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(Versión abreviada del artículo “Trabajo y subjetividad masculina”, publicado por La Manzana, Revista Internacional de Estudios sobre Masculinidades, México, 2009)
Por Leonel Sicardi
leonelsicardi@elpsicoanalitico.com.ar
 

Precariedad, indefensión, imposibilidad de logro y desamparo - frente a una maquinaria social que hace inaccesible el pan - son las sensaciones que nos transmiten las personas en situación de desocupación o dis-ocupación [*]. Me pregunto: ¿Por qué hablamos del trabajo hoy?, ¿Qué significó el trabajo a través del tiempo y en el presente contexto histórico social?, ¿Qué necesitamos deconstruir con respecto al trabajo? y ¿Qué silenciamientos necesitamos poner en palabras?.


Significado del concepto ‘trabajo’ a través del tiempo

Lo primero que aparecen son las connotaciones que están presentes en la palabra ‘trabajo’, según el Diccionario de la Real Academia Española (1): “Del latín trepalium, aparato para sujetar las caballerías, de tripalis, de tres palos/ acción y efecto de trabajar/cosa producida por un agente/ cosa producida por el entendimiento/operación de la máquina, pieza, herramienta o utensilio que se emplea para algún fin/esfuerzo humano aplicado a la producción de bienes. Se usa en contraposición al concepto de capital”.

Annie Jacob en su investigación sobre las significaciones del trabajo a través del tiempo [2], dice: “Investigaciones de lingüística referidas precisamente a la palabra ‘trabajo’ muestran explícitamente que la carga de afectividad negativa del trabajo disminuye progresivamente con el tiempo. En nuestra historia, se pasa de la función dominante del tormento en el trabajo, a la idea de esfuerzo penoso, de fatiga, para agregarle hace relativamente poco (fines del siglo XVIII) la noción de resultado útil, y finalmente la idea de ganarse el pan, de medio de existencia. Mientras que en el origen la utilización de la palabra trabajo se situaba en la periferia del campo semántico, comparativamente con los términos ‘obra’, ‘producción’, ‘tarea’, el trabajo se convirtió en un tema central. Trabajar ocupa ahora el centro del campo conceptual en el que antes sólo ocupaba un lugar periférico -de la misma manera que el trabajo ocupa el lugar central de nuestra vida social- cuantitativamente y cualitativamente”.

Históricamente, trabajo se asoció con propiedad, luego con moneda o capital y ahora el trabajo es el capital mismo y el centro de la vida productiva; sin que haya perdido la connotación de algo que se padece y sin que tenga espacio la percepción del mismo como proceso de elaboración psíquica y creación.


El mundo del trabajo hoy

La coyuntura histórica del neoliberalismo que transitamos nos muestra que - así como en el siglo pasado el tema tabú fue la sexualidad - el tema conflictivo de la actualidad son las relaciones de poder que se establecen entre las personas y entre capitales de empresas, las que trascienden la lucha por la dominación entre países que imperaba en la modernidad.

El paradigma vincular de la lucha por el poder, o la dupla sometedor-sometido, atraviesa la producción, la economía, los vínculos entre las personas y produce ciertas representaciones en la subjetividad; preguntarnos sobre el trabajo y el poder nos lleva a pensar cuáles son estas representaciones.

Podríamos decir que el “trepalium”, los 3 palos de la situación laboral incluye: contexto histórico social; posibilidad laboral en sí misma (lograda o no) y la persona que trabaja y su subjetividad.

Dice E. Carpintero: “De esta manera aparecen varios tipos de trabajadores desde el punto de vista social y económico: los integrados, los vulnerables y los desafiliados” [3]. Esta desafiliación es violenta y produce violencia, ya que implica no respetar al otro en su singularidad, con sus deseos y necesidades, lo
cual hace pasar al trabajador afectado a tener la vivencia subjetiva de ser un ‘marginado’, no existente para un otro que lo confirme como parte del tejido social.

Otro paradigma que impera es el de la productividad total: la vida centrada en la faz productiva, lo cual no deja ni tiempo ni espacio para otros quehaceres o para otras áreas - afectiva, recreativa -, ni deja la posibilidad de crear espacios para pensar sobre uno mismo. Estas alternativas se convierten en una especie de utopía que colisiona con el mandato socio-cultural.

Dentro del grupo de los que trabajan, los incluídos, están naturalizados numerosos malestares: el sometimiento a los maltratos de un jefe; la extensión de la jornada de trabajo porque si no se reprocha la falta de compromiso con la empresa; la sobre-ocupación; la subocupación; diferentes caras de la dis- ocupación [4] lo cual puede dar lugar a síndromes como el ‘burnout’, el ‘mobbing’ y muchas otras formas de stress laboral que están a la orden del día.

Por otro lado, la desocupación deja afuera - excluye - a la persona, la deporta del sistema productivo. Pensemos cómo se siente alguien que es deportado: sin lugar, sin pertenencia, des-ligado de otros significativos para él, funcionando a predominio del instinto de muerte más que del de vida.

Se genera un hecho traumático de difícil reorganización, que produce severas depresiones y va naturalizando un lugar de des- ligazón en los vínculos relacionados con la pertenencia al ámbito laboral y al sistema productivo. Se provoca, asimismo, un desinvestimiento de otras áreas que forman parte de la relación con la realidad externa que frustra y excluye y se altera, así, la vivencia subjetiva del desocupado acerca de quién es, qué hace, con quiénes, etc.


El trabajo con grupos de desocupados y dis- ocupados

Desde el área de salud mental de la A.P.D.H. (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), institución a la que pertenezco y donde coordino Talleres grupales de desocupados y dis-ocupados desde el año 2005, partimos de la perspectiva de considerar la desocupación y dis-ocupación como una violencia social.

Esto da un encuadre muy interesante a la tarea, ya que se desculpabiliza al desocupado - ya culpabilizado por el deber-ser social internalizado – y, desde ese punto de partida, se trata de re- construir un entramado que el mismo dejó de tener, dando, así, espacio para desplegar los aspectos subjetivos y particulares de su sufrimiento.

El ideal narcisista social-laboral, si podemos hacer esta traspolación, le dice al desocupado que algo habrá hecho, facilitando y naturalizando, de este modo, la exclusión y el maltrato cuando está sin trabajo o dis-ocupado.

Así, las personas que se sienten marginadas, no tenidas en cuenta por un otro, pasan - en los grupos de desocupados - a ser parte nuevamente, a ser pensadas por otros y a poder pensar con otros, recuperando parte de su dignidad perdida así como la potencia de sus propios recursos hasta entonces devastados.

Marcelo Viñar (1993) en “Fracturas de la memoria” [5], dice - con respecto a los detenidos y torturados por la dictadura - que había tres momentos o estructuras necesarias o sucesivas: “El momento inicial, la experiencia de la tortura, apunta a la aniquilación del individuo, a la destrucción de sus valores y convicciones”. El segundo tiempo, que he llamado la demolición, desemboca y culmina en una experiencia extrema de desorganización de la relación del sujeto consigo mismo. El tercer tiempo es el desenlace, la resolución de esta experiencia límite. Es el resultado de la crisis y la organización restitutiva de la conducta a que da lugar.
En la fase del desenlace o restitución hay dos posibles posiciones éticas irreductibles y antagónicas: la del torturador y la del torturado; la del torturador, que se relaciona con salvar la vida, y la del torturado, que busca reasumir su identidad anterior, tiene que ver con su ética, con volver a ser quien fue.

La primera es presente, invasora, y tiene la ventaja enorme de estar encarnada en una presencia; la otra, mediata y ausente, representa la posibilidad de una cierta coherencia con lo que el torturado ha sido y querido hasta ese momento, pero su no presencia connota la muerte. Es a ese nivel que opera la opción; en la situación de desamparo, ausencia equivale a agonía y presencia es la posibilidad de una salida, es promesa de restitución.

Es a este nivel que tiene lugar la trastocación profunda de los valores éticos del mundo anterior del torturado: lo ausente - querido y perdido - se transforma en muerto, persecutorio y repudiable y lo presente - odiado - aparece como deseable: la fascinación recubre el horror y el mundo moral cambia de signo”.

Pensemos ahora esta situación con respecto al desocupado: ¿No cambia de signo su ética y la valoración subjetiva de sí mismo, de sus capacidades y derechos cuando el único referente es el trabajo que tiene aunque reciba sometimiento y maltrato? ¿No asume la ética del torturador-empleador- empresa porque es el único presente visualizado como posibilidad laboral y, por lo tanto, como objeto de deseo en tanto la no posibilidad de acceso a dicha posibilidad se le aparece como una forma de muerte subjetiva?

En respuesta a estas interrogaciones tenemos múltiples imágenes que lo social nos muestra cotidianamente: los que dejan la vida por la empresa; los que dicen que comprometerse con la empresa es trabajar no full-time sino full-life; los que encuentran, como defensa frente a la amenaza de exclusión, tomar la ética del sometedor aunque esto lleve a enfermedades físicas y emocionales.

Los desocupados especialmente, aunque también los dis-ocupados, tienen una reacción depresiva - las más de las veces prolongada - secundaria al hecho de la pérdida del trabajo o de atravesar una situación de sub-empleo; su autoestima está sumamente lesionada, y se afecta la persona en cuestión y los vínculos que tiene con su entorno. El sujeto es conectado, así, con vivencias primarias de desamparo y de pérdida de referentes.

Dice Elina Aguiar (1997) [6]: “En su red familiar, el desocupado, intenta recuperar la valoración que antes le ofrecía el afuera y no la encuentra generando situaciones de deterioro en los vínculos por la frustración y el doble reclamo: del entorno para que produzca como antes, que sea el que fue, y de él mismo que busca que en su entorno familiar lo hagan sentir valorado como desea sentirse, como supo sentirse en otros momentos de su vida laboral”.

El varón, desde tiempos inmemoriales, tiene el mandato cultural de asumir el rol de proveedor, el cual está asociado a la potencia sexual. Dicho mandato conserva actualmente mucho peso, aun cuando sabemos de la incorporación de la mujer al mundo del trabajo ocurrida en los últimos veinte años.

Debido a la vigencia de esta representación imaginaria social, se ve tan dañada la identidad de los varones por los problemas laborales, incluso cuando en el grupo familiar el suyo no sea el único ingreso. Se da la paradoja de que, en lugar de que el aporte producido por el trabajo de la mujer sea aliviante, el mismo genera competencia y lesiona más aún la autoimagen del varón.

Carlos, de 53 años, dice que no quiere vivir, que ya no tiene espacio en el ámbito laboral, que se quedó afuera Es abogado y tuvo una reconocida trayectoria: durante años realizó trabajos esporádicos de buenos ingresos pero desde el 2000 no tiene estabilidad laboral y no puede solventar el nivel de vida a que están acostumbrados él y su familia. Tiene momentos de mucha angustia y no muchas esperanzas de que su situación pueda cambiar. Está medicado por sus estados depresivos y tiene serios problemas de relación con su mujer; los hijos no están muy al tanto de la situación de su padre.

Como psicodramatista que soy, hago un cambio de rol y me pongo en la piel de Carlos y siento: que no tengo espacio para ser - para desarrollarme -; que tengo arrasada mi valoración, lesionada mi dignidad y que guardo mi dolor para mí - que no lo comparto que nadie puede entenderme -; que mis no ganas de vivir solamente las sé yo y las siento, antes de acostarme, en mi soliloquio con la almohada: ¿Qué pasa con este mundo de hoy que no me da posibilidades, qué nos pasa?

Cuando vuelvo a mi rol me doy cuenta de que esto que le sucede a Carlos, en este contexto de inclusión-exclusión que nos atraviesa, también nos pasa, en alguna medida, a cada uno de nosotros.

 
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Notas
 

[*] El término dis-ocupación refiere a la situación de trabajo donde la persona no aplica sus conocimientos y formación sino que hace lo que encuentra para subsistir, pudiendo estar sobre-ocupado o sub-ocupado. Término mencionado en sus trabajos por la Lic. Elina Aguiar.
[1] Real Academia Española (1970). Diccionario de la Lengua Española.
Décimo- novena edición. Madrid, Espasa Calpe.
[2] Jacob, Annie (1995). La noción de trabajo. Relato de una aventura socio-antropo-histórica, Programa de Investigaciones Económicas sobre
Tecnología, Trabajo y Empleo (PIETTE). Revista Sociología del trabajo, 4, 1-14, Buenos Aires.
[3] Carpintero, Enrique (2007). La actualidad de las formas de trabajo y sus efectos en la subjetividad. La tecla eñe, revista digital. Año V, número 26.
[4] Aguiar, E. Alvarez N., Fernández Zucker M. y Gremes R. (2006). De la deshumanización a la humanización. Jornada anual de la AAPPG, Buenos Aires. (Paper).
[5] Viñar, Marcelo y Viñar, Maren (1993). Fracturas de memoria. Crónicas para una memoria por venir. Montevideo: Ediciones Trilce.
[6] Aguiar, Elina (1997). La desocupación: algunas reflexiones sobre sus repercusiones psicosociales. Revista Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, T XX, Nº 1, Buenos Aires.

 
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