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Imagen obtenida de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Dante_Gabriel_
Rossetti-Persephone.jpg
Hoy el padre no sabe pero las TCC*
Segunda parte
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar

 
Las TCC y su afinidad con el mercado capitalista

La concepción y las técnicas de las TCC están en perfecta armonía con la cultura del arrasamiento de la subjetividad. Si el discurso del capitalismo y el mercado diseñan una suerte de modelo complaciente de sujeto, un consumidor acrítico, las TCC vienen a corregir lo que se estima divergente respecto de ese paradigma. Sus métodos: la sugestión, la corrección de pensamientos disfuncionales, etc. apuntan a obtener un individuo formateado, libre de conflicto, resiliente, feliz. Lo que ha sido patologizado previamente, aquello que hace obstáculo al alegre acople entre el sujeto y la consumición,  se disuelve -en lo posible- con ese adiestramiento y -de no ser así-  se normaliza exitosamente con medicación.

Para ello disponen de Protocolos para atender problemas de adaptación, en los que la desviación de un standard de diseño es lo que califica al malestar como tal. En este sentido, ese apartamiento se considera tan válido si el sujeto es quien se queja o si es el medio el que denuncia ese dato. Como corresponde a esta caracterización, la cura implica la adaptación: “En la mayoría de los casos la psicología le propone al individuo resolver el problema mediante un cambio en su comportamiento de manera que, finalmente, logre un grado de adaptación tal que la persona se sienta razonablemente bien. La terapia es enseñar un nuevo comportamiento que logra resolver el problema. Se resume en la frase ‘No podemos cambiar el mundo o las personas que lo habitan pero nosotros mismos sí podemos cambiar. Quizás de este modo cambie el mundo que nos rodea y, en todo caso, nuestro propio cambio nos producirá satisfacción y nos evitará sufrimiento a medio y largo plazo’. Así el problema, en psicología clínica, se concreta en cómo ayudar a cambiar el comportamiento de las personas (lo que hacen dicen o piensan) que nos piden ayuda.” [1]

Estos mecanismos, estas soluciones, son sintónicas con lo que Cornelius Castoriadis caracteriza como “época del conformismo generalizado” [2]. Los sujetos, entonces,  se encuentran sumergidos en la heteronomía, en la seguridad de que la sociedad y sus instituciones son constructos venidos de quién sabe dónde y cuándo, dados de una vez para siempre, que no les pertenecen, que nadie tuvo que ver con su surgimiento y que nada se podría hacer para cambiarlas. La esencia de las TCC devela  una coalescencia muy notable entre un estado de la cultura y las operaciones de las que se vale para mantenerse inamovible. Las TCC no son un escándalo, como decíamos en la Primera Parte [3] respecto del Psicoanálisis, sino la niña bonita del sistema.

Los Manuales de la Psiquiatría actual -tan alejada de la clásica-   bajo el imperio de las Neurociencias son los lugares en los que se van registrando y acumulando las descripciones de las desviaciones respecto del Ideal esperable. Si antes era el Padre -un simbólico contundente- el que dictaba cómo ser y a qué aspirar, hoy los Manuales describen minuciosamente todo aquello que suponen aparta al sujeto de lo normal. Luego, el abordaje cognitivo comportamental tildará como presentes esas desviaciones cuando se encuentre con un sujeto sufriente. El resultado de estos listados resulta en grandes ganancias, desde luego, para los socios principales de las TCC: los laboratorios medicinales.   Respecto de este tema, vale la pena la lectura de los artículos del Número 2 de la Revista El Psicoanalítico: DSMV x 1: no va a quedar ninguno (sano) [4]. El capitalismo, sabemos, no cierra sin represión; las TCC no cierran sin medicación.

El Dr. Allen Frances, uno de los responsables de DSMIV, produjo una crítica interesante respecto de los Manuales: “(…) el DSM IV resultó ser un dique demasiado endeble para frenar el empuje agresivo y diabólicamente astuto de las empresas farmacéuticas para introducir nuevas entidades patológicas. No supimos anticiparnos al poder de las farmacéuticas para hacer creer a médicos, padres y pacientes que el trastorno psiquiátrico es algo muy común y de fácil solución. El resultado ha sido una inflación diagnóstica que produce mucho daño, especialmente en psiquiatría infantil. Ahora, la ampliación de síndromes y patologías en el DSM V va a convertir la actual inflación diagnóstica en hiperinflación.” [5].

En el caso de los niños sabemos que las nuevas patologías, como el Attention Deficit Disorder (ADD) o Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) resultan en medicalización para todos aquellos niños que se apartan de lo que se espera de ellos, que manifiestan desde una inquietud incómoda para los adultos que los cuidan hasta tendencia a la impulsividad incoercible. El psicoanalista de niños, Joseph Knobel Freud dice al respecto: “La verdadera pandemia es la medicación de la vida cotidiana y esto aplica a niños que con toda certeza no padecen TDAH. El trastorno es el resultado del fracaso de los padres de familia y de los maestros, porque son incapaces de observar que los niños están deprimidos por diversas razones y la hiperactividad que manifiestan es el efecto del problema. Lo más fácil es medicarlos, sin embargo, en unos años veremos que habrá sociedades de adultos dependientes y con altas probabilidades de ser adictos a las drogas”. [6] Tenemos que agregar, a esta explicación, los datos que mencionamos, en la Primera Parte de este trabajo, respecto del déficit constitucional -de complejización psíquica- que hace que los niños, frente a la irrupción angustiosa, estén más propensos a la descarga motriz, a la respuesta impulsiva [7].

Entre el 2005 y el 2009 hubo varias comunicaciones de la Federación de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) advirtiendo acerca de los riesgos de la medicalización de la niñez [8]. Tomamos este dato, salido del corazón mismo que motoriza las TCC, para no citar múltiples quejas, repudios y campañas que surgen de organizaciones con orientación psicoanalítica como Filium, por ejemplo [9]. Finalmente, por si aún quedaba alguna duda, en 2009, el psiquiatra León Eisenberg confesó -antes de morir- que se trataba de una “enfermedad ficticia” [10]. Sin embargo, este dato no ha tenido, ni por aproximación, el peso que tuvo y que tiene ese falso diagnóstico.

El Psicoanálisis, comparado con las TCC, puede ser considerado  artesanal: sirve para cada caso, incluso en lo que concierne a su instrumento, referido a lo más susceptible de usarse según se necesite, o sea la técnica. Nosotros privilegiamos la palabra pero estamos, por ejemplo, dispuestos a utilizar todos los medios de expresión, el dibujo, la escritura, las comunicaciones telefónicas o las virtuales, etc. para encontrar aquella vía  facilitada incluso con el sujeto más reticente. Es porque estamos amarrados en cuanto a algunas reglas fundamentales, como la de abstinencia, que podemos movernos con libertad en la búsqueda de lo apropiado a cada caso. Consideramos el sufrimiento según lo sea para aquél que nos viene a ver, o sea para cada uno, no extrapolable. Respecto de la eficacia, se trata de soluciones, creaciones, invenciones, de valor totalmente singular, no repetibles y, por lo tanto, se comienza cada vez de nuevo frente a cada quien. Nosotros no sabemos, o sólo sabemos a medida que el sujeto nos hace saber.

Mencionamos anteriormente  las suplencias que van al lugar de consolar del desamparo. Son modos, sin duda, de hacer con el goce. Estamos, en esta cultura, en medio de la proliferación de objetos ofrecidos a las pulsiones parciales para el goce autoerótico de los sujetos, goce que –sin embargo- los deja insatisfechos, promueve un más eternizante y rompe el lazo social. El Psicoanálisis pretende acompañar al sujeto para que encuentre un modo menos dañino de lidiar con el goce, un acceso menos tabicado a lo simbólico y al amor. En ese sentido, no hay formateo, hay reconocimiento de lo más propio del sujeto y sujeción a ello. Ni la complacencia ni la felicidad  le están, por eso mismo, prometidas. Sí quizás, dado que apunta a desligar al sujeto de falsas servidumbres, el Psicoanálisis -tal como lo ubica Castoriadis- tenga derecho a considerarse parte del  proyecto de la autonomía [11]

 

(*) TCC (Terapias Cognitivo Comportamentales)

 
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Notas
 
[1] Santacreu Mas, José, UAM (Universidad Autónoma de Madrid), Protocolo general de intervención clínica en Psicología:
https://www.uam.es/centros/psicologia/paginas/cpa/paginas/doc/documentacion/rincon/protocolo_general_intervencion_clinica.pdf (ante dificultades en abrir la página recomendamos copiar este hipervínculo y pegarlo en el navegador)
[2] Castoriadis, Cornelius, El mundo fragmentado, La época del conformismo generalizado, pág 24-6, Terramar Ediciones, La Plata, 2010.
[3] Oleaga, María Cristina, El padre no sabe pero las TCC sí, Primera Parte,
[4] Revista El Psicoanalítico Número 2: “DSMV x 1: no va a quedar ninguno (sano).
[5] Entrevista a Allen Frances en el Diario El País.
[6] Entrevista a Joseph Knobel Freud en la Agencia Digital Ferriz.
[7] Ibid (3).
[8] Advertencias de los organismos reguladores de fármacos sobre los psicoestimulantes.  
[9] Filium.
[10] El déficit de atención en niños es ficticio, confiesa su descubridor.
[11] Ibid 11, Psicoanálisis y Política, pág. 119.
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