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Sociedad

Un fantasma recorre el mundo,
“Me falta el aire”

Por  Marcos Vul

marcosvul@gmail.com


A más de tres meses de estar viviendo en este estado de “aislamiento preventivo y obligatorio”, no urgido por tener que hacer nada más que reflexionar, me puse a releer algunos pocos textos, de los tantos que le recibido. Privilegié dos escritos, desde disciplinas muy diferentes, pero que tienen el factor común de hablar del Corona Virus, simple y llanamente y en alguna medida de las faltas que caracterizan este fenómeno y de Literatura que se ha “puesto en valor”, como se dice ahora, algo que no es nuevo. Resumido en una frase, lo que plantean es lo que venimos escuchando a diario: todo cambiará y tendrá que cambiar, sino el peligro de extinción de la humanidad se tornará algo muy cercano. ¿Pero será factible?

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A más de tres meses de estar viviendo en este estado de “aislamiento preventivo y obligatorio”, no urgido por tener que hacer nada más que reflexionar, me puse a releer algunos pocos textos, de los tantos que le recibido. Privilegié dos escritos, desde disciplinas muy diferentes, pero que tienen el factor común de hablar del Corona Virus, simple y llanamente y en alguna medida de las faltas que caracterizan este fenómeno y de Literatura que se ha “puesto en valor”, como se dice ahora, algo que no es nuevo. Resumido en una frase, lo que plantean es lo que venimos escuchando a diario: todo cambiará y tendrá que cambiar, sino el peligro de extinción de la humanidad se tornará algo muy cercano. ¿Pero será factible?

Estos relatos, son de la escritora polaca Olga Tokarczuk, premio Nobel 2018, que -a través de un cuento, La ventana- nos transmite su experiencia del confinamiento, de sus consecuencias, en la vida hogareña, en los vínculos familiares y con los otros y, fundamentalmente, en los cambios que sobrevendrán una vez que se levanten los encierros. Algunas de las cosas que cuenta esta escritora, me trajeron recuerdos de mi escrito, El otoño en cuarentena.

Otro autor que reflexiona sobre la pandemia, y sus consecuencias presentes y futuras, es Boaventura De Sousa Santos, catedrático portugués, en su libro “La cruel pedagogía del virus”. En él nos habla de cómo todo lo que es sólido se desvanece en el aire en estos momentos, la trágica transparencia del virus y sus efectos en los distintos lugares del planeta, principalmente en lo que se considera el Sur, y de cómo van a desencadenarse los tiempos del futuro. El factor compartido por ambos, sumado a las idas y vueltas de pensadores como Giorgio Agamben o Slavoj Žižek , para mencionar sólo algunos de los tantos que han escrito y hablado, nos hacen pensar mucho en cómo se deberá replantear política, económica, social y psicológicamente el mundo que se nos viene, tan distinto a lo ya vivido y acostumbrado. Todos, no solamente estos autores, comparten la incertidumbre de lo por venir y el agotamiento de los modelos actuales. También la certeza de que nada será igual.

En el mundo actual, se nos viene machacando hace rato que no hay suficiente para todos. No hay suficiente alimento, ni agua, ni espacio, ni trabajo, ni medicamentos para todos. Pero, fundamentalmente, lo que resuena hoy es un grito compartido desde todos lados: Me falta el aire. Por lo tanto, lo podemos resumir en: No hay suficiente oxígeno para todos. La pandemia que nos ha invadido ha puesto sobre el tapete el agotamiento de esta modalidad de vida, aquí, allá y más allá, y la asfixia que conlleva. Este grito fantasmal, que recorre el planeta, es el que expresa el capitalismo más salvaje en la voz de un ciudadano negro, tirado en el suelo, indefenso, bajo la rodilla de un policía segregacionista, amparado por un Presidente supremacista. Es el grito fantasmal que se escucha en las voces de los que huyen despavoridos ante los incendios forestales, producto del calentamiento global y de la crisis del cambio climático. Es el grito fantasmal, de los pueblos hambrientos que no tienen lo mínimo necesario para subsistir. Es el grito de los que hoy viven encerrados en sus casas, o en sus barrios carenciados, sin poder salir a contactarse con sus afectos queridos, sin poder salir a trabajar o ir a estudiar, o hacer las cosas que acostumbraban hacer. Es el grito de los “runners” que, desafiando los contagios, dicen que les falta el aire. Es el grito que escuchamos en los balcones, casi todas las noches, clamando por la apertura, para que entre el oxígeno. Es el grito del encierro en las parejas y en las familias y en el enclaustramiento narcisista a nivel individual, en el que la falta del tercero se expresa a través del me falta el aire.

¿Se arreglará solamente con mayor cantidad de respiradores? ¿Cómo será el tubo de oxígeno que soportarán nuestras espaldas? ¿Qué es lo que puede colapsar? ¿Cuál es la curva que tenemos que aplanar? ¿Solamente la de esta pandemia? ¿Y qué haremos cuando mute este virus? ¿Qué número y qué nombre le pondremos al próximo? ¿Se arreglará solamente cuando aparezca la vacuna? Seguramente, el descubrimiento de una vacuna será un paliativo importantísimo, pero no va a alcanzar sino hay otras modificaciones, más profundas, que no se vislumbran a corto plazo. ¿Será que los paladines de las aperturas -los Trump, los Bolsonaro, los Johnson, los Lopez Obrador, los Piñeyra, los Macron- han encontrado un modo de solucionar el sobrante de la humanidad que tanto pregonan y que, no casualmente, son los líderes de los países que más muertes e infectados tienen, producto de esta pandemia? Ya no son suficientes las guerras en los lugares más recónditos o las grietas políticas, económicas o sociales, entre los hombres de nuestros países subdesarrollados o de economías capitalistas dependientes. La falta de aire, no respeta sexos o edades, nos asfixia a todos. El no puedo respirar no es patrimonio de nadie, sino de todos. Recordemos que, según estadísticas recientes, solamente el 1% de la población mundial acumula el 82% de toda la riqueza del universo. Habrá que consensuar otra modalidad de distribución más equitativa. Estamos todos acostados en el piso con una rodilla sobre nuestra garganta que nos está matando, y no alcanza con sólo gritar “No puedo respirar”.

Cuando, a mediados del siglo XIV, la peste bubónica arrasó Florencia, Bocaccio escribió El Decamerón, que consiste en el encuentro de diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres, que – reunidos en una quinta en las afueras de la ciudad- deberían escribir, cada uno, diez cuentos, en diez días que serían leídos y escritos a razón de uno diario. De esa manera luego se compilaron todos los trabajos y se constituyó ese libro, amalgama de dos palabras -deka ( diez) y hémera (día)- para formar su título, Decamerón, que narra la recreación de la humanidad a través de esos cuentos, luego del desastre que produjo esa peste. Tal vez haya llegado el momento de reunirnos, los hombres y las mujeres, no digo esa proporción de mujeres y hombres (7 a 3), pero sí por lo menos 5 y 5, y discutir cómo se produciría otra posibilidad de reconfiguración de un mundo mejor. Amerita, seriamente, una reflexión profunda de los principales líderes mundiales y una concientización social, que posibilite discutir y encontrar otras salidas que nos permitan seguir viviendo de otra manera, más igualitariamente, una vez que esta pandemia entre a formar parte del pasado.

                                                                                                          Junio del año de la cuarentena

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