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Piera Aulagnier

El afecto desde la perspectiva de Piera Aulagnier
Por Susana Sternbach
 
 
 
 
El afecto y las identificaciones afectivas en los grupos*
(Versión completa)
 
 
Por René Kaës
Traducción: Mirta Segoviano
 

La cuestión del afecto y de las identificaciones afectivas prácticamente no fue objeto de investigaciones profundas en los grupos, y más en general, en el abordaje psicoanalítico del vínculo intersubjetivo. El grupo es sin embargo un activador de experiencias sensoriales intensas: no sólo visuales y auditivas, sino también olfativas y táctiles. Involucra e invoca al cuerpo en su relación con el cuerpo del otro y según diversas modalidades: imaginarias, simbólicas, reales. Los vínculos de grupo implican relaciones de proximidad y de distancia: conmueven, afectan, participan en el «desarreglo de todos los sentidos» (Rimbaud), pero también en sus regulaciones.

Desde un punto de vista subjetivo, el afecto se experimenta como una expresión psíquica que viene del cuerpo, una manera penosa o agradable, vaga o definida de ser tocado dentro de uno mismo: el afecto se vivencia también como la experiencia de ser «afectado» por una cierta «acción psíquica» ejercida sobre uno por los otros. Correlativamente, la expresión de un afecto es una manera de actuar sobre los otros, de tocarlos dentro de ellos mismos, de «afectarlos», incluso de infectarlos (el afecto es contagioso).

La afectación y su nominación

Reparemos en este primer rasgo, que hace del afecto una expresión psíquica del cuerpo y del vínculo con el otro, sin duda del cuerpo en tanto está afectado por, o desde el origen, en el vínculo con el cuerpo del otro. La matriz del afecto sería entonces el cuerpo de la madre, ciertamente desde la vida fetal.

Otro rasgo constante del afecto es la dificultad para nombrarlo. Siempre tenemos que nombrarlo, puesto que el afecto se constituye, muy por debajo del acceso a la palabra, en el ombligo de la psique en el cuerpo, pero también en el ombligo del vínculo con el cuerpo del otro y del vínculo del otro con su cuerpo. Además, los afectos escapan a cualquier representación fija, se manifiestan repentinamente, irrumpiendo. El afecto difícilmente se deja decir y buscamos una nominación que es también una interpretación para aprehender su cualidad, su origen y su destino. Notemos que la nominación-interpretación de los afectos los hace cambiar de estatuto en nuestra experiencia y en nuestra organización psíquica. Transformamos así el afecto en una cualidad vuelta sensible a la conciencia del sujeto, que la conoce entonces como emoción o sentimiento [1]. Decir que estamos embargados o invadidos por la pena, la tristeza, la nostalgia, el miedo, la vergüenza, la cólera, la rabia, el odio (por afectos negativos), o por la alegría, la atracción amorosa, una especie de plenitud, una excitación agradable, es una manera usual de nombrar los afectos y por lo tanto de transformarlos en sentimientos: el afecto se conoce al volverse sentimiento.

El afecto como representante de la pulsión

Freud introdujo muy pronto el concepto de afecto como descarga masiva (gasto) de energía pulsional o como tonalidad general y difusa, lo que antiguamente llamábamos humor. Lo identificó como uno de los dos representantes de la pulsión: expresión cualitativa de la cantidad de energía pulsional y de sus variaciones, el afecto acompaña al representante-representativo de la pulsión, al que está ligado o del que está separado. Freud admite que hay afectos sin representación, y representaciones sin afecto, siguiendo cada uno un destino diferente. Por uno u otro de esos representantes es que podemos saber algo de la pulsión [2].

Esta concepción del afecto describe su origen, su especificidad y su valor en la economía y la tópica intrapsíquicas. Freud piensa el afecto en términos de cantidad de investidura y en términos de expresión psíquica de la cualidad de una experiencia que la palabra no puede traducir, y busca su origen ante todo en un acontecimiento traumático al que no pudo corresponder una descarga adecuada (cf. los primeros trabajos sobre la histeria [3]).

No me propongo desplegar la teoría freudiana del afecto, sino indicar cómo, sobre algunas de estas bases y en particular sobre algunas investigaciones contemporáneas, es posible retomar el hilo del análisis acerca del segundo aspecto del afecto que he mencionado como introducción, allí donde participa de una teoría de la intersubjetividad en la cual se mantiene absolutamente el lugar del sujeto. Sobre la base de esta hipótesis, se desarrollaron investigaciones en dos campos teórico-clínicos diferentes, pero sus resultados definen una zona de debate pertinente acerca del lugar y la función del afecto en una teoría de la intersubjetividad.
El primero de estos campos de investigación explora las relaciones entre afecto, cuerpo y simbolizaciones precoces, precisamente las estructuras elementales de significación donde el afecto está asociado a sensaciones, percepciones y significantes arcaicos. En este conjunto, están los trabajos sobre los pictogramas (P. Castoriadis Aulagnier, 1975), las proto representaciones (M. Pinol-Douriez, 1984), los significantes formales y el yo-piel (D. Anzieu, 1987), los significantes de demarcación (G. Rosolato, 1985) y los significantes enigmáticos (J. Laplanche, 1987), pero también las investigaciones inaugurales de Bion sobre los elementos alfa y beta (W. R. Bion, 1979).

El segundo campo de investigación explora más precisamente las relaciones entre el afecto y el vínculo intersubjetivo. Desde este punto de vista, sostengo que el afecto no es solamente un modo de representación de la pulsión en la psique, sino también una creación del encuentro madre-hijo, y ulteriormente de cualquier encuentro. Un primer conjunto de trabajos se inscribe en el marco precedente y presta atención al hecho de que no solamente el bebé percibe los afectos de la madre y la madre los del hijo, sino que los intercambios afectivos y emocionales son —o no— acompañados en la madre por contactos corporales y verbales. Lo que P. Castoriadis Aulagnier teorizó como la función porta-palabra, Bion como función alfa, Stern como consonancia [accordage] afectiva madre hijo, Anzieu como envoltura psíquica, son seguramente distintas concepciones de procesos y formaciones intersubjetivas cuya existencia es la condición necesaria para el establecimiento de los procesos de simbolización.

Un segundo conjunto de investigaciones sobre el afecto y el vínculo, lo constituyen los trabajos psicoanalíticos sobre los grupos, las familias, las parejas y las instituciones. Quisiera proponer algunas reflexiones a partir de la situación psicoanalítica de grupo.


I. AFECTO E INTERSUBJETIVIDAD

El afecto y el vínculo de grupo

Mis investigaciones se organizaron en torno al siguiente punto de vista: todo estudio psicoanalítico del grupo se inscribe en una teoría del vínculo intersubjetivo y en una teoría del sujeto. El grupo es una estructura de vínculos intrapsíquicos, inter y transpsíquicos. Si examinamos más particularmente la realidad psíquica del grupo, es pertinente examinarla desde tres puntos de vista:
el vínculo de cada sujeto con el grupo, en cuanto este es objeto de investiduras pulsionales, de afectos y de representaciones, conscientes, preconscientes e inconscientes,
el vínculo de cada uno con los otros en el grupo,
el sistema de vínculo que especifica al grupo como espacio psíquico dotado de una realidad psíquica propia, irreductible a una simple suma de las psiques individuales.

El modelo del aparato psíquico grupal integra estos tres puntos de vista, sus espacios propios, sus diferencias y sus articulaciones: este aparato psíquico de ligadura organiza la estructura del grupo y garantiza su transformación. Contiene una energía pulsional, en él se efectúan realizaciones de deseo, circulan afectos, se forman representaciones cuya ligadura con los afectos es a menudo problemática, como lo revela la clínica.

Queda todavía por elaborar la cuestión del afecto en su doble estatuto: en el espacio intrapsíquico y en el espacio del vínculo. Deberemos pues conocer el afecto que caracteriza una expresión y una impresión psíquica de todo el grupo (afecto de grupo), y el afecto singular, no compartido —pero compartible— que experimenta el sujeto debido a su vínculo con el grupo o con algunos miembros del grupo (el afecto en grupo). Esta distinción da cuenta de que, por un lado, el afecto es eminentemente individual, y por otro, es contagioso, común, compartido.

Identificaciones por el afecto y trabajo del afecto en un grupo. Referencias clínicas

Para describir el pasaje del afecto en grupo al afecto de grupo, vuelvo a la clínica de un grupo que analicé más ampliamente en cuanto a la organización de la realidad psíquica inconsciente, el proceso y la lógica de los vínculos intersubjetivos, y el espacio de la realidad subjetiva que en él se manifiesta y se transforma [4]. Se trata de un pequeño grupo de breve duración, propuesto con fines de sensibilización a la experiencia del inconsciente. Reunió a diez participantes durante dieciséis sesiones repartidas en cuatro días; fue conducido por dos psicoanalistas, Sophie y yo. Recuerdo que este tipo de grupo intensifica los procesos de la organización psíquica del grupo y moviliza los procesos individuales más sensibles a los efectos de grupo.

El hilo conductor de mi análisis será aquí seguir el destino de los afectos durante las primeras sesiones de este grupo. Evoco brevemente el movimiento.

Desde la primera sesión, los participantes, y principalmente algunos hombres, refieren un malestar. Dicen haber perdido sus «referencias [repères]» y estar «fuera de sí», pudiendo entenderse esta última formulación de dos maneras: encontrarse en un estado de despersonalización y estar encolerizado. Aprovechando el doble sentido, se condensan dos afectos: el desasosiego y la cólera. Los sentimientos de malestar que afloran a la conciencia son compartidos por dos mujeres, Sylvie y Anne Marie, luego por Solange y Michèle. Se trata de confusión y de equívoco.

El equívoco alude a un acontecimiento que tuvo lugar al iniciarse la primera sesión. Antes de que Sophie y yo nos presentáramos, recibiéramos a los participantes, y enunciáramos las reglas, Sylvie había tomado a Solange y a Michèle por mi colega. Solange puede decir ahora que había vivido ese equívoco con angustia, pero expresa algo más al hablar de su decepción respecto del grupo: pensaba haberse inscrito para aprender el «hablar-bien», pero dice también que lo que sucede y se habla aquí le interesa y que la palabra puede utilizarse para decir lo que quedó suspendido en ella misma, lo que la perturba. Luego critica nuestro recibimiento (frío) y la sala (desagradable) en la que se realizan las sesiones. La crítica es compartida por otros participantes. Siguen intercambios caóticos y momentos de silencio. Son momentos de silencio particulares, vividos como vacío, pensamiento blanco, apatía; cargados de afectos a veces insoportables y tóxicos. Es importante no prolongar esos estados. A menudo algunos miembros del grupo encuentran una solución y proponen una organización. Lo que se produce en este grupo: una presentación mutua de los participantes restablece una forma, una envoltura, referencias. Uno de los participantes, el primero en haber dicho que había perdido sus «referencias» y que estaba «fuera de sí», dice de él: «me llaman Marc», luego permanece en silencio. Retomará la palabra cuando varios participantes digan qué los motivó a inscribirse en este grupo. Marc declara haberse inscrito «siguiendo mi nombre [sur mon nom]»: la fórmula me sorprende, como me sorprendió la presentación que hizo de sí mismo. Pero Marc no la comenta. Por mi parte, estoy impresionado por el desamparo de Marc, pero también aturdido por esta avalancha de afectos que convulsiona al conjunto del grupo desde la primera sesión.

En la sesión siguiente, después de haber hablado durante la pausa con algunos participantes, por lo tanto fuera de la presencia de los psicoanalistas, Marc declara que se siente obligado a confesar ante el grupo entero lo que llama su «acontecimiento marcante»: está, dice, todavía bajo el efecto de una interpretación brutal que, en un grupo homólogo a este, el psicoanalista que lo conducía le habría hecho un cuarto de hora antes del final de la última sesión. Se describe en un estado de shock traumático que le dejó la «marca». Nada sabremos del contenido de la interpretación recibida, sólo se transmitirá el afecto en su violencia, por la voz y sobre todo por la ausencia de contenido de representación. Esta «confesión» deja estupefactos a los participantes. El término confesión supone un sentimiento refrenado o un acto culpable que debe mantenerse oculto.

Durante la sesión, Marc precisa que eligió a los dos psicoanalistas de este grupo por su idoneidad. Su pedido manifiesto de reparación me está más particularmente dirigido. Me siento impresionado por la intensidad de su demanda, la ambigüedad de su fórmula (se ha inscrito «siguiendo mi nombre») pero también perturbado por la manera como asegura su dominio sobre el grupo gracias a lo que inyecta en el grupo [5].

Con Sophie, hacemos la hipótesis de que el nombre, su nombre de pila y mi nombre son para él significantes cruciales de un drama que revive en la transferencia. Los afectos son intensos, son referidos en el grupo antes y después de la representación (la evocación) de la escena de amenaza: desasosiego y cólera, confusión y equívoco, decepción, ataque, shock, estupefacción, pero también movimiento afectuoso y dependencia confiada.

Quisiera destacar lo siguiente: Marc comentó fuera de la sesión lo ocurrido según él en ese otro grupo, sabiendo que tendrá el recurso de restituir ese contenido en la sesión. Se apoya en la regla que he enunciado para significar que él respeta “la obligación” y para, con su respeto, hacer resaltar más aún la «falta» del psicoanalista que le inflingió esta interpretación salvaje, asestada como un golpe en la cabeza. Este acontecimiento es para él a tal punto «marcante» que lo representa —en femenino: lleva su «marca»— y quiere atestiguarlo aquí y demandar reparación/reanimación. Se rehúsa a comunicar un contenido de representación más preciso: la cosa en la escena violenta sólo es puesta en palabras para actuar su efecto y, utilicemos aquí este antiguo término, abreaccionarlo. Esta forma de utilizar la palabra tiene también por finalidad hacer experimentar a los otros el afecto de una violencia que para Marc da causa a su presencia en el grupo: Marc se vuelve activo inflingiendo el golpe que le dejó la cabeza vacía. Toma a los participantes como testigos y ubica a los psicoanalistas en posición de acusados, de jueces y de reparadores. Pero sólo transmite, o transfiere el afecto de violencia que emana de esa escena ampliamente indeterminada en cuanto a su contexto y a su contenido.

Un cuarto de hora antes del final de la tercera sesión, Solange (objeto del equívoco de Sylvie) será elegida como porta-palabra de un “secreto” que le ha confiado Anne-Marie, también ella presa del malestar y la confusión de la primera sesión. Durante la pausa (repetición del episodio de Marc) Anne Marie le dice que su hija acaba de ser hospitalizada para una examen diagnóstico de un cáncer, y que se siente culpable por haber venido a este grupo. En el momento en que refiere las palabras que transporta para otra, Solange recuerda repentinamente y con intensa emoción la amenaza de la que su propia madre la había hecho objeto, cuando ella misma tenía la edad de la hija de Anne Marie: tendría cáncer si continuaba fumando.

Desborde de afecto, confusión e insuficiencia de las barreras contra las excitaciones

Notemos la variedad y la intensidad de los afectos que se manifiestan durante estas tres sesiones: los participantes están «desbordados», Sophie y yo necesitamos recuperar momentos de pausa y de retiro para pensar, cada uno por su lado y juntos, lo que nos afecta y perturba nuestra capacidad de pensar. Pienso en esa época que la situación de grupo es una situación de co-excitación pulsional intensa, un atractor y un acelerador de afectos suscitados por la pluralidad del encuentro con más de un otro, desconocidos, elementos todavía no integrados en una forma, una envoltura, un continente, un proceso de transformación que los dote de una identidad aceptable, suficientemente semejantes a nuestros objetos internos.

La situación de grupo es una puesta a prueba de las barreras contra las excitaciones. Lo que se juega es particularmente angustiante porque la dificultad está en establecer e integrar una doble barrera contra las excitaciones y un doble dispositivo de representación tranquilizador: uno es interno y se encuentra en parte fuera de uso, el otro es externo y todavía no está suficientemente construido y compartido. El enunciado de las reglas que estructuran la situación psicoanalítica, las preinvestiduras transferenciales positivas contribuyen a esta construcción, en realidad, una auto-construcción del grupo. Pero en este periodo inicial, esta construcción es muy frágil, y los pocos puntos de apoyo están primeramente en una relación frontal con las angustias que suscitan el grupo como objeto psíquico, los otros y los analistas. Aquí el grupo es eso que pone fuera de sí, que es hostil, los analistas son objetos malos (fríos, amenazantes, peligrosos) o salvadores, los otros no son verdaderamente otros, sino dobles contagiosos y agentes de perturbación.

El modelo del contagio afectivo

Este modelo del contagio que se transmite por el afecto evoca la infección: es un modelo pertinente en la medida en que indica no sólo la ausencia o la ineficacia de la protección, sino también un modo de transmisión que pasa de un sujeto a otro directamente, mediante identificaciones de un tipo particular, sin representaciones correlativas. Podríamos pensar que las identificaciones en urgencia, descritas desde 1972 por A. Missenard como una de las modalidades de establecimiento de un contenido psíquico común a los miembros del grupo en la fase inicial de este; son identificaciones por el afecto, sin objeto de representación. Sin barrera de filtrado, pero también sin aparato de ligadura con contenidos representacionales, por lo tanto sin dispositivos de transformación simbolígena, el afecto se expresa o se suprime o se desplaza, o se amplifica. Su efecto es antagonista o paradójico: al mismo tiempo que desorganiza, liga. Desorganiza la capacidad de pensar, liga mediante los vínculos arcaicos de las identificaciones afectivas, es decir identificaciones por el afecto (sin representaciones), pero convoca al otro en su capacidad de co-experimentar, de albergar y de producir sentido.

Cómo el afecto convoca hacia el otro: la afectiv-acción

Precisemos cómo convoca el afecto. En este ejemplo, comprobamos que el afecto es claramente una expresión psíquica que procede del cuerpo, que implica al cuerpo: lo manifiestan los significantes fuera de sí, golpe en la cabeza, cáncer, frialdad. Lo que llama la atención es la notable «estrategia» de afectación y de afectiv-acción empleada por Marc, pero también por Anne Marie y Solange: seguramente Marc siente el afecto, pero utiliza el afecto para ejercer una cierta «acción psíquica» sobre los otros, para tocarlos dentro de ellos mismos, los afecta, y todos se afectan (el afecto es contagioso). Este ejemplo verifica no sólo que el afecto es una expresión psíquica del cuerpo y del vínculo con el otro, sino también que convoca al otro en lo disociado entre el cuerpo, el vínculo y el sentido.

Volvamos a Marc. Lo que evoca se transforma en una escena de amenaza que vendría «del re-padre/referencia [re-père]» perdido pero comprensivo; para Solange, de una madre amenazante, abandonante para Anne Marie, figuras parentales transferidas en Sophie y en mí. Hemos observado que Marc transmite por inyección en el grupo la carga de afecto correspondiente a su representación, volviéndola enigmática para él mismo, para los otros. Esta disociación-transfusión del afecto cumple seguramente una función económica para él, pero también debemos considerarla desde el punto de vista en que es una invocación a la capacidad de albergue y de transformación de los miembros del grupo, y en primer lugar de los psicoanalistas.

Y de hecho, el grupo se pondrá a funcionar como un aparato de trabajo de las asociaciones a través de las funciones de porta palabra cumplidas por varios de sus miembros, funciones que les conciernen en su propia historia, pero que son producidas y utilizadas por el conjunto del grupo. El grupo en su conjunto es portador no sólo de una palabra de la que no disponen sus sujetos considerados uno por uno (y en particular Marc y Solange, más tarde otras personas), sino también de una palabra que interesa a los otros y cuyos términos despliegan sin saberlo. Lo que Marc dice (y no dice), interesa a cada uno, él despliega significantes que interesan a Anne Marie y a Solange, que las afectan así como me afectan. Aunque el sentido puede volverse asunto de cada uno, en su singularidad, y asunto del grupo como conjunto, la palabra faltante sólo puede aparecer en el arreglo intersubjetivo del discurso grupal. Diré que el proceso asociativo grupal, sostenido en la transferencia, facilita las vías del retorno de lo reprimido y de la ligadura entre el afecto y la representación. Una vez reencontrada esta articulación, las identificaciones afectivas son menos eficientes.

En otro trabajo de análisis de este grupo, intenté comprender cómo Solange se sitúa en el punto de oscilación y de condensación de la organización fantasmática que liga a los miembros del grupo («Un padre amenaza/repara un hijo»). Solange se representa ahí en un emplazamiento inverso al de Anne Marie (madre amenazante) y homólogo al de Marc (hijo amenazado). Está en el pivote de las acciones pasivas y activas, en el punto de soldadura de la fantasía de amenaza y de la fantasía de reparación. Se ubica, y es ubicada con su asentimiento, en el lugar mismo de su conflicto amenazar/reparar, de sus identificaciones ambivalentes respecto de la imago materna. Su posición en la fantasía está en el lugar mismo de su síntoma y es a través de los rasgos comunes a varios que se efectuarán las identificaciones con Solange. Tenemos aquí un ejemplo notable de identificación por el síntoma.
Desde este punto de vista, la historia de Solange, pero también la de Marc en este grupo, invierte la proposición de Freud acerca del afecto en el tratamiento de la histeria: «Sólo si la evocación del recuerdo conlleva la reviviscencia del afecto que originalmente le estaba ligado —escribe Freud—, la rememoración encuentra su eficacia terapéutica». En el grupo, vemos que la reviviscencia del afecto conlleva la evocación del recuerdo al que estaba ligado, a condición de un trabajo particular que he denominado el trabajo de la intersubjetividad.


II. El afecto y el trabajo psíquico de la intersubjetividad

Introduje la noción de un trabajo psíquico de la intersubjetividad para dar cuenta 1º) de las ligazones y de las transformaciones necesarias para que tenga lugar un acoplamiento entre las organizaciones intrapsíquicas; 2º) del trabajo psíquico del Otro o de más-de-un-otro en la psique del sujeto del inconsciente; 3º) de las formaciones y de los procesos psíquicos producidos por ese trabajo y propios del vínculo intersubjetivo (aquí, del grupo). Entre esas formaciones comunes y compartidas, destaco más precisamente una función paraexcitadora y filtrante, de envoltura psíquica, y un discurso asociativo grupal que forma un conjunto de significantes y de representaciones disponibles para cada uno.

Estas formaciones y esos procesos son la medida de la exigencia de trabajo impuesto a la psique a causa de su correlación con la subjetividad del otro en la intersubjetividad. Por eso, la noción de trabajo psíquico de la intersubjetividad tiene como corolario la conveniencia de considerar una determinación intersubjetiva en la formación y el funcionamiento de ciertos contenidos del aparato psíquico: responde a las condiciones en las que se constituye el sujeto del inconsciente. Esta noción admite como una hipótesis fundamental que cada sujeto adquiere, en grados diversos, la aptitud de significar e interpretar, recibir, contener o rechazar, ligar y desligar, transformar y representar (se), jugar con —o destruir— afectos y representaciones, emociones y pensamientos que pertenecen a otro sujeto, que transitan a través de su propio aparato psíquico o se desarrollan en él, por incorporación o introyección, como partes enquistadas o partes integrantes y reutilizables.

Esta noción admite como una consecuencia del concepto de sujeto del grupo la idea de que cada sujeto es representado y busca hacerse representar en las relaciones de objeto, en las imagos, las identificaciones y las fantasías inconscientes de otro y de un conjunto de otros; de igual modo, en formaciones psíquicas de este tipo cada sujeto liga entre ellos y se liga con los representantes de otros sujetos, con los objetos de objetos que alberga en él.


El trabajo intersubjetivo del afecto en la clínica de los grupos

Si examinamos ahora cómo se ha efectuado ese trabajo intersubjetivo de los afectos (y sobre los afectos) en ese grupo, podríamos decir lo que sigue:
La situación inicial de un grupo como este moviliza afectos de inseguridad, de miedo, de confusión, por la confrontación con una incertidumbre acerca de «más de un otro» y a causa de las investiduras pretransferenciales y de las fantasías que las acompañan. Al mismo tiempo que el yo [moi] de los participantes se desorganiza bajo la acción de los afectos desconocidos y peligrosos que lo invaden, el grupo toma forma a través de las identificaciones afectivas (por el afecto) que la materialización del objeto-grupo requiere y que los miembros del grupo establecen entre ellos.

Los afectos que, para Marc, Solange y Anne Marie, y para otros participantes, no habían podido ser articulados con representaciones aceptables, insistían en el proceso asociativo del grupo, en las transferencias, pero también trabajaban elaborativamente a través de las asociaciones. Para cada uno de ellos, la ligazón y la reinscripción significante e historizante ha sido correlativa de este juego de recogida y relanzamiento metafórica/metonímica, entre la cadena asociativa del nivel del grupo y sus propias asociaciones. Cada uno ha encontrado e inventado ahí, gracias al trabajo del aprés-coup, las representaciones que le habían faltado. Pudo identificarlas en los otros, apropiárselas sin permanecer en la identificación proyectiva con sus porta-palabra. Marc pudo recuperarse como aquél que, en el grupo, había literalmente actuado, mediante el relato enigmático y angustiante de un «acontecimiento traumático», para inyectar [6] su contrainvestidura traumática en el espacio del aparato psíquico grupal. En las series asociativas y las fantasías de seducción y de amenaza homosexual primaria que las organizaban, Marc descubría que llevaba en su nombre la huella de la inscripción que había adquirido para él su posición en una fantasía de azotamiento y de seducción por el padre (ser golpeado y seducido por él). El sujeto Marc llevaba esa marca. Este trabajo de ligazón y de utilización de las figuraciones y de las representaciones de palabra hablada es precisamente lo que caracteriza al trabajo de la intersubjetividad.

El proceso asociativo grupal permitió que se manifestara y restaurara en cada uno el defecto de funcionamiento de lo que Freud denominó, en Tótem y tabú, «der Apparat zu deuten», el aparato de significar/interpretar por el que cada uno trata los acontecimientos traumáticos transmitidos en las generaciones y los grupos.


III. Transmisión sincrónica y genealógica del afecto

Estas últimas observaciones nos remiten más precisamente a la clínica de este grupo, ahí donde el despertar del afecto del sujeto lo conduce a interrogar el afecto suprimido del padre, no conocido por él y no reconocido por el hijo. Esa fue una de las preguntas de Solange, porta-palabra de Anne Marie, de su propia madre y de su propia adolescencia. Esta transmisión sincrónica del afecto en el grupo cruza así una transmisión intergeneracional del afecto.

En un estudio notable, J. Guillaumin (1991) llamó nuestra atención sobre el interés que presenta la hipótesis filogenética de Freud a propósito del afecto. En Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud indica que, al lado de la angustia, «los otros estados afectivos son también la reproducción de acontecimientos antiguos de importancia vital, eventualmente preindividuales. (...) las manifestaciones afectivas pueden, en tanto reproductoras de acontecimientos anteriores, prototípicos, ser interpretadas como accesos histéricos estandarizados, típicos, eventualmente preformados en forma congénita» (G.W.XIV, 163-164). Este tema ya presente en Tótem y tabú (1913), fue expuesto en Vue d’ensemble sur les névroses de transfert ** (1916).

Guillaumin resume así la tesis principal de este texto: la hipótesis de Freud sobre una filogénesis del afecto abre nuevas vías sobre la transmisión del afecto, por el afecto, y sobre el origen de este. Por esencialmente cuantitativo que pudiera ser, el afecto sigue siendo vehículo de un mensaje organizado, por así decir condensado en el exceso mismo al que está condenada la descarga energética en razón de la ausencia de ligazón suficiente por parte de las estructuras representativas de tipo cognitivo, y de la rigidez de las contrainvestiduras correspondientes. El afecto es un fenómeno precocísimo de la existencia individual: lo que implica que contiene de entrada, y que nos oculta de un modo particular, un sentido originario, que está en lugar y posición de representaciones a la vez todavía no advenidas y sin embargo ya ausentes o perdidas.

Las diversas vías de la práctica psicoanalítica dan acceso a una genealogía del afecto, anclado sin que se lo reconozca, en la historia y la prehistoria familiar. Las terapias familiares psicoanalíticas proveen varios ejemplos. En los grupos, aunque no siempre tenemos acceso a la genealogía familiar del afecto [7], siempre nos confrontamos con su co-ocurrencia sincrónica. También nos encontramos con algo diferente que la prehistoria del afecto para un sujeto singular y su transmisión sin transformación [8].

Nos encontramos con «paquetes de afectos», conglomerados, caotizados, pegados unos a otros, y en esa medida más difíciles de transformar y de ligar a representaciones. Debemos entonces descondensar esos paquetes y remitirlos a la singularidad de cada historia subjetiva, procurando al mismo tiempo comprender cómo establecieron relaciones entre sujetos.

Pienso en dos situaciones, producidas en sesiones de psicodrama psicoanalítico de grupo. Ilustran más particularmente las nociones de un afecto de grupo y de transmisión del afecto.


La transmisión de los afectos corporales al «cuerpo grupal»

La primera situación es la de un pequeño grupo dentro de un dispositivo en el que alternan sesiones en grupo amplio, que reúne a los participantes de otros pequeños grupos y al equipo de los psicodramatistas. En el pequeño grupo que nos interesa aquí, una de las sesiones había estado dominada por intensas angustias de caída y de derrumbe y varios participantes sufrían el marasmo de estar desamparados. Uno de ellos había experimentado una muy fuerte angustia tras una escena de psicodrama en sesión plenaria, durante la cual se había supuesto que los psicoanalistas podrían caer en un agujero.

Durante la siguiente sesión, sobrevino un tema de juego: fabricar con fragmentos de cada uno un cuerpo grupal unificado. El juego se organizó así: uno hizo el corazón, otro el ojo, otro la boca, el pecho, el ano, los brazos, etc. Una de las psicodramatistas representó la piel continente de los diferentes órganos. En el juego, ella relacionaba zonas erógenas unas con otras y destacaba que las diferentes partes del cuerpo estaban en buen estado. Sin embargo, tras un momento de placer pacificado, algunos participantes resultaron nuevamente sobrecogidos por el miedo y las asociaciones se desarrollaron en una tonalidad ligeramente maníaca. Los esfuerzos para unir los afectos con las representaciones corporales parecían fracasar y tropezar con resistencias cuyo objeto era difícil de descubrir.

Esta escena tenía, sin embargo, cierta relación con lo que ocurría en varios psicodramatistas, afectados en su cuerpo por diversas somatizaciones (dolores de cabeza, resfrío, disfonía): en suma, el cuerpo grupal estaba sufriendo y se defendía de sus males de diversas maneras, principalmente mediante veladas festivas. El grupo de los psicodramatistas sufría en su cuerpo imaginario de no sentirse suficientemente unificado, sin duda a causa de la presencia de nuevos colegas, cambios insuficientemente pensados en la organización del equipo. La situación de grupo nos pone constantemente en presencia del anclaje conjunto del afecto en el cuerpo y en el vínculo con el otro, porque el afecto está desde el origen a la vez en el cuerpo propio y en el vínculo con el cuerpo del otro.

En este ejemplo entendemos que la sobrepresencia del afecto atestiguaba el encuentro intempestivo entre partes de cuerpo no integradas, entre zonas erógenas y sus objetos, en los psicodramatistas y en los participantes. Este exceso en desborde era también testimonio de la carencia de pensamiento que hacía fracasar momentáneamente el trabajo de representación en los psicodramatistas: los participantes, que se organizaban en espejo de lo impensado de los analistas, les enviaban los signos sensibles de ello.

Tales situaciones no son raras, principalmente en los grupos de psicodrama, durante escenas traumáticas, pero también en ciertas situaciones en apariencia totalmente anodinas, pero que contienen la característica de hacer surgir el estupor, de precipitar al sujeto en un actuar explosivo o en un movimiento de fuga ciega ante la sensación de peligro inminente. En todos estos casos, la función del aparato interpretativo se dificulta y no puede ayudar al sujeto en su búsqueda de protección contra la realidad de las excitaciones, contra las impetuosidades de las pulsiones y contra la angustia suscitada por la invasión de los afectos. El efecto dinámico mediante la figuración que caracteriza al trabajo psicodramático no se produce; por el contrario, éste parece producir efectos defensivos. Aspiramos a la figurabilidad de las representaciones y de los afectos haciendo del cuerpo (de sus emplazamientos y de sus desplazamientos en el espacio del juego psicodramático, un espacio que es el del encuentro con el cuerpo del otro), el otro lenguaje fundamental con las representaciones de palabra hablada, el otro eje de la figurabilidad. Hay una puesta en tensión que invoca la palabra, aunque sólo fuera para nombrar el afecto.


El trabajo de la intersubjetividad en el tratamiento del afecto ligado al traumatismo

Otro ejemplo procede de mi experiencia con psicodrama psicoanalítico de grupo con personas que han vivido situaciones de fuerte carga traumática. Practiqué este tipo de psicodrama porque tiene la propiedad de ofrecer un espacio de figuración a formaciones y procesos psíquicos mantenidos en estasis repetitiva por efecto del traumatismo, por no encontrar continentes de pensamiento y predisposiciones significantes necesarias para la reactivación de la representación. Es por lo tanto particularmente pertinente para la elaboración de las experiencias traumáticas, precisamente ahí donde el preconsciente y la palabra son insuficientes.

El método que utilizo es el siguiente: los participantes son invitados a relatar una situación traumática que debieron afrontar, luego a dramatizar. No dramatizan directamente la situación de la que han hablado: la representación se organiza a partir de un tema de representación que se les ocurre, aquí y ahora, a consecuencia de la evocación de esas situaciones. No los conduzco por lo tanto hacia una dramatización directa de la situación problemática, sino hacia su elaboración mediante el rodeo de una situación imaginaria, inventada en grupo, elegida y luego representada según las reglas clásicas del psicodrama psicoanalítico de grupo.

Se trata de un grupo constituido por psicoterapeutas que se ocupan de pacientes expuestos a situaciones traumáticas ligadas a la guerra. Hasta ahora han trabajado sobre situaciones que atañen a pacientes traumatizados, sin introducirse mucho en su propia experiencia traumática. Llegué a pensar que esas experiencias personales estaban todavía congeladas.

Durante una sesión, que tiene lugar después de que varios participantes estuvieron ausentes o llegaron tarde, una de ellas, Ana, propone, incómoda, hablar de un acontecimiento que ella misma vivió durante la guerra cuando era niña, a los 11 años. Las alertas de bombardeo llevaban a las familias a refugiarse en los sótanos. En una de esas alertas, Ana llegó al refugio sola, sin sus padres que estaban ocupados en otra parte. Durante esa larga y terriblemente angustiosa espera, dos heridos ensangrentados fueron transportados al reducto, aterrorizando a los refugiados. No podían proporcionarles verdadera asistencia ni evacuarlos. Mientras se intenta aliviar a los heridos, en medio del pánico, Ana está sola. Uno de los heridos, un vecino que ella conoce bien, muere entre atroces sufrimientos. Ella asiste a la escena, estupefacta. Llama a sus padres. Algunos vecinos se ocupan de ella, pero ella no tiene más recuerdos de lo que pasó, ni del tiempo, ni de quienes estaban ahí. Los padres no llegan y nunca llegarán. Ella sabrá más tarde que fueron destrozados por un disparo de mortero. Ya no recuerda lo que se hizo por ellos.

Al hacer este relato, Ana llora, por primera vez desde el drama. Los otros miembros del grupo también lloran [9]. Habían «olvidado» haber sido afectados por situaciones análogas: el deambular entre las ruinas, las casas deshechas, el camino peligroso bajo el disparo de los francotiradores. Los miembros del grupo se conduelen, pero Ana no quiere ser consolada.

Tras el relato de Ana y el desasosiego que suscita, me es difícil proponer la búsqueda de un tema de juego. ¿Se puede jugar bajo el terror, la consternación? Dejo pasar algún tiempo, el tiempo para que algunas palabras vengan a desanudar los afectos, y aporten representaciones. Las primeras en llegar se apoyan en la experiencia común, compartida, en el grupo a propósito de las ausencias de varios participantes durante la sesión precedente, del miedo de que les haya «ocurrido algo». Luego se evocan pensamientos que les surgieron a algunos, como un flash intolerable, cuando se habló del refugio donde Ana se había encontrado sola. Les propongo decir algo de esos pensamientos y, luego de su silencio, intentar encontrar un tema de juego.

Algunos protestan contra la idea de jugar a partir de lo relatado aquí por Ana. Les digo que se sienten identificados con Ana, que ha quedado en ellos mucho desamparo no hablado, y que sus experiencias son en algunos aspectos cercanas a las de Ana, y en otros diferentes de la suya. Hablan de su angustia ante el sufrimiento de los pacientes traumatizados, de la ausencia de dispositivo para hablar de lo que viven en su trabajo de psicoterapeutas. Recuerdan un caso del que hablaron el día anterior, un niño vagando entre las ruinas y viviendo solo en los refugios destrozados. Las asociaciones son caóticas. Están identificados con ese niño, como con Ana niña hoy: el relato los ha confrontado en un precipitado identificatorio con el niño aterrorizado ante la muerte de los padres asesinados, pero también con los adultos aterrorizados por el herido. Ana habla por primera vez de sus movimientos sádicos cuando interroga a los adultos o a los adolescentes traumatizados. Sentía demasiada vergüenza.

La evocación del refugio destrozado los lleva a asociar nuevamente sobre las carencias de contención de sus angustias de cuidadores confrontados con su propia catástrofe y con movimientos de sadismo o de masoquismo. Se elabora un tema: irían a manifestar ante el médico jefe para reprocharle su incompetencia y pedir ayuda para afrontar el horror. El tema se transforma, sin duda demasiado directamente ligado a los movimientos de transferencia [10]. Se propone, entre la risa y la burla, hacer un filme, del tipo de La vida es bella, de Begnini. Luego se propone la siguiente situación, que será representada: un médico nazi haría experiencias de sumisión a la autoridad, del tipo de las de Stanley Milgram, pero con una inversión: se le daría salvoconducto a quien mejor simulara la víctima, el otro desaparecería.

Se dispone el juego, es difícil encontrar un «médico nazi»: poner en escena el dilema y su violencia para sobrevivir. Pero se comienza a jugar. El que envía las descargas eléctricas y el cobayo se apegan al juego, parecen disfrutarlo, luego quedan anonadados por lo que ocurre sin que lo sepan, ya no comprenden de qué se trata y finalmente se encolerizan y se rebelan. Como se encuentran en un callejón sin salida, alguien anuncia que el campo de concentración acaba de ser liberado (como en el pseudo happy end de La vida es bella). Están aliviados, salieron mágicamente del peligro. Pero, también volvieron a encontrar los recursos para pensarlo.

El juego abrió la vía a la elaboración de esta salida mágica y de lo que no llegaban a jugar: los afectos experimentados en la preparación del juego y en el juego se anudan con representaciones conocidas y hasta entonces desconocidas para Ana y algunos miembros del grupo. Seguramente el desamparo sin socorro ni recurso, la impotencia, la estupefacción, el abandono, pero también el placer sádico y masoquista, su inversión en la sumisión y el dominio, la burla, el odio, la rebelión y la cólera.

El rodeo gracias al juego surgido de una situación imaginaria, y no de la dramatización directa, tiene por efecto que los participantes sean invitados a despegarse de las situaciones expuestas. Pero es claro que la evocación del traumatismo y el rodeo por lo imaginario vuelven a poner a los sujetos en contacto con las experiencias en las cuales, precisamente, su capacidad de imaginar, de jugar y de metaforizar fue arrasada. Están nuevamente en contacto con un momento de su vida psíquica caracterizada por un exceso o por un defecto o por un congelamiento de los afectos, siempre por una insuficiencia de la actividad de preconsciente. Es lo que el trabajo de la intersubjetividad permite restablecer y elaborar.

He evocado el efecto dinámico mediante la figuración en el juego psicodramático: está estrechamente asociada a los efectos de descondensación de las representaciones por un lado y de los afectos por el otro. Este trabajo de desagrupamiento hace posibles las modalidades de ligazón y de formulación-interpretación del afecto. Para que este trabajo sea posible, es preciso que el placer del juego acompañe el duelo por la cosa traumática y que el afecto se pegue a ella. La dramatización hace posible el juego y el modo particular de la puesta en escena psicodramática: abre la posibilidad de representar en el espacio interno y en el espacio del psicodrama la multiplicidad de los objetos, de las instancias y de los personajes psíquicos, los vínculos que este establece entre ellos, y finalmente al sujeto mismo. La dramatización es una representacción: liga la acción psíquica en sí misma y/o sobre lo otro que es el afecto con la representación por la cual podrá establecerse un sentido, haciendo así posible el desprendimiento del sujeto en la escena inmovilizada del traumatismo, donde se pegan también elementos de realidad y fantasía.

He intentado mostrar cómo se manifiestan, se manejan, se reconocen y se transforman los afectos en los grupos. Algunos afectos atañen al grupo como objeto, otros al vínculo entre los miembros del grupo, donde las identificaciones afectivas comunes y compartidas crean una fuerza considerable y una cualidad específica de la realidad psíquica del grupo. La transmisibilidad directa del afecto sugiere la idea de un contagio sincrónico, que da a la temporalidad grupal esa dimensión de lo inmutable y de la colusión.
Mantengo la idea de que el trabajo en grupo es el trabajo de desagrupamiento de esos «paquetes» de afectos condensados, de esas adherencias al objeto mediante el afecto. Ese trabajo consiste in fine en la puesta en ligazón de lo que por un lado constituye un paquete de afectos, y por el otro un paquete de representaciones.


* Se publicó una primera versión de este estudio en 2006 - «El afecto y las identificaciones afectivas en los grupos » Champ Psychosomatique, 41, 59-79.

** Trad. castellana: Sinopsis de las neurosis de transferencia. Barcelona, Ariel

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Bibliografía
 
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Notas
 

[1] En La violencia de la interpretación (1975), P. Castoriadis Aulagnier escribe que la palabra que nombra el afecto lo transforma en sentimiento y le impone un estatuto diferente en la economía y la tópica. «El sentimiento, lejos de reducirse a la nominación de un afecto, es una interpretación, en el sentido más fuerte del término, que une una experiencia incognoscible en sí misma, con una causa que se supone acorde a lo que se experimenta. Ahora bien, hemos visto que lo que se experimenta es también lo que primero fue interpretado por el discurso del Otro y de los otros» (pág. 163 de la versión francesa). Más adelante: «La transformación del afecto en sentimiento resulta de este acto de lenguaje que impone un corte radical entre el registro pictográfico y el de la puesta-en-sentido» (pág. 164 v.fr.)
[2] En sus escritos metapsicológicos (La represión, 1915; El inconsciente, 1915; Vue d’ensemble sur les névroses de transfert, 1916), Freud distingue el aspecto subjetivo del afecto y los procesos energéticos que lo condicionan. El quantum de afecto corresponde al aspecto económico de la pulsión, el afecto se define como la traducción subjetiva de la cantidad pulsional.
[3] Acerca del tratamiento del síntoma histérico, Breuer y Freud escriben: «Un recuerdo desprovisto de carga afectiva es casi siempre totalmente ineficaz. Es preciso que el proceso psíquico original se repita con tanta intensidad como sea posible, que vuelva a encontrarse in statu nascendi, luego formulado (o verbalmente expresado: und dann «ausgesprochen» werden)» (1892, G.W. I, 85). Sólo si la evocación del recuerdo conlleva la reviviscencia del afecto que le estaba ligado originalmente, la rememoración encuentra su eficacia terapéutica.
[4] R. Kaës, 2007, Un singuler pluriel, Paris, Dunod. Trad. al castellano por M. Segoviano, Un singular plural, Buenos Aires, Amorrortu, 2010.
[5] Se trata de un acto-palabra. Freud y Breuer destacan en los Estudios sobre la histeria que «(...) el ser humano encuentra en el lenguaje un equivalente del acto, equivalente gracias al cual el afecto puede ser «abreaccionado» casi de la misma forma» (J. Breuer y S. Freud, 1892, trad. fr. p.5-6)
[6] Utilizo este término de connotación sexual violenta, porque me parece dar cuenta del acto impensable que está asociado al afecto.
[7] Este acceso no está bloqueado: en el grupo con Marc, Solange, Anne Marie y los otros, durante una sesión, la evocación de la muerte trágica de un padre por parte de un participante, provoca una angustia abrumadora en otra. Se ve puesta súbitamente en contacto con un afecto materno, que la dejaba «impedida» de pensamiento cuando se enteraba del deceso de alguien: este anuncio volvía a ponerla en contacto con la muerte violenta de una de sus hermanas y con el tacto de su cadáver.
[8] Acerca de la distinción entre transmisión con y sin transformación, cf. Kaës, 1993b.
[9] A menudo las situaciones sn relatadas en una reviviscencia traumática intensa. En el relato, pero también en el juego, algunos participantes reviven intensamente un afecto recuperado o desplazado, otros tienen la misma estrategia que Marc en el ejemplo del «acontecimiento traumático»; inyectar el afecto en la psique de los miembros del grupo y de los analistas. Acerca de esta utilización del psicodrama, cf. Kaës, Missenard y otros, 1999.
[10]Con frecuencia he notado que en la transferencia esperan ser liberados por los psicodramatistas de la repetición y de la invasión del afecto, pero al mismo tiempo los constituyen como objetos potencialmente traumáticos, a causa de esta identificación proyectiva del afecto. La transferencia actualiza una defensa paradójica frecuente en la experiencia del traumatismo, una defensa mediante una doble adhesión: una adhesión al objeto traumático y una adhesión al objeto de la contrainvestidura traumática (el terapeuta, y/o el grupo terapéutico por ejemplo).

 
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