SUBJETIVIDAD
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Felices como niños
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 

“Es (…) el programa del principio del placer el que fija su fin a la vida. (…) no obstante lo cual su programa entra en querella con el mundo entero, con el macrocosmos tanto como con el microcosmos. Es absolutamente irrealizable, (…); se diría que el propósito de que el hombre sea ‘dichoso’ no está contenido en el plan de la ‘Creación’. Lo que en sentido estricto se llama ‘felicidad’ (…) por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico.” [1]

“A Freud no se le escapa que la felicidad es lo que debe ser propuesto como término de toda búsqueda, por ética que ella sea. Pero lo decisivo (…), lo que yo querría leer en El Malestar en la Cultura, es que para esa felicidad, nos dice Freud, absolutamente nada está preparado en el macrocosmos ni en el microcosmos.” [2]


Las razones

Tanto Freud como Lacan coinciden en señalar la imposibilidad  de la felicidad, salvo como episódica, para los humanos.  La castración, un concepto central al Psicoanálisis, más allá de su extendida y vulgar conexión con el órgano sexual masculino, está inscripta en su constitución bajo diversas alternativas y –básicamente-  el surgimiento mismo del sujeto implica su desalojo del mundo de la naturaleza, la pérdida del saber instintivo, el destierro liso y llano de ese Paraíso y el divorcio o, por lo menos, la discordia  entre su bienestar y el desarreglo de sus goces.

Freud ubica tres lados desde donde amenaza el sufrimiento para los humanos: “(…) desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro (…).”   [3]   

El desarrollo de la civilización ha incidido, y no siempre sólo de modo positivo, sobre estas tres fuentes. No nos ocuparemos, por ser una obviedad, de los beneficios del progreso del saber sino que veremos sus otros efectos. Así, la ciencia ha avanzado sobre el cuerpo -incluso sobre sus partículas más minúsculas en el caso de la manipulación genética- hasta el puntode suscitar múltiples interrogantes, cuestiones éticas acerca del futuro de la procreación, por ejemplo. Si la ciencia ha sido -a lo largo de su historia- capaz de encontrar cura a todo tipo de enfermedades, hoy sabemos que inventa patología para poder vender sus productos. Así, podemos señalar nuevas enfermedades:  los efectos del paso del tiempo sobre los cuerpos, las peculiaridades propias de los niños pequeños, la angustia y la tristeza –tan íntimas al humano-;  todo ello ha sido patologizado y se ofrecen remedios/mercancías para curarlo.  Retomando a Lacan, es la vertiente tanática, sin freno, del deseo de saber. [4]   

En cuanto a las fuerzas de la naturaleza, es ocioso describir los daños –por estar  tan difundida su descripción- del avance de la tecnociencia para dominarlas y explotarlas. Esos perjuicios entrañan la posibilidad misma de la destrucción del planeta. No hay límite alguno al afán de apropiación capitalista de los frutos de la naturaleza y en ese dato radica su aspecto siniestro.

En último término, respecto de los vínculos con los otros, sabemos del empuje a la uniformidad que ha introducido la globalización y de su consiguiente efecto de segregación [5], de la pretensión de demonizar las diferencias, de manipular el tipo de lazo social, de la exclusión que hace caer a la mayoría por debajo de niveles aceptables para una supervivencia digna; sabemos, asimismo, de la paradoja que alberga el desarrollo inusitado de los recursos comunicativos en relación con la creciente soledad en la que se encuentran los seres humanos. No menos significativo -en cuanto al estado de los vínculos- es el desarrollo de la industria de la guerra, ya descaradamente desarticulada  de cualquier motivo superior, ético, etc. como los que tantas veces se invocaron en la Historia y en los que ya nadie podría creer.

En todos los casos, se trata de una conjunción: la tecnociencia en su cruce con el capitalismo. Así como podríamos analizar el rasgo que otorga el mecenazgo, por ejemplo, a los productos del saber y del hacer medievales, es preciso especificar qué le aporta el desarrollo capitalista al avance de la tecnociencia. La privatización generalizada, el afán de ganancia ilimitada, el hecho de que las corporaciones multinacionales se encuentren tan bien representadas por los gobiernos de las naciones son algunos de los datos que contribuyen a que la tecnociencia sea hoy, sobre todo, un factor esencial de degradación e infelicidad. Se trata de la gula sin freno del capitalismo, de un empuje ciego que reniega de cualquier riesgo y sólo se ocupa de la multiplicación codiciosa del beneficio económico. No en vano Lacan señala que el discurso capitalista excluye  al amor y rechaza la castración.


Sin embargo…

Cada época sitúa, sin embargo y a pesar de que la dicha sólo pueda ser un “fenómeno episódico”,  alguna clase de promesa respecto de su logro, ya sea que la ubique en el curso de la vida terrenal o que la dibuje, como lo hacen las religiones, en un horizonte más allá de la misma. Así, por ejemplo, lo podemos ver en los ideales de la Modernidad que elevaban el trabajo duro a la categoría de virtud conducente al ascenso social: el self made man que alcanzaba -sin que su origen humilde fuese un impedimento- las ventajas, el premio, de una vida holgada, etc. También, respecto de las religiones, hay ofertas que conciernen a la vida después de la muerte, con o sin promesas de reencarnación terrenal.

A contramano del estado de disgregación, de descomposición social, y de desdicha generalizada que provoca -renegando de lo que es evidente para el Psicoanálisis- el capitalismo promueve hoy, con mayor énfasis que nunca, el empuje a esa felicidad inalcanzable, o sea: al imposible. Así, nos dice que todo es realizable, que todo lo que la ciencia logra puede estar al alcance de cualquiera y que –si algo es factible- se debe obtener. Desafía las leyes naturales y promete hasta fabricar vida por encargo. Si se puede hacer debe ser hecho; si se puede tener, debe ser alcanzado. Empuje a un goce que no reconoce tope.

El sujeto se adhiere a estos lemas, que funcionan como ideales bajo los cuales cobijarse. El consumo, el tener,  se convierte en medio de alcanzar un ser.  Resulta de ello el consiguiente desconsuelo para el sujeto, quien carga sobre sí con el inevitable  fracaso de la apuesta.  El tener - ofrecido como puente privilegiado a la felicidad- no es accesible a todos; la promesa decepciona aun al que logra realizarla y estimula el siempre más que caracteriza al sistema. La sociedad laica posmoderna ofrece un plus en objetos, como complemento subjetivo, a la manera del fantasma. Se trata de una relación inconsciente, en el caso del fantasma, del sujeto con un objeto privilegiado, como en el caso del “brillo en la nariz” que destaca Freud. [6]  Esta relación recubre y vela lo que, para el humano, no tiene complementariedad posible debido al disloque constitutivo que sufre su sexualidad. Un objeto se vuelve deseable a partir de portar el rasgo.

En el caso de la oferta de objetos que formula el mercado se accedería, supuestamente, al consiguiente cobijo identificatorio a través de ese tener aunque –en verdad- respecto del poder y de la división en clases, sea el sujeto el que esté en posición de objeto.  El consumo, entonces, incluso el de drogas de alta gama, es reducto y espejismo posible para algunos. Para la mayoría: la exclusión, el fracaso, el resentimiento y, cada vez en más casos, las adicciones varias. El objeto de consumo hermana sin por eso cancelar los efectos propios del sistema de clases.


Niños embuchados

Hay, además de todo lo expuesto, profundas razones estructurales de intimidad entre el sujeto y el objeto, afinidad estructural entre el tener y el ser para que este dislate progrese. Hay, asimismo, afinidad entre el discurso capitalista y el funcionamiento inconsciente, en tanto éste desconoce la castración [7].

Sería interesante, pero motivo de otro trabajo, ver –en la conceptualización de diferentes autores- lo que cada uno privilegia en la constitución de la subjetividad y cómo cada aporte se cruza con la oferta de felicidad del capitalismo. Así, el surgimiento del sujeto y el juego del Fort Da en Freud; el sujeto lacaniano que se ofrece al deseo del Otro en el intervalo significante; el objeto transicional en Winnicott; o el sujeto que –en el dispositivo de la ternura para Ulloa- está ya anticipado por la madre. Veríamos, en este recorrido, cómo –de una u otra manera- está en juego la castración del Otro, el enigma de su deseo, y la puesta en juego de la angustia del sujeto en la posibilidad de la separación. La promesa de felicidad del capitalismo, por el contrario y según vimos, no la incluye. Alienta la omnipotencia infantil y se apresura a patologizar la angustia. Parece que se alentara el ser como niños a los que se los obtura/embucha como deseantes con comida u otro tipo de tapones, tecnológicos por ejemplo.

Así, cuando no hay acogida simbólica, cuando está obstaculizada la posibilidad del sujeto de tramitar la angustia en las redes de la palabra, está facilitada la vía de la actuación y/o de la afectación del cuerpo. La de la motilidad es una respuesta que evita, por falta de recursos, lidiar con dicha angustia, incluso evita hacerlo por el camino de la inhibición o del síntoma, por ejemplo. Cuando fracasan las ofertas de la cultura –o ante la imposibilidad de acceder a ellas por parte del sujeto- y ante la persistencia de un malestar que recorte su lugar como conflictivo, que problematice la inserción del sujeto entre los otros y, sobre todo, en relación con la producción, siempre hay una respuesta más que, sólo aparentemente, apuesta a la palabra. Se trata del  nombre que le brinda la ciencia al ubicarlo en alguno de los casilleros de las listas de los DSM y del objeto/medicamento con el que pretende ponerlo a funcionar disciplinadamente.

El Psicoanálisis apela a la transferencia, juega allí la condición de dependencia estructural del sujeto al Otro, pero su horizonte es que haya duelo y separación. En lugar del rótulo, del nombre genérico que proveen las clasificaciones de los DSM, el Psicoanálisis propone una posición de ignorancia respecto del ser del sujeto. De acuerdo con esa condición de vacío que preside a su  producción, lo recibe con preguntas más que con respuestas preestablecidas. El analista alentará en el sujeto angustiado y desorientado, desde luego y como función esencial del timing, la elaboración de respuestas conducentes a nuevas interrogaciones, guiado por su lugar de Otro de la transferencia para ese sujeto particular y por el deseo del analista en que puede sostenerlo.


Niños tranquilos

Para Freud, la infelicidad de los  humanos es más fácil de comprender que la posibilidad de su felicidad. Por eso se dedica a estudiar lo que la religión ofrece como consuelo: “Así como para el conjunto de la humanidad, también para el individuo es la vida difícil de soportar.” [8] Como salida, el hombre ‘humaniza’ la naturaleza y da sentido a todo aquello que lo angustia. Hace de las fuerzas que lo asustan dioses, siguiendo los trazos de lo que hizo en la infancia frente a sus progenitores. Aunque la ciencia disipe los misterios de la naturaleza, el desvalimiento humano persiste y, con él, los dioses.
 
La religión, esa ilusión que no es error –nos dice Freud-  sino efecto de un deseo, “sería la neurosis obsesiva humana universal; como la del niño, provendría del complejo de Edipo, del vínculo con el padre.” [9] Piera Aulagnier ubica en este cumplimiento de deseo -constitutivo de la ilusión- la originalidad de la acepción psicoanalítica y  trabaja, en el niño, el proceso por el cual puede hacer el duelo por un Otro garante y “aceptar su soledad y el peso de la duda”. [10] Nada hay de tranquilizador en este proceso.

La religión católica, sin embargo, apela a un niño inocente, tranquilo, crédulo al recoger el guante de la promesa de felicidad: Sed como niños para poder entrar al Paraíso, dice el Evangelio que retoma la palabra de Jesús. La ideología de la Nueva Era, en esa línea y en sincretismo  con el impulso al Nirvana de los cultos orientales, también favorece la infantilización y, con ese costo encubierto, promete la felicidad. La multiplicidad de grupos de riesgo, que hoy encuentran eco gracias al desconsuelo y la desorientación de los sujetos, plantean –cada uno a su manera- propuestas infantilizantes, que los eximen de toda responsabilidad en los asuntos públicos y hasta respecto de sus lazos amorosos más próximos. Se proclama el amor, en una acepción abstracta, general y lavada que no necesariamente implica el compromiso afectivo  responsable, o sea la posibilidad de sufrir con o por otro en particular (Soy Uno con el Todo; Amo la Creación). Para obturar la angustia, proponen certezas de todo orden, (Si sucede, conviene; Somos lo que comemos) incluyendo la de la vida eterna, la de las vidas futuras, la de la transmisión de la energía (Mejor alejarse de la gente tóxica) y todo tipo de ilusiones a contramano de la inclusión de la castración.

Asimismo, albergan a sus adeptos -en una comunidad virtual o real- bajo insignias que les permiten reconocer un nosotros y separarse, supuestamente, del consumismo que impone el sistema. Las sectas operan perversamente sobre sus víctimas con el objetivo de su apropiación y dominación con fines económicos. El consumo de espiritualidad, el abandono del “peligroso ego” y de los “deseos”, toma el relevo de la propuesta de los mercados. Así, podemos revisar algunos pocos ejemplos en sectas religiosas: Testigos de Jehová [11]; Sahaja Yoga [12]; Centro Sai Baba [13].

Del mismo modo y con características de mayor peligrosidad, pululan los Maestros sin iglesia que ofrecen paliar e incluso anular el sufrimiento y que recogen enormes beneficios económicos con sus clases, sus seminarios, sus libros de autoayuda y, en ocasiones, todo tipo de merchandising. Por el grado de difusión que tienen estas ofertas, tan sintónicas con lo que el capitalismo necesita, me detendré en uno de sus representantes: Eckhart Tolle, el que promueve el desentenderse tanto del pasado como del futuro para circunscribirse al Ahora. Este maestro bizarro describe un quiebre en su vida, a los 29 años, luego de una crisis depresiva, que podría ser compatible con un brote psicótico, dado que emerge del mismo con un despertar espiritual y predica sus teorías; por ejemplo:  

“Así es como el ego se opone al momento presente de un modo u otro, y así se nutre, es la oposición contra que el falso yo necesita, las quejas mentales, son solamente un aspecto de eso. (…)

Se quejan de cosas, se quejan de situaciones, se quejan del tiempo, se quejan del país, se quejan de todo. (…) se siente más fuerte en esa oposición contra lo que es, (…). Ya se ve que es algo demente, es una demencia la oposición contra lo que es, es, lo que es ya es, opone lo que es o sea que el estado normal, que significa loco, el estado normal es esa oposición contra la vida de ese falso yo. Cuando lo ponemos así vemos lo loco que es, oposición contra la vida, yo contra la vida dice el ego, así se percibe a sí mismo, yo contra el universo, aquí estoy yo y allí el resto del mundo, y el resto del mundo me amenaza, pero también lo necesito, o sea, estoy en conflicto, necesito las cosas del mundo pero al mismo tiempo es una amenaza, y así vive el ego, quiero más de eso pero estoy contra eso, porque necesito llegar allí, lo más. (…)

Convertimos este no inconsciente a un consciente, y aceptamos la forma de este momento como es. Abandonamos la resistencia porque hemos reconocido que la resistencia contra la vida es demencia, y la pones cada día aquí, el ahora aquí. Una nueva relación con el ahora, una nueva relación, una relación abierta y amistosa con la vida, con la forma de este momento, sea lo que sea. Esta es la práctica espiritual más eficaz que hay, y la más simple. Continuo alineamiento con las formas del momento presente. (…) (las bastardillas son mías).

(…) Pero aquí esta práctica no requiere tiempo, aceptar este momento como si lo hubieses elegido (las bastardillas son mías), (…), porque la totalidad del universo ha producido la forma de este momento, no puede ser otra cosa que lo que es, no se puede discutir con lo que es, es una locura discutir con es, lo que es, ya es, no es posible la discusión, cada discusión es demencia, la naturaleza no tiene discusión con el es, el agua, una flor, el animal vive todavía en esa alineación pero inconsciente, nosotros hemos perdido la alineación con la vida y ahora la estamos encontrando otra vez, y ahora es mucho más profunda que antes, cuando éramos gente normal en el llamado paraíso de la mitología.” [14]

Como se ve, esta peligrosa propuesta promete eliminar el sufrimiento al precio de un aplanamiento de la subjetividad, de una pérdida de la posibilidad de historizar tanto como de la de formular proyectos, de una normalización/bestialización disfrazada de espiritualidad; una alineación que es una  violenta alienación. Debe retenernos, si embargo, la enorme cantidad de seguidores que tanto éste como otros charlatanes tienen en la actualidad. El nivel de tontería en su discurso nos lleva a interrogarnos sobre el tipo de operación que la maniobra de la Nueva Era ejerce sobre sus fieles para obtener credibilidad. Lo logran con técnicas tomadas de culturas orientales y utilizadas con fines manipulatorios: meditación, yoga, cantos devocionales, etc., así como con sutiles amenazas y todo tipo de intervenciones sobre una subjetividad a la que,   siguiendo a Freud, la empuja un deseo -tras esta ilusión-, un deseo infantil de completud absoluta. El espíritu crítico se desvanece,  florece la intolerancia a cualquier manifestación de duda,  de vulnerabilidad; el sujeto, así aniñado, se siente amparado por las certezas y desconoce el precio que paga por ellas.


¿Qué tutela para esos niños?

Recientemente, la Corte Suprema intervino para indicar que se vacunara a una niña que se encontraba –en ese sentido- en riesgo en virtud de la negativa de sus padres, pertenecientes a una secta. El Tribunal se hizo cargo, así, de tutelar el derecho de una menor a quien los padres no protegían y que, como tal, fue considerada incompetente. ¿Qué sucede cuando los adeptos a grupos de riesgo, a pesar de encontrarse tan fragilizados por esa pertenencia, son adultos?

Es muy complicado, pero necesario, abrir el debate acerca de la condición subjetiva en que quedan las víctimas de las sectas. Para ello, no está de más comparar su condición minusválida con la de los niños. Así, casi en simultáneo con el fallo que amparó a la niña, la Corte Suprema le negó al padre de un Testigo de Jehová -bajo el principio de reserva que dice que la justicia no tiene jurisdicción sobre los actos privados de las personas- la posibilidad de practicarle compulsivamente una transfusión de sangre. Se apeló al principio de autodeterminación y de libertad de conciencia y religiosa.

La respuesta del padre merece toda nuestra atención: “A la Justicia le falta frescura y con su resolución la Corte se maneja como los testigos de Jehová. Tienen un párrafo y lo siguen a morir. No innovan, no nos van a tratar individualmente, nos van a tratar de acuerdo a lo que está preescrito”, aseguró. [15]

Asimismo, para aportar al debate, vale incluir un fragmento de la carta de un médico respecto del caso: “¡La Corte Suprema determinó que no se transfundiera al paciente Testigo de Jehová porque firmó un papelito estando sano y fuerte siguiendo una creencia! (…) No existe un derecho superior que el de preservar la vida. (…)

Si el médico no transfunde al paciente, está siendo seducido por otros hombres, por fuera de la medicina, a quebrar su juramento y a apartarse de su esencia en la sociedad: está colaborando con, en caso de que el paciente esté lúcido, el suicidio por razones místicas de ese ser. Y si no está lúcido, (…), está facilitando la muerte del paciente por inacción, POR MIEDO (sic) a ser demandado judicialmente.
Pienso que no hay mayor inseguridad sanitaria que generar médicos miedosos de arruinar su vida profesional por los posibles juicios si toma una decisión ante un paciente en riesgo. No transfundimos, no operamos, no accionamos si no tenemos la orden de un juez (un abogado), y cuando al fin esa orden llega el paciente está muerto o su salud gravemente empeorada.” [16]

Creo que vale la pena, al menos, revisar, interrogar qué se considera decisión con pleno discernimiento en el caso de miembros de grupos de riesgo pues estos fragilizan el marco identificatorio y censuran la autodeterminación.¿Acaso se considera cuál es el estado mental en que se encuentran los adeptos a esas organizaciones? Guiarse por el principio de reserva, desde luego, es casi inevitable mientras no haya conciencia de la necesidad de una investigación seria y de la difusión de conclusiones que adviertan sobre los riesgos de  esos grupos y en tanto se los siga considerando como a religiones de pleno derecho. No es así en legislaciones de otros países que han progresado en esta tarea, como Bélgica y Francia, por ejemplo. No se trata de avanzar sobre las creencias sino de intervenir sobre los modos en que esos cultos ejercen la manipulación subjetiva de sus miembros.

 
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Notas
 

[1] Freud, Sigmund. Obras Completas, Tomo XXI, El Malestar en la Cultura, Amorrortu editores, Argentina, Pcia de Buenos Aires, 1986. Pág. 76.
[2] Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis, Editorial Paidós, Argentina, Buenos Aires, 1988. Pág. 23.
[3]Freud, Sigmund, op. cit. Pág. 76.
[4] Lacan, Jacques, op. cit. Pág. 386.
[5] Oleaga, María Cristina, “La secta, una respuesta posible al malestar del capitalismo globalizado”, Revista El Psicoanalítico Número 1.
http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num1/sociedad-oleaga-secta-capitalismo-globalizado.php
[6] Freud, Sigmund. Obras Completas, Tomo XXI,  Fetichismo, Amorrortu editores, Argentina, Pcia de Buenos Aires, 1986. Pág. 141.
[7] Franco, Yago. Más allá del malestar en la cultura: psicoanálisis, subjetividad y sociedad, Editorial Biblos, Argentina, 2011.
[9] Freud, Sigmund, op. cit. Pág. 43.
[10] Aulagnier, Piera. El sentido perdido, Editorial Trieb, Buenos Aires, 1980. Pág. 56/7.
[11] Los Testigos de Jehová promueven el cultivo de las virtudes de los niños. Recortan, basándose en los Evangelios y desarrollando su significación: la humildad, la educabilidad y la confianza, la pureza, la capacidad de perdonar y su reconocimiento espontáneo de la existencia de Dios. “¿Qué podemos aprender de los niños?” http://www.watchtower.org/s/20070201a/article_01.htm
[12] “Una vez que estáis por encima del ego, entráis en el Reino del Virata. (…) Cuando entréis en el Reino del Virata tenéis que ser como niños. Ahí sóis niños; entráis como niños”. Shri Mataji Nirmala Devi, Virata Puja 1989 y Krishna Puja 1999
http://www.sahajayoga.es/nirmalitas/pdf/n16_imprimir.pdf
[13] “Cristo dijo una vez que la dicha jugueteaba en las tiernas mejillas de los niños, en quienes no hay deseos. Los niños muestran a menudo este júbilo de manera notable. La dicha y la felicidad que exhiben no tiene parangón con nada en el mundo. Un niño que va en brazos de su madre por el camino, muchas veces se ríe solo. Los niños poseen también la extraordinaria cualidad de poder hacer reír a los mayores.” (Discursos dados por Sai Baba  {SB 52} Lluv. 2 (32 disc. 1973)
(Impreso en castellano en Lluvias de verano Tomo 2, cap 16)
http://www.saibabalibros.com.ar/esp/htmdis/ss52/sb52_16.htm
[14] Tolle, Eckhart. Conferencia de Barcelona. Septiembre de 2007, http://es.scribd.com/doc/8640180/ETolle-Conferencia-de-Barcelona
[15] Albarracini, Jorge. (http://www.eltribuno.info/salta/165943-Testigo-de-Jehova-el-padre-critico-a-la-Corte.note.aspx)
[16] Dr. Marietan, Hugo. (http://www.marietan.com/otros%20escritos/ser_medico_2junio2012.html)

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