De Héctor Freire
Ediciones en Danza. Bs. As.2010. (88 páginas)
La lectura de “lo oriental”, “lo místico”, lo indio generalmente dicho “hindú”, etc., como se conoce vulgarmente, dice del “satori”, iluminación en el budismo Zen.
El Satori es el destello repentino en la conciencia de una nueva verdad. Es una especie de catástrofe mental que ocurre después de acumular contenidos intelectuales y demostrativos. Cuando esta acumulación llega al límite de la estabilidad y el edificio ha llegado a derrumbarse, un nuevo cielo se abre a nuestra vista y el mundo aparece vestido con un ropaje nuevo que parece cubrir todas las deformidades de las falsas ilusiones.
No obstante, el breve texto que hace de puerta cancel a los trabajos de este volumen (poemas sobre pinturas, películas y situaciones), suscripto por Teitaro Suzuki , y cuyo nombre budista es Daizetz ( cuya posible traslación a nuestra lengua sea “gran simplicidad” o mejor aún “el simple”), ilumina, valga la redundancia lo antedicho( para quienes saben ver, la luz, – y no digo nada relacionado con ese “vi la luz” tan difundido hoy día por algunas sectas religiosas-, sino que hablo de la Luz, así con mayúsculas, del conocimiento, la intuición, el pensamiento, el camino, (el koan), la “comprensión”, en definitiva.
Dicho esto, los textos de este libro, por medio de la vía poética, hacen filosofía, dado que una y otra son imprescindibles para el tipo, el modo, la forma y el fondo de una poesía como ésta; la de este libro que es la poesía que prefiero.
Y digo prefiero, respetando todo otro “modo” de hacerlo, pero permitiéndome para mí mismo, elegir la que podría ser llamada, (así como otras son: “narrativas”, “cotidianitas”, “amorosas” y tantos y cuantos motes o calificativos como autores se sientan llamados a clasificarla; como poesía trascendente en el sentido de trasponer el mero hueco literario de un género, ese o esa poiesis, ese hacer, por una poesía que indaga, vislumbra, refleja, en este caso y a través de otras artes, que vienen a servirle de soporte musical, pictórico, cinematográfico, paisajístico o el que fuere, a una meditación que es reflexiva y le permite extraer de las imágenes, los sonidos, las situaciones o lugares; modos poéticos de ser vistos o mirados, como Hölderlin nos dijera, en donde:
“Poéticamente habita el hombre”.
Qué más cabe acotar en una simple recensión que, cuando el poeta nombra Timanfaya, Chartres, al filósofo Bergson, al pintor Renoir o al genial Van Gogh, utiliza un epígrafe del desaparecido maestro de la poesía argentina Joaquín Giannuzzi o a los realizadores cinematográficos Bertolucci, Antonioni y a otros; reverencia y hace su homenaje a lo que siente, esos monumentos del arte universal.
Si lo “zen”, inexplicable por racionalidad fuera posible, me atrevería a decir sin miedo alguno de equívocos, que este libro contiene poemas zen. Lírica y Belleza, captación del instante se aprecian en ejemplos tales como:
“…un pez plateado iluminó el agua…”
“..sentimos que el pasado nos recuerda…”
“…la memoria nos cambia de lugar…”
“La araña hilas/una pequeña plegaria…”
“La luz /se vuelve una hoja/en el crepúsculo”
“A estas rocas se les envidia su voluntar de durar”
O el poema basado en una pintura del gran maestro japonés Hokusai:
PINTURA
En su zoología de intimidad, el gato de Hokusai
destaca el impudor que pretende evitar,
la infinitud de aquello que los humanos ignoramos.
Quizás por eso, su ocio nos resulta demasiado trabajoso.
En ese “vacío pictórico” – inservible a efectos descriptivos-
se ajusta el contenido de su imagen:
una humilde silueta recortada que elimina cuanto sobra.
Por un instante ese signo de mesura
nos hace olvidar la violencia del mundo.
Esto ha sido para nuestro poeta su satori, impresiones de esos grandes artistas, de sus intuiciones y emociones, de sus iluminaciones.
Saludo este libro enfáticamente.