Leo en un ensayo que trata sobre la Turquía moderna:
El turco ama las flores y no satisfecho de aspirar su aroma las come en mermelada. Ama la mujer y por nostalgia de una imposible comunión la degusta con pequeñas dentelladas en los pastelitos que se llaman “labios de guapa”, “dedos de muchacha” y “ombligo de mujer”.
Comer ombligo de mujer: no es prerrogativa turca. Los boloñeses llegan más allá y se alimentan de ombligos femeninos hechos a imagen y semejanza del de la propia diosa de la gracia y del amor.
Bolonia no se llamaba todavía Bolonia, sino Félsina. Al pasar por ella Venus probó su aprecio a los futuros boloñeses en forma muy singular, al permitir que tomaran la medida exacta de su ombligo, sin duda el más perfecto del mundo.
El propósito de la gente de Félsina era conocer la divina proporción en su plato apoteótico: los tortellini, parecidos a los ravioles pero en forma de anillo. Cada tortelín es un ombligo de Venus.
Han pasado muchos siglos. Bolonia tiene el dictado de la “la docta”; ahí floreció una de las primeras universidades de Europa. Docta también en la ciencia culinaria. Su cocina es tan rica y refinada que hace palidecer a la inocente sollastría de Síbaris.
Desde luego sabios y estetas como los emilianos y romañolos siempre han venerado a Venus, desde la época etrusca hasta Stecchetti y Fellini: lo que es justo. No se ha perdido el lazo misterioso que una los tortelines con la diosa del amor. Aquí: en boloñés, en romañolo en general, tortelín es ombligo. La madre dirá a la hija: cúbrete el tortelín. El tortelín es una marca más de la hermosura femenina.
Su forma y su tamaño, obtenidos con la punta del dedo medio, corresponden al ombligo perfecto. La Venus de Milo y sus compañeras, ideales de belleza mujeril; Onfalia, “la del precioso ombligo”, reina de Lidia y amante de Hércules, tenía un ombligo parecido al tortelín de Bolonia; o viceversa.
En noviembre de 1977 pasé por Bolonia y en casa de un viejo amigo comí un plato de tortelines: uno por uno, con fruición; casi diría con unción. ¿Y la salsa? A la altura de los banquetes olímpicos. Pero el condimento principal fue mi imaginación. Estaba deglutiendo símbolos.
Este plato de tortelines fue para mí una comunión visual, olfativa, gustativa, táctil con el ombligo de Venus.
* Del libro El ombligo como centro erótico, de Gutierre Tibón. Ed. Fondo de Cultura Económica, 1979. México.
Otras Leyendas
El origen de los tortellini está rodeado de varias leyendas; una de ellas, la más difundida, cuenta que este plato nació en Castelfranco Emilia, provincia de Módena.
Una noche, durante un viaje, Lucrecia Borgia se hospedó en una taberna del pueblo y el propietario se vio cautivado por su belleza. No pudo resistir a la tentación de espiarla por el ojo de la cerradura. Pero el erotizado tabernero solo pudo ver el ombligo de Lucrecia.
Esta visión fue suficiente para producirle un éxtasis que le inspiró la creación de los tortellini esa misma noche.
En otra versión muy similar, el origen se atribuye a un cantinero que, también por el ojo de la cerradura, pudo ver el perfecto ombligo de Venus, mientras la diosa esperaba en la habitación a su amante Adonis.
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