El Otro, hoy
Mediados de los ´70: las sociedades occidentales se alinean con un nuevo modo del capitalismo. Muchas veces a sangre y fuego, tal como ocurre en América del Sur, para intentar erradicar toda idea de sociedad igualitaria. Se asoma un nuevo Otro que ahora – 2013 - está entronizado. Se trata de un Otro que vocifera un imperativo de goce en el consumo, que instala a la tecnología y a la ciencia en el núcleo de su “racionalidad”. Entre las numerosas consecuencias se produce una profundización de la devastación del medio ambiente, los lazos sociales van haciéndose más lábiles, la incertidumbre laboral se acrecienta, la idea de futuro se extingue. Este imperativo produce como efecto un sentimiento de estar en falta por el grado de insatisfacción que genera – en el sujeto, pero, sobre todo, porque es un Otro que está siempre insatisfecho, exige siempre más: objetos, juventud, salud, diversión, felicidad.
Hay que entender que este Otro segrega un magma abroquelado y espeso de significaciones que inunda el espacio social, que está en todos sus intersticios y que ha hecho dificultoso el develamiento y oposición al mismo. Eso que está más allá del malestar en la cultura era descrito hacia fines de los ‘70 por aquella conocida canción de Serú Girán, que hablaba de la grasa de las capitales. Hoy podemos entenderlo como la grasa del capital: eso que junta y resbala al mismo tiempo, un magma que lubrica el lazo de los sujetos con la maquinaria capitalista, y al mismo tiempo ensucia, mancha, empasta.
Que importan tus ideales
que importa tu canción?
La grasa de las capitales
cubre tu corazón
(...)
¡No se banca más!
La grasa de las capitales no se banca más.
Lo que no se tolera, lo que daña a la psique, es el gran efecto colateral que produce el Otro actual: el avance de la destrucción de sentido (avance de la insignificancia, ver El Gran Accidente: la destrucción del afecto), la precariedad simbólica que genera, la precariedad en los registros afectivo y representacional de la psique humana, la crisis a nivel identificatoria y la liberación del mundo pulsional.
Muchos sujetos – incluyendo artistas e intelectuales - reaccionan, no ceden a la parálisis: participan de proyectos políticos que aspiran a una sociedad igualitaria en la que impere la libertad y la economía deje de ser el centro de la vida social, mostrando así la posibilidad de tomar distancia con respecto a lo instituido.
Pero también está presente algo que –lamentablemente - es más masivo: se trata de los que están los resignados, los que adoptan – muchas veces pasivamente, casi sin saberlo – y defienden este proyecto de sociedad y lo dan por natural pese a los perjuicios que les ocasiona y a no pertenecer a las clases beneficiadas.
Pero digamos que están también quienes por los citados efectos que el Otro produce, son carne de cañón para agrupamientos y líderes que hasta suelen ser críticos del modus vivendi actual, y en tono apocalíptico o no, ofrecen una “salida” a eso que es más que un malestar. Una salida, o también una permanencia en una suerte de vida paralela apartándose de toda crítica. Así, entre los efectos negativos que este histórico-social produce, está la proliferación de modos de agrupamiento denominados sectas. Que no son modos nuevos, pero sí es novedosa dicha proliferación. Así, tenemos hasta aquí un fundamento sociogenético de la incorporación de los sujetos a las sectas en la actualidad, que cabalga sobre sus efectos en la psique. Y algo más.
Creencia, desamparo y castración
Estos grupos se asientan en una característica humana por excelencia: la creencia, el deseo de creer. En el caso que nos ocupa, creer o reventar, quiere también decir que en determinadas condiciones de la vida social (también individual pero no me ocuparé de ello en este texto) si no se puede creer en algo, no se soporta, no se banca más, se revienta, se explota. Como si la vida sin creencia no tuviera sentido. Mientras que para Sócrates, lo que no tenía sentido era la vida sin examen, sin pensamiento. Hablamos de una creencia que es a costa del sujeto. Las creencias que impulsan las sectas proponen – como dice el tango – andar sin pensamiento. Pensar es enfrentarse a la incoherencia, al conflicto, al desgarramiento subjetivo – aun en presencia de una creencia - . Pero desde que nace, el humano siempre se ve tentado de escapar de todo conflicto, de encontrar un estado de reposo psíquico, de volver a hallar ese estado producido en el encuentro originario con la madre, cuya pérdida lo arroja al desamparo.
Así, el desamparo está en el origen de la creencia [1], es su motor, empuja al deseo humano de querer reencontrar en la escena de la realidad una figura que permita el regreso al estado fusional/oceánico, originado en esa primera puesta en relación que es la experiencia de satisfacción, lugar de la certeza, perteneciente al registro del ser del sujeto. Pero también está la búsqueda de un otro que proteja de la angustia de castración, relativa al registro del tener, y estando ubicado en el lugar de ideal del yo; mientras que en el primer caso se trata del encuentro con un estado que proteja de la angustia de desamparo o automática. Esta última es la que más nos interesa para el análisis de los mecanismos puestos en juego en las sectas.
Así, el desamparo y la castración son las fuentes psicogenéticas de la creencia, y el incremento del desamparo a manos de la cultura actual la fuente sociogenética de lo que se pone en juego en las sectas de modo privilegiado.
Uno de los problemas que esta cuestión plantea, es la presencia de estas dos angustias en otros fenómenos de masas que en general no se asocian con las sectas. La institución religiosa - las grandes religiones monoteístas y sus desprendimientos - está entre esos grupos.
Habemus Papa argentino
Mientras estaba escribiendo este texto se produce la novedad de la elección del nuevo papa, que resultó ser argentino. Me propongo realizar algunas reflexiones sobre este hecho, adelantando que no realizaré ni un análisis sociológico, ni político ni teológico.
Lo que me interesa primeramente es resaltar la consecuencia que para el campo simbólico – esa de red de significaciones que mantienen unida a una sociedad – y para los sujetos – que tejen su propio registro simbólico de acuerdo a aquél - tiene la aparición de una nueva significación; en segundo término analizar algunas de las características de la figura papal en términos de la fascinación que produce en muchos sujetos – creyentes o no - ; y finalmente la relación que la Iglesia como sistema creencial guarda con la(s) angustia(s).
En primer lugar, se trata la de la figura del papa de un nuevo elemento en la red simbólica de este país que no estaba presente previamente, que no era calculable. Y como pertenece a una significación central – la de la religión está entre las que hacen al núcleo de sentido de la sociedad instituida - trastoca buena parte de la red de significaciones. Se produce lo que Badiou denomina acontecimiento. Que ocurre no sólo de manera inesperada, inexplicable – como toda creación, que implica irreductibilidad – sino que tiene lugar en una zona de ese tejido que viene mostrando inconsistencia desde hace tiempo en las sociedades occidentales. Recordemos que la significación religiosa fue la central en Occidente durante un extenso período de la Historia. Está claro que esta significación ha ido declinando a lo largo del siglo XX. La muerte de Dios (Nietzsche) dejó un lugar vacante, y dejó a los sujetos sin uno de los mitigadores del malestar en la cultura (Freud). La significación religiosa fue – luego de varios siglos - finalmente desalojada por la capitalista. Cuya fase actual muestra el reinado de lo tecnológico y la ciencia, que pareciera cumplir con el deseo freudiano expresado en el oxímoron del Dios Logos. Pero esa nueva significación central no ha logrado cumplir el mismo papel que la religiosa. Esto es debido al modo que el Otro fue tomando, ya que dejó de tener aspectos amparadores para transformarse en todo lo contrario a partir de su inagotable y vertiginosa demanda de siempre más cuya profundización coincidió con la desaparición del llamado Estado de bienestar. En la Argentina actual se observa un fenómeno mixto, dada la presencia de un régimen que reinstaura cierto amparo, pero compartiendo con el resto de Occidente la supremacía de la significación capitalista en la forma que ha adquirido en las últimas décadas.
La figura del papa argentino viene a instalarse en ese lugar debilitado de la red simbólica, una red que – reitero - permite el entramado simbólico del sujeto.
En segundo término, es visible tanto el impacto colectivo como individual que produce la novedad de su aparición, y cómo esto se produce en creyentes, no creyentes y también en personas que profesan otras religiones.
El estado de fascinación que produce su figura es facilitado por características de la misma. La primera procede del dogma de la Iglesia, del cual participan sus fieles: cada papa es un sucesor de Pedro, aquel sobre el cual Cristo dijo que edificaría su Iglesia y que sería asistido por el Espíritu Santo, cuya misión debía ser gobernar a las ovejas – los fieles -. Lo que ubica en un lugar de excepcionalidad a quien ocupe esa función: de hecho goza de la llamada infalibilidad papal: está exento de toda equivocación cuando promulga sus enseñanzas dogmáticas.
Otro elemento es ese primer acto que realiza: ponerse a sí mismo un nuevo nombre. Ese acto que solamente hacen el padre y la madre, se lleva a cabo con prescindencia de ellos. Si de un nombre del padre se trata, en este caso es el nombre que este sujeto – el que preside la Iglesia de Dios - arroja sobre sí, despojándose del anterior. Seguido de la aparición desde las alturas de los balcones del Vaticano, al tiempo que es anunciado y que se enuncia su nombre. ¿Qué lugar tiene en la cadena simbólica un papa? ¿Acaso tiene algún lugar, o está casi fuera de ella? Los avatares subjetivos de habitar en ese lugar han sido notablemente expuestos por Nanni Moretti en su película Habemus Papa. Tenemos Padre. La figura de ese hombre que al ponerse su propio nombre se pare a sí mismo, se hace padre de sí mismo, se autoengendra, cumple un papel de fascinación, se ofrece a la idealización, y pasa a ocupar así el lugar del padre (ideal del yo) de todos los fieles. Personificación del amparo, que blinda contra la angustia de desamparo. Pero que ofrece mitigar también la angustia de castración.
Angustias que el Otro actual habitado por la significación de lo ilimitado no hace más que profundizar. Es importante destacar y diferenciar la presencia de ambas angustias.
Entonces, en tercer lugar, haciendo un breve análisis de la relación de la Iglesia con estas dos angustias, encontramos que la angustia de castración se manifiesta ante la culpa y la muerte, y la Iglesia de alguna manera la administra mediante diversos mecanismos, sacándole ventaja a la ciencia que no ha podido ocupar ese lugar. La ciencia no libera de la culpa ni promete un sentido trascendental, ni habla de la existencia de algo después de la muerte o de resurrección. Convengamos en que la religión Católica hace de la culpa su eje. Ya que postula el haber nacido culpables (Pecado Original). Es más, exige el sacrificio para expiar las culpas. Dios hace matar a su hijo para liberar de las culpas a su pueblo de creyentes. La confesión de los pecados y la posterior absolución por un padre (cura) son claves en la relación entre la Iglesia y su rebaño.
Por otra parte, y con respecto a la angustia ante el estado de desamparo (que Freud denomina Hilflosigkeit), ligada al otro prehistórico inolvidable que ampara, la Iglesia comparte con todas las creencias religiosas el ofrecer un sentido trascendental ante el sinsentido de la vida, ante ese caos, ese abismo de sentido sobre el cual se asienta el humano. Ese sinsentido que es a la vez fundamento de la libertad tanto como de la angustia de desamparo. La Iglesia propone una alianza que hermana a los fieles, amados por igual por un Padre que los abraza y así les permite recrear ese sentimiento oceánico del origen de la vida, hermanados además por el sentido proferido por Dios del cual el papa es su portavoz, y que le permite conducir a su rebaño: el papa recientemente elegido preguntaba en estos días a sus sacerdotes si estaban oliendo a oveja.
A esta altura podemos preguntarnos si se puede seguir pensando a la religión solamente como a una ilusión (Freud), o como el opio de los pueblos (Marx). A la vista de los profundos estratos de la psique que participan de la creencia religiosa, y teniendo en consideración que hay en juego universales - como lo son las angustias de desamparo y castración -, podemos sostener que esos puntos de vista son limitativos, insuficientes.
Porque ¿es la religión el opio de los pueblos, los adormece, los aliena, siendo la desmentida su fundamento excluyente? Con respecto a esto último, la desmentida es un fenómeno tan general en la vida psíquica que poco nos dice acerca de la religión (ver Creencia, amor y fe, de Carlos Guzzetti, en este número).
Debe tenerse en consideración que la alienación puede ser parcial, y que las grandes religiones monoteístas (cristiana, judía, islámica) conllevan también un saber, una interrogación y cuestiones éticas. Hasta tenemos el caso de la Teología de la Liberación. Pero lo cierto es que tienen otra cuestión más en común: la interrogación, el pensamiento, debe detenerse necesariamente ante todo aquello que ponga en duda su doctrina. En cambio, el pensamiento filosófico, el científico, o el psicoanalítico no pueden detenerse ante nada, su interrogación es permanente, estando dispuestos a volver sobre sus fundamentos: presencia de la marca de la castración.
Finalmente, y no por ser una obviedad debe dejarse de lado como dato, no hay cultura en la que no esté presente alguna forma de creencia religiosa. Que por otra parte nunca cedió un ápice en las ateas URSS y Cuba.
Sectas y estado de alienación
Luego de este interregno ocasionado por la súbita aparición en el escenario del nuevo papa, continuamos con la interrogación referida a las sectas, habiendo recorrido hasta aquí el terreno común tanto para las sectas religiosas y las religiones oficiales, como lo es la creencia. También el estado del Otro y cómo éste facilita el terreno para su proliferación por la destrucción del sentido que realiza, y como consecuencia la presencia de la angustia de desamparo como dato central. Así, he intentado resaltar los fundamentos psicogenéticos y sociogenéticos de las sectas [2].
Voy a hacer hincapié en lo enunciado renglones arriba: en las sectas religiosas lo que está en juego en primer plano es la angustia de desamparo. Entiendo que la utilización de la misma es fundamental para su funcionamiento. Porque el estado desamparo y la angustia concomitante van a favorecer el estado de alienación al líder, clave en el modo de formación de masa de las sectas. Y recordemos que dicha angustia – previa a la de castración – está ubicada en el registro del ser.
Este estado de alienación no está presente en las grandes religiones monoteístas, por lo menos como propósito. Y dicha alienación es masiva, no se trata de aspectos parciales, sino que abarcan a toda la psique.
Algunas palabras sobre la alienación: el estado de alienación tiene como finalidad la abolición de todo conflicto en la psique, es la búsqueda del (re)encuentro con la certeza portada por un otro: es un accidente identificatorio en el cual el sujeto se desvanece en pos de la idealización de otro, de una idea, de una causa. Y no necesariamente presupone que exista una patología previa: prácticamente todos los sujetos pueden caer en este estado. Y siempre implica el encuentro con otro que desea alienar y que induce la alienación. El estado de alienación debe entenderse como compuesto, por un lado, por una idealización masiva que el sujeto realiza de quien ejerce la fuerza alienante sobre él, y por otra parte, por la promesa y la posibilidad cierta de ejercer ese mismo poder sobre otros. También: hay otro que es idealizado, pero con una particularidad: nunca es un fenómeno individual, sino colectivo. Debe haber otros que idealizan al inductor de alienación.
Teniendo como finalidad la búsqueda de un estado a-conflictivo – que alcanza a anular todo conflicto entre el yo y sus ideales, de ahí la capacidad de utilización del sujeto para fines que nunca hubiera consentido de no estar alienado -, tiene la particularidad de ser un estado desconocido por quien lo sufre, lo que diferencia este estado del de la psicosis. Con respecto al pensamiento – que veíamos que en las creencias de las tres grandes religiones monoteístas debe detenerse ante todo lo que cuestione su credo – lo que tiene lugar en las sectas es la presencia de la certeza, como algo opuesto al pensamiento. Fenómeno por otra parte – el de la certeza – no solamente presente en las sectas, sino también en el delirio psicótico y en la relación con determinados dogmas. Esto último cabe ser pensado como peligro al interior del psicoanálisis mismo, también en términos de la relación de los psicoanalistas con la teoría, y en relación a modos de funcionamientos institucionales cercanos al de las sectas. Pero también es algo que puede ocurrir al interior de un tratamiento analítico, y lo conocemos como pasión de transferencia, generalmente de la mano de un abuso de transferencia. En esta palabra, abuso, tal vez esté una de las claves que distinguen al modo de funcionamiento de las sectas, sean religiosas o no, de otros modos de funcionamiento grupales e institucionales.
Finalmente: las sectas nos ubican frente a un modo regresivo de la masa, con disolución de las subjetividades en pos de la idealización del líder y/o una doctrina, tal como Freud lo establece en su Psicología de las masas y análisis del Yo. En ese mismo texto muestra la distinción con la Iglesia y el Ejército, masas con mayor nivel de organización, que limitan el estado regresivo de la masa.
Claro que hay otro tipo de funcionamiento de los grupos e instituciones, que promueven la autonomía colectiva e individual, y que entonces se diferencian de los grupos e instituciones aquí tratados. |