La cuestión
del afecto y de las identificaciones afectivas prácticamente
no fue objeto de investigaciones profundas en los
grupos, y más en general, en el abordaje psicoanalítico
del vínculo intersubjetivo. El grupo es sin
embargo un activador de experiencias sensoriales intensas:
no sólo visuales y auditivas, sino también
olfativas y táctiles. Involucra e invoca al
cuerpo en su relación con el cuerpo del otro
y según diversas modalidades: imaginarias,
simbólicas, reales. Los vínculos de
grupo implican relaciones de proximidad y de distancia:
conmueven, afectan, participan en el «desarreglo
de todos los sentidos» (Rimbaud), pero también
en sus regulaciones.
Desde un punto de vista subjetivo, el afecto se experimenta
como una expresión psíquica que viene
del cuerpo, una manera penosa o agradable, vaga o
definida de ser tocado dentro de uno mismo: el afecto
se vivencia también como la experiencia de
ser «afectado» por una cierta «acción
psíquica» ejercida sobre uno por los
otros. Correlativamente, la expresión de un
afecto es una manera de actuar sobre los otros, de
tocarlos dentro de ellos mismos, de «afectarlos»,
incluso de infectarlos (el afecto es contagioso).
La afectación y su nominación
Reparemos en este primer rasgo, que hace del afecto
una expresión psíquica del cuerpo y
del vínculo con el otro, sin duda del cuerpo
en tanto está afectado por, o desde el origen,
en el vínculo con el cuerpo del otro. La matriz
del afecto sería entonces el cuerpo de la madre,
ciertamente desde la vida fetal.
Otro rasgo constante del afecto es la dificultad para
nombrarlo. Siempre tenemos que nombrarlo, puesto que
el afecto se constituye, muy por debajo del acceso
a la palabra, en el ombligo de la psique en el cuerpo,
pero también en el ombligo del vínculo
con el cuerpo del otro y del vínculo del otro
con su cuerpo. Además, los afectos escapan
a cualquier representación fija, se manifiestan
repentinamente, irrumpiendo. El afecto difícilmente
se deja decir y buscamos una nominación que
es también una interpretación para aprehender
su cualidad, su origen y su destino. Notemos que la
nominación-interpretación de los afectos
los hace cambiar de estatuto en nuestra experiencia
y en nuestra organización psíquica.
Transformamos así el afecto en una cualidad
vuelta sensible a la conciencia del sujeto, que la
conoce entonces como emoción o sentimiento
[1].
Decir que estamos embargados o invadidos por la pena,
la tristeza, la nostalgia, el miedo, la vergüenza,
la cólera, la rabia, el odio (por afectos negativos),
o por la alegría, la atracción amorosa,
una especie de plenitud, una excitación agradable,
es una manera usual de nombrar los afectos y por lo
tanto de transformarlos en sentimientos: el afecto
se conoce al volverse sentimiento.
El afecto como representante
de la pulsión
Freud introdujo muy pronto el concepto de afecto como
descarga masiva (gasto) de energía pulsional
o como tonalidad general y difusa, lo que antiguamente
llamábamos humor. Lo identificó como
uno de los dos representantes de la pulsión:
expresión cualitativa de la cantidad de energía
pulsional y de sus variaciones, el afecto acompaña
al representante-representativo de la pulsión,
al que está ligado o del que está separado.
Freud admite que hay afectos sin representación,
y representaciones sin afecto, siguiendo cada uno
un destino diferente. Por uno u otro de esos representantes
es que podemos saber algo de la pulsión [2].
Esta concepción del afecto describe su origen,
su especificidad y su valor en la economía
y la tópica intrapsíquicas. Freud piensa
el afecto en términos de cantidad de investidura
y en términos de expresión psíquica
de la cualidad de una experiencia que la palabra no
puede traducir, y busca su origen ante todo en un
acontecimiento traumático al que no pudo corresponder
una descarga adecuada (cf. los primeros trabajos sobre
la histeria [3]).
No me propongo desplegar la teoría freudiana
del afecto, sino indicar cómo, sobre algunas
de estas bases y en particular sobre algunas investigaciones
contemporáneas, es posible retomar el hilo
del análisis acerca del segundo aspecto del
afecto que he mencionado como introducción,
allí donde participa de una teoría de
la intersubjetividad en la cual se mantiene absolutamente
el lugar del sujeto. Sobre la base de esta hipótesis,
se desarrollaron investigaciones en dos campos teórico-clínicos
diferentes, pero sus resultados definen una zona de
debate pertinente acerca del lugar y la función
del afecto en una teoría de la intersubjetividad.
El primero de estos campos de investigación
explora las relaciones entre afecto, cuerpo y simbolizaciones
precoces, precisamente las estructuras elementales
de significación donde el afecto está
asociado a sensaciones, percepciones y significantes
arcaicos. En este conjunto, están los trabajos
sobre los pictogramas (P. Castoriadis Aulagnier, 1975),
las proto representaciones (M. Pinol-Douriez, 1984),
los significantes formales y el yo-piel (D. Anzieu,
1987), los significantes de demarcación (G.
Rosolato, 1985) y los significantes enigmáticos
(J. Laplanche, 1987), pero también las investigaciones
inaugurales de Bion sobre los elementos alfa y beta
(W. R. Bion, 1979).
El segundo campo de investigación explora más
precisamente las relaciones entre el afecto y el vínculo
intersubjetivo. Desde este punto de vista, sostengo
que el afecto no es solamente un modo de representación
de la pulsión en la psique, sino también
una creación del encuentro madre-hijo, y ulteriormente
de cualquier encuentro. Un primer conjunto de trabajos
se inscribe en el marco precedente y presta atención
al hecho de que no solamente el bebé percibe
los afectos de la madre y la madre los del hijo, sino
que los intercambios afectivos y emocionales son —o
no— acompañados en la madre por contactos
corporales y verbales. Lo que P. Castoriadis Aulagnier
teorizó como la función porta-palabra,
Bion como función alfa, Stern como consonancia
[accordage] afectiva madre hijo, Anzieu como envoltura
psíquica, son seguramente distintas concepciones
de procesos y formaciones intersubjetivas cuya existencia
es la condición necesaria para el establecimiento
de los procesos de simbolización.
Un segundo conjunto de investigaciones sobre el afecto
y el vínculo, lo constituyen los trabajos psicoanalíticos
sobre los grupos, las familias, las parejas y las
instituciones. Quisiera proponer algunas reflexiones
a partir de la situación psicoanalítica
de grupo.
I. AFECTO E INTERSUBJETIVIDAD
El afecto y el vínculo de
grupo
Mis investigaciones se organizaron en torno al siguiente
punto de vista: todo estudio psicoanalítico
del grupo se inscribe en una teoría del vínculo
intersubjetivo y en una teoría del sujeto.
El grupo es una estructura de vínculos intrapsíquicos,
inter y transpsíquicos. Si examinamos más
particularmente la realidad psíquica del grupo,
es pertinente examinarla desde tres puntos de vista:
el vínculo de cada sujeto con el grupo, en
cuanto este es objeto de investiduras pulsionales,
de afectos y de representaciones, conscientes, preconscientes
e inconscientes,
el vínculo de cada uno con los otros en el
grupo,
el sistema de vínculo que especifica al grupo
como espacio psíquico dotado de una realidad
psíquica propia, irreductible a una simple
suma de las psiques individuales.
El modelo del aparato psíquico grupal integra
estos tres puntos de vista, sus espacios propios,
sus diferencias y sus articulaciones: este aparato
psíquico de ligadura organiza la estructura
del grupo y garantiza su transformación. Contiene
una energía pulsional, en él se efectúan
realizaciones de deseo, circulan afectos, se forman
representaciones cuya ligadura con los afectos es
a menudo problemática, como lo revela la clínica.
Queda todavía por elaborar la cuestión
del afecto en su doble estatuto: en el espacio intrapsíquico
y en el espacio del vínculo. Deberemos pues
conocer el afecto que caracteriza una expresión
y una impresión psíquica de todo el
grupo (afecto de grupo), y el afecto singular, no
compartido —pero compartible— que experimenta
el sujeto debido a su vínculo con el grupo
o con algunos miembros del grupo (el afecto en grupo).
Esta distinción da cuenta de que, por un lado,
el afecto es eminentemente individual, y por otro,
es contagioso, común, compartido.
Identificaciones por el afecto
y trabajo del afecto en un grupo. Referencias clínicas
Para describir el pasaje del afecto en grupo al afecto
de grupo, vuelvo a la clínica de un grupo que
analicé más ampliamente en cuanto a
la organización de la realidad psíquica
inconsciente, el proceso y la lógica de los
vínculos intersubjetivos, y el espacio de la
realidad subjetiva que en él se manifiesta
y se transforma [4].
Se trata de un pequeño grupo de breve duración,
propuesto con fines de sensibilización a la
experiencia del inconsciente. Reunió a diez
participantes durante dieciséis sesiones repartidas
en cuatro días; fue conducido por dos psicoanalistas,
Sophie y yo. Recuerdo que este tipo de grupo intensifica
los procesos de la organización psíquica
del grupo y moviliza los procesos individuales más
sensibles a los efectos de grupo.
El hilo conductor de mi análisis será
aquí seguir el destino de los afectos durante
las primeras sesiones de este grupo. Evoco brevemente
el movimiento.
Desde la primera sesión, los participantes,
y principalmente algunos hombres, refieren un malestar.
Dicen haber perdido sus «referencias [repères]»
y estar «fuera de sí», pudiendo
entenderse esta última formulación de
dos maneras: encontrarse en un estado de despersonalización
y estar encolerizado. Aprovechando el doble sentido,
se condensan dos afectos: el desasosiego
y la cólera.
Los sentimientos de malestar que afloran a la conciencia
son compartidos por dos mujeres, Sylvie y Anne Marie,
luego por Solange y Michèle. Se trata de confusión
y de equívoco.
El equívoco alude a un acontecimiento que tuvo
lugar al iniciarse la primera sesión. Antes
de que Sophie y yo nos presentáramos, recibiéramos
a los participantes, y enunciáramos las reglas,
Sylvie había tomado a Solange y a Michèle
por mi colega. Solange puede decir ahora que había
vivido ese equívoco con angustia,
pero expresa algo más al hablar de su decepción
respecto del grupo: pensaba haberse inscrito para
aprender el «hablar-bien», pero dice también
que lo que sucede y se habla aquí le interesa
y que la palabra puede utilizarse para decir lo que
quedó suspendido en ella misma, lo que la perturba.
Luego critica nuestro recibimiento (frío)
y la sala (desagradable)
en la que se realizan las sesiones. La crítica
es compartida por otros participantes. Siguen intercambios
caóticos y momentos de silencio. Son momentos
de silencio particulares, vividos como vacío,
pensamiento blanco, apatía; cargados de afectos
a veces insoportables y tóxicos. Es importante
no prolongar esos estados. A menudo algunos miembros
del grupo encuentran una solución y proponen
una organización. Lo que se produce en este
grupo: una presentación mutua de los participantes
restablece una forma, una envoltura, referencias.
Uno de los participantes, el primero en haber dicho
que había perdido sus «referencias»
y que estaba «fuera de sí», dice
de él: «me llaman Marc», luego
permanece en silencio. Retomará la palabra
cuando varios participantes digan qué los motivó
a inscribirse en este grupo. Marc declara haberse
inscrito «siguiendo mi nombre [sur
mon nom]»: la fórmula me sorprende,
como me sorprendió la presentación que
hizo de sí mismo. Pero Marc no la comenta.
Por mi parte, estoy impresionado por el desamparo
de Marc, pero también aturdido por esta avalancha
de afectos que convulsiona al conjunto del grupo desde
la primera sesión.
En la sesión siguiente, después de haber
hablado durante la pausa con algunos participantes,
por lo tanto fuera de la presencia de los psicoanalistas,
Marc declara que se siente obligado a confesar ante
el grupo entero lo que llama su «acontecimiento
marcante»: está, dice, todavía
bajo el efecto de una interpretación brutal
que, en un grupo homólogo a este, el psicoanalista
que lo conducía le habría hecho un cuarto
de hora antes del final de la última sesión.
Se describe en un estado de shock traumático
que le dejó la «marca». Nada sabremos
del contenido de la interpretación recibida,
sólo se transmitirá el afecto en su
violencia, por la voz y sobre todo por la ausencia
de contenido de representación. Esta «confesión»
deja estupefactos a los participantes. El término
confesión
supone un sentimiento refrenado o un acto culpable
que debe mantenerse oculto.
Durante la sesión, Marc precisa que eligió
a los dos psicoanalistas de este grupo por su idoneidad.
Su pedido manifiesto de reparación me está
más particularmente dirigido. Me siento impresionado
por la intensidad de su demanda, la ambigüedad
de su fórmula (se ha inscrito «siguiendo
mi nombre») pero también perturbado por
la manera como asegura su dominio sobre el grupo gracias
a lo que inyecta en el grupo [5].
Con Sophie, hacemos la hipótesis de que el
nombre, su nombre de pila y mi nombre son para él
significantes cruciales de un drama que revive en
la transferencia. Los afectos son intensos, son referidos
en el grupo antes y después de la representación
(la evocación) de la escena de amenaza: desasosiego
y cólera, confusión y equívoco,
decepción, ataque, shock, estupefacción,
pero también movimiento afectuoso y dependencia
confiada.
Quisiera destacar lo siguiente: Marc comentó
fuera de la sesión lo ocurrido según
él en ese otro grupo, sabiendo que tendrá
el recurso de restituir ese contenido en la sesión.
Se apoya en la regla que he enunciado para significar
que él respeta “la obligación”
y para, con su respeto, hacer resaltar más
aún la «falta» del psicoanalista
que le inflingió esta interpretación
salvaje, asestada como un golpe en la cabeza. Este
acontecimiento es para él a tal punto «marcante»
que lo representa —en femenino: lleva su «marca»—
y quiere atestiguarlo aquí y demandar reparación/reanimación.
Se rehúsa a comunicar un contenido de representación
más preciso: la cosa en la escena violenta
sólo es puesta en palabras para actuar su efecto
y, utilicemos aquí este antiguo término,
abreaccionarlo. Esta forma de utilizar la palabra
tiene también por finalidad hacer experimentar
a los otros el afecto de una violencia que para Marc
da causa a su presencia en el grupo: Marc se vuelve
activo inflingiendo el golpe que le dejó la
cabeza vacía. Toma a los participantes como
testigos y ubica a los psicoanalistas en posición
de acusados, de jueces y de reparadores. Pero sólo
transmite, o transfiere el afecto de violencia que
emana de esa escena ampliamente indeterminada en cuanto
a su contexto y a su contenido.
Un cuarto de hora antes del final de la tercera sesión,
Solange (objeto del equívoco de Sylvie) será
elegida como porta-palabra de un “secreto”
que le ha confiado Anne-Marie, también ella
presa del malestar y la confusión de la primera
sesión. Durante la pausa (repetición
del episodio de Marc) Anne Marie le dice que su hija
acaba de ser hospitalizada para una examen diagnóstico
de un cáncer, y que se siente culpable por
haber venido a este grupo. En el momento en que refiere
las palabras que transporta para otra, Solange recuerda
repentinamente y con intensa emoción la amenaza
de la que su propia madre la había hecho objeto,
cuando ella misma tenía la edad de la hija
de Anne Marie: tendría cáncer si continuaba
fumando.
Desborde de afecto, confusión
e insuficiencia de las barreras contra las excitaciones
Notemos la variedad y la intensidad de los afectos
que se manifiestan durante estas tres sesiones: los
participantes están «desbordados»,
Sophie y yo necesitamos recuperar momentos de pausa
y de retiro para pensar, cada uno por su lado y juntos,
lo que nos afecta y perturba nuestra capacidad de
pensar. Pienso en esa época que la situación
de grupo es una situación de co-excitación
pulsional intensa, un atractor y un acelerador de
afectos suscitados por la pluralidad del encuentro
con más de un otro, desconocidos, elementos
todavía no integrados en una forma, una envoltura,
un continente, un proceso de transformación
que los dote de una identidad aceptable, suficientemente
semejantes a nuestros objetos internos.
La situación de grupo es una puesta a prueba
de las barreras contra las excitaciones. Lo que se
juega es particularmente angustiante porque la dificultad
está en establecer e integrar una doble barrera
contra las excitaciones y un doble dispositivo de
representación tranquilizador: uno es interno
y se encuentra en parte fuera de uso, el otro es externo
y todavía no está suficientemente construido
y compartido. El enunciado de las reglas que estructuran
la situación psicoanalítica, las preinvestiduras
transferenciales positivas contribuyen a esta construcción,
en realidad, una auto-construcción del grupo.
Pero en este periodo inicial, esta construcción
es muy frágil, y los pocos puntos de apoyo
están primeramente en una relación frontal
con las angustias que suscitan el grupo como objeto
psíquico, los otros y los analistas. Aquí
el grupo es eso que pone fuera de sí, que es
hostil, los analistas son objetos malos (fríos,
amenazantes, peligrosos) o salvadores, los otros no
son verdaderamente otros, sino dobles contagiosos
y agentes de perturbación.
El modelo del contagio afectivo
Este modelo del contagio que se transmite por el
afecto evoca la infección: es un modelo pertinente
en la medida en que indica no sólo la ausencia
o la ineficacia de la protección, sino también
un modo de transmisión que pasa de un sujeto
a otro directamente, mediante identificaciones de
un tipo particular, sin representaciones correlativas.
Podríamos pensar que las identificaciones en
urgencia, descritas desde 1972 por A. Missenard como
una de las modalidades de establecimiento de un contenido
psíquico común a los miembros del grupo
en la fase inicial de este; son identificaciones por
el afecto, sin objeto de representación. Sin
barrera de filtrado, pero también sin aparato
de ligadura con contenidos representacionales, por
lo tanto sin dispositivos de transformación
simbolígena, el afecto se expresa o se suprime
o se desplaza, o se amplifica. Su efecto es antagonista
o paradójico: al mismo tiempo que desorganiza,
liga. Desorganiza la capacidad de pensar, liga mediante
los vínculos arcaicos de las identificaciones
afectivas, es decir identificaciones por el afecto
(sin representaciones), pero convoca al otro en su
capacidad de co-experimentar, de albergar y de producir
sentido.
Cómo el afecto convoca hacia
el otro: la afectiv-acción
Precisemos cómo convoca el afecto. En este ejemplo,
comprobamos que el afecto es claramente una expresión
psíquica que procede del cuerpo, que implica
al cuerpo: lo manifiestan los significantes fuera de
sí, golpe en la cabeza, cáncer, frialdad.
Lo que llama la atención es la notable «estrategia»
de afectación y de afectiv-acción empleada
por Marc, pero también por Anne Marie y Solange:
seguramente Marc siente el afecto, pero utiliza el afecto
para ejercer una cierta «acción psíquica»
sobre los otros, para tocarlos dentro de ellos mismos,
los afecta, y todos se afectan (el afecto es contagioso).
Este ejemplo verifica no sólo que el afecto es
una expresión psíquica del cuerpo y del
vínculo con el otro, sino también que
convoca al otro en lo disociado entre el cuerpo, el
vínculo y el sentido.
Volvamos a Marc. Lo que evoca se transforma en una escena
de amenaza que vendría «del re-padre/referencia
[re-père]»
perdido pero comprensivo; para Solange, de una madre
amenazante, abandonante para Anne Marie, figuras parentales
transferidas en Sophie y en mí. Hemos observado
que Marc transmite por inyección en el grupo
la carga de afecto correspondiente a su representación,
volviéndola enigmática para él
mismo, para los otros. Esta disociación-transfusión
del afecto cumple seguramente una función económica
para él, pero también debemos considerarla
desde el punto de vista en que es una invocación
a la capacidad de albergue y de transformación
de los miembros del grupo, y en primer lugar de los
psicoanalistas.
Y de hecho, el grupo se pondrá a funcionar como
un aparato de trabajo de las asociaciones a través
de las funciones de porta palabra cumplidas por varios
de sus miembros, funciones que les conciernen en su
propia historia, pero que son producidas y utilizadas
por el conjunto del grupo. El grupo en su conjunto es
portador no sólo de una palabra de la que no
disponen sus sujetos considerados uno por uno (y en
particular Marc y Solange, más tarde otras personas),
sino también de una palabra que interesa a los
otros y cuyos términos despliegan sin saberlo.
Lo que Marc dice (y no dice), interesa a cada uno, él
despliega significantes que interesan a Anne Marie y
a Solange, que las afectan así como me afectan.
Aunque el sentido puede volverse asunto de cada uno,
en su singularidad, y asunto del grupo como conjunto,
la palabra faltante sólo puede aparecer en el
arreglo intersubjetivo del discurso grupal. Diré
que el proceso asociativo grupal, sostenido en la transferencia,
facilita las vías del retorno de lo reprimido
y de la ligadura entre el afecto y la representación.
Una vez reencontrada esta articulación, las identificaciones
afectivas son menos eficientes.
En otro trabajo de análisis de este grupo, intenté
comprender cómo Solange se sitúa en el
punto de oscilación y de condensación
de la organización fantasmática que liga
a los miembros del grupo («Un padre amenaza/repara
un hijo»). Solange se representa ahí en
un emplazamiento inverso al de Anne Marie (madre amenazante)
y homólogo al de Marc (hijo amenazado). Está
en el pivote de las acciones pasivas y activas, en el
punto de soldadura de la fantasía de amenaza
y de la fantasía de reparación. Se ubica,
y es ubicada con su asentimiento, en el lugar mismo
de su conflicto amenazar/reparar, de sus identificaciones
ambivalentes respecto de la imago materna. Su posición
en la fantasía está en el lugar mismo
de su síntoma y es a través de los rasgos
comunes a varios que se efectuarán las identificaciones
con Solange. Tenemos aquí un ejemplo notable
de identificación por el síntoma.
Desde este punto de vista, la historia de Solange, pero
también la de Marc en este grupo, invierte la
proposición de Freud acerca del afecto en el
tratamiento de la histeria: «Sólo si la
evocación del recuerdo conlleva la reviviscencia
del afecto que originalmente le estaba ligado —escribe
Freud—, la rememoración encuentra su eficacia
terapéutica». En el grupo, vemos que la
reviviscencia del afecto conlleva la evocación
del recuerdo al que estaba ligado, a condición
de un trabajo particular que he denominado el trabajo
de la intersubjetividad.
II. El afecto y el trabajo psíquico de la intersubjetividad
Introduje la noción de un trabajo psíquico
de la intersubjetividad para dar cuenta 1º) de
las ligazones y de las transformaciones necesarias
para que tenga lugar un acoplamiento entre las organizaciones
intrapsíquicas; 2º) del trabajo psíquico
del Otro o de más-de-un-otro en la psique del
sujeto del inconsciente; 3º) de las formaciones
y de los procesos psíquicos producidos por
ese trabajo y propios del vínculo intersubjetivo
(aquí, del grupo). Entre esas formaciones comunes
y compartidas, destaco más precisamente una
función paraexcitadora y filtrante, de envoltura
psíquica, y un discurso asociativo grupal que
forma un conjunto de significantes y de representaciones
disponibles para cada uno.
Estas formaciones y esos procesos son la medida de
la exigencia de trabajo impuesto a la psique a causa
de su correlación con la subjetividad del otro
en la intersubjetividad. Por eso, la noción
de trabajo psíquico de la intersubjetividad
tiene como corolario la conveniencia de considerar
una determinación intersubjetiva en la formación
y el funcionamiento de ciertos contenidos del aparato
psíquico: responde a las condiciones en las
que se constituye el sujeto del inconsciente. Esta
noción admite como una hipótesis fundamental
que cada sujeto adquiere, en grados diversos, la aptitud
de significar e interpretar, recibir, contener o rechazar,
ligar y desligar, transformar y representar (se),
jugar con —o destruir— afectos y representaciones,
emociones y pensamientos que pertenecen a otro sujeto,
que transitan a través de su propio aparato
psíquico o se desarrollan en él, por
incorporación o introyección, como partes
enquistadas o partes integrantes y reutilizables.
Esta noción admite como una consecuencia del
concepto de sujeto del grupo la idea de que cada sujeto
es representado y busca hacerse representar en las
relaciones de objeto, en las imagos, las identificaciones
y las fantasías inconscientes de otro y de
un conjunto de otros; de igual modo, en formaciones
psíquicas de este tipo cada sujeto liga entre
ellos y se liga con los representantes de otros sujetos,
con los objetos de objetos que alberga en él.
El trabajo intersubjetivo
del afecto en la clínica de los grupos
Si examinamos ahora cómo se ha efectuado ese
trabajo intersubjetivo de los afectos (y sobre los
afectos) en ese grupo, podríamos decir lo que
sigue:
La situación inicial de un grupo como este
moviliza afectos de inseguridad, de miedo, de confusión,
por la confrontación con una incertidumbre
acerca de «más de un otro» y a
causa de las investiduras pretransferenciales y de
las fantasías que las acompañan. Al
mismo tiempo que el yo [moi]
de los participantes se desorganiza bajo la
acción de los afectos desconocidos y peligrosos
que lo invaden, el grupo toma forma a través
de las identificaciones afectivas (por el afecto)
que la materialización del objeto-grupo requiere
y que los miembros del grupo establecen entre ellos.
Los afectos que, para Marc, Solange y Anne Marie,
y para otros participantes, no habían podido
ser articulados con representaciones aceptables, insistían
en el proceso asociativo del grupo, en las transferencias,
pero también trabajaban elaborativamente a
través de las asociaciones. Para cada uno de
ellos, la ligazón y la reinscripción
significante e historizante ha sido correlativa de
este juego de recogida y relanzamiento metafórica/metonímica,
entre la cadena asociativa del nivel del grupo y sus
propias asociaciones. Cada uno ha encontrado e inventado
ahí, gracias al trabajo del aprés-coup,
las representaciones que le habían faltado.
Pudo identificarlas en los otros, apropiárselas
sin permanecer en la identificación proyectiva
con sus porta-palabra. Marc pudo recuperarse como
aquél que, en el grupo, había literalmente
actuado, mediante el relato enigmático y angustiante
de un «acontecimiento traumático»,
para inyectar [6]
su contrainvestidura traumática en el espacio
del aparato psíquico grupal. En las series
asociativas y las fantasías de seducción
y de amenaza homosexual primaria que las organizaban,
Marc descubría que llevaba en su nombre la
huella de la inscripción que había adquirido
para él su posición en una fantasía
de azotamiento y de seducción por el padre
(ser golpeado y seducido por él). El sujeto
Marc llevaba esa marca.
Este trabajo de ligazón y de utilización
de las figuraciones y de las representaciones de palabra
hablada es precisamente lo que caracteriza al trabajo
de la intersubjetividad.
El proceso asociativo grupal permitió que
se manifestara y restaurara en cada uno el defecto
de funcionamiento de lo que Freud denominó,
en Tótem y tabú,
«der Apparat zu deuten», el aparato de
significar/interpretar por el que cada uno trata los
acontecimientos traumáticos transmitidos en
las generaciones y los grupos.
III. Transmisión sincrónica
y genealógica del afecto
Estas últimas observaciones nos remiten más
precisamente a la clínica de este grupo, ahí
donde el despertar del afecto del sujeto lo conduce
a interrogar el afecto suprimido del padre, no conocido
por él y no reconocido por el hijo. Esa fue
una de las preguntas de Solange, porta-palabra de
Anne Marie, de su propia madre y de su propia adolescencia.
Esta transmisión sincrónica del afecto
en el grupo cruza así una transmisión
intergeneracional del afecto.
En un estudio notable, J. Guillaumin (1991) llamó
nuestra atención sobre el interés que
presenta la hipótesis filogenética de
Freud a propósito del afecto. En Inhibición,
síntoma y angustia (1926), Freud indica
que, al lado de la angustia, «los otros estados
afectivos son también la reproducción
de acontecimientos antiguos de importancia vital,
eventualmente preindividuales. (...) las manifestaciones
afectivas pueden, en tanto reproductoras de acontecimientos
anteriores, prototípicos, ser interpretadas
como accesos histéricos estandarizados, típicos,
eventualmente preformados en forma congénita»
(G.W.XIV, 163-164). Este tema ya presente en Tótem
y tabú (1913), fue expuesto en Vue
d’ensemble sur les névroses de transfert
**
(1916).
Guillaumin resume así la tesis principal de
este texto: la hipótesis de Freud sobre una
filogénesis del afecto abre nuevas vías
sobre la transmisión del afecto, por el afecto,
y sobre el origen de este. Por esencialmente cuantitativo
que pudiera ser, el afecto sigue siendo vehículo
de un mensaje organizado, por así decir condensado
en el exceso mismo al que está condenada la
descarga energética en razón de la ausencia
de ligazón suficiente por parte de las estructuras
representativas de tipo cognitivo, y de la rigidez
de las contrainvestiduras correspondientes. El afecto
es un fenómeno precocísimo de la existencia
individual: lo que implica que contiene de entrada,
y que nos oculta de un modo particular, un sentido
originario, que está en lugar y posición
de representaciones a la vez todavía no advenidas
y sin embargo ya ausentes o perdidas.
Las diversas vías de la práctica psicoanalítica
dan acceso a una genealogía del afecto, anclado
sin que se lo reconozca, en la historia y la prehistoria
familiar. Las terapias familiares psicoanalíticas
proveen varios ejemplos. En los grupos, aunque no
siempre tenemos acceso a la genealogía familiar
del afecto [7],
siempre nos confrontamos con su co-ocurrencia sincrónica.
También nos encontramos con algo diferente
que la prehistoria del afecto para un sujeto singular
y su transmisión sin transformación
[8].
Nos encontramos con «paquetes de afectos»,
conglomerados, caotizados, pegados unos a otros, y
en esa medida más difíciles de transformar
y de ligar a representaciones. Debemos entonces descondensar
esos paquetes y remitirlos a la singularidad de cada
historia subjetiva, procurando al mismo tiempo comprender
cómo establecieron relaciones entre sujetos.
Pienso en dos situaciones, producidas en sesiones
de psicodrama psicoanalítico de grupo. Ilustran
más particularmente las nociones de un afecto
de grupo y de transmisión del afecto.
La transmisión de los
afectos corporales al «cuerpo grupal»
La primera situación es la de un pequeño
grupo dentro de un dispositivo en el que alternan
sesiones en grupo amplio, que reúne a los participantes
de otros pequeños grupos y al equipo de los
psicodramatistas. En el pequeño grupo que nos
interesa aquí, una de las sesiones había
estado dominada por intensas angustias de caída
y de derrumbe y varios participantes sufrían
el marasmo de estar desamparados. Uno de ellos había
experimentado una muy fuerte angustia tras una escena
de psicodrama en sesión plenaria, durante la
cual se había supuesto que los psicoanalistas
podrían caer en un agujero.
Durante la siguiente sesión, sobrevino un
tema de juego: fabricar con fragmentos de cada uno
un cuerpo grupal unificado. El juego se organizó
así: uno hizo el corazón, otro el ojo,
otro la boca, el pecho, el ano, los brazos, etc. Una
de las psicodramatistas representó la piel
continente de los diferentes órganos. En el
juego, ella relacionaba zonas erógenas unas
con otras y destacaba que las diferentes partes del
cuerpo estaban en buen estado. Sin embargo, tras un
momento de placer pacificado, algunos participantes
resultaron nuevamente sobrecogidos por el miedo y
las asociaciones se desarrollaron en una tonalidad
ligeramente maníaca. Los esfuerzos para unir
los afectos con las representaciones corporales parecían
fracasar y tropezar con resistencias cuyo objeto era
difícil de descubrir.
Esta escena tenía, sin embargo, cierta relación
con lo que ocurría en varios psicodramatistas,
afectados en su cuerpo por diversas somatizaciones
(dolores de cabeza, resfrío, disfonía):
en suma, el cuerpo grupal estaba sufriendo y se defendía
de sus males de diversas maneras, principalmente mediante
veladas festivas. El grupo de los psicodramatistas
sufría en su cuerpo imaginario de no sentirse
suficientemente unificado, sin duda a causa de la
presencia de nuevos colegas, cambios insuficientemente
pensados en la organización del equipo. La
situación de grupo nos pone constantemente
en presencia del anclaje conjunto del afecto en el
cuerpo y en el vínculo con el otro, porque
el afecto está desde el origen a la vez en
el cuerpo propio y en el vínculo con el cuerpo
del otro.
En este ejemplo entendemos que la sobrepresencia
del afecto atestiguaba el encuentro intempestivo entre
partes de cuerpo no integradas, entre zonas erógenas
y sus objetos, en los psicodramatistas y en los participantes.
Este exceso en desborde era también testimonio
de la carencia de pensamiento que hacía fracasar
momentáneamente el trabajo de representación
en los psicodramatistas: los participantes, que se
organizaban en espejo de lo impensado de los analistas,
les enviaban los signos sensibles de ello.
Tales situaciones no son raras, principalmente en
los grupos de psicodrama, durante escenas traumáticas,
pero también en ciertas situaciones en apariencia
totalmente anodinas, pero que contienen la característica
de hacer surgir el estupor, de precipitar al sujeto
en un actuar explosivo o en un movimiento de fuga
ciega ante la sensación de peligro inminente.
En todos estos casos, la función del aparato
interpretativo se dificulta y no puede ayudar al sujeto
en su búsqueda de protección contra
la realidad de las excitaciones, contra las impetuosidades
de las pulsiones y contra la angustia suscitada por
la invasión de los afectos. El efecto dinámico
mediante la figuración que caracteriza al trabajo
psicodramático no se produce; por el contrario,
éste parece producir efectos defensivos. Aspiramos
a la figurabilidad de las representaciones y de los
afectos haciendo del cuerpo (de sus emplazamientos
y de sus desplazamientos en el espacio del juego psicodramático,
un espacio que es el del encuentro con el cuerpo del
otro), el otro lenguaje fundamental con las representaciones
de palabra hablada, el otro eje de la figurabilidad.
Hay una puesta en tensión que invoca la palabra,
aunque sólo fuera para nombrar el afecto.
El trabajo de la intersubjetividad
en el tratamiento del afecto ligado al traumatismo
Otro ejemplo procede de mi experiencia con psicodrama
psicoanalítico de grupo con personas que han
vivido situaciones de fuerte carga traumática.
Practiqué este tipo de psicodrama porque tiene
la propiedad de ofrecer un espacio de figuración
a formaciones y procesos psíquicos mantenidos
en estasis repetitiva por efecto del traumatismo,
por no encontrar continentes de pensamiento y predisposiciones
significantes necesarias para la reactivación
de la representación. Es por lo tanto particularmente
pertinente para la elaboración de las experiencias
traumáticas, precisamente ahí donde
el preconsciente y la palabra son insuficientes.
El método que utilizo es el siguiente: los
participantes son invitados a relatar una situación
traumática que debieron afrontar, luego a dramatizar.
No dramatizan directamente la situación de
la que han hablado: la representación se organiza
a partir de un tema de representación que se
les ocurre, aquí y ahora, a consecuencia de
la evocación de esas situaciones. No los conduzco
por lo tanto hacia una dramatización directa
de la situación problemática, sino hacia
su elaboración mediante el rodeo de una situación
imaginaria, inventada en grupo, elegida y luego representada
según las reglas clásicas del psicodrama
psicoanalítico de grupo.
Se trata de un grupo constituido por psicoterapeutas
que se ocupan de pacientes expuestos a situaciones
traumáticas ligadas a la guerra. Hasta ahora
han trabajado sobre situaciones que atañen
a pacientes traumatizados, sin introducirse mucho
en su propia experiencia traumática. Llegué
a pensar que esas experiencias personales estaban
todavía congeladas.
Durante una sesión, que tiene lugar después
de que varios participantes estuvieron ausentes o
llegaron tarde, una de ellas, Ana, propone, incómoda,
hablar de un acontecimiento que ella misma vivió
durante la guerra cuando era niña, a los 11
años. Las alertas de bombardeo llevaban a las
familias a refugiarse en los sótanos. En una
de esas alertas, Ana llegó al refugio sola,
sin sus padres que estaban ocupados en otra parte.
Durante esa larga y terriblemente angustiosa espera,
dos heridos ensangrentados fueron transportados al
reducto, aterrorizando a los refugiados. No podían
proporcionarles verdadera asistencia ni evacuarlos.
Mientras se intenta aliviar a los heridos, en medio
del pánico, Ana está sola. Uno de los
heridos, un vecino que ella conoce bien, muere entre
atroces sufrimientos. Ella asiste a la escena, estupefacta.
Llama a sus padres. Algunos vecinos se ocupan de ella,
pero ella no tiene más recuerdos de lo que
pasó, ni del tiempo, ni de quienes estaban
ahí. Los padres no llegan y nunca llegarán.
Ella sabrá más tarde que fueron destrozados
por un disparo de mortero. Ya no recuerda lo que se
hizo por ellos.
Al hacer este relato, Ana llora, por primera vez
desde el drama. Los otros miembros del grupo también
lloran [9].
Habían «olvidado» haber sido afectados
por situaciones análogas: el deambular entre
las ruinas, las casas deshechas, el camino peligroso
bajo el disparo de los francotiradores. Los miembros
del grupo se conduelen, pero Ana no quiere ser consolada.
Tras el relato de Ana y el desasosiego que suscita,
me es difícil proponer la búsqueda de
un tema de juego. ¿Se puede jugar bajo el terror,
la consternación? Dejo pasar algún tiempo,
el tiempo para que algunas
palabras vengan a desanudar los afectos, y
aporten representaciones. Las primeras en llegar se
apoyan en la experiencia común, compartida,
en el grupo a propósito de las ausencias de
varios participantes durante la sesión precedente,
del miedo de que les haya «ocurrido algo».
Luego se evocan pensamientos que les surgieron a algunos,
como un flash intolerable, cuando se habló
del refugio donde Ana se había encontrado sola.
Les propongo decir algo de esos pensamientos y, luego
de su silencio, intentar encontrar un tema de juego.
Algunos protestan contra la idea de jugar a partir
de lo relatado aquí por Ana. Les digo que se
sienten identificados con Ana, que ha quedado en ellos
mucho desamparo no hablado, y que sus experiencias
son en algunos aspectos cercanas a las de Ana, y en
otros diferentes de la suya. Hablan de su angustia
ante el sufrimiento de los pacientes traumatizados,
de la ausencia de dispositivo para hablar de lo que
viven en su trabajo de psicoterapeutas. Recuerdan
un caso del que hablaron el día anterior, un
niño vagando entre las ruinas y viviendo solo
en los refugios destrozados. Las asociaciones son
caóticas. Están identificados con ese
niño, como con Ana niña hoy: el relato
los ha confrontado en un precipitado identificatorio
con el niño aterrorizado ante la muerte de
los padres asesinados, pero también con los
adultos aterrorizados por el herido. Ana habla por
primera vez de sus movimientos sádicos cuando
interroga a los adultos o a los adolescentes traumatizados.
Sentía demasiada vergüenza.
La evocación del refugio destrozado los lleva
a asociar nuevamente sobre las carencias de contención
de sus angustias de cuidadores confrontados con su
propia catástrofe y con movimientos de sadismo
o de masoquismo. Se elabora un tema: irían
a manifestar ante el médico jefe para reprocharle
su incompetencia y pedir ayuda para afrontar el horror.
El tema se transforma, sin duda demasiado directamente
ligado a los movimientos de transferencia [10].
Se propone, entre la risa y la burla, hacer un filme,
del tipo de La vida es
bella, de Begnini. Luego se propone la siguiente
situación, que será representada: un
médico nazi haría experiencias de sumisión
a la autoridad, del tipo de las de Stanley Milgram,
pero con una inversión: se le daría
salvoconducto a quien mejor simulara la víctima,
el otro desaparecería.
Se dispone el juego, es difícil encontrar
un «médico nazi»: poner en escena
el dilema y su violencia para sobrevivir. Pero se
comienza a jugar. El que envía las descargas
eléctricas y el cobayo se apegan al juego,
parecen disfrutarlo, luego quedan anonadados por lo
que ocurre sin que lo sepan, ya no comprenden de qué
se trata y finalmente se encolerizan y se rebelan.
Como se encuentran en un callejón sin salida,
alguien anuncia que el campo de concentración
acaba de ser liberado (como en el pseudo happy end
de La vida es bella).
Están aliviados, salieron mágicamente
del peligro. Pero, también volvieron a encontrar
los recursos para pensarlo.
El juego abrió la vía a la elaboración
de esta salida mágica y de lo que no llegaban
a jugar: los afectos experimentados en la preparación
del juego y en el juego se anudan con representaciones
conocidas y hasta entonces desconocidas para Ana y
algunos miembros del grupo. Seguramente el desamparo
sin socorro ni recurso, la impotencia, la estupefacción,
el abandono, pero también el placer sádico
y masoquista, su inversión en la sumisión
y el dominio, la burla, el odio, la rebelión
y la cólera.
El rodeo gracias al juego surgido de una situación
imaginaria, y no de la dramatización directa,
tiene por efecto que los participantes sean invitados
a despegarse de las situaciones expuestas. Pero es
claro que la evocación del traumatismo y el
rodeo por lo imaginario vuelven a poner a los sujetos
en contacto con las experiencias en las cuales, precisamente,
su capacidad de imaginar, de jugar y de metaforizar
fue arrasada. Están nuevamente en contacto
con un momento de su vida psíquica caracterizada
por un exceso o por un defecto o por un congelamiento
de los afectos, siempre por una insuficiencia de la
actividad de preconsciente. Es lo que el trabajo de
la intersubjetividad permite restablecer y elaborar.
He evocado el efecto dinámico mediante la
figuración en el juego psicodramático:
está estrechamente asociada a los efectos de
descondensación
de las representaciones por un lado y de los afectos
por el otro. Este trabajo de desagrupamiento
hace posibles las modalidades de ligazón y
de formulación-interpretación del afecto.
Para que este trabajo sea posible, es preciso que
el placer del juego acompañe el duelo por la
cosa traumática y que el afecto se pegue a
ella. La dramatización
hace posible el juego y el modo particular
de la puesta en escena psicodramática: abre
la posibilidad de representar en el espacio interno
y en el espacio del psicodrama la multiplicidad de
los objetos, de las instancias y de los personajes
psíquicos, los vínculos que este establece
entre ellos, y finalmente al sujeto mismo. La dramatización
es una representacción: liga la acción
psíquica en sí misma y/o sobre lo otro
que es el afecto con la representación por
la cual podrá establecerse un sentido, haciendo
así posible el desprendimiento del sujeto en
la escena inmovilizada del traumatismo, donde se pegan
también elementos de realidad y fantasía.
He intentado mostrar cómo se manifiestan,
se manejan, se reconocen y se transforman los afectos
en los grupos. Algunos afectos atañen al grupo
como objeto, otros al vínculo entre los miembros
del grupo, donde las identificaciones afectivas comunes
y compartidas crean una fuerza considerable y una
cualidad específica de la realidad psíquica
del grupo. La transmisibilidad directa del afecto
sugiere la idea de un contagio sincrónico,
que da a la temporalidad grupal esa dimensión
de lo inmutable y de la colusión.
Mantengo la idea de que el trabajo en grupo es el
trabajo de desagrupamiento
de esos «paquetes» de afectos condensados,
de esas adherencias al objeto mediante el afecto.
Ese trabajo consiste in
fine en la puesta en ligazón de lo que
por un lado constituye un paquete de afectos, y por
el otro un paquete de representaciones.
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