Por Esteban Ferrandez Miralles
El bloomsday empezó a celebrarse el 16 de junio de 1954, exactamente cincuenta años después del día en que, según eI Ulises, Leopold Bloom realizó el recorrido dublinés que arrancaba del hogar conyugal que compartía con Molly. Un recorrido que tras llevarle por lugares como el cementerio de Glasnevin, la tienda de licores de Davy Byrne, el hotel Ormond, la playa de Sandymount, el hospital de maternidad o el burdel de Bella Cohen en Nightown, le devolvía borracho a su casa, en cuyo patio trasero acababa de orinar en compañía del no menos borracho Stephen Dedalus. Esta es la historia, principio y final, que entretendrá a los críticos durante 300 años… al menos. De momento hacemos los primeros cien.
James Joyce se exilia muy joven de su Irlanda natal, como tantos irlandeses a principios del siglo XX, pero en su caso el viaje no le conduce al nuevo mundo, es más corto pues le lleva a Trieste, ciudad italiana fronteriza con los Balcanes, a 30 km de la actual Croacia. Allí residirá la familia Joyce hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, momento en el cual, como ciudadanos británicos, se ven obligados a salir; de un territorio que pertenece en esos momentos al Imperio austrohúngaro, en guerra con los Aliados, se trasladan a Zúrich, no vuelven a Irlanda.
Aunque autoexiliado, Joyce conserva una relación compleja y ambivalente con su Irlanda natal y sobre todo con Dublín. Nunca volverá a su patria excepto en pequeñas incursiones, viviendo el resto de su vida entre Trieste, Zúrich y París principalmente, para finalmente morir en Zúrich, a raíz de las complicaciones que le sobrevienen tras ser intervenido de una úlcera de duodeno. En esa época, Joyce se encontraba ya en un estado físico deplorable, al parecer.
En mi opinión, el exilio exterior e interior, ambos, forman parte de la vida y de la obra de Joyce. Exilio si consideramos la «locura» de Joyce como una suerte de exilio interior. Exilio de sí mismo cuyos fragmentos podemos ir encontrando en las páginas del Ulysses más que en el resto de su obra, por un lado porque Ulises reescribe sus obras anteriores Retrato del artista, Stephen el héroe… y además cualquier posibilidad de significación en Finnegans Wake parece una tarea imposible.
Según Umberto Eco (1), el exilio de Joyce tiene como objetivo permitir un ejercicio de destrucción de la Irlanda mítica y medieval. Una Irlanda que representa su mitología de los orígenes, pero que también es la madre Irlanda, una madre amada y detestada a la vez. Así se va perfilando el mutter komplex, queva a ocupar un lugar de privilegio en la obra de Joyce, pero sobre todo en Ulises.
Algo semejante parece ocurrirle también a Joyce en su relación con la Iglesia católica, la cual ha ocupado un lugar preeminente en su educación. Joyce estudia con los jesuitas, los cuales le dejan una impronta imborrable, como se puede ver sobre todo en el personaje central de sus escritos anteriores al Ulises, Stephen Dedalus, verdadero alter ego del escritor en su juventud.
En definitiva, lo que intentamos pergeñar son las dificultades para relacionarse y distanciarse de la figura materna, relación ésta que -a nuestro modo de ver- constituye una de las fuentes principales de angustia del autor. A este propósito es revelador lo que dice de su madre Dedalus en el primer capítulo del Ulises, cuando Buck Mulligan, compañero de piso y amigo le reprocha su comportamiento durante la agonía de ésta. En primer lugar, hay una serie de evocaciones que nos hacen entrar en situación, en ellas se describe el mar de Irlanda, el mar que rodea la torre en la que viven como una inmensa y dulce madre, una dulce madre gris pero también como un mar “verdemoco”, un mar «tensaescrotos», y por último como nuestra poderosa madre. Las referencias al mar, o al océano como símbolos maternos privilegiados, asociados a la angustia, son numerosas en el psicoanálisis clásico, comenzando por la Interpretación de los sueños de Freud.
Mulligan, su amigo, le reprocha a Dedalus su actitud en el lecho de muerte de la madre: “Pero pensar en tu madre rogándote en su último aliento que te arrodillaras y rezaras por ella. Y te negaste. Hay algo siniestro en ti …“ He leído muchas veces este capítulo, principalmente esta escena con su amigo Mulligan, el orondo estudiante de medicina. ¿Qué le lleva al personaje Dedalus, alter ego de Joyce a no querer arrodillarse? ¿Es un ejercicio de rebeldía adolescente, de rechazo a la intoxicación religiosa, de reacción edípica al sentirse traicionado por una madre que se va, arrastrada por la enfermedad…?
Tras una amarga discusión con su compañero, Stephen Dedalus se sumerge en amargas reflexiones sobre la muerte de la madre en una escena, la de la novela, que reproduce casi literalmente la de la realidad:
“Una pena, que aún no era pena de amor, le carcomía el corazón. Silenciosamente, en sueños se le había aparecido después de su muerte, el cuerpo consumido en una mortaja holgada marrón, despidiendo olor a cera y palo de rosa, su aliento, que se había posado sobre él, mudo, acusador, un tenue olor a cenizas mojadas.”
Continua con sus sombrías cavilaciones el joven Dedalus:
“Sus ojos vidriosos, mirando desde la muerte, para conmover y doblegarme el alma. Clavados en mí solo. Vela espectro para alumbrar su agonía. Luz espectral en su cara atormentada. Ronca respiración recia en estertores de horror, mientras todos rezaban de rodillas. Sus ojos en mí para fulminarme.
¡Necrófago! ¡Devorador de cadáveres!
¡No, madre! Déjame ser y déjame vivir”
.
Realidad y ficción se suceden aquí en un efecto de espejamiento que produce escalofríos. Sabemos que Joyce, el escritor de estas lúgubres reflexiones, vuelve de Paris para acompañar a su madre, enferma terminal de cáncer. Al final de la agonía, cuando todos están arrodillados alrededor de la moribunda rezando y sollozando, Joyce se niega a imitarlos a pesar de la insistencia del sacerdote y permanece de pie. Tras el funeral, Joyce se dedica a emborracharse por las tabernas de Dublín, hasta que conoce a Nora, la que será su mujer. Después de algunos incidentes violentos no aclarados parten para Trieste con la promesa de una plaza de profesor de inglés.
Como señala acertadamente Francisco Jarauta, Ulises es siempre el que parte (2), y ese viaje, sea del tipo que sea, conlleva inevitablemente una serie de consecuencias. La primera de ellas es la pregunta por la identidad nunca resuelta, pues -a mi parecer- la identidad en Ulises se fragmenta sin recomposición posible, se descompone, se atomiza. Por otra parte, está el tema del retorno, de la vuelta. Las estructuras narrativas europeas, contaba Eugenio Trías en Drama e Identidad (3), se dividen en dos grandes modelos: el drama y la tragedia. En el drama la vuelta siempre es posible, el héroe vuelve y Penélope le espera tejiendo y destejiendo la prenda fatídica, en realidad el tiempo no ha pasado y todo puede volver a su origen, nada irremediable ha sucedido. En la tragedia no hay vuelta atrás, las pérdidas nunca se recuperan del todo, el héroe queda inevitablemente marcado por la experiencia, es un extraño en su patria, en realidad se convierte en un apátrida vaya donde vaya. Es el caso de Hiperión, es el caso de Joyce. El Ulises de Joyce se corresponde, a mi modo de ver, con la experiencia trágica del mundo, no hay retorno a la infancia, al hogar, a la patria, a la identidad. No hay viaje sin naufragio, como dice Jarauta.
¿Qué persigue la escritura de Joyce, escritura llevada hasta los límites de la significación, hasta las fronteras del sinsentido.? ¿Podríamos pensar, por tanto, que el autor trata de liberarse mediante la escritura y la distancia, de la honda amargura que le produjo la muerte de su madre?
Gran parte de los biógrafos consideran la enfermedad de su hija Lucia, diagnosticada por Jung de esquizofrenia, como el principal acontecimiento traumático en la vida de Joyce, desencadenante de sus trastornos psíquicos, trastornos agravados por su adicción al alcohol. De ser así, la demencia de Lucia, diagnosticada por Jung, habría sido un trauma intolerable para su padre. Esta demencia va manifestándose cada vez de modo más visible, hasta que a los 17 años -en medio de una disputa familiar- la hija de Joyce le lanza una silla a su madre. Esto decidirá a Joyce padre a viajar a Zurich para consultar a Jung, el cual dirá de Lucia (4) que padece esquizofrenia; posteriormente la tendrá en tratamiento durante años.
Tal noticia fue intolerable para Joyce, cuya primera respuesta fue que su hija no era esquizofrénica sino clarividente, de hecho ambos compartían un lenguaje común, inaccesible para los demás. Ese lenguaje, apuntan algunos críticos, se correspondería al de la obra que culmina la operación conceptual y estética de Joyce, el Finnegans Wake que, lamentablemente, es difícilmente legible, incluso para el lector inglés. Hay una traducción muy meritoria al español, que yo conozca, de una parte del texto: Ana Livia Plurabelle.
También cuando lee el Ulises Jung afirma que el propio Joyce padece esquizofrenia, una apreciación que Joyce nunca le perdonará. Jung no carece de perspicacia y, a propósito de lo que estamos preguntándonos, el valor de la escritura frente a los problemas psíquicos, dirá que la diferencia entre Joyce y su hija es que donde él nada y sale a flote, ella se hunde. ¿En qué medida la sublimación, la escritura, permite a Joyce mantenerse a este lado del muro psiquiátrico en que quedará encerrada su hija?
U. Eco tiene una opinión parecida sobre las apreciaciones de Jung:
“… la esquizofrenia… había que considerarla como una especie de operación «cubista» en la que Joyce… disolvía la imagen de la realidad en un cuadro ilimitadamente complejo… Pero en esta operación […] el escritor no destruye la propia personalidad, como hace el esquizofrénico: encuentra y funda la unidad de su personalidad destruyendo otra cosa. Y esta otra cosa es la imagen clásica del mundo».
Con Joyce se acaba la imagen clásica del mundo, Eco toma como modelo la operación cubista de Picasso la cual, al decir de Berger, revoluciona el mundo del arte. El viaje de Joyce es una peregrinación como la de su héroe, en este caso no para volver a Ítaca, es un viaje interior, pero un viaje sin vuelta atrás. Joyce no puede volver como Ulises a su Ítaca. Joyce huye de Irlanda para poder destruirla, pero esa destrucción es también una autodestrucción, de ahí la dificultad y el drama de Joyce. El drama de Joyce no es el drama neurótico, no es el drama edípico, no se trata de perder la categoría fálica. El drama joyciano es el del ser o la nada, el de la esquizia más absoluta, o la pérdida de la identidad en los recovecos de la mente.
Joyce proyecta su destructividad en la escritura, una escritura que salda cuentas con su historia, pero que muestra ahí su límite: no se puede destruir al Otro sin autodestruirse. Quizá es por esta razón que Joyce tarda casi 20 años en escribir Finnegans Wake, a la sazón su última obra.
La obra de Joyce está permanentemente referida a Irlanda y especialmente a Dublín, la ciudad muerta de la que pretende escapar, la ciudad de los muertos, como la retrata John Huston en su última película. Pero también está repleta de referencias al catolicismo con el que Joyce mantiene una compleja relación. Una relación en la cual, si bien manifiestamente ha abjurado de la fe, por el contrario, no deja de aparecer en su obra en términos de “fascinación por las reglas, ritos, imágenes litúrgicas”. Esta relación escindida con la religión católica queda bien patente en el comentario de Umberto Eco: “abandonada la fe, la obsesión religiosa no abandona a Joyce” (5).
Por tanto, podemos concluir que, bien se trate de un complejo materno no resuelto, bien sean las consecuencias de la dramática paternidad a la que se enfrenta Joyce con la locura de su hija, bien sea la herencia del alcoholismo paterno, o todo ello a la vez solapándose, lo cierto es que la lucha vital de Joyce mediante la escritura tiene el tono épico y dramático que sus lectores conocen bien. Una lucha por mantenerse a flote como dice atinadamente Jung, una lucha por encontrar en la escritura los medios para sobrevivir, para no enloquecer, o al menos para demorar el momento, para elidir o posponer la muerte.
Celorrio, agosto 2022.
Notas
1) Eco, U.: Las poéticas de Joyce. Lumen Barcelona, 2011.
2) Jarauta, Francisco, https://mondiplo.com/el-naufragio-de-ulises
3) Trias, E., Drama e identidad. Seix Barral. Barcelona, 1974.
4) Carol Shloss, profesora de Stanford (Palo Alto, California) ahora jubilada, ha publicado una biografía de Lucia de más de 500 páginas, que le ha costado un pleito con los herederos de Joyce, en la cual sostiene que Lucia tiene una infancia prometedora, estudia baile y llega a conocer a Isadora Duncan, está en contacto con las vanguardias surrealistas europeas, tiene una relación frustrante con Beckett, entonces secretario del padre… Luego empieza a presentar dificultades, que estallan en una escena en la cual ella le lanza una silla a su madre, a partir de ahí la intervención de Jung, el diagnóstico de esquizofrenia y el ingreso en la Burgolzli de Zurich, a partir de lo cual queda separada de su familia, de ahí se traslada a St Andrews en Northampton, Inglaterra, donde morirá en 1988. La biógrafa sostiene que su hermano Giorgio presionó mucho por el internamiento para ocultar sus relaciones incestuosas con la hermana.
5) Eco, U., Ibid (1).