Sobre géneros y deseos en el Siglo XXI.

Sobre temas del campo de los estudios de género y psicoanalíticos para la comprensión de las subjetividades contemporáneas.

Por Irene Meler

melerirene6@gmail.com

Doctora en Psicología. Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, Universidad Argentina John F. Kennedy y Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Autora de Recomenzar. Amor y poder después del divorcio, Buenos Aires, Paidós, 2013.  Coautora y compiladora de Psicoanálisis y Género. Escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia, Buenos Aires, Paidós, 2017. Autora de Géneros y deseos en el siglo XXI, Paidós, 2023.

Intervención en la presentación de su libro Géneros y deseos en el Siglo XXI

Escribí este libro porque consideré que tengo algo para comunicar respecto de los temas que se investigan y se debaten al interior del campo interdisciplinario de los estudios de género y, en especial, en los estudios que recurren a las teorías psicoanalíticas para la comprensión de las subjetividades contemporáneas.

Comencé el trabajo de creación grupal de este campo en 1980 y en ese tiempo me comprometí con la construcción de conocimientos a partir de la indagación clínica, de la realización de estudios cualitativos y de investigaciones teóricas. Mi compromiso con el feminismo atravesó siempre mi trabajo intelectual, aunque no me dediqué de forma prioritaria a intervenir en los debates teóricos acerca de cuáles son las transformaciones socio-culturales y subjetivas que resultan necesarias para el logro de una reestructuración cultural que promueva la paridad.

Mi vocación se refiere a la indagación psicosocial y la comprensión psicodinámica de los modos en que quienes pueblan el campo social, enfrentan las relaciones sexo-afectivas, establecen vínculos familiares, se desempeñan en el mercado laboral y participan en la vida comunitaria. El trabajo teórico que he realizado se refirió al corpus psicoanalítico freudiano, respecto del cual aporté una deconstrucción crítica.

Como trabajo en un campo interdisciplinario, consideré que las filósofas y filósofos disponen de mejores recursos para analizar las diversas corrientes teóricas que integran el feminismo y discutir las intersecciones que se plantean entre las categorías de género, clase social, etnia y orientación sexual. Pero los debates que se plantean al interior de los estudios que algunos denominan como feministas, y otros titulamos como de género, vienen adquiriendo una intensidad y aspereza tales que me he sentido en la obligación de hacerme cargo de mi responsabilidad, aportando una voz al concierto, o desconcierto, de opiniones encontradas que se escucha hoy en todo el planeta.

Seguramente hubiera obtenido un efecto de mayor seducción si me hubiera sido posible elaborar una teoría totalizadora que, al estilo de los años setenta, diera cuenta de todos los acontecimientos. Pero no es esa mi vocación, por lo cual el libro ofrece estudios acotados, llevados a cabo con una actitud reflexiva, y muy lejanos de las aspiraciones mesiánicas de ofrecer una revolución cultural radical al estilo de algunas propuestas recientes.

La masificación de las ideas feministas, unida a la incorporación de nuevos actores sociales provenientes de las comunidades de la diversidad sexual y/o de grupos étnicos tradicionalmente subalternizados, ha introducido variables de análisis de indudable valor que han reestructurado las indagaciones realizadas en torno de la feminidad y la masculinidad, pero la complejidad que aportaron se contrapone, de modo paradójico, con tendencias simplificadoras, más aptas como consignas aglutinantes que como análisis sociales y subjetivos.

Buscando sostener la calidad de los conocimientos situados, fragmentarios pero no arbitrarios, que intento aportar, inicié el libro con dos trabajos teóricos que podrán interesar a algunas personas cuya vocación se oriente hacia los análisis de las categorías conceptuales.

Al iniciar la exposición de estudios psicosociales y psicodinámicos, quise ubicar el estudio de la condición femenina de modo central, aunque no excluyente, ya que considero que el objeto de estudio de este campo son las relaciones de género, y no la feminidad o la masculinidad o la diversidad enfocadas de modo insular. Pero las mujeres somos la mitad más uno del mundo y sostenemos la trama de la vida cotidiana pese a la condición subordinada que aún no hemos logrado superar por completo. Los movimientos de mujeres iniciaron una revolución cultural pacífica y una revolución epistémica significativa, y se requiere sostener su centralidad al interior del campo de estudios y en el nivel de las políticas públicas.

Comencé el capítulo dedicado a las mujeres abordando temas vinculados a la inserción y al desarrollo laboral femenino porque la incorporación femenina al ámbito público ha sido el pasaporte más adecuado para los progresos hacia la paridad en las relaciones de género. Por supuesto, como toda transformación cultural, ha planteado nuevos problemas vinculados con lo que se solía denominar como conciliación entre el trabajo y la familia, y que hoy se prefiere denominar corresponsabilidad para radicalizar la dilución de los roles tradicionales de género. Esta participación masculina en el privado, anunciada en los años ‘70 y ‘80 por las teóricas feministas, tales como Chodorow, Rubin, Olivier y muchas otras, hoy constituye un observable en el campo social de los sectores desarrollados, una tendencia que sostiene la creciente equidad entre varones y mujeres.

Respecto de los varones, he descrito una tendencia cultural reciente que consiste en el repliegue masculino ante el compromiso emocional, facilitada por el relajamiento significativo del control social, que hoy no presupone que un sujeto adulto deba estar casado, y por la liberalización irrestricta de las prácticas sexuales, facilitadas por nuevos ámbitos de sociabilidad: las páginas web que ofrecen contactos sexo-afectivos. Tal como ha planteado Eva Illouz de modo concordante con mis observaciones clínicas, los varones que hoy controlan los mercados sexuales y matrimoniales, permanecen en el mercado sexual hasta muy avanzado su ciclo de vida y solo ingresan de modo tardío a los vínculos estables y a la procreación.

Dado que las relaciones de género funcionan en tándem, de modo sinérgico, este repliegue masculino, que constituye una novedosa estrategia de poder puesta en práctica de modo negativo, no por represión sino a través de la sustracción de su presencia -al estilo de los capitales concentrados que migran en busca de optimizar su rentabilidad- favoreció el surgimiento de una estrategia vital femenina, la maternidad a solas por elección. Esta premeditación u opción deliberada por maternar en solitario, no constituye una autoafirmación omnipotente de narcisismo fálico, sino que expone el apego, de un sector de mujeres que no logra formar pareja estable, al aspecto que aún resulta accesible del proyecto familiar tradicional. Tal como fue posible relevar en un estudio exploratorio, la maternidad emprendida como un proyecto individual es lo que queda de la tradicional vocación vincular femenina.

Las relaciones amorosas fueron objeto de análisis y se hicieron visibles los componentes narcisistas y autoconservativos de lo que Giddens ha postulado como una pura relación. Los desencuentros entre varones y mujeres han favorecido, en una época donde la gobernanza no se logra mediante el control sino a través de la seductora habilitación del acceso a todos los goces posibles, el surgimiento de una tendencia oscilante en las elecciones sexo-afectivas que alternan entre objetos de amor hetero u homosexuales. La liberalización del deseo es una buena noticia, pero preocupa, en cambio, la escasa consistencia del Yo de los y las jóvenes que oscilan en sus orientaciones eróticas. Hemos aprendido que el carácter y el deseo no marchan siempre por el mismo carril, pero tampoco son absolutamente independientes entre sí. De modo que las y los jóvenes “anfibios” (denominados así por Débora Tajer), presentan muchas veces un yo cuya cohesión interna es precaria.

El ejercicio de la maternidad ha sido la piedra del escándalo para el feminismo que consideró que la asignación del cuidado de los hijos constituía el principal obstáculo para el desarrollo de carrera de las mujeres y por lo tanto fue considerada como un arreglo cultural que sostenía la subordinación social femenina. He intentado dar cuenta de la diversidad de condiciones en que las mujeres de hoy desarrollan su práctica maternal y ofrecí una lectura psicodinámica de género de diversas observaciones clínicas.

Para el análisis de la masculinidad, recurrí a dos modelos: el del Aparato Psíquico freudiano y el enfoque modular transformacional de Hugo Bleichmar. La conjunción entre ambos me permitió evaluar la importancia relativa de las motivaciones que ese autor ha analizado, para concluir que los ideales del Yo masculinos tienden a la omnipotencia, mientras que su Super Yo favorece la transgresión, a partir del recurso a la doble moral. De esta manera, he cuestionado la idealización freudiana de la masculinidad social que no hizo sino un eco de la lógica cultural dominante en su tiempo.

Pese a que me he sumado al cuestionamiento feminista a la idealización tradicional de la masculinidad hegemónica, cuestionamiento que puso de relieve sus aspectos sombríos vinculados con la violencia y el abuso -a los que he dedicado dos capítulos del libro- sostuve, como ya lo expresé en el año 2000 en el libro Varones, que hay aspectos de la masculinidad que conservan su valor y que debemos reconocer, diferenciando así al feminismo de la misantropía.

He escrito con particular cuidado el capítulo dedicado a la diversidad sexual e identitaria que hoy está pugnando por salir de los márgenes y ocupar el centro de la escena social, tratando de distinguir entre un compromiso firme con la defensa irrestricta de los derechos humanos de las comunidades GLTTBIQ+, de la promoción de su condición al estatuto de un ideal social organizador del conjunto, postura con la cual discrepo. El pasaje abrupto de la denigración a la idealización es reactivo, y ha promovido graves errores en la atención de las demandas adolescentes de transición identitaria, que tendremos que lamentar a futuro.

Finalizo el libro con un capítulo dedicado a los vínculos familiares, que atraviesan por una desregulación respecto de las prescripciones de la homogamia étnica y de clase, así como de la asimetría etaria a favor del cónyuge varón. La heterosexualidad ha dejado de ser un criterio universal al legitimarse las uniones sexo-afectivas entre personas del mismo sexo. La exclusividad monogámica también comienza a claudicar al legitimarse las uniones entre más de dos personas. Al igual que los sujetos postmodernos, los arreglos vinculares, librados de las regulaciones tradicionales, tendrán que ser evaluados a futuro en términos del bienestar intersubjetivo que procuren.

La identidad es el gran tema, el hilo conductor subyacente, que ocupa a muchos autores contemporáneos, tales como Roudinesco, Preciado, etc. Mi postura al respecto consiste en considerar como saludable la superación postmoderna del binarismo estereotipado del sistema de géneros de la modernidad. Reconocer que las identidades son híbridas, múltiples y sensibles al contexto, no implica celebrar su dilución. Por el contrario, un núcleo estable de identidad de género habilita al sujeto a las transgresiones lúdicas características de lo que Jessica Benjamin ha denominado como posición post edípica.

La desregulación de las sociedades de control habilita el respeto por los derechos humanos de todxs, lo que no supone idealizar una condición subjetiva particular y atípica, ni negar las diferencias existentes en materia de estilos subjetivos de construcción del género.

Espero de quienes estudien estos temas una lectura crítica y reflexiva que, a través del debate necesario, habilite seguir pensando… La velocidad de las transformaciones tecnológicas y las amenazas derivadas de un desarrollo insostenible, así como de las dificultades humanas para captar la índole inevitable de las relaciones comunitarias, reclama más que nunca una reflexión colectiva

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