“(…)
el desvalimiento y el desconcierto del género
humano son irremediables.”
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“De este modo se creará un tesoro de
representaciones, engendrado por la necesidad de
volver soportable el desvalimiento humano, y edificado
sobre el material de recuerdos referidos al desvalimiento
de la infancia de cada cual, y de la del género
humano” |
Sigmund
Freud; ‘El porvenir de una ilusión’;
1927. |
El intercambio entre dolor y placer, entre sufrimiento
y alivio, según se enfoque su cualidad, fue estudiado
por Freud en el marco de la sociedad de su época.
Sin embargo, las herramientas que usó y su particular
claridad respecto del sujeto hacen de sus descubrimientos
un instrumento válido hoy, a pesar de los cambios
sociales, para pensar el malestar contemporáneo.
El sujeto se origina en el Otro
Los seres humanos, dice Freud, toleran las miserias
de la vida, las restricciones que les impone la cultura
porque reciben a cambio una promesa de felicidad futura.
Del lado de las ‘miserias’, entonces, ubica
las restricciones a la satisfacción pulsional,
sus renuncias conscientes y sus represiones. La promesa
de felicidad proviene de los ideales de esa cultura
- incluso de la promesa religiosa - del bienestar que
se augura al que cumpla con ellos. Dos caras del Ideal,
por cierto, una que constriñe y otra que ofrece.
Podemos rastrear el origen de esta posición ‘obediente’
del sujeto en su origen mismo, en su dependencia respecto
del Otro que lo recibe.
Sobre el fondo de la prematuración y el trauma
de nacimiento, Freud nombra como desamparo, desvalimiento
(hilflosigkeit) a la posición de indefensión
del lactante. Quien lo asiste lo rescata del ‘dolor’,
modo afectivo en que concibe la vivencia inicial del
infans, incapaz de satisfacer sus necesidades por sí
mismo. También, para Freud, el Otro primordial
“le enseña al niño a amar”,
“dirige sobre el niño sentimientos que
brotan de su vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo
mece, y claramente lo toma como sustituto de un objeto
sexual de pleno derecho.” [1]
Sus muestras de ternura, dice, despiertan la pulsión
sexual del hijo. Supone que la madre, de saberlo, se
horrorizaría pues ejerce sobre el niño
la ternura, o sea una pulsión sexual de meta
inhibida. Sabemos que Freud separa sexualidad de genitalidad
y, desde luego, diferencia pulsión de satisfacción
de las necesidades. La pulsión, en este sentido,
tiene su origen en el Otro y subvierte los intereses
de la conservación al punto de incluir, entre
sus fines, la vuelta contra sí mismo.
Las experiencias iniciales de dolor, su propio grito
vivido como extraño y la presencia/ausencia del
que socorre se articulan en un entramado psíquico;
lo que se recibe del Otro se convierte, así,
en signo de su amor. En este punto, cruce entre el desvalimiento
y el Otro, Freud ubica “la fuente primordial de
todos los motivos morales” [2].
Es la amenaza de perder el amor del Otro lo que funciona
como traumático, en tanto esa pérdida
deja al sujeto inerme ante estados de excitación
que no pueden ser calmados ni por la vía de la
descarga ni por la vía de la tramitación
según el principio del placer. El peligro ante
el cual se angustia el niño, para Freud, no es
la pérdida de objeto en sí sino que ésta
implica no poder con las magnitudes crecientes de estímulos
a la espera de tramitación. El prototipo de esta
situación es el trauma de nacimiento y su respuesta
de agitación motriz, modelo del ataque de angustia.
El infans es rescatado del caos inicial por el amor,
la significación, el sostén del Otro.
En Freud, motivos morales, renuncia y superyó
arman una serie en el camino de la humanización,
que se enmarca de acuerdo a los requisitos de la cultura
de la época: “(…) lo malo es, en
un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con
la pérdida de amor; y es preciso evitarlo por
la angustia frente a esa pérdida.” [3]
Lacan también conceptualiza la constitución
del sujeto; lo hace por medio de dos operaciones, alienación
y separación, que dan cuenta de la intervención
del significante sobre el viviente. Estas operaciones
tienen, por un lado, un efecto simbólico, de
metaforización de la excitación, de su
atrapamiento en redes significantes, según el
principio del placer, o sea en representaciones. El
infans se nutre de símbolos. Asimismo, la confrontación
con la palabra que viene de un Otro deseante tiene un
efecto de causación de goce en ese cuerpo. Se
trata del recorrido de la pulsión, concepto límite
entre lo psíquico y lo somático, se trata
de la vertiente del afecto y del soporte fantasmático
del deseo donde se aloja el objeto al que el sujeto
renuncia, del cual se desprende. El producto, entonces
- en el mejor de los casos - es la castración
simbólica que permite el surgimiento de un sujeto
deseante. La patología también es considerada
en esta articulación entre el infans y la singularidad
del deseo del Otro cuando sus significantes no dan lugar
al intervalo, se solidifican; cuando se presentan como
holofrase, al modo del signo: “(…) obtenemos
el modelo de toda una serie de casos”. [4]
Se podría señalar, así, un camino
que va del desamparo y la angustia automática
como respuesta masiva, invalidante, de agitación
motriz, al cobijo bajo el amor del Otro, de acuerdo
con el Ideal, al identificarse con sus significantes.
Se renuncia por amor mientras se sueña con el
fantasma. La producción de la angustia señal,
en este sentido afecto privilegiado, es un recordatorio,
una alarma que indica la presencia del deseo - del peligro
de la pérdida de amor y sus consecuencias -,
que puede poner en marcha la represión y abrir
a la satisfacción sustitutiva del síntoma
o dar lugar a otra tramitación. Hay sitio, como
sabemos, para la elección del sujeto respecto
de la defensa. Sin embargo, no es un absoluto; la posición
del Otro, el lugar que le reserva al infans, interviene
en la cuestión y propicia, así, el recurso
simbólico y afectivo del sujeto.
Respecto de este punto, de su importancia, dice Lacan:
“Una reflexión final me ha sido sugerida
en estos días con la presentificación
siempre cotidiana de la manera con la que conviene articular
decentemente, y no sólo en burla, los principios
eternos de la Iglesia o los rodeos vacilantes de las
diversas leyes nacionales sobre el Birth Control, a
saber: que la primera razón de ser, que ningún
legislador hasta el presente ha hecho constatar para
el nacimiento de un niño, es que se lo desee
y que nosotros que conocemos bien el rol de esto –
que haya o no haya sido deseado - sobre todo el desarrollo
ulterior del sujeto, (…) hacer observar la relación
constituyente efectiva en todo destino futuro, supuestamente
a respetar como el misterio esencial del ser a venir,
que haya sido deseado y por qué.” [5]
La cultura hereda al Otro
Para retomar el planteo inicial - las miserias se soportan
porque hay una promesa de felicidad futura - vemos que
vale en la constitución del sujeto y también
respecto del Otro social, heredero de ese Otro primordial.
En la sociedad en la que vivió Freud se trata
de la postergación de la satisfacción
al servicio de una satisfacción en el horizonte,
al servicio del principio del placer, el que permite
el recorrido entre las representaciones, la elaboración;
se trata de privarse de la inmediatez en función
del Ideal, en base al motivo original de no perder el
amor del Otro. Tal es el modelo, la “fuente de
todos los motivos morales”, en una cultura que
favorecía la represión y prometía
logros ‘superiores’ a partir de la renuncia.
Los síntomas clásicos, en la histeria
y la obsesión por ejemplo, dan cuenta de esta
dialéctica del discurso capitalista temprano:
‘sembrar’/’privarse’, cuidar
lo que se tiene: familia, dinero; acumular, crecer económicamente
y esperar el momento para ‘cosechar’/’disfrutar’,
así como de las respuestas reactivas frente al
mismo.
El Superyó, sin embargo, impone allí
su ley loca: castiga más al que mejor cumple.
Esta dialéctica suscita, de todos modos, un conflicto
que en su momento favoreció la invención
del Psicoanálisis, conflicto que es permeable
a la demanda analítica y que se presta a la implicación
del sujeto con lo que le acontece. La transferencia
neurótica, asimismo, enraiza en una confianza
constitutiva en el Otro. El síntoma resultante
se presta al desciframiento.
¿Qué podemos decir de la cultura actual?
¿Cómo podemos pensar los mandatos y las
promesas que se juegan para el sujeto hoy? ¿Acaso
las miserias, el malestar del que hablaba Freud, siguen
ligadas a la renuncia?
Podemos asegurar que el malestar tiene otra localización.
El desarrollo tardío del capitalismo, la superproducción
del mercado de objetos que necesita consumidores ávidos
dispuestos a probar ‘todo’, impulsa a obtener
la satisfacción inmediata e ir por más.
Los ideales, del lado de los valores sin ‘precio’,
no tienen prensa ni se divulgan. Se promueven, en su
lugar, modos de satisfacción y medios –
objetos - fabricados por la industria y por la ciencia
para llevarlos a cabo. La familia, más allá
de los avatares que modifican su composición,
sólo alienta en su prole lo que puede conducirla
a permanecer dentro del mercado ya que por fuera hay
‘nada’. Este avanza, así, sobre el
terreno de la sublimación. La publicidad, que
también se consume, es la que asegura que la
felicidad está en los paraísos que vende.
El reverso de estas promesas es el desengaño,
la frustración, la insatisfacción creciente.
La satisfacción prometida, la de ‘siempre
más es posible’, el mandato de goce que
promueve el Superyó actual, no es compatible
con la castración, con el lazo social, con el
amor, con todo lo que implica preservar el lugar de
la falta y, por lo tanto, del deseo que puede engranarse
en la pulsión.
Sujeto ‘desubjetivado’,
desnutrido simbólico
La condición del sujeto en ese discurso es precaria.
Se halla ‘desubjetivado’ por apelar a lo
que afecta su singularidad, ya que la ciencia y la técnica
apuntan a masificarlo, a desconocer su particularidad.
La pretensión es que diga y que goce de acuerdo
a los mandatos del mercado y a sus producciones. Asimismo,
a falta de ideales, el sujeto carece de balizas, de
señales, para orientarse. No se sabe bien, por
lo tanto, ni cómo ni por qué, ni cuándo,
pero la amenaza de exclusión siempre está
pendiente. Zygmunt Bauman califica de ‘líquido’
al miedo propio de la sociedad actual, a la que caracteriza
por la incertidumbre, la inseguridad y la vulnerabilidad.
Nos sentimos amenazados y no podemos saber qué
podríamos hacer para evitarlo. Se trata de efectos
que transcurren en la masividad.
El sujeto, en estas condiciones – si bien por
origen puede no estar, además, literalmente desnutrido
- puede ser un ‘desnutrido simbólico’
sin recursos significantes para orientarse, indefenso
y próximo a la vivencia de desamparo, como lo
atestigua el llamado ‘ataque de pánico’.
Sus producciones, por lo tanto, y es lo que se ve en
la clínica, están más del lado
de la patología del acto que de la represión
y el retorno de lo reprimido. La señal de angustia
parece fracasar; en su lugar surge una angustia arrasadora
y la ‘respuesta’ de las impulsiones. Asimismo,
del lado de un ‘menos’ que también
apunta al ‘tratamiento’ de la angustia masiva,
tenemos inhibiciones severas, depresiones.
Su presentación, en este sentido, no remite al
conflicto intrapsíquico que se ofrece al Otro.
La demanda misma, de este modo, se fragiliza, hay una
mudez que remite al silencio de la pulsión. El
lugar desde donde operar tiene mucho que ver con el
modo en que conceptualizamos esta subjetividad, pero
no debe, sin embargo, impedirnos escuchar lo singular.
Puede haber una exigencia de mayor actividad para el
analista. Apuntará a la creación de un
marco, generalmente poco convencional, que posibilite
incluso un alojamiento fugaz. Verá cómo
favorecer los recursos simbólicos del sujeto
con su interrogación, con su ‘no saber’
puesto en función. Evaluará las condiciones
concretas de vida, las posibilidades de lazo social
y de apertura con que cuenta, dará especial atención
a la vertiente de la creación. Acompañará,
así, alguna posibilidad de arreglo distinto entre
los significantes y el goce que permita incidir sobre
el padecimiento.
Sujeto brutalizado, en el lugar
del desecho
Además de los efectos subjetivos que hemos descripto,
sintónicos con el discurso capitalista, existen
seres a cuyo sufrimiento no accedemos. Me refiero a
la brutalización a la que se ven sometidos los
excluidos de la cultura, del mercado y de todo cobijo
simbólico y material. Hay ya varias generaciones
en esas condiciones de desamparo social. Nos preguntamos
de qué modo se ha podido dar su lazo primario,
con qué recursos cuentan. El sujeto, dice Lacan,
es siempre responsable. Sin embargo, sus recursos modulan
su posición.
En efecto, respecto de la biografía infantil,
Lacan nos invita a interrogarnos sobre lo que la determina:
“Su resorte único está siempre,
por supuesto, en la manera en que se presentaron los
deseos en el padre y en la madre, es decir, en que ellos
han efectivamente ofrecido al sujeto el saber, el goce
y el objeto a. (…) Allí reside lo que llamamos
impropiamente la elección de la neurosis, hasta
la elección entre neurosis y psicosis. No hubo
elección porque ésta ya estaba hecha en
el nivel de lo que se presentó al sujeto, y que
sólo es localizable y perceptible en función
de los tres términos que acabamos de intentar
despejar”. [6]
Los efectos arrasadores del ‘paco’, los
del pegamento que ‘los niños de la calle’
inhalan para calmar el dolor del hambre, por ejemplo,
constituyen el paradigma de la desubjetivación.
El nombre que reciben, ‘niños de la calle’,
es ya un dato clave para abordarlos. Se los encuentra
generalmente en grupos, en condiciones mínimas
de supervivencia, frecuentemente abusados por adultos
a cambio de comida. Así, llevan al centro de
la escena, grotesca y literalmente, lo que venimos señalando.
Ellos no pueden ser ‘engañados’ por
el amor, no pueden avizorar ninguna promesa de bienestar
futuro. Nos preguntamos si los albergó algún
deseo y cuál, alguna tradición o cadena
generacional. Sabemos que el discurso capitalista sí
les ha dado un lugar: el de desecho. Ellos, obedientes
finalmente, mitigan el desamparo y la carencia simbólica
con un objeto que conlleva la eliminación subjetiva.
Creo, entonces, que si hay algún rescate posible
para esos chicos la teoría psicoanalítica
puede dar elementos para entender la estructura de la
posición en juego y pensar respuestas. Diré,
por ello, que el abordaje podría ser inicialmente
colectivo sin por ello resultar masificante. Encontrar
a estos niños en su mínimo lazo afectivo
social callejero, preservarlo y ofrecer alternativas
más allá de cubrir la necesidad. Instalar
dispositivos abiertos en los que se les reconozcan sus
rasgos singulares: radios comunitarias, recursos cibernéticos,
talleres de artes y oficios, juegos y deportes, etc.
Todo aquello que promueva el hablar, que estimule la
escucha y personalice y profundice lazos sociales, que
les abra caminos para reinventarse un lugar cuando aún
les sea posible. En este sentido, fomentar paulatinamente
articulaciones horizontales en las cuales puedan deliberar
y decidir algunos proyectos. Desplegar los recursos
del refugio simbólico haciendo uso de los objetos
que ofrece hoy la técnica y ver si el sujeto,
contando con su mínimo entorno afectivo inicial,
puede anidar y partir de allí.
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