I) El psicoanálisis relacional
En Estados Unidos se ha desarrollado una corriente de pensamiento denominada psicoanálisis relacional, que no se enfoca sobre los procesos intrapsíquicos, sino que estudia los vínculos y la capacidad de relacionamiento intersubjetivo que ha desarrollado cada sujeto. Algunas de sus representantes más conspicuas son Nancy Chodorow (1984, 1991, 1994 y 1999) y Jessica Benjamin (1988, 1995 y 1998) quienes llegaron a esa opción teórica a partir de un compromiso político con el feminismo. En sus desarrollos de carrera, el estudio del psiquismo ha sido un punto de llegada, ya que ambas investigadoras partieron inicialmente de los estudios sociales. Benjamin se formó en historia, y realizó luego estudios de filosofía en la Escuela de Frankfurt. Chodorow realizó, de modo previo a su formación psicoanalítica, estudios en antropología y sociología. El interés de estas autoras por la subjetividad, surgió de su comprensión acerca de que no es posible reducir el análisis de los vínculos inequitativos a sus condiciones sociales de existencia, sino que se requiere explorar el modo en que las relaciones sociales opresivas se estructuran en los vínculos de intimidad y en el psiquismo de sus partícipes.
Jessica Benjamin, en particular, dedicó su primer libro, Los lazos de amor, al problema de la dominación psicológica, con lo que se atrevió a internarse en un territorio en conflicto, ya que las teóricas feministas habían rechazado las consideraciones freudianas sobre el masoquismo femenino por considerar que naturalizaban la dominación social masculina, otorgándole legitimidad mediante el recurso sexista de suponer que existen fundamentos anatómicos para las diferencias subjetivas entre mujeres y varones (Meler, 2013).
El feminismo ha planteado la importancia de indagar sobre la dominación erotizada, o sea, el modo en que el poder se entrelaza de modo inextricable con las relaciones de amor. La autora se propuso, en esta obra inaugural, estudiar el modo en que la dominación se ancla en el corazón de los dominados. Con ese propósito, ha puesto en diálogo el pensamiento freudiano con el de otros teóricos, tales como Foucault, Marcuse, Adorno, de Beauvoir, etc. Su análisis crítico feminista de la teoría psicoanalítica, encara un impensable del discurso freudiano: la lucha por el poder no se da sólo entre hombres, sino que también se plantea entre mujeres y varones. Logró de este modo, cuestionar la asunción freudiana acerca del carácter inevitable de la dominación social, para habilitar la búsqueda de su eventual superación.
El interés en comprender la intersubjetividad abarcó desde la indagación en el vínculo temprano entre la madre y el hijo y las relaciones amorosas, hasta incluir el análisis de las representaciones colectivas hegemónicas en nuestra cultura, que propician que se establezca un vínculo entre el sujeto y su objeto, enfoque que constituye en sí mismo, el caldo de cultivo para las relaciones de dominio.
Es por eso que su segunda obra se tituló Sujetos iguales, objetos de amor, en su intento de destacar que la posición de objeto es sólo una ubicación temporaria y reversible que adoptamos en la mente del otro, ya que cada cual constituye un centro de subjetividad en sí mismo. La relación intersubjetiva está lejos de ser armoniosa. De modo constante se plantea una tensión entre el deseo de cada sujeto de incorporar al otro y reducirlo a ser una imago intrapsíquica, una parte de su self, y el anhelo de que el otro se sostenga como un sujeto real, con existencia por sí mismo. La pretensión de incorporar al otro al propio self debe fracasar de modo reiterado, para que la relación se sostenga, rescatando a ambos del aislamiento monádico. Benjamin se apoya en el desarrollo winnicottiano referido al “uso de un objeto” por parte del infante, quien lo ataca de modo destructivo. Sólo cuando percibe que sus ataques no han logrado destruir al objeto y que este sobrevivió, acepta la existencia separada del otro, no reducible al sí mismo.
Otra fuente teórica que converge con los filósofos sociales en el pensamiento relacional, surge entonces de la escuela inglesa de las relaciones objetales y en especial de la escuela del medio o middle school. Los estudios de Daniel Stern sobre la primera infancia sustentan también las indagaciones de Benjamin sobre los comienzos de la vida psíquica, que siempre se construye a través del vínculo primario.
Su tercera obra, La sombra del otro, indaga en el modo en que utilizamos nuestra capacidad de identificación para promover, y a la vez impedir, el reconocimiento de los otros. Plantea que autores tales como Lacan y Fairbairn, han estudiado los procesos de identificación que intentan abolir la diferencia mediante la incorporación del otro, un proceso defensivo que anula la alteridad. Los autores americanos de la psicología del yo, o quienes han desarrollado el análisis del self, han enfocado su atención en los aspectos constructivos de las identificaciones para la edificación del Yo. Benjamin no es proclive a los enfrentamientos maniqueos, más bien tiende a articular los aportes y hallazgos de diversas corrientes teóricas, mientras busca captar esa tensión, que al modo de las paradojas winnicottianas, debe mantenerse, entre el reconocimiento del semejante y su negación. II) Ser o tener: las difusas fronteras entre amor e identificación
La preponderancia teórica del modelo edípico freudiano ha promovido que se estableciera como imagen ideal del desarrollo psicosexual humano el logro de la posición edípica, en la cual el sujeto distingue con claridad que desea a alguien porque posee características de las que el sí mismo carece. Esta distinción constituye en realidad un ideal normativo, ya que cuando se ahonda en la indagación de la subjetividad, es posible advertir que las fronteras existentes entre el amor objetal y la identificación se esfuman de modos diversos. Benjamin ha elegido como guía para elaborar esta cuestión, la idea freudiana acerca de que la feminidad y la masculinidad serían “construcciones de un contenido incierto” (Freud, 1925). Resulta digno de destacar que en la misma época en la cual el creador del psicoanálisis estereotipó y naturalizó la feminidad y la masculinidad de modo taxativo, a través de la desafortunada expresión: “La anatomía es el destino” (Freud, 1924), coexistió en su discurso, ambiguo y complejo, otra postura que cuestiona las supuestas esencias y diluye la polaridad genérica. Esta tensión que se plantea entre la estereotipia que se pudo advertir en muchas culturas y el polimorfismo observable entre los sujetos y al interior de cada uno, es lo que constituye al género, en una “verdad falsa” (Goldner, 2003). La aparente inconsistencia puede zanjarse si comprendemos que las representaciones colectivas que organizan el imaginario tienden a ser polarizadas, pero los sujetos nunca coinciden con los estereotipos, sino que se alejan de los mismos de modos complejos. Benjamin es particularmente sensible a esta cuestión, y es así como ha teorizado acerca del concepto de “amor identificatorio”, o amor al ideal, al sujeto idealizado que se desea tomar como modelo. No se trata en este caso de amar a quien tiene aquello de lo que el sujeto carece, sino de un amor establecido sobre la base de la semejanza, del anhelo de llegar a ser como el otro. Emilce Dio Bleichmar (1985) ha coincidido en describir este amor al Modelo en el desarrollo temprano, previo al Edipo. Esta estrategia deconstructiva de las identidades se encuentra también en mi trabajo (Meler, 1987, 2000). Las elecciones amorosas en apariencia más convencionales, revelan su complejidad cuando se las somete a un análisis pormenorizado. La mujer que elige a un varón exitoso, ¿lo quiere “tener”, o desea “ser” como él apropiándose de sus logros de modo vicario? El varón que agasaja a una mujer hermosa y la colma de atenciones, ¿no se ubica acaso en un rol de madre devota, deslumbrada por su infante maravilloso? Su compañera representa entonces a su self infantil, el niño adorado de mamá. Como se ve, nada es lo que parece, y esta comprensión ayuda a diluir las estrictas fronteras del género, dando espacio a una concepción postmoderna donde se enfatiza la semejanza a expensas de la diferencia, antes sacralizada, y cuya correcta representación ha marcado según algunos discursos psicoanalíticos, una frontera contra la supuesta psicosis o perversión. III) Amor ideal y sometimiento: la paradoja del amor al opresor
Benjamin plantea que durante la temprana infancia, los niños de ambos sexos tienden a experimentar a la madre como “la fuente de lo bueno”, mientras que el padre suele representar al estimulante y atractivo mundo exterior. Como esta autora no reduce el vínculo interpersonal a sus aspectos intra subjetivos, asigna importancia a la actitud paterna real, y describe que en la mayor parte de los casos, el padre se ofrece como Modelo para su niño, mientras que seduce virtualmente a la niña, pero no la autoriza como alguien que llegará a ser semejante a él mismo en cuanto a los logros adultos. Carente del necesario patrimonio identificatorio con la figura que representa la actividad y la autonomía, las niñas tenderán a delegar sus metas propuestas para el Yo en sus parejas amorosas, actitud que favorece la idealización de los varones, y la dependencia emocional con respecto de los mismos. Caracteriza a ese tipo de sentimiento amoroso como “amor esclavo”, y considera que esta situación relacional frecuente, estimula la dominación erótica. Los sujetos se someten ante otros que representan un ideal que consideran inalcanzable; la sumisión vehiculiza la fantasía de participar de la grandiosidad del objeto idealizado. Efectivamente, es frecuente encontrar entre los varones una idealización por líderes políticos, mientras que muchas mujeres sobre valoran a sus tiranos domésticos.
Si bien las madres que hoy trabajan de forma independiente y desarrollan carreras en el ámbito público, son aptas para representar de modo personal los estímulos del mundo exterior, la eficacia de las representaciones colectivas tradicionales excede los aspectos biográficos, generando una inercia subjetiva que favorece la reproducción de las relaciones tradicionales entre los géneros. IV) Deseo de reconocimiento: entre la asimilación o aniquilación del otro y el deseo de que sobreviva
Benjamin recurre al discurso hegeliano para comprender lo que ha denominado como “la paradoja del reconocimiento”. Se apoya en el planteo de Hegel sobre la dialéctica del amo y el esclavo, y a partir de ese modelo plantea que cada sujeto anhela reducir al otro a su sí mismo, negando la alteridad. Pero si triunfa en esta empresa, queda en soledad, porque ha perdido a su objeto. Cuando el objeto resiste y mantiene la tensión entre ambos, sosteniéndose como un centro equivalente de subjetividad, la comunicación se hace posible, y los procesos psíquicos de cada uno adquieren sentido al ser captados por otro sujeto que, aunque es diferente, comparte una capacidad semejante para la subjetividad y la reflexividad. De este modo, la autora identifica un motivo central para la organización psíquica: del deseo de ser reconocido por un semejante. Así se diferencia de la tendencia biologista y endogenista del psicoanálisis, o de su alternativa estructuralista, según las cuales estaríamos cautivos en nuestro narcisismo, del cual sólo emergeríamos para obtener suministros por parte de los otros, ya sea para satisfacer necesidades auto conservativas, deseos sexuales o demandas de satisfacción de la estima de sí. Según la perspectiva relacional, los seres humanos somos sociales por definición, y es en esta condición de vincularidad constitutiva que debemos ser estudiados.
La inmadurez biológica humana, que ha generado el concepto de extra gestación aplicado al primer año de vida, requiere la asistencia constante de la madre o de quien se haga cargo de esa función. Benjamin atribuye al androcentrismo científico, o sea a la primacía de la perspectiva cognitiva masculina, la opción por un relato psicoanalítico sobre el desarrollo infantil que otorga una importancia central a la intervención paterna. V) El vínculo con la madre versus el Edipo como telos del desarrollo
Como reacción contra el discurso freudiano y lacaniano, enfocados sobre el Edipo, muchas autoras feministas, entre ellas Chodorow (ob. cit.), han destacado la importancia para la constitución del psiquismo del vínculo que se establece entre la madre y el hijo. Benjamin, acorde con su estrategia intelectual que busca superar las oposiciones anatagónicas, evita confrontar el foco puesto en el Edipo con una atención unilateral sobre el desarrollo temprano. Sin embargo resiste los intentos de asimilar el trabajo materno de relación al despliegue de un patrón instintivo, y destaca la complejidad y trascendencia que adquiere la capacidad materna de sintonía, de entonamiento con el infante, tal como lo expuso Daniel Stern. Los deseos del infante que atraviesa la etapa del reacercamiento, - descrita por Margaret Mahler-, consisten en obtener un control total sobre su madre, ya que la recién lograda comprensión acerca de su alteridad, lo angustia. Benjamin considera que es necesario que la madre resista los deseos tiránicos de su niño, porque de otro modo, al claudicar, lo deja en soledad, a merced de sus propios impulsos. La subjetivación femenina tradicional conspira contra este propósito; muchas madres no logran sostener su subjetividad frente a los hijos. Este sería un logro, no sólo evolutivo sino social histórico, en tanto se va construyendo una corriente cultural que ofrece el contexto apropiado para la constitución subjetiva de las mujeres.
En consonancia con este relato alternativo sobre el desarrollo psicosexual, Benjamin plantea la existencia de una posición post-edípica. La diferenciación edípica entre la feminidad y la masculinidad suele ser polarizada y estereotipada. Los varones no logran captar realmente la diferencia sexual, sino que tienden a reducirla a una asimetría jerárquica, al interior de la cual lo femenino aparece devaluado. También se ha descrito en las niñas una tendencia a idealizar las propias características y a desvalorizar a los varones. Esta postura fue denominada como “chauvinismo puberal”, y es la que explica la segregación por sexo que se advierte durante la edad escolar.
Plantea que, una vez superada esta posición en la cual el otro es devaluado, es posible proseguir el desarrollo hasta establecer una postura en la cual cada sujeto, una vez establecidas las identificaciones fundadoras de su género con cierta estabilidad, puede jugar, sin angustia, a transgredir las barreras del género. Desde mi punto de vista, esta es una posición que sólo resulta posible alcanzar en un contexto postmoderno, donde los dispositivos sociales de la Modernidad han mutado para dar espacio al respeto por la diversidad, más allá del apego hacia las diferencias netas e inequívocas.
Benjamin (2003) considera que el género es producto de un proceso de escisión, mediante el cual, la mentalidad que prevalece en la cultura, que es el punto de vista del varón edípico, disocia de la representación del sí mismo aquellos aspectos que vincula con la claudicación, la fragilidad, la vulnerabilidad, y los atribuye a las mujeres, mediante un proceso proyectivo. Las representaciones sobre la feminidad la asemejan a la castración. Así surge la figura de la mujer como hija, que es depositaria de los aspectos escindidos de la masculinidad hegemónica. El anhelo masculino de reunificación subjetiva es, en alguna medida, responsable de la figura, hoy frecuente, del abuso. VI) Autoría y propiedad
El interés actual en encontrar modos eficaces para prevenir y asistir a quienes se ven involucrados en situaciones violentas, ha promovido que Benjamin desarrolle dos conceptos que se relacionan con metas posibles para un desarrollo subjetivo saludable. Los denomina ownership y authorship [1]. Por authorship o autoría, entiende la capacidad de reconocer como propios los procesos subjetivos y los actos. Esta actitud se contrapone con los estados de despersonalización y alienación temporaria que caracterizan a los sujetos que cometen actos violentos. Es frecuente observar que luego de atacar a los seres queridos, algunos varones se sienten perplejos, y les cuesta atribuirse esas conductas. Un ejemplo que considero ilustrativo se encuentra en el personaje fantástico de “El increíble Hulk”, quien luego de sus ataques de ira declara “No soy yo cuando me enojo”. La autoría implica entonces una capacidad de asumir responsabilidad por el daño cometido.
Con el término ownership, Benjamin se refiere al desarrollo de la capacidad de contención de los propios afectos y emociones, o sea, la posibilidad de ser dueño de sí mismo. Así como el símbolo fálico que representa la potencia se ha construido sobre la experiencia y la imagen del pene erecto, la autora propone utilizar la experiencia y la percepción de la capacidad continente de la vagina, para simbolizar el logro de esta capacidad de auto contención. Un trabajo anterior de Roger Dorey (1986) desarrolla dos conceptos freudianos referidos a este tema. El dominio sobre los demás se expresa en alemán como “bemachtigüng”, mientras que el auto dominio es transmitido por la expresión “bewaltigüng”.
Sean cuales fueran los modelos que adoptemos para simbolizar el logro de contener los estados de desubjetivación, en los que somos arrasados por nuestros impulsos, considero conveniente desimplicarlos, en el nivel teórico, de su nexo con las diferencias sexuales. La tendencia, hasta el momento universal, a que los actos violentos sean perpetrados mayormente por varones, puede ser superada por un desarrollo social histórico hacia la equidad. La sexualización de esas denominaciones favorece la generalización de un proceso que a pesar su insistencia y extensión, no deja de ser coyuntural.
Además de los conceptos expuestos, el trabajo intelectual de Jessica Benjamin incluye también aportes epistemológicos y clínicos, que pueden ser objeto de otras presentaciones.
Es conveniente superar los prejuicios propios de nuestra condición de expertos formados en un país en vías de desarrollo, para trascender las adhesiones totalizadoras a determinados discursos teóricos que se han creado en el interior del campo psicoanalítico o en sus fronteras con otras disciplinas. La marginalidad puede tener sus aspectos ventajosos, si la utilizamos para realizar lecturas amplias y diversas y crear nuestros propios discursos.
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