Psiquismo
y heterogeneidad de funcionamientos
Creo que ya es un lugar común entre nosotros,
que partimos de una concepción del aparato
y del funcionamiento psíquico como no-homogéneo,
con aspectos neuróticos, y otros aspectos o
fragmentos que no podrían pensarse desde el
modelo de la neurosis. Modos de funcionamiento dominantes,
que prevalecen en distintos momentos y aluden a una
concepción diversificada del aparato, que supone
pensar “interferencias” de estructuras
o de corrientes psíquicas diferentes, sustentadas
por sus respectivas lógicas, coexistentes en
el mismo sujeto. Esta cuestión conduce a pensar
“la constelación presente en la identidad,
hasta ahora subsumida de modo violento en la noción
de lo Uno”
[1].
Se complejiza de este modo una metapsicología
cuyos referentes eran la neurosis de transferencia
y la angustia de castración, al quedar fuertemente
incluidas problemáticas centradas en la labilidad
de las fronteras entre el yo y el objeto (angustia
de separación y de intrusión), y estas
cuestiones serían las que diseñan una
potencialidad determinante
de la vulnerabilidad o posibilidad de enfermar, sin
dejar de tomar en cuenta otros elementos concurrentes
que también entran en tensión (la particular
cartografía que el genoma humano asume en cada
cual, los factores congénitos, de riesgo, epidemiológicos,
disrupciones extremas del mundo circundante, así
como calidad de vida, red vincular
[2],
etc. necesarios pero no suficientes).
En tal sentido importa considerar las multiplicidades
que atraviesan y coexisten en un sujeto y que no pueden
ser representadas en una nosografía “sedentaria”
[3],
o abstracta, cuyas certezas quedan interpeladas.
Se va definiendo así la pertinencia de una
complejidad de preguntas que se entrecruzan, y desplazan
el lugar de los enunciados únicos.
La identidad, entonces (o la subjetividad también
producto de la época), “presenta un equilibrio
inestable y complejo, con una polivalencia semántica
que altera y corrompe los ideales de homogeneidad”
(Espósito).
Aparece así la noción de diferencia
(Derrida) y dispersión, en el interior del
sujeto humano.
Queda superada la lógica formal, organizada
alrededor del principio de no-contradicción
según el cual dados dos juicios, si uno afirma
lo que el otro niega, no pueden ser ambos verdaderos.
Disyunción verdadero-falso en detrimento del
sentido; de un sentido cuya constitución paradójica
cuestiona la asignación de identidades unívocas.
La “estructura” de un paciente podría
ser pensada más cercana a “una distribución
de puntos relevantes, ningún centro (absoluto)”
[4],
encrucijada o tal vez rizoma.
[5]
Un presupuesto básico de esta presentación,
es el que alude a suponer “el fenómeno
psicosomático” como potencialidad
facilitada en parte por un fragmento preneurótico,
coexistente entonces, con formas de funcionamiento
neuróticas y en función de determinados
desencadenantes que se hacen presentes. En las Conferencias
de Introducción al Psicoanálisis, Freud
plantea “un núcleo de neurosis actual
existente en el fondo de toda psiconeurosis”,
cuestión que incluyo porque abona la hipótesis
de la heterogeneidad, aunque entiendo que el criterio
del estancamiento de la libido dificulta el camino
a una complejización de los interrogantes.
De todos modos, interesa detectar y considerar la
presencia parcial o hegemónica de estos aspectos
no neuróticos en la constitución del
aparato, y esa comprensión se nos ha hecho
más clara a partir de las categorías
designadas como patologías del desvalimiento
o déficit, estructuras limítrofes, pacientes
“a predominio de cantidad” y distintos
modos de pasajes al acto: crisis psicosomáticas,
adicciones, accidentofilias, y sin el propósito
de establecer una equiparación que desconozca
las especificidades, sino reconociendo y destacando
las diferencias, podríamos decir que básicamente
en esas categorías predomina la escisión,
el desvalimiento (Freud), la aniquilación (Klein),
el terror sin nombre (Bion), el vacío, el “como
sí” (H.Deutch), la agonía y el
derrumbe (Winnicott).
En muchos de estos pacientes ubicados en “los
límites de la analizabilidad”
[6],
se despliegan actuaciones que no pueden ser “contenidas”
en una trama simbólica y la “desbordan”
con producciones del sujeto que tienen por referencia
la opacidad de lo fáctico, “en ese lugar
límite entre lo somático y lo psíquico
donde maduran los pasajes al acto”
[7].
Observamos que el psiquismo puede restringirse considerablemente
en su funcionamiento complejo por factores como los
que trataré de describir, y que limitan su
riqueza, diversidad y posibilidades de transformación.
Aparecen afectados la plasticidad en las relaciones
entre lo real, lo imaginario y lo simbólico,
el interjuego intra e intersistémico y la construcción
de pensamiento y fantasía. Cuestiones que ponen
de manifiesto el predominio de la compulsión
a la repetición, de evacuaciones de cantidad
que eclipsan la función significante, a diferencia
de lo que Freud llamaba intrincación como sinónimo
de ligazón, o mitigación, aludiendo
a las relaciones entre Eros y las pulsiones de destrucción.
Fallas tempranas en el objeto
Me refiero a pacientes en los que el objeto primario
constitutivo y estructurante
[8]
ha fallado como barrera de protección y modulación
frente a estímulos y excitaciones generando
una pertinaz “vivencia de desatisfacción”
[9].
Esta vivencia recurrente, y sus efectos posteriores,
han sido retomados por Green en El trabajo de lo negativo.
Por el contrario, el logro de la vivencia de satisfacción
implica que un cuerpo “enteramente ordenado
por lo biológico” se inscribirá
en el registro placer/displacer, cuestión que
requiere del orden simbólico.
La presencia intrusiva del objeto o, por el contrario,
su inaccesibilidad han afectado la constitución
de la ausencia como categoría que inaugura
las matrices del pensamiento, quedando así
dificultado el atravesamiento de otras problemáticas
tempranas como el fort/da y la experiencia del “extraño”,
y también interferidas las posibilidades futuras
del jugar, duelar y soñar. Importa el logro
de la categoría ausencia, que se sitúa
a mitad de camino entre presencia y pérdida,
destacándose los aportes de Winnicott en relación
a la capacidad de estar solo, aún en presencia
de la madre.
Para que se constituyan ciertos logros y sus matices
afectivos, se requiere de la captación de la
empatía o la ternura de quienes se hayan hecho
cargo del cuidado del niño.
Pueden conjeturarse dificultades en la regulación
temporal de los estímulos tempranos, lo que
incide en el posterior establecimiento del campo representacional.
En sus estudios sobre autismo
[10]
Tustin refiere el problema de la falta de encuentros
rítmicos con la madre, y plantea la conveniencia
de pesquisar un componente de esta naturaleza en los
pacientes neuróticos. Si esa armonía
inicial no se crea, el apego adhesivo, los estados
de apatía, sopor y abulia aparecen en momentos
posteriores del desarrollo y se conjugan con la falta
de cualificación afectiva
[11].
En La interpretación de los sueños,
La represión y Lo inconsciente, Freud plantea
una teoría tópica en la que alude a
diferentes estratos mnémicos, sobrevenidos
en períodos sucesivos del desarrollo psíquico,
regidos por lógicas cada vez más sofisticadas,
a las cuales es necesario retraducir los contenidos
representacionales. Entre nosotros, David Maldavsky
[12]
siguiendo a Freud, refiere que en las patologías
del déficit y el desvalimiento los procesos
iniciales de retraducción solo han podido tomar
en cuenta las urgencias ligadas a lo autoconservativo
y, por lo tanto, ciertas retraducciones no tienen
lugar. El sistema sensorial se rige, entonces, por
sus criterios más elementales, de modo tal
que cualquier canal perceptual capta básicamente
frecuencias, concepto que también usa Lacan
en referencia a lo psicosomático. Habría
una simplificación, una complejización
no alcanzada, degradación del potencial posible
de los canales perceptuales.
Esta temporalidad arcaica, hecha de ritmos biológicos,
escansiones, rupturas y discontinuidades se transforma
merced a la respuesta metaforizante del objeto. Cuando
esta primera dotación de sentido falta, el
proceso simbólico en ciernes puede quedar dificultado,
favoreciéndose la instalación de la
repetición como relevo del recuerdo.
Lo que se repite o reproduce, de carácter dificultosamente
elaborable, interfiere con el futuro y con la posibilidad
de representar; “presentaciones” sin pasado
ni porvenir, repetición en lugar de rememoración
[13].
Queda instalada, entonces, cierta facilitación
en el aparato, que la presencia persistente de condiciones
traumáticas potenciará, a un estado
de toxicidad de la pulsión por su insuficiente
tramitación a través de engramas representacionales
y fantasmáticos dejando al sujeto en un estado
de inermidad. Por otro lado, podría incrementarse
la fuerza de la pulsión de muerte en cuanto
a “aniquilar el sí-mismo que percibe
y experimenta, así como todo lo que es percibido”(H.
Segal). Green también refiere que la respuesta
a lo desbordante del trauma promueve expulsión
no solo de partes de representaciones sino (desorganización)
de funciones psíquicas. De modo que “una
vía de deshacerse de lo doloroso es desinvestir
lo representacional y destruir los procesos de ligadura.
Los atentados al entramado representacional obstaculizan
la represión y favorecen la escisión”
[14].
Se establece una dinámica propia de la energía
libre y el principio de inercia, que dará lugar
a lo que designamos como trastorno.
En ese contexto, la actividad perceptiva carece de
modulaciones sutiles, está disociada de la
actividad imaginaria, no promueve inscripciones representacionales,
fallando su integración a procesamientos simbólicos
en los que la metáfora está implicada;
este concepto, metáfora, abre a la dimensión
simbólica presente en lo imaginario, término
éste que tiene en Sami Alí, un uso muy
diferente al que le da Lacan: “el campo perceptivo,
desmesuradamente simplificado, excluye toda irrupción
de lo imaginario. Hay una disyunción entre
la actividad perceptiva y la actividad imaginaria;
disyunción, (es decir) algo más violento
que una oposición”.
[15]
En tanto que, en condiciones más benévolas,
es decir cuando ha estado presente el soporte de la
investidura materna, la percepción irá
acompañada de una interrogación de modelos
interiores tan activa como la búsqueda en el
campo perceptivo externo, siendo la reflexión
su fundamento imperceptible.
Estamos en el terreno de traumas tempranos que han
anegado y desbordado las posibilidades del aparato,
situación descripta con vigente actualidad
en la Carta 52 (correspondencia Freud-Fliess). Cuando
las barreras antiestímulo han sido arrasadas,
queda dificultada una simbolización posterior
que pueda “dar sentido” y transformar
en experiencia.
El sujeto parece entonces disponer de la escisión
y la desinvestidura como recursos disponibles. Muy
lejos ya del síntoma conversivo y de la represión,
y aún de la hipocondría, los fenómenos
observables son la exclusión somática
y la desintrincación pulsional. Quedan así
promovidas la somatización y una cierta fascinación
por la actuación expulsiva que da cuenta de
la inelaboración (acting-out y acting-in o
implosión somática). Se trata de “aquellos
estados borderline en los que el funcionamiento preconsciente,
lo discursivo, lo narrativo, se ve cortocircuitado
por el vacío, los pasajes al acto, las somatizaciones”.
[16]
La escisión podría pensarse como un
recurso extremo de protección de la zona secreta,
zona de no contacto (Balint); “donde el ser
verdadero está protegido” (Winnicott).
“A diario trabajamos con pacientes que han
padecido intrusiones desmesuradas acumuladas, que
no logran ser reprimidas y no pueden convertirse en
experiencia psíquica”
[17].
Las primeras experiencias de ligadura las propicia
la madre con el sostén, decodificación
y devolución con distorsión limitada
y dentro del marco empático de una "locura
amorosa" es decir de una buena investidura y
narcisización del hijo; reverie que no se apresura
a dar sentido.
Cuando esto no sucede, los vínculos tempranos
des-favorecen la integración y facilitan la
vulnerabilidad somática. Las conceptualizaciones
de trauma y trauma acumulativo aluden a la imposibilidad
de metabolizar.
Si adscribimos al modelo freudiano de las series
complementarias, podemos coincidir en que el psiquismo
se estructura sobre la base de disposiciones biológicas
generales, pero que es necesariamente transcripto
a un contexto que es siempre humano e intersubjetivo,
en el que “está presente constitutivamente
el proyecto identificatorio de quienes asisten inicialmente
al niño incluyendo las asignaciones de género
al nacer, capaces de contrariar los datos anatómicos”
[18].
Entramados y desencuentros
El afecto materno es el primer contenedor pulsional.
Así se instalan los primeros lazos entre soma,
cuerpo erógeno, actividad psíquica.
Cada dominio, sin dejar de lado sus condiciones inmanentes,
queda “vectorizado” hacia el siguiente
y, asimismo “metaforizado” en él.
“Por actividad de representación, entendemos
el equivalente psíquico del trabajo de metabolización
propio de la actividad orgánica” [19].
En la encrucijada de lo subjetivo y lo objetivo, del
sueño y la percepción, del afecto y
el pensamiento, el cuerpo propio, tomado de entrada
en una relación singular con el otro, subyace
a toda representación.
Así se va gestando paulatinamente la unidad
psicosomática fundamental del ser humano siendo
considerado el psiquismo un aparato de transformación.
Me parece pertinente tomar en cuenta la cuestión
del cuerpo erógeno, cuerpo habitado por metáforas
(neurosis), y la claudicación (al menos parcial,
al menos en algún punto) de la función
simbólica. En el terreno de la neurosis “el
ser metáfora, ficción operante, pertenece
a la naturaleza del cuerpo”
[20]. Según esa condición,
el cuerpo (y sus síntomas) podrían ser
tomados como “el efecto de una elaboración
secundaria en cuyo caso el psicoanálisis puede
ocuparse de él pensándolo como el contenido
manifiesto de un sueño”.
Podría considerarse la enfermedad somática
como cierto fracaso en la constitución de una
metáfora posible, al producirse una emergencia
anárquica de lo real del cuerpo (soma). Habría,
más bien, una degradación de sentido,
una pérdida de poder semántico y simbólico,
un movimiento de desinvestidura y desagregación
pulsional. [21]
La pulsión está anclada en lo somático
[22]
pero Freud también dice que se trata de un
“ya psíquico en una forma desconocida
para nosotros”.
La pulsión se soporta en una zona limítrofe,
sobre la línea de articulación, sobre
la línea de conjunción, sobre el punto
de convergencia entre dos series entramables, que
podrán tornarse divergentes. ¿Cómo
pensar los articuladores de las transformaciones,
ensamblajes, intersecciones y resonancias?
Entre cuerpo somático y cuerpo erógeno
representacional, cabría pensar en términos
de umbrales de potencialidad (inestabilidad) y de
pasaje a nuevos regímenes dinámicos
[23]
, por ejemplo la transformación (indiscernible)
de la carga energética endosomática
en pulsión, camino que podría no llegar
a “completarse”, en el caso que las excitaciones
no logren “entender” el dispositivo según
el cual podrían ser “admitidas”
en la frontera de lo psíquico. Desde esta perspectiva,
la indefensión estaría situada en la
dependencia del sujeto respecto del montante biológico
y somático.
En los movimientos progresivos de Eros, la pulsión
metaforiza al instinto y lo inscribe en otra legalidad,
en tanto que el objeto en su contingencia, despliega
una función intrincante de lo pulsional.
Los significantes aportados por el otro de la seducción
originaria logran implantarse y es sobre esos mensajes
que el niño hermeneuta realiza las primeras
tentativas de traducción. Los restos, que inevitablemente
se forman a la sombra de la traducción, constituyen
lo reprimido originario.[24]
El inconsciente intermedia entonces entre lo somático
y lo psíquico.
La pulsión es un concepto límite no
solo entre lo psíquico y lo somático
sino, y a la vez, de enlace entre sujeto y objeto.
El objeto es el revelador de las pulsiones, es la
“condición” de su advenimiento
a la existencia. Así, el objeto percibido,
hallado, será creado aún estando allí,
dándose lugar al “encontrar-creado”
(Winnicott).
La función objetalizante (Green, Winnicott)
consiste no solo en ligarse a objetos sino en crearlos,
en “exceder” su mera presentación,
ya que la investidura pulsional es el parámetro
esencial de dicha función. Los objetos y los
fenómenos transicionales, y el espacio potencial,
motorizan las condiciones de posibilidad de la simbolización
por cuanto se supone que la transicionalidad acontece
en el lugar de una reunión potencial, allí
donde se produjo la separación. Se observa
en los niños, que el logro del objeto transicional
con su tendencia a la integración por un lado,
y la enfermedad somática por otro, están
en relación opuesta e inversa. Asimismo, en
el adulto habría una correlación igualmente
negativa entre presencia de lo imaginario (Sami Alí)
y somatización.
La psicoanalista italiana Renata Gaddini, afín
a este enfoque, estudió lo que ella designa
como los precursores del objeto transicional.
En la metáfora se enlazan y anudan lo imaginario
y lo simbólico.
Una metáfora que vectoriza hacia lo simbólico.
Cuerpo somático, cuerpo erógeno, cuerpo
representacional plantean engramas y enlaces que complejizan
la contigüidad entre biología y psiquismo.
La “realidad biológica” alcanzaría
a través de los senderos frondosos del sueño
y el afecto, una transcripción en las tramas
de diseño simbólico.[25]
La energía ligada se despliega de un modo arborescente,
en red y sobre varios pentagramas (lo que aleja la
idea de linealidad) y comunica entre sí sectores
diferentes del psiquismo.
Winnicott muestra la relación entre el empuje
biológico, la elaboración imaginativa
y la ilusión.
Pierre Marty, (Escuela Psicosomática de París),
propone un punto de vista que no excluye el misterio
de los lazos entre psique y soma.
Una de las cuestiones que Marty plantea es la importancia
del preconsciente como punto central de la economía
psicosomática. Esta instancia determina las
relaciones entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo,
quedando ubicado el objeto en la intersección.
Es censura, filtrado, vía de pasaje y territorio
de transformaciones.
En el interior del funcionamiento del preconsciente
los enlaces transversales entre representaciones de
una misma época y los enlaces longitudinales
entre representaciones de distintas épocas,
configuran la fluidez de su circulación, quedando
así establecido su dinamismo, espesor y hojaldrado,
en definitiva su mayor riqueza, que habilita un campo
propicio a la elaboración, un espacio psíquico
apto para que el trabajo del sueño y el trabajo
del duelo puedan desplegarse, lo que desinvolucra
al soma.
Por el contrario, un efecto de aplanamiento, de adelgazamiento
del preconsciente por indisponibilidad de las representaciones,
dificulta la tramitación. Marty presupone fallas
tempranas en el objeto que afectaron la inscripción
representacional, pero la cuestión se definiría
no tanto por la presencia o ausencia de representaciones,
sino por su funcionalidad, riqueza (potencialidad
simbólica), su endoconsistencia, es decir,
su tallado, su facetado y su esencial modulación
por el afecto, ya que representación y afecto
son el derecho y el revés de una trama.
Marty hace referencias a desbordamientos o insuficiencias
pasajeras o profundas del funcionamiento mental. En
algunos sujetos las cantidades de excitación
"no están dispuestas" a metabolizarse
porque son cantidades importantes descualificadas,
(lo que pone en duda la presencia de un deseo en juego)
o porque la disponibilidad representacional y fantasmática
es pobre.
La poca permeabilidad del preconsciente hace pensar
en reflujos de lo psíquico hacia lo somático,
en tanto los objetos pierden su vitalidad e investidura.
Sabemos que las palabras son diques eficaces para
contener y transformar la energía ya que cohesionan,
ligan y ordenan los componentes de la representación-cosa.
“Las palabras poseen un sabor, un olor, un tacto,
una sonoridad, una visibilidad, un cuerpo. Los afectos
se aprenden en lengua materna” [26]
lo que asegura una relación carnal entre las
palabras y las cosas, entre afecto y representación.
“Baño melódico” de las palabras
de la madre, sugiere Piera Aulagnier.
La ligadura de afectos y de representaciones es la
función básica del aparato psíquico
y es pulsión de vida; capacidad de evocación,
permeabilidad a los retoños del inconsciente.
En el pensamiento operatorio, las palabras copian
(duplican) los hechos; falta el “índice
de verdad” (Bion); los sueños están
ausentes, o tienen poca elaboración.
La fantasía, que da cuenta de la libido invistiendo
tanto el pasado como el futuro, sería garante
del buen funcionamiento somático. Podemos considerarla
un articulador de alta complejidad entre los sistemas,
que expresa lo pulsional a través de las representaciones-palabra
en una escenificación imaginaria.
La manifestación propia de la pulsión
de muerte es el desinvestimiento que se pone de manifiesto
en el pensamiento operatorio, la depresión
esencial y la desorganización progresiva (Escuela
Psicosomática de París).
Marty establece algo así como una continuidad
del funcionamiento somático con el funcionamiento
psíquico. Utiliza los conceptos de fijación
y regresión acuñados para el psiquismo
y los extiende al soma. Las fijaciones somáticas
preceden en el curso del desarrollo a los puntos de
fijación del psiquismo. Por el contrario, las
regresiones mentales preceden a las somáticas.
El espesor psíquico frena, la elaboración
también. Son palièrs que si tienen consistencia
suficiente, pueden detener la regresión. Asimismo,
los puntos de fijación del desarrollo son puntos
de atracción para las desorganizaciones y a
la vez, refugios, palièrs que pueden poner
fin a esas desorganizaciones:
“…la desorganización progresiva,
no ruidosa, es la pulsión de muerte actuando
y está vinculada a la depresión llamada
esencial…” [27]
Cuando el super yo es reemplazado por un yo ideal
arcaico, ningún palier detiene la desorganización,
lo que le confiere una marcha progresiva avanzando
“hacia atrás”, por decirlo de algún
modo. Se impone, entonces, una distinción entre
regresión y desorganización: “un
individuo en la desorganización está
desarmándose y la manera como se desarma es
muy diferente de una regresión”.
Se postula una cierta desintrincación o desagregación
pulsional: las pulsiones parciales integradas, engarzadas
y vectorizadas hacia la genitalidad recorren un camino
regresivo.
La depresión llamada por Marty “esencial”
y por Green “depresión primaria”,
es una depresión sin objeto, sin autorreproches,
ni sentimientos de culpabilidad consciente, a veces
precedida por angustias difusas automáticas
que traducen el desamparo profundo del sujeto. Es
“correcta”, no “ruidosa” como
en la melancolía. Conduce a la muerte. Expresa
la disolución de los deseos y un estado arcaico
de desbordamiento con marcada disminución de
la libido objetal y narcisista, con pérdida
de interés en el pasado y en el futuro.
Faltan las actividades fantasmáticas y oníricas
que permiten integrar las pulsiones y su tramitación
psíquica. Los procesos simbólicos implican
una fuerte presencia de lo imaginario.
El soñar es el paradigma de lo imaginario [28]
; sus equivalentes en la vida de vigilia son la fantasía,
ensoñación, ilusión, creencia,
juego, transferencia, comportamiento mágico,
delirio; fenómenos que se producen en lugar
del sueño, a favor de un equilibrio diferente
cada vez.
El estrechamiento de lo imaginario, es decir, su represión
global en cuanto función, coexiste con una
hipertrofia de la sobreadaptación, un afán
de “rendimiento” e hiperactividad vertiginosa,
quedando sobreinvestido lo fáctico.
La lesión somática sobrevendría
cuando los conflictos no logran constituirse como
tales, y no podrían ser “tratados”
por las defensas neuróticas que quedan puestas
fuera de juego.
“A mayores niveles de sofisticación de
los procesos simbólicos, menor incidencia de
la biología” (Silvia Bleichmar).
Hemos estado recorriendo teorizaciones que intentan
balizar los vectores de pasaje del soma al cuerpo
erógeno y que plantean la emergencia de lo
“psicosomático” como patología
de carencia, no de conflicto.
Concepciones que pivotean sobre los movimientos progresivos
y regresivos, en un continuum donde son posibles los
pasajes, superposiciones o mezclas, porque dado un
punto de vista somato-psíquico, postulamos
un puente de doble recorrido.
El respaldo teórico de Marty parece ser un
marco que presupone una estructura no neurótica
de un modo similar a como aparece en las postulaciones
de Tustin, Bion, Winnicott, Green, Sami Alí
y otros.
Quedaría así sugerido un corte entre
enfermedad y símbolo, un eclipsamiento de la
posibilidad de atribución de sentido. La lesión
somática, supondría un atolladero que
no ha podido atravesarse, una caída, una dificultad
en las posibilidades de elaboración simbólica
de las vicisitudes de la existencia.
* Texto
presentado en el
Colegio
de Psicoanalistas,
2009.
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