Pareja
deja morir a hijo real por cuidar a niña virtual.
[1]
En Japón, los adictos a los videojuegos tienen
nombre propio: son los adictos a la tecnología,
los llamados “hikikomori” (palabra que en
japonés significa “reclusión”
o “aislamiento”) [2]
Introducción
El sujeto fascinado frente a una pantalla, atrapado,
desaparecido como tal, vive una vida virtual, ‘reniega’
de la castración, y no entra, así, en
conflicto con el discurso del capital y el mercado.
En el mismo sentido, la televisión también
modela sujetos complacientes y promueve efectos de masa
y, a la vez, de aislamiento. Dichos efectos no por menos
espectaculares dejan de ser devastadores.
Los padres a los que alude la noticia estaban, como
tantos, sin trabajo. Sin embargo, no tenían lazo
con otros en su misma condición. La soledad,
el aislamiento al que se refiere la denominación
japonesa citada en el acápite, es una condición
para la reproducción del sistema. Sin trabajo,
entonces, pero no sin aportar al engranaje de producir/consumir,
en la medida en que la ‘salida’ que encuentran
atenta sólo contra sí mismos, contra su
producto, el hijo.
La hipnosis sería el mecanismo de captura/producción
del sujeto y también el de formación de
una ‘masa’. La misma permanece, inerme,
frente a pantallas televisivas o cibernéticas;
en general se desconoce como tal, ignora a sus pares,
no siente la cohesión horizontal. El ‘líder’,
en estos casos, puede permanecer anónimo e inmaterial,
aunque efectivo en el objetivo de empujar siempre a
un ‘más’ de goce y de crear la ilusión
de no pagar por ello ningún precio.
El Psicoanálisis, preocupado desde su origen
por el marco social en el que se instituye el sujeto,
puede estudiar estos fenómenos e intentar abordajes
que no se limiten a la nostalgia por lo perdido. Consideraremos
para ello, en contraste con la operación mediática
de la hipnosis, al amor [3]
y a la creación como apuestas subjetivas diferentes.
Hipnosis y subjetividad mediática
En ‘Psicoanálisis de la Televisión’
[4],
el Dr.José Ricardo Sahovaler realiza un estudio
detallado de este medio en el que destaca el vínculo
del mismo con la hipnosis. Recortaré algunas
de sus interesantes fundamentaciones para esta articulación.
Así, el autor resalta el papel de la preeminencia
de la percepción sobre la conciencia en la recepción
del estímulo televisivo, en detrimento de la
memoria y del pensamiento verbal, o sea de la posibilidad
de reflexión crítica y elaboración.
En esta dirección, el papel del movimiento, de
lo perecedero y de la inmediatez son datos que colaboran
para una ‘desaparición’ de la subjetividad
análoga a la que causan las adicciones más
tradicionales.
Dice: “La televisión y la hipnosis obliga
a un movimiento regresivo del ver (activo) al mirar
(pasivo). Si en el ver el sujeto es dueño de
su propia investidura de atención y puede dirigir
la mirada hacia distintos puntos, en el mirar el objeto
se ha apoderado de la mirada y dirige la actividad visual.
En este sentido miramos la televisión del mismo
modo que somos tomados por la mirada (o la palabra)
del hipnotizador”.
Las corporaciones, los líderes formadores de
opinión, visibles o no, las figuritas de la TV,
los figurones de la política, muchos son los
que intervienen para ocupar ese lugar inductor, ese
lugar del Ideal. Podríamos, incluso, extender
esta descripción y atribuir efectos hipnóticos
a todos los medios representativos de la cultura de
mercado.
La semióloga Cristina Corea radicaliza los conceptos
de Sahovaler al referirse ya no a la afectación
de la subjetividad sino a la producción de la
misma por parte de prácticas sociales: “(…)
lo que caracteriza la subjetividad actual es el predominio
de la percepción sobre la conciencia. (…)
El efecto hipnótico sería una característica
del discurso mediático a la que nadie se sustrae.
Porque ‘nadie’ designa aquí no a
un individuo sino a un tipo de subjetividad, la subjetividad
contemporánea. La hipnosis sería entonces
una operación de producción de subjetividad
socialmente instituida.” [5]
Podemos ver, entonces, la afinidad del rol de los medios,
en su ejercicio hipnótico, en su lugar de liderazgo
desde un Yo Ideal, con otras condiciones de la sociedad
actual: la pretensión hedonista; la aceleración,
tal como lo puntualiza Yago Franco en relación
con el afecto [6];
la proliferación de los objetos de satisfacción
solitaria y el rechazo de los lazos sociales; el terror
al vacío que señala Leonel Sicardi [7];
y el mandato del Superyo a gozar sin límite.
En suma, se trata del desprecio por la castración.
Otros límites
Los límites, sin embargo, no dejan de operar.
La psicoanalista francesa Marie Hélène
Brousse [8]
señala que ya no rige para el sujeto un límite
afín con la castración simbólica,
‘lo prohibido y lo permitido’ del lado del
Nombre del Padre como lo conocíamos, sino más
bien del lado del juego de las posibilidades: ‘lo
posible y lo imposible’.
Es lo que se regula según los avances de la
ciencia y las significaciones que portan los medios.
Sabemos que la ciencia franquea constantemente sus propios
logros y avanza con prescindencia de consideraciones
éticas, motivada por el puro deseo –mortífero
incluso- de saber. Por ejemplo, la inseminación
artificial, el alquiler de vientres, el congelamiento
de embriones, la clonación y todas las posibilidades
que se abren en este camino pueden implicar el desafío
de todas las leyes del parentesco y la prohibición
del incesto.
Brousse destaca consecuencias de este movimiento para
el sujeto, quien quedaría ubicado más
del lado del objeto, como lo piensa Lacan cuando lo
denomina ‘hablanteser’. En este sentido,
está menos atrapado en el significante así
como menos ligado a querer saber del síntoma
y más deseoso de sacárselo de encima.
Retomando a Lacan en el Seminario XXII, RSI, Brousse
ubica las producciones subjetivas que hacen de límite
en la inhibición, el síntoma y la angustia,
consideradas con independencia del padre y su norma,
o sea de un Amo y el conflicto con la norma. La anorexia,
las impulsiones, el ataque de pánico podrían
pensarse desde el concepto de límite frente a
la falta de límites simbólicos.
La autora destaca también un incremento del
estilo perverso como modo de goce. Este estilo se comprueba
en la clínica, si bien podemos diferenciarlo
de las estructuras perversas que raramente llegan a
la consulta. Se trata de la entronización de
un objeto, una solución fetichista, como la designa
Brousse, para transformar el goce en deseo. Me interesó
cómo la autora destaca la posición del
sujeto en el sostén del deseo incluso allí
donde cuesta encontrarlo.
La hipnosis y el Psicoanálisis
Freud renuncia al uso de la hipnosis en la cura -más
allá de la confesión de sus dificultades
como hipnotizador- cuando descubre que el poder de dicho
método reposa en el vínculo con el médico
y en la acción de la sugestión. Ni bien
cesa ese influjo los síntomas retornan sin cambio
alguno.
En este sentido, Freud asimila enamoramiento e hipnosis:
“La misma sumisión humillada, igual obediencia
y falta de crítica hacia el hipnotizador como
hacia el objeto amado”. La misma absorción
de la propia iniciativa; no hay duda: el hipnotizador
ha ocupado el lugar del ideal del yo. (…) “El
vínculo hipnótico es una entrega enamorada
irrestricta que excluye toda satisfacción sexual,
mientras que en el enamoramiento ésta última
se pospone sólo de manera temporaria, y permanece
en el trasfondo como meta posible para más tarde”.
[9]
El abandono de la hipnosis puede ser tomado como bisagra
entre la ‘prehistoria’ analítica
y lo propiamente psicoanalítico. Así,
vemos qué dirá Freud, años después
de dar ese paso, del lugar del analista en la cura.
Al preguntarse de qué depende la dificultad de
curar el sentimiento inconsciente de culpabilidad señala:
“Quizás también dependa de que la
persona del analista se preste a que el enfermo la ponga
en el lugar de su ideal del yo, lo que trae consigo
la tentación de desempeñar frente al enfermo
el papel de profeta, salvador de almas, redentor. Puesto
que las reglas del análisis desechan de manera
terminante semejante uso de la personalidad médica,
es honesto admitir que aquí tropezamos con una
nueva barrera para el efecto del análisis, que
no está destinado a imposibilitar las reacciones
patológicas, sino a procurar al yo del enfermo
la libertad de decidir en un sentido o en otro”
[10]
¡Todo un dato para pensar el margen que Freud
deja para la elección subjetiva! Este comentario
merecería una investigación aparte, especialmente
en lo que se refiere al final de un análisis.
La operación analítica
Tenemos, entonces, la operación de la hipnosis
como opuesta a la operación analítica
ya que el analista no se presta a la identificación.
En el Seminario XI Lacan detalla esta separación
y precisa las coordenadas de la intervención
del Psicoanálisis: “¿Y quién
no sabe que el análisis se instituyó distinguiéndose
de la hipnosis? Porque el mecanismo fundamental de la
operación analítica es el mantenimiento
de la distancia entre I y
a.” [11]
Quiere decir que, frente al mismo amor, la ‘entrega
enamorada irrestricta’, que propone el sujeto
enamorado/hipnotizado hay una nueva respuesta: separar
el Ideal del objeto, los que se superponen en la hipnosis
tanto como en el enamoramiento.
El Ideal, dice Lacan, es el lugar desde donde el sujeto
se ve visto como amable por el Otro. Saber qué
es lo que el Otro espera del sujeto, qué rasgos
del sujeto permiten que el Otro lo ame, es un ‘espejismo’
posibilitado por el sostén simbólico,
imaginario y real que ha prestado el Otro primordial.
Es el Otro que ha ‘garantizado’ al sujeto
una identificación anticipada con la imagen especular
así como un lugar en la cadena de parentesco.
Es la cara significante de la constitución del
sujeto quien acepta ubicarse bajo las marcas que el
Otro propone. Es decir: se identifica.
En el análisis, el sujeto se ofrece a la escucha
y a la mirada del analista vestido con los rasgos que
cree lo han hecho amable para el Otro. En ese sentido,
la transferencia es la operación que hace coincidir
el Ideal en el lugar del objeto, como lo señala
Freud para la operación de la hipnosis. La transferencia
es la condición para la hipnosis. Si el analista
cede en ese punto conducirá al sujeto hacia la
identificación con él.
Lacan señala que la transferencia, en este sentido,
es lo que de la pulsión aparta la demanda, desde
el lado del sujeto. La demanda de amor elide así
a la pulsión, otra cara de la constitución
subjetiva, que conlleva el modo de goce particular.
En verdad, el sujeto en contacto con el discurso del
Otro primordial se encuentra no sólo con su palabra,
encuentro que posibilita la identificación, sino,
también, con el enigma de su deseo. El lenguaje,
que no es un código, deja siempre el margen para
no saber lo que el Otro quiere, no saber qué
objeto podría satisfacerlo. Es el ‘Me dice
esto pero qué me quiere decir’ que señala
Lacan como pregunta estructural del sujeto.
La respuesta que el sujeto ofrece a la falta que transmite
el Otro, a su deseo, es ubicar allí un objeto
del que se desprende. Se trata de los objetos, ligados
al cuerpo erógeno, que se recortan en la dialéctica
entre el sujeto y el Otro: oral, anal, fálico.
A ellos Lacan añade la mirada y la voz. Hacerse
chupar, hacerse cagar, hacerse escuchar o mirar son
posiciones que el sujeto podrá abandonar, recrear
o resituar en la medida en que cese de esperar colmar
al Otro con ellas. [12]
Para que ese lugar de objeto se presentifique en el
análisis es preciso que el analista opere para
llevar nuevamente la demanda a la pulsión. Sería
la operación del deseo del analista el volver
a llevarla a la pulsión de modo que el Ideal
-que el sujeto le propone encarnar – sea aislado,
separado a la mayor distancia posible del objeto: “El
analista debe abandonar esa idealización para
servir de soporte al objeto a
separador, en la medida en que su deseo le permite,
mediante una hipnosis a la inversa, encarnar al hipnotizado.”
[13].
Recordemos que lo que caracteriza al deseo del analista,
para Lacan, es encontrar la diferencia absoluta. Rescatar,
así, lo más propio del sujeto, ligado
a sus significantes primordiales, tanto como a su peculiar
modo de goce pulsional.
El lugar del amor
“… solamente el amor ha actuado como factor
de cultura (tanto –dice Freud- en el desarrollo
de la libido del individuo como en el de la humanidad
toda) en el sentido de una vuelta del egoísmo
en altruismo.” Lo considera válido tanto
para el amor sexual hacia la mujer como para el “amor
desexualizado hacia el prójimo varón,
amor homosexual sublimado que tiene su punto de arranque
en el trabajo común.” [14].
Podemos seguir esta definición freudiana ya desde
el Proyecto y rescatar allí el lugar del Otro
primordial. [15].
La pérdida temida por el sujeto es la pérdida
del amor del Otro, en tanto lo deja inerme ante sus
pulsiones. La cesión de objetos se operará
bajo ese mismo signo. El sujeto se desprende de ellos
y los buscará, de ahí en más, en
el campo del Otro en el encuentro con ese deseo enigmático,
que no sabe qué lugar le reserva. Es la humanización,
la simbolización, la libidinización del
cuerpo y la separación de sus restos no simbolizables.
En este entramado, en la ilusión de reencuentro
con lo ‘perdido’, se basa tanto la hipnosis
como el amor de transferencia. Sin embargo, la ciencia
y la técnica ofrecen hoy múltiples objetos
y desalientan la búsqueda en el campo del Otro;
empujan al goce ‘autista’ y fomentan la
ilusión de completud. Es el intento fallido de
transformar al goce en deseo a través de un objeto.
Dejará, de todos modos, al sujeto en el vacío
y la angustia.
Al considerar el malestar cultural actual vemos, entonces,
que el amor tiene un lugar subalterno. El discurso capitalista,
como lo elabora Lacan, no admite la dimensión
de lo imposible, la castración. Desarticula,
por lo tanto, el lazo social que es siempre ocasión
de encuentro y, por lo tanto, de surgimiento del conflicto,
la falta y la castración. El amor la incluye,
está promovido por la falta, pero de él
no se ocupa el discurso capitalista que ubica al sujeto
solitario en un goce que supuestamente serviría
para todos.
Lacan, en la misma dirección que Freud, afirma
que sólo el amor permite condescender el goce
al deseo [16].
Esto es válido, como vimos, en la producción
original del sujeto. Asimismo, en el dispositivo analítico
es necesario que opere el amor al saber atribuido al
analista, saber sobre el padecimiento del sujeto. El
desafío, entonces, si pensamos en la institución
social del sujeto, en su posición ‘hipnotizada’,
en la devaluación del amor al saber, es provocar
ese amor.
En la prehistoria del Psicoanálisis Freud utilizó
la hipnosis para llegar a la verdad atribuida a los
síntomas. La descartó luego al promover
la asociación libre; incluso rehusó el
uso de la transferencia para ‘modelar’ al
sujeto y preservó, así, su dignidad. Hoy
nos encontramos de entrada con sujetos en posición
hipnotizada y tenemos que apostar a su rescate.
La maniobra en la que se juega la posibilidad del análisis
es causar en el sujeto actual una nueva relación
con su sufrimiento. El pensar que algo significa, que
hay quien sabe sobre eso y que el alivio vendrá
con un trabajo y no con alguna incorporación
mágica. En cierto modo, se trata de arrancar
al sujeto posmoderno del estado hipnótico, de
introducir una disrupción en él. No es
seguro que sea siempre posible, es una apuesta que develará
su efecto en cada caso.
A diferencia del hipnotizador, alojar la repetición
en transferencia no sigue el camino de encauzar al sujeto
hacia ninguna identificación. Es más,
debe servir incluso para destituir aquellas que interfieran
con su deseo y abrir, si cabe, la posibilidad de las
soluciones inéditas y singulares: la invención
y la creación. Son soluciones ligadas a nuevos
arreglos con la pulsión, y al amor como medio
-en lugar de un objeto- para llegar al deseo. En este
sentido, hay también producción de un
sujeto en la operación analítica.
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