios, sirios y una larga lista muestran el rostro de la exclusión, aniquilación, explotación. El malestar en la cultura no es igual para todos y además, hay algo que está más allá de dicho malestar.

Ahora estamos ante el riesgo de que el virus, como recodificador universal de la vida humana se instale provocando respuestas inmunes y autoinmunes en el psiquismo, en los lazos y en la sociedad. Sabemos de los llamados mecanismos defensivos que cumplen función autoinmune o inmune: vuelta sobre sí mismo, transformación en lo contrario, proyección, también forclusión, desmentida: mecanismos que suelen actuar en alianza.

Estamos asistiendo a cómo la realidad en la cual vivimos podría generar una respuesta inmune hacia la vida de todos nosotros cuando plantea ese falso dilema: la salud o la economía. Digo que es falso porque el problema no está entre la salud y la economía, sino entre la salud y esta economía. Entre la salud y lo fáustico que impregna la vida de todos nosotros.

Y este dilema es el escenario de fondo sobre el cual vive hoy el sujeto, todos nosotros, y nuestra práctica. Práctica que – decía – se ha visto bruscamente alterada y ha migrado hacia los consultorios virtuales. Si esta migración produce una transfiguración es la pregunta sobre la que voy a trabajar a continuación.

Pantallas

Voy a referirme sobre todo a una experiencia clínica con una población de jóvenes y adultos, que viven en grandes ciudades, de clase media. Como decía, no es deseable ni posible generalizar en cómo impacta al psiquismo.  

Esta situación puede implicar para quienes están en una situación precaria de vida un importante grado de ataque a su subjetividad por tener que estar reducidos exclusivamente al cuidado de su vida y no poder poner en juego las enormes capacidades que tiene el psiquismo. Su subjetividad queda en suspenso, y queda a merced de la situación. Alicia Leone recordó hace un tiempo en una ponencia en la Audepp la diferencia establecida por Silvia Bleichmar entre autoconservación y autopreservación. La predominancia de la primera somete al sujeto a la supervivencia poniendo en riesgo lo autopreservativo, es decir, su subjetividad. Habitantes de ese eufemismo llamado barrios carenciados, trabajadores esenciales como personal sanitario en un arco que llega hasta los recolectores de basura y chicas y chicos que hacen delivery hasta nuestros confortables viviendas, son los nadies de hoy, junto con los habitantes de los llamados pueblos originarios. Los nadies. A algunos de ellos se los aplaudía. ¿se acuerdan?

Voy a referirme por una parte a tratamientos que se realizaban de modo presencial y que obligados por las circunstancias debieron continuar en un formato digital y de otros que cuando transitábamos la segunda y tercera fase del ASPO se produjeron a partir de analizantes que volvieron a tomar contacto conmigo. La transmisión  de mi confianza en el dispositivo digital – que practico hace años – fue fundamental para la continuación de los tratamientos.

Las figuras de la clínica que más se hicieron presentes en un primer momento (no en todos los casos) fueron las correspondientes a la serie establecida por Bleger como resultante de la alteración del encuadre analítico, y que yo he extendido a las alteraciones por crisis y catástrofes colectivas e individuales: hipocondría, ataque de pánico, angustia de desamparo, fantasmas paranoides, vértigo, palpitaciones; que personalmente propuse como pertenecientes a expresiones de lo borderline (5), por la alteración, crisis o derrumbe de las fronteras intra psíquicas y de la psique con la realidad, conjuntamente con una crisis del proceso identificatorio. Lo que no impide la coexistencia con síntomas neuróticos. Alguien me dijo en una sesión: “Ahora la que falla es la realidad, no se trata de nuestras neurosis: cómo van a trabajar Uds con esto?”.  Pero sobre todo – y como algo general -, fue observable la presencia de la crisis de una función fundamental del Yo: como intérprete a la búsqueda de sentido, su pérdida implicó embates pulsionales diversos, con riesgo de pasajes al acto y en algunos casos con un intento de aislamiento total de mundo exterior. La función del dispositivo fue sobre todo de coadyuvar a la función de ligadura del yo. Diría que esto ha permanecido hasta la fecha, compartiendo el escenario analítico con la interpretación, la construcción, análisis de sueños, etc.

Stop en la realidad y en la psique

Se hizo evidente que hay algo de la nueva realidad que entre nosotros se instaló el 20 de marzo que escapa a lo fantasmático o hasta se superpone con éste. Lo siniestro coexistiendo con lo familiar, en una relación compleja y ambigua. La calle, el semejante, los lugares habituales de circulación se han transformado en lugares potencialmente riesgosos, mortíferos en el extremo.

En medio de este escenario de cine-catástrofe, se reforzó en mí la convicción de que es fundamental la posición que adopta el analista. Esto me llevó a formular de modo explícito o implícito una pregunta que comenté en alguna otra reunión en el Colegio de Psicoanalistas: “¿qué podés hacer con esto que te está pasando?”. Se trata de un llamado a la responsabilidad que cada sujeto puede asumir frente a un evento como este, y lo quita de una posición de víctima. Sin por eso eludir, negar, que sufre a partir de lo que pasa, que a su sufrimiento neurótico se agrega un sufrimiento que está más allá del malestar en la cultura, dado que es un sufrimiento por exceso de cantidad que es una exigencia extra de trabajo para el psiquismo. Ese “qué podés hacer” no tiene nada que ver con que la persona se ponga a hacer clases de gimnasia, cocinar, etc., aunque por supuesto que puede hacerlo, me refiero a otra cosa: qué va a hacer frente a algo que se le impone, con el freno brusco a sus destinos pulsionales habituales, con lo proyectos que tenía, con la vida que llevaba, con sus lazos, con su economía libidinal y con la brusca detención de automatismos pulsionales promovidos por la realidad. Esto es fundamental: el Stop -como dije – ha sido también hacia la circulación pulsional, la cual, durante los primeros días de la pandemia-cuarentena, giró locamente en una suerte de frenesí de actividades: gimnasia, cocinar, bricolage, etc. que eran compartidas en las redes sociales. Lentamente esto fue dando lugar -en algunos analizantes – a un agotamiento y a cierto estado depresivo a partir de lo cual se abrieron preguntas diversas, referidas al porvenir, a la vida que se estaba llevando y a cómo sería vivir de otra manera.

Quiero insistir en que hay enunciaciones de alto carácter performativo (es decir, crean lo que dicen, lo inducen). Por ejemplo posicionarse de antemano ante quien consulta como si estuviera atravesando una catástrofe o un trauma. Eso puede funcionar como una profesía autocumplida. Lo mismo sería posicionarse como si nada ocurriera y no se pusiera sobre la mesa de los tratamientos el malestar agregado – porque esto es un malestar que se agrega al habitual malestar de los sujetos – y no interrogar lo que la situación produce.

Asimetría, neutralidad, abstinencia

La experiencia reforzó mi convicción en la importancia de sostener la asimetría en el dispositivo, motor del mismo, el cuidado de la neutralidad (sencillamente entendida como la no imposición de los valores, ideas, ideales del analista, evitando la identificación a éste como finalidad del análisis) y la abstinencia (la no satisfacción de su mundo pulsional ni tampoco del paciente), por supuesto que sin llegar – en una situación tan extrema – a que resultara en una posición cruel, de indiferencia o goce. El lugar enigmático debe sostenerse. Aunque haya hablado de mis ideas acerca de lo que pasa y podrá pasar, de aspectos de mi vida cotidiana, de alguna cuestión personal. Siempre es el analista el que está en una posición inclaudicable: la de la escucha y del deseo de analizar.

Sobre la angustia y el deseo

El deseo, sostenía Green, está habitado por la lógica de la esperanza. ¿Por qué? Porque los deseos son inmortales, nunca ceden en su búsqueda de satisfacción (Freud). Lógica de la esperanza que no es sinónimo de estar esperanzados. No se trata de la esperanza sino de avanzar en los análisis porque queremos hacerlo, porque sabemos que podemos navegar los mares de la angustia. No suprimirla, ya que es – paradógicamente – lo que nos permite navegar sobre el análisis a partir de la fuerza del deseo. Y se ha tratado en cada caso de identificar la presencia de Eros, acompañando en la invención de una nueva realidad: qué es lo que puede causar placer, qué evitar, que proyectos son posibles, etc.

Así, la mayoría de los análisis continuaron aún con esporádicas apariciones en el discurso respecto de la pandemia-confinamiento, otros análisis se transformaron en dispositivos administradores del trauma, en algún caso que derivó en eso que conocemos como ataque de pánico. Y ha aparecido en algunos casos lo siguiente: Una crítica del modo de vida que se venía llevando y un no querer perder lo que se gana con el confinamiento. En ese sentido escucho que se abre una posibilidad enorme de revisar el modo de vida que muchos sujetos venían llevando.

Lo real

El covid 19 es un fenómeno de la naturaleza – sostenía Bifo y no acuerdo del todo – de esa manera pareciera que  la naturaleza aparece como intruso cuando es al revés, al forcluirla de nuestra vida retorna desde la realidad como intrusa, siendo que no lo es. Esta es a mi entender la forclusión más importante. La naturaleza ha aparecido en la historia del llamado Occidente, como algo a conquistar, dominar y se lo ha dado como algo natural. En realidad buena parte de la civilización se ha extrañado de la naturaleza y convertido en su enemiga. El virus somos nosotros. El pacto faústico tiene entre sus considerandos que no somos la naturaleza: la naturaleza seríamos nosotros y estamos para dominarlo todo. Cortamos la rama sobre la cual estamos sentados sin darnos cuenta que es una parte nuestra o nosotros una parte de ella: su amputación es nuestra sentencia de muerte. En un bucle sin fin, somos la naturaleza y al mismo tiempo estamos frente a ella en una relación de dependencia, de extrañamiento y de indisoluble familiaridad. Es eso real que dije en su momento que oscila entre un desierto de significación y una selva que obliga todo el tiempo a un trabajo de significación.

Mencioné al pasar aquéllo que muestra una manera de romper la simpatía por el diablo, el pacto fáustico. Tomé para ello el llamado buen vivir o también vida plena. Desde la última década de 1990 el Sumak Kawsay se desarrolla como una propuesta política que busca el «bien común» y la responsabilidad social a partir de su relación con la Madre Naturaleza – me detengo: madre naturaleza, somos sus hijos – y el freno a la acumulación sin fin, que surge como alternativa al desarrollo tradicional. El «buen vivir» plantea una vida colectiva sustentada en valores éticos frente al modelo de desarrollo basado en un enfoque que pone a la economía en el centro, determinándolo  todo sin ser determinada por nada. Marx no logró escapar a esta idea con el elogio de la liberación de la fuerzas productivas a manos del proletariado. Salvo en Cuba, es lo que hemos podido apreciar en la ex URSS y ahora en China.

Finalmente

Pero algo – entiendo – debe quedar claro; estamos ante un experiencia límite que desnuda nuestra fragilidad, lo provisorio de todo sentido, una experiencia que nos hace vislumbrar la posibilidad de la muerte propia como algo imposible de ser eludido. En la Grecia Antigua tanto como en la letra de nuestro himno, los humanos somos denominados mortales. Toda experiencia que nos acerca a esa característica del humano, que no la soslaya, nos abre la posibilidad de acceder a una vida más auténtica. Una difícil reflexión para quienes están reducidos a lo autoconservativo y también para quienes enarbolan los ideales de una sociedad consumista que promete lo ilimitado, es decir, que niega la mortalidad. Si las «soluciones» se producen sin emanciparnos del pacto fáustico, el porvenir será más que incierto, por no decir que todo porvenir podría ser una ilusión.

Notas

(1) Berman, M. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. España, 1988, Siglo XXI

(2) Citado por Berman, ob. cit.

(3) Autores varios¡STOP! Covid-19 ¿Volver a la normalidad?, 2020, Ed. El Psicoanalítico. www.elpsicoanalitico.com.ar/volver-a-la-normalidad.pdf

(4) Franco, Y. Más allá del malestar en la cultura. Psicoanálisis, subjetividad y sociedad. Buenos Aires, 2011, Biblos.

(5) Paradigma borderline. De la afánisis al ataque de pánico, Buenos Aires, 2017, Lugar.

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