No hay sexualidad natural, tampoco género. Esto puede apreciarse claramente en la práctica del psicoanálisis. Siempre y cuando se trate de un psicoanálisis de cara a la época y no de espaldas. Freud miró de frente a su época y, más allá de poder ver solo algunos aspectos de la misma, dejó abierta la posibilidad de pensar en los diversos caminos que puede recorrer la sexualidad. Hoy también sabemos de las bifurcaciones de esos caminos producidas a lo largo de las últimas décadas en el histórico social. De hecho hablamos -entre otras cuestiones, pero esta es central- de la decadencia o crisis del patriarcado. O sea, de aquello que instituyó al padre-patriarca en el centro de la escena y que llevó a Freud (también a Lacan) a ubicarlo en el centro de la escena edípica. Y en el centro del orden de sexuación.
Me he ocupado en diversos textos de la cuestión del padre (1); de los universales que hacen a la estructuración del psiquismo humano; también de lo que debe estar presente para que éste advenga (2). Castoriadis ha denominado al orden patriarcal como a un accidente en lo histórico social. Por lo tanto, si un orden simbólico es eso -uno- y otros pueden sucederle, nos hallamos en un momento en el cual las turbulencias que produce la crisis (que parece ser terminal) del patriarcado – que, entre otras cuestiones, contiene a la heteronormatividad y el lugar accesorio y de sometimiento otorgado a la mujer en su núcleo- hace que todo se conmueva: la sexualidad, el género, el lazo entre hombres y mujeres, y, por supuesto, los caminos de la sexualidad que van más allá de la heterosexualidad-: eso que mencioné como bifurcaciones.
Series complementarias e interfases psique-sociedad
Quiero retomar un concepto que considero fundamental en la obra freudiana, el de series complementarias. Es decir, la concurrencia de lo heredado, la historia infantil y la vida y episodios actuales – a lo que agrego una virtual cuarta serie: la actividad fantasmática- concurrencia tanto para la creación de una subjetividad, de una forma de placer, como del padecimiento. La tercera serie complementaria freudiana abarca además a la sociedad y cultura de época. La cuestión de las series complementarias obliga a tener que considerar las interfases entre la sociedad y la psique.
Estas han sido descritas por Castoriadis y podemos formularlas del siguiente modo: la sociedad debe proveer al psiquismo de objetos obligados para la sublimación (ahí tenemos a las pantallas que pueblan nuestra vida cotidiana como ejemplo relativamente reciente) los cuales son creados socialmente, siendo esto un intento de la sociedad de modelar el registro pulsional. Pero esto depende de algo sin lo cual la vida social sería impensable: la capacidad sublimatoria de la psique humana. Al mismo tiempo la psique tiene entre sus mecanismos a la identificación, y la sociedad debe proveer de modelos identificatorios para satisfacer esta capacidad. Todo esto, desde el lado de la sociedad, tiene que ver con la necesidad de instituirse como tal. Crear un sentido diurno común a todos los sujetos que oficia de cemento para mantenerla unida. Los objetos obligados para la sublimación pulsional y los modelos identificatorios dependen a su vez de las significaciones imaginarias sociales, las cuales son las verdaderas generadoras del sentido compartido por la sociedad. Hacen que una sociedad pueda definirse como tribu de reducidores de cabezas, mapuche, china, occidental, oriental, tutsi, guaraní, inca, romana, etc.
Socialización y desfuncionalización del psiquismo
Este intento de la sociedad abarca, obviamente, el orden de sexuación/género. Pero en todas las áreas de la vida en común, en todos sus aspectos, este intento siempre es parcialmente eficaz, siempre falla, nunca puede colonizar absolutamente al psiquismo. Y esto ocurre por aquello que Castoriadis erigió en el núcleo de su elucidación: la presencia de la imaginación radical de la psique. Esta hace a lo que él denomina como estallido del psiquismo animal y que transforma al humano en el animal loco. Lo cual lo llevó a sostener que hay un núcleo de asociabilidad habitando en el sujeto humano. No solo por la tendencia monádica habitando en el fondo de la psique, sino porque la socialización es, en un punto, imposible. Es decir, no puede producirse palmo a palmo. Siempre hay una “distorsión”, un “desvío”, un “error” en la incorporación vía identificación que la psique realiza de los modelos ofrecidos por la sociedad y una diferencia respecto del modo de relacionarse con los objetos obligados para la sublimación. La actividad fantasmática de la psique trabaja en ese punto indecidible en el cual se encuentran psique y sociedad. Actividad que es una de las que realiza la imaginación radical. El sueño, la creación artística, la elucidación matemática, física, filosófica, etc., son otras de sus expresiones. Esto hace que el ordenamiento sexual y de género nunca pueda ser totalmente eficaz. La norma que intenta imponer la sociedad nunca puede hacerlo de modo pleno. Y si la significación predominante que hace a dicho ordenamiento entra en crisis (como decimos que lo hace la del patriarcado) se hace visible dicho fracaso.
Psicoanálisis y teorías de género. Desencuentro
Pero quiero detenerme en un punto. En el de la actividad de la imaginación radical de la psique. La cual, junto con el proceso identificatorio de los sujetos y la fantasmatización del registro pulsional, hace que -en el caso que nos ocupa- el destino del camino de la sexualidad se produzca a espaldas del sujeto. Nadie elige ser heterosexual, homosexual, travesti, transexual, etc. Esto es algo que se le impone al sujeto en algún momento de su recorrido identificatorio y pulsional. Como dijimos, las interfases intentan un ordenamiento de ambos registros: el identificatorio y el pulsional. Este último registro – que hace que la fuente, el fin y el objeto de eso que pulsa en esa zona indiscernible entre el cuerpo y la psique siga los caminos para la satisfacción- y el identificatorio, son tomados por la actividad fantasmática para la escenificación de deseos inconscientes (lo cual puede apreciarse claramente en los sueños) una escenificación que escapa a la voluntad del sujeto. Hablamos de actividad inconsciente.
Si reparamos en estos elementos: imaginación radical y sus expresiones y deseos inconscientes, hallamos ese punto en el cual las teorías de género y el psicoanálisis se desencuentran. Las teorías de género -en general y debido a su objeto de estudio- no necesariamente toman en consideración esta dimensión desestabilizante que tiene la actividad fantasmática para todo intento de la sociedad de reducir el ordenamiento sexual a sus dictados. Es parcialmente eficaz en sus intentos, pero la sexualidad tiende a escapar de todo molde que el Otro quiera imponerle, sea desde los otros de la prehistoria del sujeto como desde sus subrogados. Esto no quiere decir que no logre una cierta homogeneidad en el campo social histórico para el ordenamiento sexual: de otra manera la vida social sería radicalmente imposible. Pero esa homogeneidad es relativa.
Por otra parte hay que tomar en consideración la creación a nivel del histórico social: creación y destrucción para ser más precisos. Si no hubiera destrucción y creación de nuevas significaciones la Historia no existiría. El imaginario social instituyente, es decir, un imaginario radical expresándose a nivel del colectivo, desestabiliza lo instituido. Los totalitarismos son el ejemplo extremo de un poder que intenta que nada de lo instituido se modifique. De lo que le interesa mantener y de aquello que éste intenta imponer a los sujetos.
Teorías de género y psicoanálisis: una articulación posible
Así, entre la actividad de la imaginación radical de la psique y el imaginario social instituyente se crea un campo de bifurcaciones que hace que la socialización de la psique -que incluye la sexualidad y el género-, pueda seguir los caminos más diversos. Pensar, por lo tanto, en una articulación entre teorías de género y psicoanálisis implica considerar como elemento central esta característica tanto de la psique como de la sociedad.
Al mismo tiempo -retomando lo expresado al inicio-, no hay ni sexualidad ni género naturales. Todo intento de hallar una suerte de esencia sea de la sexualidad como del género, está destinado a fracasar.
Por lo cual, así como no hay esencia, tampoco hay una socialización absoluta del psiquismo, que no tenga un resto indominable y que cuestiona siempre el ordenamiento que la sociedad quiere imponer. Característica fundamental del psiquismo humano, su desfuncionalización se transforma en un elemento desestabilizante del ordenamiento que la sociedad intenta imponer, así como una potencial fuente creadora de nuevos mundos simbólicos. Esto es algo fundamental: al no haber sexualidad ni género naturales, todo intento de llegar a una suerte de verdad sobre los mismos está destinada a fracasar. Retomando lo sostenido en el inicio de estas líneas: habitamos un mundo simbólico, pero este no es el único ni el definitivo.
Consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas, Edipo: el regreso.
Nada de lo dicho hasta aquí implica olvidar el papel que las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas pueden tener en los caminos de la sexualidad del sujeto en cuestión. Ocurre que es sabido que sobre dichas diferencias también actúa el colectivo, pudiendo significarlas de diversos modos.
La cuestión de las diferencias sexuales anatómicas ha sido considerada central por Freud en términos de los caminos de la sexualidad que se abren a partir de las mismas. Como he señalado en otros lugares (3) el problema de la diferencia es haber estado significada asimétricamente. Hay alguien en menos. Alguien a quien le falta un elemento distintivo. Para Freud el pene era el eje, se trataba de tenerlo o no. La mujer reaccionaba frente a la visión del mismo sintiéndose castrada. En el mejor de los casos obtendría aquello de lo que fue privada (por la madre) a través de un hijo. Por lo tanto, la diferencia, como decía previamente, fue pensada como dejando a la mujer en falta. El intento de Lacan de elaborar el concepto de falo no permitió superar una teorización claramente viciada de teorías imperceptibles patriarcales. (4)
El Edipo y su reedición en la pubertad (cada vez más temprana en nuestra sociedad) toman la temprana incorporación del género y la arrastra y la hace atravesar vicisitudes identificatorias y pulsionales y la someten, además, a la que conocemos como ecuación personal de cada sujeto: eso femenino o eso masculino podrá resolverse ateniéndose a las diferencias sexuales anatómicas o no; el género coincidirá con el sexo, o no. Pero: ¿y a qué nos referimos con masculino o femenino? ¿Cómo podríamos definirlo hoy psicoanalíticamente? ¿Es definible? ¿Es claramente definible? Lo cierto es que no hay reducción posible de la sexualidad ni a lo biológico ni a lo social.
Psicoanálisis y teorías de género. Desencuentro
Ciertamente, a partir de las transformaciones de género ocurridas en las últimas décadas el psicoanálisis se ve obligado a revisar elementos centrales de su corpus teórico (Ej: Edipo, castración, envidia del pene, actividad/pasividad, masculinidad, feminidad, homosexualidad, Ley, lo paterno, lo materno, masoquismo femenino, etc.). He ahí el impacto de las teorizaciones sobre el género en el psicoanálisis: afectan elementos centrales de su corpus teórico.
De forma tal que psicoanálisis y teorías de género pueden tener tanto un lazo posible como imposible. Por esto último me refiero a algo inestable, no agotable, que no cierra, en movimiento. Más allá de esto, lo cierto es que no se trata de hacer casamientos de apuro entre la sexualidad entendida psicoanalíticamente y las teorías sobre el género.
Recurrimos en este punto a Silvia Bleichmar: “en modo alguno puede retroceder el psicoanálisis ante la afirmación realizada por quienes propician el sexo del lado de la biología, y el género del lado de la representación. Entre la biología y el género, el psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto, que no se reducen ni a la biología ni a los modos dominantes de representación social, sino que son, precisamente, los que hacen entrar en conflicto los enunciados atributivos con los cuales se pretende una regulación siempre ineficiente, siempre al límite”. Agrego a esta enunciación lo ya mencionado: la actividad fantasmática, inconsciente.
Emergencia de la sexualidad y el género: presencia del otro
La diferencia sexual anatómica y sus consecuencias psíquicas, los enunciados identificatorios sobre ésta -familiares, sociales-, enunciados que tienen siempre una dimensión inconsciente, la actividad de la imaginación radical, los enunciados identificatorios sobre el género, la travesía edípica, finalmente, el superyó cultural que indica un orden de sexuación determinado, etc.: en este conglomerado debe emerger un sujeto sexuado y perteneciente a un género. Punto en el cual debemos siempre recordar lo siguiente; la sexualidad surge en un estado de encuentro con el otro, generalmente la madre. Su accionar sobre el cuerpo del infans va de la mano de la aparición del erotismo oral, anal, fálico (¿debiéramos agregar vaginal y clitoridiano?), en lo cual interviene, más allá del acto físico en sí, su propia sexualidad inconsciente. Con lo cual vemos que el infans, en su camino por la sexualidad y el género, es en buena medida una sombra de la sexualidad del otro, reprimida en el mejor de los casos, aunque siempre fallida, escapando de los diques de la represión (tanto originaria como secundaria) sin que el sujeto se lo proponga. Y cuando ese otro mencione el género, su actividad inconsciente estará también en juego. Qué es un hombre, qué es una mujer, podrán hallar en su discurso palabras que no lograrán jamás saturar esa hiancia que lo habita, ese profundo desconocimiento de qué es ser hombre o mujer, qué es el placer, qué es ese cuerpo naciente sobre el cual pronuncia enunciados en los cuales transmite sin quererlo sus dudas, sus fantasmas, su deseo inconsciente. Insisto en este punto: no hay verdades esenciales sobre la feminidad, tampoco sobre la masculinidad.
Momento de volver al postulado freudiano de la bisexualidad originaria (¿debiéramos denominarla polisexualidad?, ¿polimorfismo?) que habita en el inconsciente, el cual apenas está ordenado por las represiones originarias y secundarias y en el cual siempre está en pugna el registro pulsional en su tendencia a rebasar todo ordenamiento. Inconsciente que desconoce lo masculino, lo femenino, la castración… abismo de la psique, cuna de la imaginación radical. Fuente inagotable de creación de figuras que desafían todo ordenamiento. Y que permiten que exista la historia tanto individual como colectiva. Al mismo tiempo que hacen que la vida social sea imposible, en el sentido de homogénea, ordenada, etc. Vida social -entonces- Solo posible merced a la creación de un magma de significaciones que intentan -siempre con resultados parciales- su ordenamiento..
La sexualidad, el género y lo borderline
He postulado la producción de un estado borderline artificial producido por nuestro orden sociocultural. La crisis de dicho orden (que contiene, en lo que aquí nos interesa, la crisis del orden patriarcal de sexuación y género) producto de factores que han sido descrito profusamente en otro lugar (5) implica consecuencias importantes para el psiquismo. Entre ellas una desorientación y crisis identificatoria y muchas veces la emergencia de la pulsión sin tramitar (las adicciones, la violencia (con la violencia de género -que tiene al femicidio en su extremo- incrementando su frecuencia), la presencia importante del pasaje al acto sea violento como sexual (incluyendo el abuso sexual infantil, etc.) que hace de la cuestión borderline algo que no debiera dejarse de lado al momento de elucidar tanto el orden de sexuación como el de género. Podemos así apreciar que hay un delgado desfiladero por el cual atraviesa tanto cierto nomadismo identificatorio (incluyendo sexualidad y género) que no logra muchas veces diferenciarse de la cuestión borderline de desestructuración patológica. ¿Mayor libertad al mismo tiempo que descomposición? ¿Creación y destrucción simultáneas del mundo histórico-social? Interrogantes que deben quedar necesariamente abiertos, para impedir que en la clínica psicoanalítica se tomen sin interrogar discursos que se presentan como de libertad de elección sexual y/o de género, que -en el límite- llevan a algunos sujetos a cambios anatómicos merced a la administración de hormonas e intervenciones quirúrgicas.
Si Freud tuvo una aguda escucha respecto tanto del ordenamiento sexual de su época como de sus efectos en la sexualidad de sus pacientes -y además ubicando a la actividad inconsciente como algo fundamental en el resultado del camino de la sexualidad (de contenido incierto, sostenía)- la práctica del psicoanálisis no debe apartarse de dicha actitud, fundante de nuestro campo. Que implica una doble escucha: tanto del discurso del sujeto, como respecto del orden sociocultural.
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