Desde la más lejana antigüedad, hasta donde sabemos, una familia con mamá, papá, hijos, hermanos, tíos y abuelos ha estado presente en las sociedades en las que nuestra civilización reconoce sus antecedentes. Extensa o nuclear, conyugal, tradicional o no tanto, idealizada o terrorífica, la importancia de esta familia en sus múltiples versiones, ha sido máxima hasta el presente en la vida de hombres y mujeres. Ahora bien, un fantasma recorre hoy Occidente: las nuevas configuraciones de familia y de pareja, junto a los cambios que las modernas tecnologías permiten en materia de reproducción, comienzan a perfilar en el curso del siglo XXI una verdadera mutación de la civilización en la cual, entre otras cosas, la familia no será más lo que fue. Un terremoto perturba la continuidad del nido de Occidente y tambalea con él nuestra manera actual de entender la paternidad, los derechos del niño, el derecho a la filiación, las reglas respecto de la herencia, es decir, nuestra manera de entender casi todo.
Frente a este panorama, una de las preguntas urgentes en nuestro campo se refiere a cuál es el contexto intersubjetivo necesario y suficiente para que se constituya un sujeto a partir de un organismo biológicamente humano. La situación está a la vista: la tecnología actual permite a los laboratorios médicos fabricar y vender bebés como se venden muñecas en las jugueterías y –dada la ausencia de legislación– cualquiera podría comprarlos o adoptarlos. Las novedades que aporta la tecnología se suman a las que aportan las nuevas configuraciones de pareja y familia de modo tal que matrimonios de gays, lesbianas, travestis y de todo tipo se presentan como candidatos a criar niños. Los casos de hospitalismo descriptos por Spitz, así como las patologías de abuso, de abandono y de niñez vulnerada nos alertan sobre la responsabilidad que le cabe a la sociedad y a los profesionales de todas las áreas respecto de esta crianza. ¿Qué podemos decir los psicoanalistas sobre este asunto?
Desde el punto de vista estadístico la situación es más que relevante. Según un estudio de 1994 (E. Roudinesco, pag. 205) “… en el continente americano hay entre uno y cinco millones de madres lesbianas, de uno a tres millones de padres gay y de seis a catorce millones de niños criados por padres homosexuales.” Vale recordar, para apreciar esta cifra, que un país como Uruguay tiene de tres a cuatro millones de habitantes. O sea que no estamos hablando de un grupito minoritario y que los niños – ¡solamente los niños!– que en 1994 eran criados en familias homoparentales en EEUU y Canadá constituían una población equivalente a 2-4 veces la población del Uruguay.
La familia, ese enigma
No es fácil hoy, 2014, establecer en qué consiste una familia. La diversidad es la norma. Los diseños de familia socialmente aceptados han sufrido enormes cambios al mismo tiempo que las nuevas tecnologías en materia de reproducción permiten diseños antes inimaginables. La familia ha destrozado todos los moldes que anteriormente la definían y lo que queda a la vista son preguntas más que respuestas.
No obstante, sería imposible disminuir la importancia de la familia en las historias de vida de los sujetos occidentales. Esta predomina en la educación inicial, en el ordenamiento primero de las pulsiones, en la adquisición de la lengua materna, gobierna los procesos fundamentales del desarrollo psíquico, la organización de las emociones, transmite estructuras de conducta y de representación (Lacan, 1938, pag.16).
¿De qué habla un sujeto cuando en un tratamiento analítico habla de su familia de origen, de la que tuvo, de la que no tuvo? La referencia suele aludir al encuentro del sujeto con el Otro, a las marcas que de este encuentro quedaron en el psiquismo. Si las cosas van bien en el trabajo analítico, éste va a llevar a que el sujeto pueda encontrar un camino propio y se deshaga de las identificaciones y mandatos familiares que no le convienen. Un análisis exitoso implica lo que podríamos llamar una desfamiliarización. El trayecto de un análisis es el del self propio y en este sentido exogámico, un camino que llevará en parte a la transformación y en parte a hacer propia la endogamia, proceso que no deja de confluir hacia la exogamia. Se trata, vía historización y/o simbolización, de volver a la familia para librarse de ella y en este trayecto, la familia fue apenas un ordenamiento fortuito de los vínculos necesarios para que se constituya la subjetividad.
Hasta ahora, el único sujeto "suficientemente sano" que el psicoanálisis describe, es el sujeto edípico y el Edipo solo puede darse como tal en una familia con determinado formato: pareja parental heterosexual y prohibición del incesto. Considerando la realidad social, ¿puede nuestra teoría seguir sosteniendo que la subjetividad no psicótica se constituye exclusivamente en una trama edípica cuando millones de niños que no muestran evidencias de psicosis son criados por parejas homoparentales? La única respuesta posible es que la subjetividad en estos casos se constituye en una trama diferente de la edípica, excepto que le asignemos al Edipo una realidad en que la heterosexualidad de los padres no es necesaria.
Por otra parte, la heterosexualidad de los padres es también un apoyo fuerte de la teoría psicoanalítica, que le asigna a la diferencia anatómica de los sexos un lugar central en la constitución del psiquismo. Para el psicoanálisis, la diferencia que ordena el universo simbólico de la subjetividad normal/neurótica ha sido hasta el presente la diferencia sexual (Freud S. 1928, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica). ¿Seguiremos pensando lo mismo?
Las investigaciones. Lo que de ellas puede esperarse
Los trabajos referidos a la salud mental de los niños en las familias homoparentales empiezan a aparecer avanzados los años 80 y se refieren en su mayoría a niños nacidos alrededor de 1970 en el hemisferio norte. Entre los textos que circulan los hay de propaganda disimulada, de investigación, de propaganda abierta, pero en nuestra revisión, los más confiables concluyen, en términos generales que estos niños se desarrollan en lo cognitivo, social, emocional y sexual de forma similar a los niños con padres heterosexuales y que la probabilidad de que estos niños sean adultos gays o lesbianas no es mayor que la de los hijos de padres heterosexuales.
La revisión de la bibliografía muestra trabajos de diferente diseño y de mayor o menor confiabilidad, pero no permite arribar por el momento a conclusiones claras. Las preguntas que los investigadores se formulan pueden ser más o menos acertadas e igualmente la metodología, pero frente a los mismos datos, los diferentes autores arriban a conclusiones muy disímiles. O bien se asevera que por el momento los hijos de parejas homoparentales no parecieran presentar problemas particularmente importantes, o bien que el hecho de que las poblaciones estudiadas no presenten perturbaciones no demuestra nada concluyente. Metodológicamente se afirma que la evaluación de problemas en estos hijos requiere de un seguimiento longitudinal que aún no fue realizado (es decir que los niños tengan edades que todavía no alcanzaron y que allí se los vuelva a estudiar). Otros cuestionamientos aluden a que el grupo de hijos estudiados no se comparó con un grupo testigo, lo que obviamente sería fácticamente imposible (Paul Denis, pág 134) o bien que los padres que participaron en estos estudios son militantes gays (Denis, ídem).
La lectura de estos artículos lleva a preguntarse qué se quiere decir cuando en las polémicas se dice que estas familias son iguales a todas o radicalmente diferentes. A mi juicio, el origen de estas afirmaciones apresuradas y/o contundentes en exceso debe buscarse en las ideologías políticas, siempre presentes en los asuntos humanos. Ahora bien, que una afirmación se sustente en razones políticas no la desmerece en absoluto pero conviene discriminar si una opinión es de raigambre psicoanalítica o política.
Por otra parte, la familia nunca fue un paraíso y cabe recordar que siempre, en cualquier familia, los niños pueden estar prisioneros e inermes frente a la violencia de los adultos. Los casos de abuso que hoy –2014– inundan los hospitales argentinos, ¿no provienen acaso de familias conyugales y heteroparentales? Para aumentar las dificultades, la imaginación –que en otros terrenos ayuda– no es una buena herramienta para pronosticar qué pasará con estos chicos. Posiblemente, como en otras genealogías, primará la diversidad, pero, si intentáramos ajustar los vaticinios… ¿cuánto de la psicología del homosexual contemporáneo deriva de su identidad sexual y cuánto de la discriminación que padece?
En síntesis, ¿qué ocurrirá en el futuro con los chicos hoy entregados a parejas homoparentales? La pregunta debe quedar abierta, pero seguramente habrá algunas diferencias y ser hijo de una pareja homoparental dejará sus marcas, como también las deja ser adoptado por una pareja heterosexual. Dice E. Roudinesco (pag. 210): "Más allá de la ridiculez de las cruzadas, las pericias y los prejuicios, algún día será preciso admitir que los hijos de padres homosexuales llevan, como otros pero mucho más que otros, la huella singular de un destino difícil. Y también habrá que admitir que los padres homosexuales son diferentes de los otros padres. Por eso nuestra sociedad debe aceptar que existan tal como son. Debe acordarles los mismos derechos que a los demás padres, pero también reclamarles los mismos deberes. Y los homosexuales no lograrán demostrar su aptitud para criar a sus hijos obligándose a ser “normales”. Pues al procurar convencer a quienes los rodean que esos hijos nunca se convertirían en homosexuales, corren el riesgo de darles una imagen desastrosa de sí mismos. [...] los hijos heredan en el inconsciente la infancia de sus padres, el deseo y la historia de éstos tanto como una diferencia sexual."
Lo que el psicoanálisis puede aportar
Los problemas en juego son enormes y las preguntas no se refieren a cuestiones limitadas a lo psicológico. Por el momento no es posible dar respuestas definitivas en lo referente a nuestra disciplina: no hay experiencia suficiente. Las nuevas familias forman parte de una infinidad de cambios que modifican las leyes centrales de la existencia humana: los modos de crianza, las leyes de parentesco, la interdicción del incesto, los modos de convivencia, la filiación. El psicoanálisis no es una rama de la futurología y habrá que esperar para evaluar las consecuencias de un experimento social que es parte de una mutación en la civilización.
Los experimentos sociales tienen sus costos, a veces muy caros. El comunismo real fue un experimento del que hubo que volver atrás y lo mismo sucedió con la separación de niños y madres en los kibutz de Israel. ¿Cómo evolucionará el experimento social que implican las familias homoparentales? ¿se lograrán sortear los problemas específicos que se plantearán, como hoy los tienen las familias adoptantes heterosexuales? ¿O naufragarán, como otros experimentos sociales en el pasado, agobiados por problemas que hoy no son anticipables, pero que se irán evidenciando con el desarrollo de los sucesos? Como psicoanalistas no lo sabemos.
Mientras tanto, ¿qué responder cuando jueces y autoridades nos preguntan a los profesionales psi qué ocurre en las familias homoparentales con las funciones antes llamadas materna y paterna? ¿Se efectivizan independientemente del sexo de quien las encarne y de su contexto familiar? ¿O por el contrario deben esperarse problemas significativos en el armado del psiquismo de los hijos de parejas homoparentales?
Mi opinión es que la homoparentalidad no es un obstáculo pero hay que ver a cada caso en su singularidad: nuestro trabajo posible es el de ver los casos uno por uno y, como sabemos, entre los aspirantes a adoptar niños hay gente muy perturbada tanto homo como heterosexual. Y dicho sea de paso recordemos que los niños adoptados por parejas heterosexuales presentan algunos problemas emocionales característicos, que en nada desmerecen las virtudes de la adopción, una institución tan beneficiosa. Los psicoanalistas no tenemos porqué someternos a idiomas que no son los nuestros –tal es el idioma de la política– y que al pretender hablarlos nos llevan a un pantano. Somos psicoanalistas, no legisladores, tampoco adivinos.
¿Qué responder entonces? En principio analizar las situaciones una por una y básicamente, evaluar el vínculo entre los adoptantes, el deseo de hijo/a, así como los funcionamientos psíquicos en las personalidades que se candidatean para la adopción. ¿Ayudamos a un psicótico o a un perverso –hombre o mujer– a que tenga hijos con técnicas de fertilización asistida? Frente a una consulta, mi primera evaluación se refiere a la presencia de funcionamientos destructivos. Esto tiene más importancia que si son homosexuales o heterosexuales, si quieren tener hijos con técnicas estrambóticas, si conviven o no, etc, etc. Otro funcionamiento que me sirve de brújula es el registro de la subjetividad ajena: en cuánto y cómo el otro de la pareja y el posible bebé son considerados como entes subjetivos o asubjetivos en los que se registran y respetan –o no– deseos, sentimientos y funcionamientos diferentes y autónomos. Y aún otra brújula: en el horizonte de nuestra clínica está siempre lo que se llamó la aceptación de la castración, aludiendo con este término a la aceptación de una ley que pone límites al deseo y a las variedades clínicas de la omnipotencia. En estos terrenos es justamente donde la tecnología actual desordena las viejas coordenadas. ¿Dónde está la ley que interesa al psicoanalista en los tiempos actuales? La ley en psicoanálisis no se refiere a un fragmento de legislación, se refiere a la interdicción del incesto en tanto simboliza la protección al otro indefenso y la sustentabilidad de un lazo social, la regulación de la destructividad y el reconocimiento del otro/a como diferente y autónomo.
No creo que los analistas podamos dar la palabra certera sobre estas cuestiones, aunque sí tenemos mucho para decir en equipos interdisciplinarios y no debemos abstenernos. Los "apolíticos" no existen. Cooperemos, entonces, con la comunidad para evitar lo más posible las aberraciones que se cometen, pero no olvidemos que todos los discursos que han intentado legislar sobre el amor, la reproducción y la familia han ocupado un lugar de autoridad social que no es el del psicoanálisis. La autoridad es necesaria en la sociedad, pero desconfiemos del psicoanálisis erigido en autoridad.
Las preguntas son difíciles: a las novedades inimaginables que nos aportan las ciencias y las tecnologías, se suman los prejuicios vigentes, las miserias de todo tipo, que potencian los efectos negativos de cualquier realidad, y ni qué hablar las legislaciones obsoletas, muchas veces de siglos pasados. Así es que el desafío es grande pero si algo debemos recordar es que estamos a las puertas de una verdadera mutación de la civilización.
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