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Psicoanálisis, política e historia: Silvia Bleichmar sobre la crisis argentina

Por Omar Acha

omaracha@gmail.com
 

Introducción
La relación entre psicoanálisis y política es, a la vez, compleja e inexorable. Es observable desde los tiempos fundacionales y no ha cesado de multiplicarse. Sigmund Freud acuñó el concepto de “malestar en la cultura” para moldear una de sus modalidades. Jacques Lacan dedicó su seminario de 1968-1969 a la misma cuestión, interactuando con el marxismo. No sé si puede decirse que en el gremio psi dicho interés es universal. Pero sí que sus vertebraciones principales reconocieron la relación dialéctica con lo político, en particular desde el arduo desfiladero de lo inconsciente y la feminidad. De esa condición debe extraerse otra consecuencia que la disolución de la práctica psicoanalítica en las interpelaciones políticas contextuales.

Así las cosas, si todo examen histórico del psicoanálisis se hace incomprensible sin la centralidad de la clínica, ello no puede enclaustrarse dentro de las inciertas fronteras de la terapia. Es hoy frecuente hallar teorizaciones más o menos sofisticadas del nexo entre psicoanálisis y política, con un interés frágil hacia las condiciones históricas. Sucede que contextos genéricos como “capitalismo” o “consumismo” proveen una menguada eficacia descriptiva.  

Respecto de la conexión entre psicoanálisis y política existen desde luego varias maneras de representarla. La que voy a plantear en este texto consiste en triangular la relación del psicoanálisis y la política con la historia reciente, a propósito de textos de la analista Silvia Bleichmar (1944-2007) sobre la crisis argentina de los años 2001-2002.

El interés del asunto es más que historiográfico. A pesar de los énfasis refundacionales reiterados en la Argentina, la sombra de esa crisis –sintetizada en la consigna Que se vayan todos– no ha dejado de inquietar al país. Pareciera que las vocaciones de un “país normal” prometido por todas las gestiones políticas sistémicas, naufragan en lo real de una fórmula de país solo viable para sus clases dominantes. ¿Qué puede iluminar una prosa comprometida con la práctica psicoanalítica al respecto? Antes que proceder a una preceptiva teórica, pienso más interesante acercarnos a la lectura de una psicoanalista pensando su propia época. ¿Qué puede pensar/se en psicoanálisis sobre la crisis de una sociedad? ¿No es también una manera de deliberar en torno a la crisis del psicoanálisis y sus posibilidades de analizar una época?

Una aclaración final en torno al recorte bibliográfico. Bleichmar desarrolló una obra prolífica, de la que segmentaré el universo asociado con el libro Dolor país, aparecido en 2002 (hemos desplegado algunos temas al respecto de un trabajo previo en colaboración con Xochitl Marsilli-Vargas). Por razones de espacio no me demoraré en siquiera esbozar el horizonte conceptual psicoanalítico en el que se inscribe. Esa tarea está aún pendiente, y entiendo que se halla en curso gracias a esfuerzos de investigación cuyos resultados se conocerán pronto.

Una lectura de la crisis argentina
El objetivo de Silvia Bleichmar en Dolor país (2002b, reeditado con ampliaciones en 2007) consiste en analizar las lógicas de “deshumanización” forjadas durante situaciones límite en determinados momentos históricos de la historia argentina reciente. Los artículos que componen el breve volumen focalizan su atención en los procesos de desarticulación social vividos durante la crisis económica y política del año 2001. La autora señala que la crisis desemboca en “la descomposición de la noción de conjunto, la fractura de las obligaciones hacia el semejante y de los nexos de solidaridad”. Por lo tanto, redunda en la pérdida de los vínculos sociales que permiten desplegar contextos compartidos de participación (2007:22). Bleichmar desarrolla su análisis desde el entrecruzamiento de la epistemología psicoanalítica, las ciencias sociales y la imaginación política. El psicoanálisis provee, no obstante, la trama teórica que regula su estrategia textual. De allí que en su versión francesa, aparecida en 2004, el libro portara el subtítulo de “Argentina en el diván”.

La exploración de Dolor país comienza en la década de 1990, decenio que reconoce como lugar de gestación y triunfo de la “anti-política”. Entonces comenzó a desplegarse un vacío de significación que indujo una resignificación de los sistemas de representaciones colectivas en los cuales los sujetos “quedan pasivizados frente a las políticas oficiales” perdiendo su rol activo y participativo (2007:25). La resignificación noventista creó nuevos símbolos alternativos al alcance integracionista del concepto de comunidad, desgastando la noción de “semejante”.
El punto de partida de Bleichmar intenta comprender las formas del funcionamiento de la subjetividad en sus plasmaciones históricamente singulares. Las dimensiones ideológicas y políticas son situadas en un segundo plano, imponiéndose el análisis de la psique en la cual, a través de la reconfiguración simbólica de la resignificación, se modifican las condiciones subjetivas, generando nuevas modalidades psíquicas. ¿Pero qué ocurre si incluso entonces la psique se configura en la interacción con los otros lingüística y afectivamente mediados? Siguiendo la conceptualización arendtiana sobre la banalidad del mal, Bleichmar señala que la indiferencia, esto es, “la ausencia de todo reconocimiento de lo que se produce en el otro como semejante”, genera la desarticulación de la empatía (2002b:15; 2007:38). De este modo, en la indiferencia emerge el proceso de desidentificación que deviene en un daño profundo transformado en “dolor moral” caracterizado por la “derrota del pensamiento” (2002b:33; 2007:54). Es de esta manera que el sujeto se ve expuesto al malestar sobrante, el concepto central que hilvana Dolor país. ¿Qué es el malestar sobrante?:

“Está dado básicamente, por el hecho de que la profunda mutación histórica sufrida en los últimos años deja a cada sujeto despojado de un proyecto trascendente, que posibilite de algún modo, avizorar modos de disminución del malestar reinantes. Porque lo que lleva a los hombres a soportar la prima de malestar que cada época impone es la garantía futura de que algún día cesará ese malestar, y en razón de ello la felicidad será alcanzada” (2002b:37; 2007:56-57).

Bleichmar adopta como punto de partida el concepto de “represión sobrante” (surplus repression) desarrollada por Herbert Marcuse en Eros y civilización. Allí lo define como “el principio económico que se refiere a la cantidad de energía libidinosa que se desvía de sus fines, más allá de la estricta represión de los instintos necesaria para que exista la civilización” (Marcuse, 1983:14). Este “excedente” es un monto represivo adicional en razón del cual se mantiene a la humanidad en un estado de dominación, que en nuestra sociedad ha sido “la dominación del capital” a través de los medios de reproducción institucionales (Ibid). Este proceso de dominación es injusto, y el malestar sobrante, es eso: “la cuota que nos toca pagar” en función de la resignación de aspectos substanciales del ser. Ese malestar genera un vacío identitario y de significación (Bleichmar, 2009b:29).
El concepto de malestar sobrante permite a Bleichmar explicar el apagamiento de toda perspectiva de recomposición futura, la forja de un marco representacional y referencial al que pudieran acceder generaciones venideras. La credibilidad de dicho marco colapsa al acelerarse el proceso de desidentificación, creando así las condiciones para la “deshumanización” y poniendo en riesgo el estado de sociabilidad creada por el “contrato interhumano”. En consecuencia, la “crisis cultural” de la época genera un “relativismo moral”, consecuencia inminente tras la pérdida de la obligación hacia el semejante. Al fragmentarse el “contrato interhumano”, “el dilema político ha devenido en dilema ético” (2002b:53; 2007:73). Es en el plano ético de esta fractura donde se verifica el impacto subjetivo entre las realidades sociales extremas, la ideología, y el ordenamiento de los mecanismos de defensa del sujeto.

Es así que la reestructuración del sistema social de valores, agudizada por la debacle económica pero rastreable hasta la dictadura militar de 1976-1983, involucra la polarización de la subjetividad en donde la única posibilidad de reconocimiento, de identificación, se produce a través de un “autorreconocimiento narcisístico, sin que quienes en ello se ven atrapados, tengan posibilidad de descubrir bajo qué formas esta inserción subjetiva se realiza”, ocasionando no sólo la angustia por la supervivencia, sino la “condena moral de ser un perdedor” (2002b:62; 2007:75). Así, Bleichmar hace resonar las ideas de Piel negra, máscaras blancas, textodonde Frantz Fanon expone los mecanismos a través de los cuales el colonialismo arraiga en la psique del sujeto colonial. Dada esa situación, neutralizar la opresión internalizada exige una exploración de su eficacia psíquica, movimiento imprescindible para neutralizar los efectos subjetivos del dominio colonial.

En su diagnóstico de la cultura creada por la dictadura militar y el neoliberalismo, Bleichmar destaca que el sujeto en proceso de deshumanización internaliza un sistema de vigilancias y castigos en donde la responsabilidad social individual se plasma en la culpa por la incapacidad subjetiva para ser exitoso dentro del marco de las nuevas circunstancias históricas. Entonces se genera la ausencia de una identidad entre los dos procesos constituyentes del yo: la autoconservación y la autopreservación. El primero refiere a las modalidades de resguardo corporal en tanto organismo. El segundo a la forma mediante la cual el sujeto “preserva la representación nuclear de sí mismo, bajo los modos de tensión narcisista que lo hacen plausible de ser amado por sí mismo” (2002b:68-69; 2007:80). Al igual que Fanon, Bleichmar descifra la relación entre la psique y la realidad social en el modo de darse la autopreservación del yo.
La psicoanalista argentina observa en la crisis socio-económica del 2001 la emergencia de un esquema histórico que “traumatiza” la identidad del sujeto, generando un vacío representacional que lo convierte en una excepción de lo humano. Pero esta deshumanización no se produce solamente porque el sujeto se encuentra enclavado dentro del proceso de la auto-imposición de un sistema de valores coercitivos. Según ya mencioné, la deshumanización comienza con la falta del reconocimiento del otro, por la fractura del contrato “interhumano”. Desde esta perspectiva, Bleichmar presenta una división entre el sujeto y la sociedad en donde, por un lado se diseña una imagen de la constitución del sujeto y, por otro lado, una cuadro relacionado con el orden social real e ideal. Establece que la vida cotidiana del sujeto en la Argentina está constantemente atravesada “por sistemas de fuerzas enfrentados respecto a los ideales y los modelos posibles” (2002b:56; 2007:71), gracias a lo cual los ideales son definidos como la premisa universal de “una ley que regule las acciones, y que permita (…) el imperativo categórico del superyo”. Dicha ley admite que ciertas acciones sean aceptadas y otras no, constituyendo las condiciones para un posible estado de “bienestar” (2009b:48). El sujeto pensado por Bleichmar pertenece al orden de ideas propuesto por el psicoanálisis, pues se trata de articularlo en el cruce de las pulsiones y las normatividades. Pero, según he apuntado, en estos textos la autora propone calibrar los estados de subjetividad apelando a ideales.

Para Bleichmar, el ideal es un estado más justo, acorde con el cual “sólo la recomposición de la relación entre ley y moral evita la descomposición de toda posibilidad de pauta que permita que la vida se despliegue en el marco de garantías que eviten que el mundo devenga, real o imaginariamente, una selva”(2009b:48; énfasis agregado). Postula una dicotomía entre los valores de carácter universal y el sistema de leyes y normas concretas que, dado el vacío representacional creado por la crisis económica, los paradigmas políticos imponen relegando las pautas universales a un segundo plano.

En este punto es donde emerge la problemática de la extensión de un psicoanálisis implicado. ¿Hasta dónde el psicoanálisis puede proveer conceptos y posiciones habilitantes de una crítica política e ideológica de las relaciones sociales? ¿No hay acaso en precedentes capitales como Freud y Lacan una distancia irónica ineliminable contra todo ideal de reconciliación?

En el caso de Dolor país es posible abordar el tema al detectar una paradójica base liberal (por razones que no pueden discutirse aquí, en la Argentina el liberalismo tiene mala prensa; quisiera sustraer esta argumentación al sentido peyorativo del mismo). No se trata de un liberalismo económico que propugna la libertad de las fuerzas del mercado, o un liberalismo político que defienda la libertad del individuo frente al Estado. Es un liberalismo humanista y progresivo más básico, que coexiste con posturas de temperamentos distintos. Un liberalismo que establece una antinomia entre naturaleza de individuos egoístas, para el cual Norberto Bobbio acuñó el término “liberismo”, y el vinculado a una sociedad de subjetividades ordenada por un contrato compartido. Al asumir esas posturas, Bleichmar se pliega al periplo cultural y político de su generación, marcada por la dictadura militar, la caída de los proyectos revolucionarios y la valoración de la democracia liberal. No es difícil argumentar por un lugar de Bleichmar en el seno del “progresismo intelectual argentino” característico de su generación (Acha, 2012).

Bleichmar se pregunta: ¿qué pasa cuando empezamos a aceptar situaciones sociales que antes nos hubieran parecido escandalosas, y las naturalizamos al punto tal de no reconocerlas como tales? El signo de tal fosilización inherente a una ética narcisista es, en su parecer, el neoliberalismo, una ideología que instituye una deflación normativa. En lugar de ver en esta situación nuevos procesos de reconfiguración ética, Bleichmar observa un proceso de deshumanización provocado por un vaciamiento de representaciones. Al haber un vacío, no hay nada. O en todo caso, es una nada social sostenida en la fantasía de un mercado asignador virtuoso de recursos. Se podría observar desde un punto de vista marxista que mientras haya capital siempre hay lazo social objetivo, inducido por la lógica enajenada del capital. Y que esa lógica es al mismo tiempo colectiva y subjetiva.  

El argumento de Bleichmar es que a través del proceso de desidentificación de los ideales que históricamente han formado al sujeto, aparece un “narcisismo ávido” que se asemeja al estado natural egoísta. Este narcisismo afecta todos los aspectos de la vida social y económica. Crea una suerte de explosión patológica entre la psique y los elementos interpersonales, generando “una pérdida de investimentos ligadores al semejante, que dejan al sujeto sometido al vacío y lo sumen en desesperanza melancólica del desarraigo de sí mismo, y la desidentificación de sus propios ideales” (2002b:45; 2007:63). Esta desidentificación tiene repercusiones éticas profundas.

En un artículo publicado en 2002 en la revista Actualidad Psicológica, Bleichmar (2002c) reflexiona sobre su experiencia como analista clínica durante la fase más crítica de la crisis económica. Examinando el comportamiento de dos de sus pacientes, señala cómo “el contrato analítico”, fundado y honrado por medio de la palabra, se rompe por la conducta poco ética de los pacientes, sin dejar remordimientos aparentes en ellos. El análisis de estas actitudes conduce a Bleichmar a pensar en el desfasaje entre “la ley pública y la oscilación subjetiva de lo privado”. Vuelve entonces a la idea de que para que exista una moral compartida, se tiene que reconocer al otro, y por lo tanto, para que prevalezca el “respeto por la condición humana”, el sujeto tiene que ser atravesado por un contrato interhumano que regularice el orden ético (2009b:50-56). Para Bleichmar lo que se necesita es reconciliar las leyes y la moral. Se debe evitar que el sujeto se siga deshumanizando para no caer en un estado “natural”. Su aspiración es que el sujeto no pierda la representación de sí mismo, para así poder regresar a un estado más justo –e ideal– constituyendo “las condiciones de una legalidad que nos permita, como sujetos, convocarnos en esa articulación”, garante de la pertenencia grupal (2009b:55-56). Es a través de la solidaridad, del reconocimiento del otro, que el proceso de deshumanización se puede revertir en una refundación contractualista. Es aquí donde Bleichmar apuesta al psicoanálisis, puesto que, aunque el ser humano mude históricamente, todos los individuos tenemos las mismas reglas de funcionamiento psíquico: los humanos estamos atravesados por la represión más allá de la especificad histórica del sujeto.

La subjetividad en riesgo y el riesgo de la subjetividad
En escritos posteriores a Dolor país Bleichmar explora la participación que el psicoanálisis podría ejercer en la recomposición social. Un artículo de la revista Topía, intitulado “Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis”, le permite analizar la manera en que se constituye el entrecruzamiento entre la singularidad humana y los “universales necesarios” que generan las condiciones para que se desarrolle el sujeto social, concluyendo que “las formas de recomposición han venido de manera evidente (…) de las reservas ideológicas y morales que la sociedad argentina acumuló a lo largo del siglo XX” (Bleichmar, 2004).

Una recopilación de textos contemporáneos se sitúa en un panorama similar. No me hubiera gustado morir en los 90 se posiciona en una actitud distinta a la de Dolor país. Calada por la novedad política ligada al ciclo de nuevos gobiernos asociados a políticos como Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Lula da Silva y sobre todo Evo Morales, respecto de la situación argentina Bleichmar afirma que si Dolor país buscaba despertar una “sensibilidad adormecida” entre la crisis y las prácticas de resistencia, “este [nuevo] libro convoca a la recuperación de la esperanza” (2006b:13). Parecía haber renacido la posibilidad de una proyección, de la novedad. Más que nunca es necesario hacer un arqueo de la historia reciente: “De una historia en la cual, sin ser cómplices hemos sido responsables, y cuyos efectos nos golpean duramente, y cuyas representaciones imaginarias conservamos, y de la cual no hemos realizado aún un balance profundo” (2006b:24). Estas consideraciones surgieron en un encuadre práctico de participación en eventos públicos, columnas de comentarios en programas radiales y numerosas entrevistas que le dieron visibilidad durante los primeros años del nuevo siglo (ver Testero, ed., 2009).

No obstante, el panorama conceptual se modifica solo en parte. Uno de los términos principales que sufre una incidencia conceptual al calor de los escritos sobre la crisis argentina –y conservará su relevancia– es el de “realidad” (Bleichmar, 2009b:65-73). La noción posee una amplia presencia en la teoría psicoanalítica de Laplanche y Bleichmar en razón del carácter “realista” del inconsciente y la postulación de un traumatismo derivado del encuentro real con un adulto con un inconsciente. Esta perspectiva asume una idea de realidad diferente de la freudiana, pues plantea que el creador del psicoanálisis no logró desarrollar una elaboración sofisticada de lo que denominó la “realidad exterior”, sea en la relación del inconsciente o del yo. La discusión sobre la crisis argentina habilita en Bleichmar una comprensión más precisa de la diferencia ya mencionada entre autoconservación vital y autopreservación identitaria. Sabemos que la distinción entre ambas se funda en el riesgo que la realidad social infiere al sujeto. Sucede que en situaciones de violencia sin regulación política o cuando se erosionan las condiciones económicas de supervivencia, la amenaza directa produce una retracción de los investimentos sociales y se diluye la efectividad del reconocimiento. El yo se degrada en pos de la existencia en vilo. Adviene un “desmantelamiento” de la subjetividad, observable en el hospital; los pacientes sometidos a una profunda indigencia material revelan el empobrecimiento de un pensamiento orientado a una vida digna y, signo mayor de ese derrumbe, se resignan a no imaginar el porvenir de las siguientes generaciones (2009a:11-16). En este sentido, la noción de realidad asume la carga teórica de una complexión afectada por la crisis real contemporánea.

La realidad no es, sin embargo, un dato sincrónico. Por el contrario, Bleichmar insiste en el carácter “histórico” de la experiencia nacional, en consecuencia, abierto y contingente en el marco de sus determinaciones. Es en este sentido que la historia argentina reciente es constituida como el terreno de definición de los condicionamientos de los avatares subjetivos.

Conclusión
Fueron raros los episodios medulares de la historia nacional en los que el psicoanálisis intervino haciendo uso de sus saberes específicos con el fin de ofrecer una intervención –pues postular una “interpretación” sería un exceso– sobre el horizonte de la subjetividad epocal. Uno de ellos fue la lectura de Marie Langer sobre el “mito del niño asado” con el que quiso elucidar el lugar fantasmático de Eva Perón hacia 1950; otro fue León Rozitchner en su lectura de las contrariedades edípicas de la Juventud Peronista de los años 1970. Por supuesto no fueron los únicos, ni tal vez los más exitosos en sus faenas. En cualquier caso son referencias útiles para reconocer las dificultades esenciales a la vocación del binomio psicoanálisis y política.

Ante la erosión de la “realidad” como un todo apuntalado verificado en la crisis de 2001, Silvia Bleichmar propuso, justamente, una intervención. En este texto evadí el gesto prolijo de reconstruir el nutriente laplancheano en la escritura de Dolor país. Corté camino al hilvanar lo que, en mi opinión, constituye el hilo conductor esencial del orden las razones de Bleichmar para meditar sobre las consecuencias de una crisis social.

Para concluir quisiera sintetizar dos aspectos relativos a las direcciones conceptuales del ensayo de Bleichmar. Entiendo que son útiles para reflexionar sobre una práctica de examen político munido de conceptos psicoanalíticos, en sus aperturas e incertidumbres.

En primer término, Bleichmar ilumina con trazo seguro las incidencias subjetivantes de la experiencia neoliberal. Dispersión, competencia, soledad y sometimiento a un orden sin proyección colectiva, en apariencia carente de una interacción entre las normas compartidas y las subjetivaciones deseantes que asumen una tarea común. He destacado que convendría complementar ese enfoque con las vertientes productivas de aquella experiencia, pues varios filamentos de los movimientos sociales de los últimos lustros son impensables sin su eficacia.

En segundo término, la crisis aparece, por la defensa progresista de la normalidad democrática, representada de una manera unilateral. Esto es, como la agresión de una destrucción banalizante sobre la edificación de subjetividades comprometidas con la construcción de un orden inclusivo y democrático. Sin embargo, considerado desde una perspectiva histórica, las crisis suelen ser, entremezcladas con sus dinámicas indiscutiblemente devastadoras, emergencias impensadas y ambivalentes. Son acontecimientos que avizoran relativizar la universalidad de ese “orden democrático e inclusivo” gestado en la Argentina desde 1983. Pienso en las prácticas políticas y culturales de los movimientos sociales, de las asambleas barriales, de la deliberación pública, en la impugnación del sistema político encapsulado dentro de sus roscas, en el cuestionamiento de una economía capitalista sometida a la especulación y la explotación, todos elementos creativos olvidados en un retrato unilateral del acontecimiento 2001.
 
Esta segunda observación entraña, desde luego, un reconocimiento epistémico y una crítica. El reconocimiento epistémico dice que el psicoanálisis en política no propone ideales que deben ser impuestos a la realidad. Más bien tematiza la función de los ideales en la deriva de los sujetos en su interminable negociación con los efectos de la represión, tanto en sus dimensiones limitantes como en las constructivas. En otras palabras, el psicoanálisis revela cuánto de las prácticas políticas están atravesadas por las fantasías inherentes a toda negociación del lazo social. Las crisis que interesan a la realidad como tal (esto es, en el que vacila el alcance del “principio de realidad”), tornan al acontecimiento como posible catástrofe pero también como oportunidad para rearticular la definición de qué es político. Con todo, ¿no es acaso ese el exceso de la política democrática irreductible a la gestión de los diversos elencos gubernamentales, algunos más a la izquierda, otros más a la derecha, pero todos preocupados por preservar el orden social?

La unilateralidad en la evaluación de la crisis es observable en otro andarivel del enfoque de Bleichmar, que aquí no ha sido discutido: en el deterioro contemporáneo de los patrones de deseo y corporalidad heterosexistas, la emergencia de nuevas configuraciones de la subjetividad y su tramitación teórico-terapéutica por parte de un psicoanálisis que requiere acompañar los sufrimientos sin plegarse al imperio de lo imaginario de una inmediatez entre subjetividad y alteridad. En otro trabajo de próxima aparición (Acha, 2019) reflexiono, justamente, sobre los desafíos en los textos de Bleichmar para elaborar teóricamente, con metas prácticas, lo que denominan las “paradojas de la masculinidad”. El problema surge en el modo en que se examina las incertidumbres del orden simbólico ante las subjetividades (aún no plenamente) aceptadas tales como las trans.  

Las crisis son riesgosas y promisorias. El psicoanálisis en política (de izquierda) ha tendido en los últimos decenios, tras el declive del marxismo freudiano, a refugiarse en la gestión progresiva del orden simbólico. A tal punto lo hace que entiende por “emancipación” un horizonte incluso más restringido que el vigente en la era del Estado de Bienestar. El psicoanálisis en política no está condenado a oscilar entre el conservadurismo prudente de lo existente y el sueño ilimitado de la utopía. Tampoco a oficiar de teoría progresiva de la democracia. Sin consagrar ideales, tal vez pueda puntualizar las dimensiones inconscientes que habitan en el sueño diurno de la política, con sus opacidades y aperturas hacia lo que hoy nos parece imposible. Por eso propongo que pensar la crisis, y no la “gobernabilidad”, debería ser un tema de debate en estas cuestiones que nos preocupan. Los apuntes de Silvia Bleichmar son un buen punto de partida para dicha tarea.

 

Bibliografía
 
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