Un nombre y dos deseos
El nombre de “izquierda lacaniana” ha sido puesto recientemente en circulación para referir a una articulación entre Psicoanálisis y política de izquierda. Su aliento es teórico. No expresa un movimiento social o político, ni una orientación de la “política del Psicoanálisis”. Sus proponentes se mueven en los circuitos del ensayismo universitario. Los atraviesa una disputa respecto de qué es una izquierda válida y cuáles son las lecturas adecuadas de la obra de Jacques Lacan desde un punto de vista teórico-político.
El debate interno de la “izquierda lacaniana” versa sobre la clásica tensión entre reforma y revolución. Es en ese entuerto donde se despliegan sus antagónicos usos de Lacan. Para uno de sus sectores, la política revolucionaria no es una política en el sentido estricto; a saber, repudia tanto la contingencia que habita la práctica política como sus objetivos. La línea que sostiene el horizonte de una revolución comunista, de un proyecto anticapitalista, contiene a pensadores como Slavoj Žižek y Alain Badiou. Marxista uno y postmarxista el otro, sin embargo ambos aparecen en la mirada del otro núcleo de la “izquierda lacaniana” como capturados por la reducción imaginaria e impolítica del quehacer político.
La democracia radical como horizonte
Me interesa seguir aquí las perspectivas de la “izquierda lacaniana” sostenida en las concepciones elaboradas por Ernesto Laclau. Para esta línea de interpretación, los textos de Lacan proveen insumos teóricos cruciales para una política democrática radical. Lo veremos en su formulación paradigmática tal como ocurre en el libro de Yannis Stavrakakis, La izquierda lacaniana. Las sucintas reflexiones que siguen tienen como meta avanzar una evaluación de sus persuasiones básicas. No tanto para cuestionarlas en sus tropiezos como para captar sus convites.
La obra de Laclau provee el zócalo de nociones fundantes de un sector de la izquierda lacaniana. Sus principales defensores (Laclau, Stavrakakis, Jorge Alemán) coinciden en sus postmarxismos. Para esta izquierda lacaniana el marxismo fracasó y fue derrotado, su teoría social es obsoleta y su orientación política es inviable. Sobre todo, es inútil e incluso peligroso por el fondo imaginario de una revolución obrera como ruptura histórica absoluta.
Según el consenso lacaniano de factura laclauiana, la izquierda posible prospera en un proyecto de “radicalización de la democracia”. O lo que es lo mismo, en la ampliación de los derechos en la sociedad civil, la participación democrática y la renegociación de la ciudadanía. Para ello se debe desarrollar el orden de “lo político”, y no sólo “la política” como gestión. En otras palabras, es preciso redefinir las fronteras de qué es una democracia: allí prospera su “radicalidad”. Para extender la frontera democrática, la sociedad es entendida como imposible, no totalizable, fracturada. El sujeto político de la era democrática moderna, siguiendo la comprensión de Claude Lefort, descansa en un suelo vacío, en una fundamentación vacante. De allí no se sigue una concepción apesadumbrada de lo político. Se extrae, más bien, la certidumbre de su contingencia y precariedad que son, adecuadamente pensadas, los índices de una potencial creatividad.
La izquierda lacaniana apela a conceptos de Lacan para justificar su propuesta teórica democrática. El Lacan del Discurso de Roma rotura el terreno para el cuestionamiento del sujeto unificado, reteniéndolo en identificaciones siempre amenazadas, en un deseo fluyente, en la oscilación entre lo imaginario y lo simbólico. El Lacan de mediados de los años sesenta, en cambio, provee las nociones de lo real y el plus de goce que cuestionan toda tentación estructuralista para enfatizar las dimensiones dislocadas y apasionadas en la constitución del sujeto.
Justamente por la configuración precaria del sujeto moderno es que la democracia es radicalizable: sus articulaciones de subjetividad política pueden ser rediseñadas en la exacta medida en que no derivan de un suelo social o una sustancia pre-política. Su encuadre es entonces el de un reformismo democrático y usualmente republicano, con un fondo liberal y relativista, aunque en Laclau tiene inflexiones populistas.
Crítica de la revolución
Esta izquierda lacaniana está conteste en denostar el carácter imaginario, fantasmático y fetichista de la política presuntamente revolucionaria. La misma operaría con un afán de desmentida de la falta constitutiva de toda relación social y de todo sujeto.
De acuerdo a Stavrakakis, el objetivo utópico del revolucionarismo rechazaría las dislocaciones de lo real que demandan nuevas rearticulaciones, refugiándose en el imaginario de una sociedad perfecta. Žižek es el contrincante usual de las argumentaciones de esta facción del lacanismo teórico, pues aquél justifica en Lacan una política del “acto puro” como ruptura del orden simbólico-imaginario, es decir, una política revolucionaria acorde al paradigma leninista.
Stavrakakis se detiene en una crítica al planteo clásico de Cornelius Castoriadis al que reprocha positivizar lo imaginario como una potencia sin recortes. Al presuponer una “mónada psíquica” en la constitución del “imaginario radical” en el plano social, Castoriadis incurriría en una desmentida de la falta inherente a toda formación subjetiva.
Se percibe bien cuál es el núcleo que separa a la izquierda lacaniana que se ha propuesto en textos recientes de la izquierda freudiana que surgió desde los años veinte del siglo pasado. En la izquierda freudiana las nociones de inconsciente y pulsión eran centrales para dar cuenta de la dominación burguesa y, en consecuencia, para facilitar la emergencia de una subjetividad revolucionaria. Para la izquierda freudiana, la crítica de la represión funcionalizada a la explotación capitalista y sus derivas autoritarias conducía a una estrategia anticapitalista. El lazo entre represión y trabajo, tan claramente establecido por la metapsicología freudiana, fue vinculado a la crítica marxista de la economía política. El examen de las ideologías de dominación, como el fascismo, derivaban de esa vinculación conceptual. Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, o en nuestro medio León Rozitchner, fueron ejemplos de tales lecturas de Freud.
La izquierda freudiana discutió una y otra vez la definición ideológica de Freud. La conclusión más ecuánime lo entendió como un liberal crítico con una fuerte carga trágica que, sin embargo, no cedía ante los tiempos difíciles de las primeras décadas del siglo veinte. ¿Era “de izquierda” el pensamiento psicoanalítico de Freud? Fue en ese plano donde se produjeron las elaboraciones más interesantes. La izquierda freudiana logró distanciarse y repensar las categorías elaboradas por Freud. Aquí no puedo avanzar sobre la suerte que le cupo a ese proyecto, pero en general se entiende que la misma tiene un lugar en la crisis de la izquierda como legado del siglo. Como sea, la izquierda freudiana reivindicó una tensión entre su deuda fundamental con Freud y la decisión de repensar sus ideas. Se trata de una distancia saludable con la autoridad teórica que no se advierte en la todavía germinal y frágil izquierda lacaniana, tan proclive a la identificación imaginaria con el maître.
Es sorprendente la docilidad con que se acoplan los conceptos lacanianos y el programa de una “democracia radical”. Todo ensambla sin fricciones. No quedan cicatrices. En efecto, las formulaciones de Laclau o Stavrakakis suelen recalar en definición propias de un diccionario. “Lo real”, “lo simbólico”, la “falta”, el “punto de basta”, el “goce”, el “fantasma”, entre otros tópicos, son capturados en lemas nocionales utilizados a voluntad. Pareciera que la generación clínica de los conceptos, siempre relativos a sus valencias interpretativas, cediera ante un nomenclador universal. El problema de la aplicación o extensión del Psicoanálisis carece de estatus teórico en la izquierda lacaniana. No me parece por azar que uno de los pocos psicoanalistas de esta izquierda lacaniana, Alemán, sea el más advertido sobre la ambigüedad constitutiva de la “teoría” psicoanalítica.
Izquierda y liberal-republicanismo
Del mismo calibre es otro problema respecto de una subteorización de lo que se entiende por “izquierda” y de qué modo se vincula con el lacanismo. Así las cosas, en el libro de Stavrakakis la noción es explicada en una nota al pie, sin encontrar luego una rearticulación interna con su lectura de Lacan. Lo que se entiende por izquierda lacaniana se recorta gracias a la diferenciación, por un lado, con la interpretación revolucionarista de Lacan (como vimos, los targets son Žižek y Badiou), y por otro lado, con los goces sistémicos provistos por el consumismo y el nacionalismo. El fondo político general de la izquierda lacaniana es un liberalismo democrático, de impronta republicana en algún caso, de factura populista en otro. Se parte, entonces, de una escisión entre lo social y lo político. La falta en el otro legitima la relatividad de toda demanda y la ausencia de teleología histórica. El resultado es un programa de “radicalización de la democracia” que renuncia de antemano a la “utopía” de un cambio revolucionario. El horizonte de un reformismo advertido de los pliegues del goce y el desafío de una ciudadanía comprometida con la política no obstante al tanto de su falta constitutiva, captura la proyección de la izquierda lacaniana.
El estado inicial de una renovación de la extensión política del Psicoanálisis requiere un balance de las experiencias precedentes de una interlocución tan prolongada como compleja. En ella, los pasajes ocurridos desde el campo lacaniano son ya parte de la historia a construir. Como debe suceder respecto de Marx y de Freud, las indagaciones respecto de Lacan y otras fuentes del pensamiento crítico serán útiles para la reconstrucción de una cultura política de izquierda en la medida que refracten desafíos actuales. La autodenominada izquierda lacaniana se encuentra todavía contenida en la tramitación de la crisis del freudomarxismo, como si un examen de Lacan fuera prematuro. La obturación de una interferencia con la crítica de la economía política constituye un límite de su despliegue, un obstáculo en su proyección.
Persiste viva una vieja cuestión del pensamiento crítico: ¿qué hacer con Marx? Esa pregunta recorrió los cuadrantes de la izquierda freudiana, y no se ve bien cómo podría ser evacuada de la más modesta izquierda lacaniana. Si rehúye los desafíos de la intratable sombra de Marx, es decir, del análisis crítico de la forma-mercancía, no se ve bien cuáles serían sus posibilidades de asumir los dilemas de la izquierda. |