Autonomía,
poder y proyecto político en el movimiento revolucionario
de los zapatistas de Chiapas México
La cosmogonía y cosmovisión que rigen
a los grupos indígenas de Chiapas operan según
los deslizamientos del poder institucional mencionados
por Castoriadis, como infrapoder
implícito implantando en el psiquismo
las significaciones imaginarias sociales [1]
de la comunidad. Vía usos y costumbres el poder
explícito establece la permanencia de
dichas significaciones, evitando su transformación.
En cuanto a las significaciones de género, estas
favorecen el poder de dominio
de los hombres sobre las mujeres.
Frente al poder institucional, encontramos al imaginario
instituyente [2],
registrado por la institución como rebelión,
transgresión, sueño o utopía, así
la revolución zapatista chiapaneca, ha sido interpretada
por el gobierno, como una rebelión transgresora.
Para Castoriadis el poder institucional entra en lo
político y señala como su contraparte
a la acción política
ciudadana, que reformula las normas instituidas,
creando otra relación entre instituido e instituyente,
rompiendo el cerco de sentido en un acto de autonomía
y libertad.
En el año 2001 los zapatistas en su entrada
a la ciudad de México enunciaban:
“Convocamos con nuestros
sueños a todos los sueños del mundo”.
El sueño, de poner fin a más de 500 años
de opresión indígena, extendiendo la invitación
a todos los ciudadanos del mundo, para caminar hacia
lo instituyente mediante la acción política.
Castoriadis nos dice que la política es el por
hacer haciendo, como seres autónomos. Esto se
refleja en el movimiento zapatista Chiapaneco, que a
partir de 1994 presento un frente de lucha contra el
estado. Esta práctica permitió a las mujeres
zapatistas involucradas, interrogar su situación
alienada triplemente como: mujeres,
indias, pobres, con ello empezar a promover nuevos,
significados y sentidos de ser mujer.
Sin embargo el autor también señala:
“Lo que llamamos política revolucionaria
es una praxis que se da como objetivo la organización
y la orientación de la sociedad con miras a la
autonomía de todos… transformación
radical de la sociedad que no será, a su vez,
posible sino por el despliegue de la actividad autónoma
de los hombres. Se convendrá fácilmente…que
semejante política no ha existido hasta ahora”.
[3]
Tal señalamiento nos convocó a reflexionar
sobre lo que ha pasado en la recuperación de
la autonomía por las mujeres indígenas
que lo integran, ya que como lo mencionan los mismos
zapatistas en la sexta declaración de la selva
Lacandona en el 2005 [4],
al confrontar los imaginarios de lo femenino dentro
de la tradición de su cultura, se generaron,
serios conflictos y violencia hacia las mujeres.
Breves antecedentes de las mujeres
indígenas chiapanecas
Desde la conquista española, las mujeres indígenas
han sido objeto de denigración y violencia sexual.
Sometidas por más de 500 años bajo los
usos y costumbres de sus comunidades, es hacia 1970
con el rescate de la cultura indígena y el trabajo
de la teología de la liberación, que se
abrieron a las mujeres, espacios para pensar, preparando
el camino hacia la toma de conciencia política
y su integración en los años ochenta en
el proyecto revolucionario zapatista, cuyo ejército
EZLN [5]
apareció en 1994 y desde entonces creó
municipios autónomos, con juntas de buen gobierno
que las incluyó. Actualmente el gobierno federal,
mantiene una guerra de baja intensidad en la que las
mujeres han sido nuevamente tomadas como blanco de ataque
mediante violaciones sexuales e incluso la muerte.
Construcción de la autonomía
por las mujeres zapatista de Chiapas
Al incorporarse al movimiento zapatista las mujeres
empezaron a reformular las tradiciones culturales que
las mantenían en la pobreza, y exclusión.
Esto constituyó todo un trabajo de concientización
y acción política, consigo mismas, dentro
de sus familias y comunidades, obligando al poder explícito
a cumplir en su favor las normas surgidas del proyecto
revolucionario que promueven la equidad con autonomía
para todos.
Al respecto citamos el fragmento de un testimonio:
“Anteriormente cuando no éramos zapatistas
nosotras no nos alterábamos de nada, estábamos
como siempre. No sabíamos si podíamos
o teníamos este valor de participar o de hacer
algún trabajo o de hacer algún colectivo.
Pero ya cuando empezó la lucha, ahí fue
como que las mujeres empezamos a saber cómo se
puede tener libertad o cómo nos podemos tratar
con los hombres”. [6]
La identificación y cambio de las formas de
sometimiento femenino han sido difíciles por
la naturalización de las costumbres, además
la participación política que requiere
la salida del hogar y la transformación del trabajo
cotidiano, no siempre encontró el apoyo familiar,
surgiendo fuertes críticas y en ocasiones violencia
familiar.
El proceso de cambio ha sido más flexible en
algunos grupos por ejemplo dentro del ejército
zapatista esta práctica alcanzó la creación
de una “ley revolucionaria
de mujeres indígenas” [7]
donde se plasmaron: el derecho
a la libre elección de pareja, la tenencia de
la tierra, la participación activa en la política.
Las mujeres buscaron la reivindicación de su
identidad indígena, manteniendo los valores tradicionales
que respetan sus derechos en la forma de ser y convivir
en la vida pública y privada.
A lo largo de más de 17 años de lucha
zapatista, muchas mujeres han alcanzado cargos importantes
dentro del consejo de la junta del buen gobierno, un
logro significativo fue su participación en el
tercer encuentro internacional de los pueblos zapatistas
con los pueblos del mundo, realizado en diciembre del
2007, dedicado a revisar el tema de las mujeres.
Ahí se analizaron los cambios hacia la equidad
y autonomía de todas las comunidades en resistencia,
hubo testimonios de abuelas, madres, hijas, nietas,
en las que se vio reflejado el cambio de vida en las
cuatro generaciones, producto de su trabajo de concientización
y la toma de poder en la acción personal y política
dentro de sus comunidades.
Es importante señalar que aunque sus demandas
coinciden con otros movimientos de mujeres, guardan
diferencias, ya que las indígenas presentan requerimientos
económicos y culturales que tienen como antecedente
el racismo, la esclavitud, la marginación, la
explotación.
Castoriadis nos dice que si se crean nuevas significaciones
que alteran el sentido determinado, se las observa como
lo otro, lo extraño, por lo tanto lo amenazante,
lo inaceptado, lo despreciado, lo odiado [8].
Por ello, a la lucha frente a la clausura institucional,
se sumo la lucha frente a la clausura psíquica
interna, ambas partes dificultaron la aceptación
de los nuevos sentidos de ser mujer.
Reflexiones finales
Alcanzar la autonomía de las mujeres zapatistas
ha requerido: en lo íntimo hacer frente a lo
incorporado psíquicamente desde el infrapoder,
en la lucha colectiva enfrentar tanto al poder de dominio
que se resiste a la equidad entre géneros, como
al poder explícito que desconoce su capacidad
de autonomía y convierte sus cuerpos en símbolo
de ataque en la guerra de baja intensidad.
Hay que reconocer el profundo trabajo de transformación
interna para cambiar el sentido de ser y ver el mundo
y al mismo tiempo abordar la culpa ante la ruptura con
la de la institución social, además enfrentar
la confrontación con la sociedad heterónoma,
que las desconoce como sujetos autónomos y creativos.
Por ello requieren seguir trabajando en la constitución
de su nueva identidad y paralelamente transformar la
tradición étnica que confiere al pasado
una autoridad reguladora del presente.
Ante la duda de Castoriadis para lograr un proyecto
revolucionario con equidad y autonomía, el proceso
de las zapatistas abre la posibilidad al reto del imposible,
al ver un buen número de mujeres sembrando la
semilla de la transformación de los imaginarios,
especialmente de género, defendiendo sus derechos
y los de sus hijos e hijas en su comunidad, en el resto
de las comunidades y frente al gobierno federal.
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