“Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La her-
mosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.”
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Jorge Luis Borges *
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“Nunca estamos menos protegidos contra las cuitas que cuando amamos; nunca más desdichados y desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su amor.”
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Sigmund Freud ** |
“Tú eres amoroso, eres amor.
Entonces tiene eternidad. No está dirigido a nadie. Cualquiera que se acerque beberá de él. Cualquiera que se acerque a ti estará encantado con él, enriquecido por él. Un árbol, una roca, una persona, un animal, no importa. Incluso si estás sentado, solo…” |
Osho *** |
Para Lacan, es el amor el que permite condescender el goce al deseo. Es decir, en la constitución humana el amor -que se inaugura desde el Otro hacia el infans- civiliza el goce y lo articula en la producción de subjetividad y pulsión. Ese drama inaugural, que alivia al sujeto del desvalimiento, marcará profundamente la psiquis, tanto como para que -en el futuro- sus amores carguen con el apasionamiento así como con el sufrimiento que conlleva. Éxtasis, alegría, ternura, pasión, así como culpa, tristeza, angustia, desprecio, celos, envidia; no hay afecto ni suerte de la que los amores estén a salvo. [1]
Romeo y Julieta son, por ello, un paradigma. Esta obra mantiene, empero, a los amantes y sus propios sentimientos a salvo del horror. Son los otros los culpables de su fatal destino. Sin embargo, como la vida real es siempre una historia que termina mal, incluso los mejores amantes -tan ideales como pudiésemos imaginarlos- tienen siempre su momento de tragedia. “Vivieron felices y comieron perdices para siempre” es ilusión para los cuentos infantiles, como lo atestiguan la mitología y la literatura de todos los tiempos. Lo que varía, entonces, es la respuesta de las subjetividades según los mandatos de cada época, el modo de lidiar con el amor.
Degradación del amor
La presión al disfrute instantáneo, al goce sin freno que se ejerce hoy como mandato social, hace obstáculo a lo que Freud señalaba como acicates del deseo: el velo, el obstáculo, el misterio, ingredientes del erotismo. La pornografía, como estímulo del sujeto que se aísla en su goce narcisista y autoerótico, la obscenidad de mostrarlo todo, destierran el amor o lo reducen a la eficiencia de una gimnasia. “El amor se positiva hoy para convertirse en una fórmula de disfrute. De ahí que deba engendrar ante todo sentimientos agradables. No es una acción, ni una narración, ni ningún drama, sino una emoción y una excitación sin consecuencias. Está libre de la negatividad de la herida, del asalto o de la caída. Caer (en el amor) sería ya demasiado negativo.” [2]
La mercantilización general de la vida determina, además, que el otro sea intercambiable, tanto como cualquier objeto descartable. La felicidad, prescripción insoslayable hoy, es un mandato que no funciona en general, pero menos aún bajo las amenazas que implica el amor. Si el vínculo amoroso con otro es el portador de los peligros, la reclusión en las soluciones del narcisismo y el autoerotismo funcionarán como supuesta protección frente a las desdichas del amor. La tecnología y las redes facilitan esta salida solitaria. [3]
El Amor con mayúscula
En El porvenir de una ilusión, Freud separa las ilusiones religiosas de las creencias a las que se llega por demostración científica. Él creía que la cultura corría mayor peligro si se aferraba a su vínculo con la religiosidad que si se desataba del mismo. Pero parece que hay una dificultad inherente al ser humano en desasirse de las ilusiones que resuenan con el narcisismo infantil y la protección ante el desvalimiento. Esta propensión a ilusionarse, que surge en el infans, permanece y renueva su presencia frente a todas las incertidumbres de la vida, de las cuales los conflictos amorosos no son las menores.
La religiosidad, que Freud imaginó perdidosa ante el asedio del avance científico, encontró -sin embargo- modos de remozarse y florecer. La introducción de la incerteza, del caos, y la infiltración de la física y las ciencias duras en general por novedades insospechadas tuvo un papel inesperado sobre esta posibilidad de resurgimiento de la así llamada Espiritualidad. Este es el lado objetivo de este decurso que autorizó a los charlatanes un uso ad hoc de esos descubrimientos. El otro aspecto es la condición en la que está inmersa la subjetividad actual: la liquidez, al decir de Bauman, de todo lo que antes la sostenía. Determina, para el sujeto, la necesidad de asirse a algo que no sucumba, sin que ello lo impulse a bucear demasiado en sus fundamentos.
La época -que no quiere saber nada de la infelicidad y el conflicto- ofrece una coartada por la vía de estas espiritualidades sui generis: el Amor, abstracto y universal, más atractivo, supuestamente con garantías, para aquellos que no renuncian a su ejercicio. La Espiritualidad y el Amor a un Todo -que incluye las plantas y los animales -insectos también- y los vecinos y la humanidad, además de los amigos del Facebook- parecen más convenientes y protectores. Este Amor tiene otros rasgos, pero no deja de estar emparentado con el “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” acerca del que tanto nos previniera Freud en El Malestar en la cultura.
Estos consuelos apelan a fundamentos variados. Sospechosos estudios e investigaciones proclaman por todos lados los descubrimientos de la ciencia neuronal, los efectos de ciertos estímulos sobre la corteza, el valor de la dopamina como fuente de felicidad, las recetas para favorecerla y divulgan aplicaciones para desentrañar los misterios de la subjetividad. Es decir, las nuevas espiritualidades vehiculizan representaciones pseudo científicas que incorporan -sin embargo- las antiguas trampas. Hablan de energías y defensas que circulan o se bloquean según impenetrables razones que, sin embargo, podrían controlarse; identifican a personas tóxicas para otras; sostienen una continuidad entre psique, cerebro y soma en un todo difuso; rescatan la importancia de astros y calendarios en el destino; muestran “papers” suscritos por remotas universidades que certifican las bondades curativas de actitudes, hierbas y/o disposiciones de los muebles en una casa, así como de muchas inciertas afirmaciones que nunca pueden demostrar si no caen -finalmente- en el ámbito de la creencia. Al decir freudiano: lo indemostrable termina siendo irrefutable. Es el modo en que la vieja dominación de la ilusión se perfila hoy: ha adquirido un barniz de cientificidad suficiente para la avidez del crédulo y necesario para cualquier oferta.
Sistemas así armados surgen permanentemente y florecen aventajando en su atractivo no sólo a las religiones tradicionales sino incluso a la medicina ya que sus promotores, afincados en esta supuesta cientificidad, la dan a conocer como medicina alternativa. Hay desesperados, enfermos graves y sus familias, que caen en la trampa. Son los incautos que más pierden; son los que, a instancias de millonarias fundaciones que los captan con sus promesas de Sanación por Amor y otras irrisiones, terminan relegando o dejando sus tratamientos tradicionales y cargando con la culpa por no mejorar, ya que ponen el peso de lo que llaman Sanación -ya que desde luego no prometen cura alguna- en las tareas que les encargan: respirar, meditar, escuchar sus prédicas, reír, bailar, Amar e indicaciones inauditas por el estilo que -dicen- mejorarán sus defensas. No se oponen abiertamente a la medicina pero sí de modo indirecto: al hacer descansar la curación en el sistema inmunológico, al anunciar que ese sistema sólo lo mejora el sujeto mismo, de hecho trabajan contra cualquier tratamiento que incluya la inmunodepresión y dejan al enfermo en la encrucijada de decidir cómo resolver la contradicción.
Estos nuevos Sacerdotes se atreven a declararse Maestros del Arte de Vivir, conservar la salud y ¿por qué no? garantizar formas de vida eterna. Poco a poco, han pasado del terreno, antes menospreciado, de la superstición a ocupar lugares públicos, dar cátedra frente a millones a través de los medios de comunicación, escribir libros/manuales de autoayuda y convocar a desesperados y a enfermos con sus anzuelos. En síntesis, se han elevado -gracias al uso y la mescolanza que hacen de ciencia e ilusión, cosa impensable en la época de Freud- desde el lugar reservado para la ignorancia supersticiosa al lugar de conductores de masas, de nuevos hipnotizadores. Estos Maestros/Mercaderes dicen: “No sufras por amores si puedes ser feliz por el Amor”.
En cuanto a las terapias psi, las hay muy variadas en su presentación, aunque no en su estructura. Desde las terapias cognitivo comportamentales, pasando por las de la bioneuroemoción, las de vidas pasadas, las que apelan a los ángeles, las del coaching y el reiki, todas apuntan a la homogeinización de los sujetos, a su armonización, al logro del bienestar sin fin.
Es llamativa, y muy de acuerdo con los rasgos epocales, su proliferación actual. Al decir freudiano, es una suerte de hipnosis. Un gurú o un líder de secta ocupa el lugar del Ideal vacilante, licuado, del sujeto. Las coincidencias con el enamoramiento son grandes: “La misma sumisión humillada, igual obediencia y falta de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado. La misma absorción de la propia iniciativa; (…)” [4]. Además, otro rasgo llamativo es el apartamiento del sujeto del mundo que lo rodeaba, la concentración de su interés en todo lo referido a su nueva inserción.
Freud advertía que las masas creyentes, generalmente más fervorosas cuanto más ignorantes, ganarían si lograran desasirse de esa atadura y atribuir a la cultura y los hombres, en igualdad de condiciones, tanto las leyes divinas como las terrenas. En una anticipación genial, decía que las masas lograrían -con ese descubrimiento- no la temida abolición de la ley, sino el saber de la posibilidad de su mejoramiento y de su propia posibilidad de participar para lograrlo. Podríamos pensar hoy en la validez de estas afirmaciones: cuando se desnaturaliza el orden social, cuando -por ejemplo- se puede descubrir el carácter no necesario sino contingente del capitalismo como sistema único, o de la democracia actual como inmejorable, se abre un escenario amplio que permite a los sujetos descubrir la dialéctica entre lo instituido y lo instituyente y, por lo tanto, su propio papel en los cambios por venir. Es la posibilidad del desplazamiento del poder, desde el Padre -Gurú, Líder paternalista de masas o quien se arrogue ese lugar- a los recursos propios de los sujetos.
No corren igual ventura, en cuanto a empoderar a los hombres, las noticias acerca de la muerte y la finitud. Quizás tenemos ejemplos de la ganancia de este aporte ya sea cuando nos referimos a la solución de la neurosis en un psicoanálisis y al cambio positivo para un sujeto que tolera incorporar la castración a su vida, ya sea cuando situaciones que adquieren valor de claves interponen en una vida una bisagra que hace caer el velo de la inmortalidad. Pero las ilusiones siguen encontrando, con mayor frecuencia, el modo de adecuarse a la época y guarecer a los hombres de la angustia y el desvalimiento, a pesar de todo lo que le aportan de ignorancia y servidumbre.
La operación freudiana
Freud se ocupó con dedicación de intervenir sobre las ilusiones religiosas vigentes en su sociedad; rastreó sus orígenes y les pronosticó, sin acertar, un porvenir de decaimiento. Sin duda, esta predicción optimista tuvo que ver con el espíritu cientificista de su época y con el futuro triunfante que imaginó para una ciencia que estaría al servicio del hombre. Así, se ocupó de analizar y perfeccionar los estudios de Le Bon acerca de la sugestionabilidad y la hipnosis, así como de denunciar sus fuentes libidinales, operación que despeja tanto el carácter de los conductores, gurúes y líderes de secta, etc., como el estado de indefensión en que se sumerge a los adeptos en una masa psicológica. La época actual, la aspiración del capitalismo a lo ilimitado, hace de buen marco a este fenómeno. Los medios de comunicación también toman el lugar de líderes -hipnotizadores- y, según sus conveniencias, fomentan la formación de masas ávidas de recetas y de guías. Veamos algunas afirmaciones de Freud, en el año 1921, que son imprescindibles hoy para entender tanto las nuevas religiosidades como los fenómenos del reclutamiento de jóvenes por el terrorismo: “Abriga un sentimiento de omnipotencia; el concepto de lo imposible desaparece para el individuo inmerso en una masa.”. “(…) es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica, lo improbable no existe para ella. (…) Por eso no conoce la duda ni la incerteza”. “(…) la sospecha formulada se le convierte en certidumbre incontrastable, un germen de antipatía deviene odio salvaje”. [5] ([6a] y [6b])
Más allá de las diferencias que nos separan de sus conclusiones optimistas, llama la atención el escaso trabajo que ejercemos, como psicoanalistas, para iluminar -en lo posible- estas zonas oscuras que ocupan los grupos de riesgo, las sectas, los curanderos varios y las nuevas religiosidades con sus ofertas de Amor, Sanación y Eternidad. Y nuestro descuido transcurre mientras que el Amor del que hablábamos, esa vaga espiritualidad redentora, avanza y gana terreno por sobre el alcance y el prestigio de nuestra herramienta fundamental: la transferencia.
La transferencia, sabemos, es un amor genuino y necesario para la cura que, hoy, presenta dificultades para su establecimiento frente a la facilidad con que los sujetos caen en transferencias con los grupos que describíamos. Nuevamente, Freud puede venir en nuestra ayuda. Cuando señala la dificultad de la subjetividad narcisista -más allá de su referencia única, que no compartimos, a las jóvenes y bellas muchachas histéricas- dice: “Tales mujeres sólo se aman, en rigor, a sí mismas, con intensidad pareja a la del hombre que las ama. Su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prendan del hombre que les colma esa necesidad. Al describir algunos rasgos en particular, agrega: “(…) subyugan nuestro interés (…) por la congruencia narcisista con que saben alejar de sí todo cuanto puede empequeñecer su yo [5]”. Si referimos su comentario a la subjetividad actual, al narcisismo como refugio, se aclara algo de lo que subyuga en la oferta de los grupos de riesgo. De hecho, los que los estudiamos y trabajamos con sus consecuencias sobre familias y adeptos, sabemos que el primer acercamiento es el de una etapa de enamoramiento en la que el sujeto es rodeado por amables reclutadores que exaltan sus virtudes y le dan amistad y protección. Sin duda, más allá del trabajo teórico y de esclarecimiento acerca de estos grupos, se impone la revisión y el cuestionamiento permanente de nuestro propio actuar en la clínica. El lugar de la castración, desde luego, está en nosotros y en nuestra práctica, pero su modulación es más esencial que nunca en cada caso.
Otro punto a considerar es que nosotros no nos ofrecemos como objeto de identificación, rehusamos ocupar el lugar del Ideal al que nos convocan en búsqueda de brújula. El grupo de riesgo se nutre de esa ubicación a través de brindar todo tipo de recetas y guías de vida. El enamoramiento inicial, en él, se continúa con la etapa de adormecimiento, que trabaja con técnicas varias: cantos, mantras a repetición, rezos, videos y lecturas, todo lo que facilita –con función hipnótica- la captación, la identificación y el sojuzgamiento. Asimismo, se imparten mensajes, indirectos o no tanto, acerca de los peligros y amenazas que se corren por fuera del ámbito grupal o de sus enseñanzas. Estas técnicas se enmarcan en una sociedad que tiene al consumo como principal valor por lo que la modalidad de adherencia a estos grupos, como a tantas otras cosas, toma carácter adictivo. Las herramientas que utilizan nos son ajenas y, en este sentido, nuestra oferta va a contramano de la época. En eso el Psicoanálisis sigue siendo subversivo, pero su ejercicio debe ser permanentemente problematizado por nosotros pues su supervivencia no está garantizada.
Lacan, en contraste con el optimismo de Freud en este punto, anunció en 1974: “Si la religión triunfa, lo que es más probable -hablo de la verdadera religión, hay una sola verdadera-; si la religión triunfa, será el signo de que el psicoanálisis ha fracasado. Lo más normal es que el psicoanálisis fracase, pues aquello de lo cual se ocupa, es algo muy, pero muy difícil” [7]. En esta Conferencia, brillante, Lacan incluye algo que plantea ya en el Seminario de la Ética (1959/60) respecto del deseo de saber de la ciencia, el que lleva a que los mercados ofrezcan lo que sea para investigaciones que se imaginen rentables, sin que haya reparo al avance sobre lo real. Así, para Lacan, ese real se verá trastocado de tal modo que será la religión, y especialmente la católica, la que triunfará por su habilidad particular para dar sentido a lo que sea, incluso a la vida humana. También anticipa Lacan la proliferación de un montón de religiones que llama falsas. Interpreto que, más allá de su formación personal, esta afirmación sobre lo verdadero y lo falso condice con su referencia a la segregación de sentido que le atribuye al cristianismo, el que -dice- llega incluso a preparar el futuro mediante su interpretación del Apocalípsis de San Juan.
Lacan avizora el peligro de que se cure a la humanidad del Psicoanálisis al inundarlo de sentido y apagar así su “relámpago de verdad”. Sostiene que la religión está hecha para curar a los hombres, “para que ellos no se den cuenta de lo que no anda” mientras que el Psicoanálisis nació para ocuparse de lo que no anda. Es decir, en un mundo líquido, donde lo que se solidifica es cada vez más el goce mortífero, el sujeto así desbrujulado estará mucho más ávido de sentido -del que sí rebalsan las ilusiones religiosas- que entusiasmado por un deseo de saber de sí y del enigma de sus síntomas. El punto es qué bisagra se juega en cada caso, para mantener viva la chispa de la transferencia y al Psicoanálisis mismo. Concluye Lacan: “(…) El psicoanálisis no triunfará sobre la religión; la religión es indestructible. El psicoanálisis no triunfará; sobrevivirá o no.” Me parece que, en este punto, somos los psicoanalistas los que tenemos la responsabilidad -difícil- de su supervivencia: distinguirlo de la religión y mantener la subversión que encarna sin por ello desalojar al sujeto que pide sentidos que lo sostengan, ajeno al que articula su propio padecimiento.
[*] “El amenazado”, El oro de los tigres, Obras Completas, Emecé Editores, Volumen II, pág. 485, Buenos Aires, 1994.
[**] El malestar en la cultura, Obras Completas, Tomo XXI, pág. 82, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986.
[***] Sobre el amor.
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