Este breve escrito es una reacción ante la reciente irrupción en las redes sociales de un relato realizado por un estudiante de psicología a modo de crónica respecto a una clase donde se desplegaron conceptos e ideas pertenecientes al psicoanálisis con perspectiva lacaniana. No es mi intención cuestionar este marco teórico del psicoanálisis, sino denunciar modos de transmisión descontextualizados y con falta de perspectiva histórica.
Es preciso reflexionar sobre el daño que se le inflige a ese corpus teórico al que denominamos ‘psicoanálisis’ –por demás plural y heterogéneo– cuando sus aportes teóricos se exponen con la pretensión de portar las claves que permiten desentrañar todo lo atinente al sujeto y al mundo. Este movimiento, que hegemoniza una mirada por sobre otros aportes provenientes de otras disciplinas –sobre todo sociales y humanas–, se sostiene en la repetición de formulas vacías, aforismos oscurantistas y, en el peor de los casos, frases hechas que reflejan una sorprendente falta de reflexión epistemológica sobre las condiciones de producción del saber en cuestión. Las consecuencias no llaman la atención: un pronunciamiento teórico que se propone por fuera de la dinámica histórico-social, que universaliza categorías e impone estructuras trans-históricas predicadas con la convicción y la soberbia de abarcarlo todo [1] 2]. Se excluyen los arreglos discursivos, la dimensión política y los entrecruzamientos de diversos ejes de poder referentes a complejas categorías de análisis, tales como la clase, la etnia, el género y la sexualidad [3] (no está demás aclarar que la formalización de estos temas que enuncia rápidamente ha requerido ríos de tinta y que, actualmente, alimentan el calor de los principales debates contemporáneos a lo largo y ancho del planeta).
Cualquiera que esté mínimamente interesado en registrar el tono que vertebra las discusiones actuales en torno al sujeto, puede detectar la proliferación del debate enclavado principalmente en las categorías de identidad –ya no entendida como núcleo sustancial expresivo, sino en su potencia performativa [4] [5]–, cuerpo –no ya como superficie fáctica, inmutable y pre-cultural, sino en términos de construcción discursiva que, en todo caso, enciende el interrogante acerca de la complejidad de su materialidad [6][7] [8] [9]– y del sujeto –no aquel que, de una vez y para siempre ha recortado la modernidad, sino aquel cuyo centro ontológico permanece ausente [10] [11] [12]. Existen muchos otros ejes que configuran la preocupación actual de gran número de intelectuales que, enmarcados en la sintonía posfundacionalista y posestructuralista actual, enfrentan el desafío de configurar nuevos interrogantes que tienden hacia la complejidad y no hacia la simplificación.
La crónica que moviliza este escrito –emergente estudiantil– y donde se abordan temas como la feminidad y la histeria –vinculación que suele transmitirse, de manera explícita o subyacente, bajo anudamientos estructurales y no en su faz político-ideológica– no sólo sirvió como un espacio donde proliferaron comentarios sexistas respaldados teóricamente, sino configuró una plataforma en la que se desplegó la patologización de la existencia trans –travesti, transexual, transgénero. Me preocupa el modo en que la academia adviene como un espacio legitimador de saberes que se transmiten de modo cerrado, sin considerar las condiciones sociales, históricas y geopolíticas de producción. ¿Por qué estos exponentes del psicoanálisis se niegan a introducir la historicidad en el interior de sus marcos referenciales? ¿Temen a que las verdades universales y anacrónicas que predican encuentren un límite o una restricción en el horizonte epistemológico europeo de principios del siglo XX, o de la década del ’70? ¿Acaso reconocer este límite o esta restricción no es la vía para cuestionar los límites de un marco teórico referencial y al mismo tiempo ponderar sus potencialidades? ¿Por qué ciertos defensores del psicoanálisis no toleran cuestionamientos a los padres fundadores de esta mirada?
Habría mucho que señalar sobre los efectos nocivos que tiene para la formación académica de futur*s investigador*s y profesionales la arrogancia de imponer categorías que totalizan las explicaciones. Habría muchas consideraciones teóricas y epistemológicas que hacer aquí y yo no soy el indicado. Pero sí quiero señalar las consecuencias ético-políticas que ciertas miradas teóricas, o su transmisión, o ambas, producen. ¿Debemos negar lo que las categorías conceptuales –que se presentan como neutras y universales– excluyen? ¿Por qué continuar abrazando explicaciones que invisibilizan colectivos de sujetos que padecen el estigma social, y no conjurar nuevas categorías tendientes al reconocimiento de múltiples modos de existencia? ¿Qué ‘niñ*’, qué ‘adolescente’, que ‘adult*’ emerge de la superficie textual del grueso de los aportes psicoanalíticos? ¿Un* ‘pobre’, un* ‘inmigrante’, un* ‘transexual’, un* ‘discapacitad*’? [13] [14]. Pero claro, todo esto no es otra cosa que la otredad que inaugura y sostiene un sujeto modélico que se postula como neutro, y que satura las producciones teóricas al respecto, localizándolas por fuera de lo histórico social y de lo contextual [15] [16] [17]. Aún cuando muchas de estas miradas dicen tener en cuenta esta dimensión bajo nominaciones como ‘la época’, ‘lo social’, no hacen otra cosa que decepcionar cuando se revelan como eufemismos inoperantes, pues son contexto, son marco, y en ningún caso ‘la época’ o ‘lo social’ participa ontológicamente en la articulación del sujeto. ¿Y qué sucede cuando salimos de nuestra parcela disciplinaria y cometemos el pecado de nutrirnos con otros marcos referenciales? ¿Qué sucede cuando, por ejemplo, la mirada socio-antropológica nos conduce a prestar atención a las categorías que los propios sujetos utilizan para dar cuenta de sus experiencias? ¿Qué sucede cuando estas mismas categorías que irrumpen en la propia voz de colectivos sociales no encuentra su lugar en, e incluso van a contracorriente de, los textos que se presentan de manera anacrónica y acrítica? ¿Qué lugar debiera darse a teorías que no participan o no contribuyen, más bien lo contrario, a la transformación social?
No puedo dejar de enfrentar de modo escéptico propuestas que se presentan con un alcance descomunal –en muchos casos, para remediar esta omnipotencia epistemológica que va en contra de toda pretensión contemporánea del conocimiento situado, bastaría con señalar la ubicación témporo-espacial de una idea o concepto, lo cual al menos sembraría un germen para mitigar la pretensión transcultural hoy inaceptable en el clima intelectual contemporáneo. Las preguntas que permiten avanzar aquí bien podrían ser ¿Con qué narrativas socialmente construidas se constituyen estos discursos teóricos? ¿Qué significados ocultan y, al mismo tiempo, diseminan? ¿De qué manera las narrativas socialmente disponibles constituyen y limitan tales miradas?
Algunos fragmentos de la crónica mencionadas:
- “La transexualidad como caso paradigmático de psicosis. O una perversión”;
- “El fantasma histérico apunta a buscar un Otro completo, para así marcarle la falta, causarle el deseo, como forma de evadir la pregunta sobre su propio deseo”.
-“¡Por qué no me hiciste la cena!’, y ella le responde ‘Ay, mi amor, bueno, es que estuve re mal...’. Y entonces él se ablanda y le dice (pone una inflexión de voz más afeminada): -‘Bueno, mi amor, no te hagás drama, dejame que yo me encargo’ (...) Los hombres necesitamos de una histérica para sensibilizarnos”.
-“Porque los hombres no saben lo que quiere una mujer, entonces se arman mil fantasmas”.
-“La mujer dice: ‘Ya fue, soy independiente’, entonces les corta a todos, al novio, a los amigos, a la familia, se terminó. Y cuidado con esos significantes que circulan…”.
-“Una vida de marginalidad puede comenzar con un acting out”.
No está de más aclararlo: para quienes nos hemos formado académicamente en la especificidad y sistematización de temáticas que involucran la reflexión en torno a la diversidad sexo-genérica y sexual –hay suficientes elementos para sospechar que quienes transmiten herramientas conceptuales lacanianas de este modo creen que la temática de género no amerita formación específica, pues, como muestran los fragmentos, las propias categorías les permiten y habilitan acceder a explicaciones indubitables, posición onto-epistemológica por demás cuestionable–, para quienes hemos compartido luchas de colectivos feministas a causa de femicidios, para quienes no nos identificamos con el espectro de categorías normativamente habilitadas para otorgar inteligibilidad a nuestras experiencias y a nuestro estar en el mundo, para quienes habitamos y circulamos por redes de sostén poblados por ‘putos’, ‘tortas’ y ‘trans’, nada de esto resulta gracioso. Es en este punto donde se vuelve preciso reflexionar sobre cómo las condiciones de vida, incluso la posibilidad de superviviencia, se libran y se limitan de acuerdo a la localización subjetiva respecto de las normas sociales. Diagnosticar la existencia trans como psicosis o perversión es una estrategia subsidiaria a un arsenal de prácticas y discursos cuyo artilugio ideológico permanece intacto si no nos interrogamos sobre las consecuencias de vivir bajo la abyección constituida a partir de la falta de reconocimiento.
En vez de esgrimir explicaciones universales y uniformes, hoy en día ofensivas e inadmisibles, es necesario centrarse en aspectos productivos del poder y su relación con sujetos multi-constituidos, así como no renunciar a la actitud crítica propia de toda actitud que no se resigna a la subyugación y sus efectos, de las normas sociales.
Es de mi interés aclarar que este texto pretende constituir una narrativa yuxtapuesta como una interpretación parcial y alternativa, no como un relato desplazante. Sólo me interesa formalizar otros puntos de vista que resten hegemonía a discursos pocos cuestionados. No oculto que este escrito es movilizado por el enojo, la indignación y, por momentos, la ira. No faltarán quienes apelen a esta declaración para desenvainar la espada teóricay hacer sentir el filo de alguna de las tantas categorías que obturan el debate. Es conocida la capacidad de borrar y quitar autoridad a la voz de quien es connotado teóricamente. La marca que inferioriza, excluye, patologiza o “simplemente” localiza al otro en una posición desigual de poder, no recae, jamás, sobre quién emite el veredicto. Este sujeto de enunciación se propone como no marcado por el arsenal teórico que maneja. Esta relación de exterioridad borra todo diálogo posible. Es de eso de lo que deberíamos huir. Invito a abordar este enojo, indignación e ira bajo una política de los afectos y las emociones [18] que reenvíen a una reflexión, en clave político-institucional, respecto a qué es lo aceptable y lo inaceptable para un espacio de formación académica y profesional. Este límite debe estar abierto a la revisión continua mediante el diálogo y la reflexión política y, jamás, impuesto bajo apariencia pétrea por dogmatismos teóricos que van a contrapelo de extender el alcance del reconocimiento –incluso cuando se trata de un reconocimiento contenido en la sanción de leyes nacionales– hacia existencias espectrales que aún, en muchos, ni siquiera participan en la definición de lo humano [19].
El psicoanálisis ha mostrado enorme potencia explicativa. No existe, desde mi punto de vista, teoría que hasta el momento aborde lo humano en la complejidad que esta mirada propone. Sin embargo, no examinar supuestos y falacias que irrumpen desde la mirada de otras disciplinas, que nos interpelan a dialogar, implica someter el psicoanálisis a una decadencia que no sólo lo hace inoperante ante nuevas demandas, sino que dilapida su potencia elucidatoria. La corriente general de los debates muestra un dinamismo prolífero. Sólo basta señalar el giro lingüístico, el giro afectivo, entre otros, que ofrecen al psicoanálisis una guía hacia un terreno alejado de supuestos obsoletos –muchas veces ni siquiera cuestionados– y aún siguen vigentes en ciertas versiones del psicoanálisis.
Apostemos a que el psicoanálisis ‘haga lazo’ con otras disciplinas y con otros colectivos poblacionales excluidos. Apostemos a escuchar el modo en que otras miradas abordan ‘la realidad’ sin restringir sus aportes a categorías del propio dialecto. Bajemos al loco del altillo.
Algo está sucediendo hoy. Los propios estudiantes se alborotan ante estas perspectivas inquietantes. Serán las nuevas generaciones quienes, guiados por un renovado interés teórico y epistemológico, trasladen el psicoanálisis hacia el epicentro de los debates actuales y, guiados por un deseable horizonte ético-político, trasladen el psicoanálisis hacia aquellas zonas que se encuentran más allá de las páginas de nuestros libros.
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