“Dad
palabras al dolor. El dolor que no habla
va estremeciéndose en el corazón
hasta
que lo despedaza”
|
William
Shakespeare,“Macbeth” |
Introducción
Hace ya varios años, comencé a interrogarme
acerca de las condiciones en que se desarrolla nuestra
tarea terapéutica y el efecto que la misma
produce en nuestra subjetividad. La investigación
comenzó al reflexionar con un grupo de colegas
acerca de cómo hablábamos de nuestros
pacientes y nos ocupábamos de ellos en la formación,
supervisiones y en la práctica clínica
mientras que muy pocas veces hablábamos de
nosotros mismos en relación con nuestra tarea.
Hago extensivas estas reflexiones a las distintas
especialidades vinculadas con la salud y la atención
de pacientes (psicólogos, médicos, psicopedagogos,
enfermeros, etc).
Estas preguntas e inquietudes, dieron lugar a diferentes
intercambios a través de grupos de reflexión
y talleres en instituciones y centros de salud a fin
de pensar juntos sobre este aspecto. Así, observamos
que existía una resistencia específica
o singular para poder pensar acerca del trabajo en
salud mental y los efectos que éste produce
[1].
En dichas reuniones apuntamos a construir un espacio
de producción de pensamiento, intercambio y
elaboración de los efectos traumáticos
o potencialmente traumáticos inherentes a nuestro
quehacer, considerándolo una tarea de prevención
[2].
Observamos que debido al centramiento en la atención
de los pacientes, los profesionales de la salud, tendíamos
a naturalizar nuestro cansancio y el impacto emocional
que la tarea nos produce, pudiendo llegar así
al agotamiento. Al mismo tiempo, observamos la tendencia
a no registrar nuestro cuerpo, pudiendo llegar a tener
tensiones y contracturas importantes así como
enfermedades físicas de cuidado y/o de gravedad.
Sabemos que, en el desarrollo de la tarea diaria
nos enfrentamos con el padecimiento humano y que en
algunas especialidades la gravedad de las situaciones
aumenta exponencialmente. Me refiero a la atención
en terapia intensiva, de pacientes terminales, de
víctimas de diferentes catástrofes sociales,
de víctimas de abuso y violencia, etc. En el
caso específico de estos últimos el
contacto con el relato de las víctimas de violencia
doméstica los enfrenta con lo que podemos llamar
el horror de nuestra cultura.
La desigualdad de poder en la dupla víctima-victimario
suele ser uno de los primeros factores que estudian
los especialistas al abordar el tema desde la perspectiva
de género, ya que suelen ser mujeres y niños,
los más afectados
por violencia física, sexual y emocional. Dice
Eva Giberti [3]:
“Trabajar con niños que sufrieron repetidamente
un trato inhumano y abusos sexuales, físicos
u otros abusos se convierte, en realidad se instituye,
en situación traumática”.
Este malestar que en aquel entonces nos inquietó
y abordamos como en borrador, fue conceptualizado
por varios autores con el término de síndrome
de burnout o “estar quemado”.
Qué es el síndrome
de Burnout
En 1974, el psicólogo neoyorquino Herbert Freudenberger,
describió el síndrome de burnout con
las siguientes características: agotamiento
emocional, falta de realización personal, deshumanización,
manifestaciones físicas, manifestaciones psíquicas
y cambios abruptos de conducta.
“Freudenberger acuñó el término
quemado, para describir
un particular estado de agotamiento como efecto de
la frustración proveniente del fracaso de una
devoción hacia una causa, o hacia un modo de
vida (una profesión) o una relación
que fracasó al intentar producir la gratificación
esperada” [4].
“Maslach y Jackson (1986), describen el burnout
como un síndrome de agotamiento emocional,
despersonalización y de baja realización
personal que puede afectar a los individuos que trabajan
con personas” [5].
Posteriormente, tomando dichos ejes de indagación,
confeccionaron un cuestionario que detecta indicadores
de burnout en los profesionales.
“Aubert N. y Gaulejac (1991) refinan la concepción
del burnout y lo consideran una
enfermedad de la idealidad, fruto de un enganche
maligno entre el funcionamiento psíquico individual
y el funcionamiento de las instituciones-organizaciones.
Es decir, no acentúan la influencia de las
víctimas en la aparición de la enfermedad
sino apuntan al funcionamiento de las instituciones”
[6].
Considerando lo antedicho, podemos mencionar tres
áreas a tener en cuenta en el trabajo de prevención
y elaboración del burnout: la institución,
la tarea profesional ejercida y la persona del profesional,
o sea, su personalidad previa en la que incidirán
lo institucional y los efectos de su tarea.
Luces y sombras del trabajo de Prevención del
Burnout
El primer riesgo que surge en el trabajo de elaboración
del burnout es que sea solamente una catarsis sin
reflexión, ya que como uno de los primeros
aspectos que se trabaja es la relación con
la institución, suelen aparecer abundantes
menciones acerca del malestar institucional, corriéndose
el riesgo de quedar encerrado en esta temática
durante todo el abordaje planteado.
El coordinador pasa a ser el depositario de los aspectos
maltratadores de la institución, siendo muchas
veces maltratado, reeditándose el maltrato
que los profesionales sienten que la institución
efectúa con ellos, o por el contrario, se le
requiere al mismo una alianza incondicional contra
la institución, pudiendo perder éste
la distancia óptima para su trabajo.
En esta dialéctica de ‘con nosotros
o contra nosotros’, el coordinador queda atrapado
en una encrucijada contratransferencial que requiere,
para poder resolverse, la apertura de un espacio de
producción de pensamiento que funcione como
corte. Si bien la crítica constante contra
la institución suele funcionar como resistencia,
puede –también- ayudarnos a seguir pensando:
¿qué se logra cambiar con este dispositivo?,
¿es útil sólo para quejarnos
o descargar?, ¿se llega al momento de elaboración?.
En este punto, es importante agregar que así
como algunos grupos no pueden salir del encierro de
la queja, otros grupos realizan un trabajo riquísimo
y profundo de toma de conciencia y elaboración
de las depositaciones que los consultantes efectúan
sobre ellos, que les ayuda a producir transformaciones
al interior del equipo y en el modo de encarar su
tarea profesional.
Igualmente, es necesario discriminar el malestar
institucional del sentimiento de impotencia que les
produce el tema que abordan, especialmente en equipos
interdisciplinarios que trabajan con lo siniestro
de la cultura: violencia de género, tortura,
etc. La imposibilidad de cambiar muchas situaciones
de las víctimas/consultantes se entrecruza
con la frustración de no poder modificar el
clima institucional y sus violencias. Se hace, así,
muy dificultoso tramitar el duelo por la institución
ideal/deseada, que los contenga y proteja en su quehacer.
En muchos casos el profesional que coordina el trabajo
de burnout es masivamente depositario del sentimiento
envidioso de los integrantes del equipo; pasa a ser
idealizado como ‘lo nutricio’ y ‘lo
saludable’ y -como representante de aquello
que no se puede alcanzar- se lo ataca.
También es interesante ver que la transferencia
con la institución, que se deposita muchas
veces en el coordinador del proceso de elaboración
del burnout o en el equipo que éste integra,
se desplaza por momentos en forma de fuertes tensiones
al interior del propio equipo de trabajo, el mismo
que -momentos antes- había sido muy valorado.
En un taller realizado en una institución,
una integrante dice a sus compañeros: “Yo
vengo acá por ustedes, sino no vendría”
remarcando así la importancia de la pertenencia
y de la cohesión al interior del equipo para
poder sostener una tarea profesional ‘enfermante’.
Sin embargo, en un corte longitudinal podemos observar
que estos sentimientos pueden oscilar abruptamente
ante conflictos disparados por la tarea diaria.
Estos intensos sentimientos primarios, como la oscilación
amor-odio, dependencia -ataque, que atraviesan los
ámbitos institucionales pueden disociarse entre
la institución y el equipo de pares, entre
la institución y la coordinación del
trabajo de burnout, etc.
Cómo trabajar en Prevención del Burnout
profesional
Específicamente en referencia a la tarea profesional
con víctimas de violencia, ésta suele
producir afectos depresivos y/o enfermedades físicas
en los profesionales que la ejercen. Ellos son ‘testigos’
del padecimiento de las consultantes y depositarios
de aspectos escindidos de su psiquismo y, si no elaboran
esta situación, la misma puede eclosionar en
sintomatología [7].
La modalidad de trabajo en prevención del burnout
es en forma de encuentros grupales, con frecuencia
quincenal o mensual, con el dispositivo de grupo-taller,
en los que se intercambia, debate y reflexiona a partir
de los emergentes grupales. Se pueden incorporar técnicas
psicodramáticas o sociodramáticas a
fin de revisar situaciones, defensas desplegadas,
obstáculos, recursos y alternativas.
El trabajo es íntimo y se reserva el secreto
profesional de lo trabajado. Aunque participen coordinadores
de equipo, o colegas con un rol jerárquico,
en el seno del grupo-taller se promueve la horizontalidad,
todos se incluyen como pares. Se propicia que intervengan
profesionales de diferentes disciplinas e incluso
personal administrativo, si está involucrado
en la tarea, siempre y cuando lo desee.
Para finalizar, cada equipo profesional tiene un
transcurrir diferente y propio en los talleres de
prevención del burnout. En algunos la buena
disposición y la plasticidad de los profesionales
permite, además de la reflexión, trabajar
con técnicas psicodramáticas tanto las
dificultades que produce la tarea y las dificultades
intra-equipo como los registros a nivel corporal de
las emociones promovidas por lo traumático
de ciertas consultas. Todos estos aspectos son los
que requieren ser percibidos y elaborados.
En un segundo grupo el trabajo es de un intercambio
rico y dinámico a nivel verbal, aún
cuando no haya disposición a desplegar por
medio de escenas lo producido por los aspectos tóxicos
de la tarea. En dicho grupo se producen múltiples
asociaciones, con posibilidad de elaborar y revisar
alternativas de cambio.
En otros equipos se avanza con mayor dificultad,
tienen notorias resistencias a compartir los afectos
y efectos de su quehacer profesional y suelen empezar
con el siguiente discurso: “A mi la tarea no
me produce nada, no me molesta, sólo que….”
y refieren que el problema es la institución,
sus autoridades o la falta de comunicación.
A pesar de estas afirmaciones, surge luego una fuerte
angustia, de la cual lo institucional no es causa
suficiente. El punto es que está negado el
malestar que produce la tarea.
Otro aspecto, que tiene una fuerte incidencia en
la relación profesional-tarea y en su predisposición
o no a ser víctima de burnout, son los anclajes
vocacionales de los profesionales. Algunos trabajan
desde hace muchos años en condiciones institucionales
complejas y en contacto con situaciones humanas muy
difíciles y manifiestan que es su vocación,
acompañada -en muchos casos, no en todos- por
una postura militante en la temática que le
aporta mayor sentido a su quehacer diario.
Tal vez de eso se trate el objetivo de este abordaje:
que siga teniendo sentido nuestro posicionamiento
profesional y nuestra tarea diaria, sin producirnos
sintomatología.
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