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Subjetividad

Pandemia y subjetividad. No puedo respirar

Por  Ernesto Pérez

erperezpromenzio@gmail.com

Psiquiatra / Psicoanalista


Estamos viviendo tiempos difíciles, como todos los hombres, diría Borges. Las pandemias se conocen en la historia humana desde siglos, han traído el horror por la devastación que han producido. Pero todos los hombres no la han vividode igual manera por la época histórica que les tocó vivir.

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Viví por un momento

Una extrañeza inexplicable

Una abolición de toda garantía

Sin entrada, ni salida

En el tiempo

Sin memoria alguna

Del cómo ni el cuando

Había llegado a ese vacío,

Viví

Extraviado…

Muchos siglos.

Ernesto Perez

Comenzamos el año 2020 escuchando que en diciembre de 2019 un nuevo virus-SARS-CoV-2-, había sido detectado por primera vez en Wuhan, China, causando la enfermedad infectocontagiosa por coronavirus o COVID 19. Su rápida propagación llevó a la OMS a declararla pandemia el 11 de marzo de 2020, obligando a los países a tomar medidas drásticas y urgentes para frenar tanto los contagios como los decesos que estaba ocasionando. Entre las medidas prioritarias se encuentra la de distanciamiento social; en Argentina, se declara la emergencia sanitaria nacional y el “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, que recluye a todos los ciudadanos en sus viviendas.

Estamos viviendo tiempos difíciles, como todos los hombres, diría Borges. Las pandemias se conocen en la historia humana desde siglos, han traído el horror por la devastación que han producido. Pero todos los hombres no la han vivido de igual manera por la época histórica que les tocó vivir.

Esta pandemia del siglo XXI tiene características especiales:

  1. Ocurre en un momento de crisis del discurso capitalista
  2. Una época donde el Nombre del Padre está en franca decadencia
  3. Esta decadencia venía siendo cubierta por el discurso de La ciencia y sus expertos
  4. Actualmente los expertos también están desconcertados. Nadie sabe ni cómo ni cuándo va a terminar esta enfermedad que trae decadencia y muerte.
  5. Por lo tanto la primera consecuencia es una falta de garantía en los sujetos lo cual los confronta con la angustia.

Esta crisis del discurso capitalista ocurre porque las poblaciones han entrado en cuarentena con más o menos apertura según privilegien la vida o la economía. Igual aquellos países que han priorizado la productividad  se vieron obligados a detener la producción porque han tenido infectados y muertos. Por lo tanto, la producción ha caído por la caída de la productividad y especialmente porque no hay consumo, que es la palanca necesaria para que la rueda capitalista funcione. Los sujetos, aislados por temor al contagio, no salen de sus casas y no consumen salvo lo necesario. Muchas empresas tienen que cerrar con la desocupación, y esto ha aumentado la pobreza, es decir grandes masas sin condiciones mínimas de sobrevivir sin ayuda de un estado empobrecido y vaciado por las políticas neoliberales. Una segregación como no se tiene noticia en la historia moderna salvo por lo vivido en el periodo que abarca las dos guerras mundiales.

El virus es un Real biológico, una cadena de ácido ribonucleico (ARN) que tiene una enorme capacidad de reproducción y de contagio, que trae una inflamación de los pulmones que impide respirar hasta morir. No es en sí mismo un Real psicoanalítico, pero es discurso. Al ser un hecho de lenguaje hay significantes como pandemia, cuarentena, virus que llevan a lo real en juego, la proximidad con la muerte. Las imágenes de los hospitales que no dan abasto a los requerimientos junto con los ataúdes enterrados en lugares comunes y hombres caídos muertos en medio de las calles son imágenes que dejan en la perplejidad especialmente en países de alto desarrollo.

Una muerte en soledad, sin los rituales necesarios a una despedida humana, una muerte industrial porque de lo que se trata es de sacarse el cadáver de encima lo más rápido que se pueda, con el menor contacto y al menor costo posible.

No es casualidad que lo ocurrido en forma contingente en medio de la pandemia: el asesinato de George Floyd en un claro acto de discriminación racial en EEUU al ser aplastado en su garganta por un policía y cuyas últimas palabras fueron “No puedo respirar” se haya transformado de inmediato en la consigna de miles y miles de manifestantes en todo el mundo quienes salieron a las calles. “No puedo respirar” juntando la muerte por exclusión racista y la que produce el neoliberalismo, con el síntoma principal que sufre el mundo por la pandemia, “No puedo respirar”. “La sociedad nos ahoga”

“Es mi cara hombre

No he hecho nada grave, señor

por favor

por favor

por favor, no puedo respirar

por favor, hombre

por favor, alguien

No puedo respirar”

O sea que, en tanto el virus es un irrepresentable en el discurso que trae la muerte con el aire que respiramos, fractura el fantasma de la realidad y funciona a la manera del objeto lacaniano, sin velo, al que tratamos de ponerle algún velo para calmar la angustia. “No puedo respirar” también implica la basura contaminante de un ambiente cada vez más cargado de objetos inservibles.

No dejar respirar es no dejar hablar: “Me vas a matar, hombre», dijo el afroamericano después de que lo esposaron y lo inmovilizaron en el suelo. Las transcripciones revelan que el policía, de 46 años, que se arrodilló en el cuello de Floyd durante 8 minutos le gritó: «Deja de hablar. Deja de gritar. Se necesita un montón de oxígeno para hablar», en respuesta a sus súplicas.

El velo de la realidad es donde nos movemos con nuestros deseos siempre y cuando el objeto «nada» esté sustraído. Entonces no vemos la polución contemporánea que nos rodea, hipnotizados por los objetos brillantes de nuestra fantasía en los escaparates del mercado. Este brillo es lo que cae con el virus. Nos encontramos de golpe respirando basura y mudos.

Pero apenas ese objeto sin representación se presenta, a través de indicios imágenes y signos, comienza lo siniestro, el espacio tridimensional se rompe, el lazo social se deshace y el cuerpo imaginario se fragmenta. Basta salir por las calles desiertas que en algunos lugares se han poblado de animales, basta ver las persianas cerradas de negocios habitualmente llenos de gente consumiendo, basta ver a los pocos transeúntes con barbijos y tratando de no rozarse para darnos cuenta que se trata de otro espacio. Del mismo modo, terminó el tiempo de la prisa porque no hay que ir a ninguna parte más allá de comprar lo esencial y volver a encerrarse. La experiencia de la soledad es vivida como insoportable por el corte de las relaciones con el otro y el cuerpo aparece fracturado por la idea de ser llevado e intervenido con cánulas y respiradores. Estamos en el espacio de la angustia.

Esto es lo que está sucediendo con el coronavirus, la experiencia subjetiva de otro espacio y tiempo. La comunicación a través de internet es una realidad que se está convirtiendo en la única forma del lazo social, que va deshumanizando, sujetos tristes solos y delirados.

¿El teletrabajo y la teleenseñanza, igual que la atención con videollamados, se van a transformar en permanentes? ¿Entonces los cuerpos tendrán como lugar el ostracismo? Esto puede traer más ahogo: “No puedo respirar” puede ser la consigna de la época si este estado de shock, como diría Noemí Klein, es capitalizado para producir más ajuste económico y más ahogo. Se avecinan tiempos difíciles, el futuro está abierto para que los sujetos puedan encontrar otra manera de respirar o ser sometidos cada vez más por la maquinaria robótica que va a producir más pobreza y segregación y una conflictiva social sin precedentes.

El objeto sin los velos agalmàticos es la angustia y puede disparar a la confusión, Trastornos de ansiedad con equivalentes somáticos, el acting (gente cantado en los balcones, esperando ser vistos y ser incluidos en algún lazo) y pasajes al acto de distinto tipo (como salir a tomar sol o a correr por el solo hecho de escapar del encierro); cuando aparece algún velo puede aparecer la fobia (ataques de pánico) que, como placa giratoria, puede llevar a la obsesión por la limpieza excesiva y tomarse la temperatura cada media hora, o a la queja histérica contra las autoridades y hacerlos responsables de lo que está pasando y también a distintos grados de síntomas donde la falta de aire es de los más comunes e importantes.

Sujetos atrapados por no poder huir, ni siquiera a un hospital por temor a contagiarse y que el “no puedo respirar” no solo sea una consigna. Sujetos que estigmatizan y discriminan a posibles enfermos y a los enfermos con sintomatología y al personal de la salud. Y mienten sobre sus síntomas por temor a ser llevados y a no volver.

El psicoanálisis tiene que escuchar lo singular de cómo cada sujeto transita la pandemia. No suponer nada de antemano. No hay que generalizar un supuesto padecimiento para todos. Hay sujetos a quienes estar encerrados les hace bien, otros que niegan la existencia del virus e imaginan distintas teorías conspirativas de tinte paranoico.

Cada sujeto tramita esta angustia a su manera, con los recursos psíquicos de que dispone, son sus mecanismos de defensa, armando cada cual su fantasma que remite a algún acontecimiento traumático de su historia. Todo esto para restablecer de alguna manera un cuerpo imaginario y algún lazo con el Otro y no quedar arrasados. Contener estas ansiedades permite seguir analizando lo traumático de cada historia.

“Hay que inventar respiraciones nuevas. (**)

Respiraciones que no sólo consuman el aire,

 sino que además lo enriquezcan

 y hasta lo liberen

 de ciertas combinaciones taciturnas.

 Respiraciones que inhalen además

 las ondas y los ritmos,

 la fragancia secreta del tiempo

 y su disolución entre la bruma.

 Respiraciones que acompañen

 a aquel que las respire.

 Respiraciones hacia adentro del sueño,

 del amor y la muerte.

 Y para eso hay que inventar un nuevo aire,

 unos pulmones más fervientes

 y un pensamiento que pueda respirarse”

Roberto Juarroz

(**) Fragmento de la poesía Hay que inventar respiraciones nuevas, por Roberto Juarroz

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