Osvaldo Picardo es hoy, el poeta marplatense más significativo e importante.
21 gramos, su último libro publicado, es un cruce entre poesía, pintura, cine y pensamiento. Sin dejar de lado la observación de lo cotidiano, y el registro de elementos familiares y sociales. En particular sobre la ciudad de Mar del Plata.
Incluso, el título del libro hace referencia al film del mismo nombre, del director Alejandro Iñarritu con guión de Guillermo Arriaga, y las actuaciones memorables de Sean Penn, Naomy Watts y Benicio del Toro.
(Rivers solo, moribundo):
“-¿Cuántas vidas vivimos?¿Cuántas veces morimos?
Dicen que en la muerte todos perdemos 21 gramos.
El peso de cinco monedas. El peso de un chocolatín.
El peso de un picaflor…..”
Con esta cita del film, comienza el libro de Picardo. En los poemas que lo componen, no hay nada superfluo, y nada que no sea elegante. Ni nada que lo sea si sólo es eso. En este sentido, la poesía de Picardo representa más un desafío que un modelo. Su sello observador lo hace un poeta de la mirada y los sentidos. Las sensaciones se convierten en textos poéticos por la operación de una fuerza: “la imaginaciónde lo pensante”.
Para que la sensación acceda a la objetividad de las cosas que nos rodean, hay que transformarla a ella misma en cosa. El lenguaje es para Picardo el agente de cambio: las sensaciones se convierten en objetos con densidad estética, y resonancia reflexiva.
A su vez, en la mayoría de los poemas, se funden dos elementos aparentemente contradictorios: la vivacidad de las sensaciones, a través de la vista, el olfato, el gusto, y la objetividad intrínseca de las cosas. A propósito, el poeta William Carlos Williams (también citado por Picardo en uno de sus textos) decía que la imaginación poética es una fuerza creadora que hace objetos.
Osvaldo Picardo, en 21 gramos, construye una mirada a partir de lo que ve, o sea hace “algo” con lo visto, ya sea un cuadro (La Anunciación, de Lorenzo Lotto) unos films (Taxi Driver, La mirada de Ulises), o unas frutas y verduras de una verdulería de barrio. El resultado es una poesía, que podríamos llamar anfibia: ligada a la tradición argentina que responde a la línea de la poesía del pensamiento. Esta poesía nos une y nos separa simultáneamente de los objetos descriptos. La poesía de Picardo, como por ejemplo, la poesía de Giannunzzi, por un lado tiende a la reflexión, al pensamiento preciso. Y al mismo tiempo no rechaza el aspecto emotivo, y nunca cae en “sentimentalismos poéticos”. Podríamos incluso afirmar, que se trata de un realismo no imitativo, ni mimético. Hay mirada pero no necesariamente fotográfica. Un trabajo poético del alma a partir del ojo. La fidelidad de la palabra justa con lo mirado. Sin estridencia, sin exuberancia, sin fuegos de artificios vacíos. Sin dramatismo barato. Poesía de ritmo sin sobresaltos, de voz no impostada y entonación mesurada.
En síntesis, en 21gramos, se funden tres principios, que no son fácil de encontrar en el corpus de la poesía argentina actual: claridad, precisión y elegancia.
Comentó el gran poeta Joaquín Giannuzzi, a propósito de libros anteriores de Picardo, aplicable también a éste: El mundo como realidad y ficción: ésta es la visión que depara, como discurso disparador, la poética de Osvaldo Picardo. Su lectura nos entrega el ejercicio y el resultado de una mirada de vasto espectro sobre las cosas que nos rodean y nos habitan, las visibles y las escondidas, las evidentes y las secretas.
Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos
Hay algo único en nadar
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede tocar con cada brazada
la intemperie, mar adentro.
Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
como tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y la más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.
Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.
Plano nocturno: el taxi atraviesa el vapor de las alcantarillas bajo luces amarillas
Hay un momento
cuando Travis Bickle dice:
“En cada calle, en cada ciudad,
hay un don nadie que sueña con ser alguien.
Es un hombre solo, abandonado por todos
y trata de probar que existe”.
Es cuando el taximetrista
recorre el laberinto de las calles
y se sumerge en una corriente sibilina.
A oscuras, frente a la pantalla,
me sale pura mitología griega: un minotauro
esperando la llegada de los barcos,
con la culpa de haber nacido.
El insomnio es esta película
con las ventanas abiertas y un televisor
en el ángulo oscuro; alguien asomado
que se droga y la mujer aquella de la esquina.
Deberían decir: “No soy nada, nadie es nada,
todo es inevitable y merecido”.
Pero las víctimas no hablan.
Esperan algún día copiar al asesino.
Bajo una parra el verano recorre la órbita de las abejas
Las uvas ya logran ser también
el centro de gravedad de las abejas.
Son de una variedad dulce
con una delgada piel
de color verde
casi agua.
Un siglo o más hará que las trajeron
de las laderas del Piamonte.
Sólo semillas.
Y en mi boca, su sabor sigue
siendo el de la primera uva.
El racimo pesa con la densidad
de otras leyes de la física.
Va abriéndose paso
desde el futuro.
Se ilumina.
Es esa parte profunda, infantil,
que todavía espera,
colgada del vacío,
no caer.
* Poemas pertenecientes al libro 21 GRAMOS de OSVALDO PICARDO.
Ediciones en Danza, Bs. As. 2014. 90 Páginas.
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