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Algunas consideraciones acerca de la moralidad ilustrada: Hegel crítico de Kant
Por Esteban Benetto
estebanbenetto2003@hotmail.com
 
La discusión contemporánea sobre la moral no puede ser debidamente entendida sin incluir en el debate a quienes, a nuestro parecer, han sido los dos más grandes intentos de la filosofía en ese ámbito. Nos referimos a la Ética a Nicómaco escrita por Aristóteles en el siglo IV a.C y a dos escritos de Kant que condensan su reflexión sobre la moral [1]: la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres de 1785 y a la Crítica de la razón práctica de 1788.

Dado que recorrer estas obras, como la influencia que han ejercido unas en otras sería una tarea ingente, hemos decidido repasar la recepción de la ética kantiana por parte de Hegel, críticas que superaron ampliamente la época en que Hegel las formuló y consideramos aún terreno fértil del filosofar.

El presente trabajo reside en poner de manifiesto las continuidades y rupturas entre el planteo ético kantiano y la propuesta hegeliana. El aporte de la filosofía de Hegel consiste no sólo en señalar los límites y dualismos inherentes a la propuesta de las dos críticas de la razón elaboradas por Kant, sino en salvar y superar las antinomias que se desprenden del planteo ético desarrollado por Kant en las obras citadas anteriormente.

La ética kantiana es deudora de su proyecto gnoseológico. El entendimiento [2] humano ordena espacio-temporalmente los datos amorfos de la experiencia sensible y, de este modo, configura el objeto. Se constituye así el fenómeno, aquello que aprehende el intelecto, aunque la cosa en sí –el nóumeno- quedará para siempre sustraída, oculta, inaprensible. Esta escisión sujeto-objeto (el dualismo al que aludíamos al comienzo) revela y establece, dentro del planteo kantiano, los límites de la racionalidad y de la praxis humanas; por su parte, Hegel concibe la tarea filosófica como la explicitación de lo que es, de una existencia que se inscribe y se despliega en la historia como razón. Una razón que es reconocida como “la rosa en la cruz del presente, como una reconciliación con la realidad que concede la filosofía a aquellos que alguna vez han sentido la exigencia de concebir y conservar la libertad subjetiva en aquello que es sustancial como de no estar con ella en lo particular y en lo contingente sino en lo que es en y por sí” [3].

En el intento de radicalizar y sintetizar los espejismos que se desprenden tanto de la filosofía de la ilustración así como del kantismo, el idealismo hegeliano elaboró una serie de objeciones que se explicitan en los siguientes dualismos: a) en el plano ontológico: la dicotomía entre ser y pensamiento; b) en el plano gnoseológico: la ruptura de la concepción cartesiana de la antinomia sujeto-objeto; c) en el ámbito de la religión: el reconocimiento de un plano inmanente y otro trascendente; d) en la dimensión ético-institucional la escisión entre lo público y lo privado y, finalmente, en el ámbito de la praxis moral: la superación del dualismo entre ser y deber ser.

Este último ámbito de análisis resulta pertinente a fin de dar cuenta de aquellas continuidades y superaciones del programa hegeliano, las críticas hegelianas a la llamada “moralidad ilustrada” de Kant; mientras que luego ahondaremos en el desarrollo de la propuesta hegeliana que se  postula, así, como superación de las aporías en las que incurre la teoría kantiana.    


Críticas a la moralidad ilustrada

En Los Principios de la Filosofía del Derecho Hegel deduce una serie de objeciones contra la ética kantiana, que pueden sistematizarse en cuatro argumentaciones: a) la crítica a una moral que se funda en el puro formalismo; b) el carácter universal y abstracto de esta ética; c) la escisión entre ser y deber ser y, por último, d) el “Terror” de la ilustración.

a) El puro formalismo moral

Para Kant el imperativo categórico exige para su formulación la abstracción de todo contenido. En efecto, como individuos libres tenemos la capacidad de darnos nuestros propios principios prácticos de acción siempre que estos puedan subsumirse bajo la clave del imperativo categórico, que elimina la particularidad mediante la exigencia de que el contenido de los mandatos prácticos sea universalizable e incondicionado. Las máximas se presentan, según el panorama kantiano, como deberes queridos por sí mismos, como operaciones orientadas por la razón práctica que, por otra parte, se funda en el principio de no contradicción.

Esta fundamentación constituye el núcleo de la objeción hegeliana denominada formalismo moral kantiano. Para Hegel el imperativo categórico es una formulación  carente de contenido sustantivo pues la universalidad abstracta del entendimiento, por un lado, no produce  una justificación racional de los contenidos concretos al no ofrecer un criterio de validez no formal, es decir no basado en la simple identidad o no contradicción formales y, por el otro, es una  pura abstracción que permite aceptar como morales las más diversas determinaciones, incluso las inmorales. Por una parte, la razón práctica postula la exclusión de todo motivo material en la determinación del deber moral. Pero a su vez esta voluntad “buena voluntad en sí misma” no puede prescindir de los contenidos particulares, so pena de ser prácticamente inefectiva, moralmente muda por ser vacía. ¿Cómo resuelve esta doble exigencia? Imponiendo a las máximas de conducta la universalidad formal del  entendimiento  (la  no-contradicción),  con lo  cual, lejos de producir contenidos precisos e indicativos de una actitud moral, da lugar a “meras tautologías”. [4]

El imperativo categórico no cumple su finalidad puesto que es incapaz de determinar los deberes particulares al no otorgarle importancia a las restricciones que el mundo real pone al obrar, al no tener en cuenta los preceptos existentes sino como pura y contingente exterioridad, de esta forma, la pretendida primacía de una voluntad incondicionada no logra sustraer a la razón de una condición absolutamente pasiva. El sujeto debe aceptar que distintos hábitos, máximas de conducta, obligaciones sociales e instituciones les sean dados desde afuera, desde una esfera ajena a la razón práctica misma porque sólo así se garantiza la legitimidad del contenido moral de las máximas.

b) Sobre el carácter universal y abstracto de la ética kantiana

La universalidad de la ley moral kantiana no admite un espacio para la vigencia de ninguna doctrina inmanente del deber, tal cómo decíamos antes deviene una doctrina “muda” pues no provee de un criterio de decidibilidad  que permita determinar cuáles contenidos son legítimos y cuales no, esta carencia de un parámetro de evaluación riguroso posibilita, para Hegel, que todo modo de actuar, por más injusto o inmoral que sea, pueda ser justificado ya que cualquier práctica alcanza -en general- sin dificultad la identidad formal que la ética kantiana impone como requisito de la moralidad.

En ese sentido la ética kantiana deja sin responder las preguntas relativas a la aplicabilidad de los contenidos morales de las máximas. De allí que Hegel concluya que las fundamentaciones morales se vuelven vacuas e inoperantes cuando la descontextualización de las normas universales empleadas para la fundamentación no se puedan contrarrestar en el proceso de su aplicación.

 Aquí Hegel propone como solución a esta problemática que toda determinación ética debe ser expuesta en su dialéctica interna, es decir, mediante la explicitación de una relación no formal. El hecho de que el universal abstracto, es decir que el imperativo admita tanto un postulado positivo como su contrario va a condicionar su posterior aplicabilidad, entonces ¿cuál es para Hegel la relación entre la máxima y la singularidad contingente a la que debe ser aplicada? La superación de dicha relación, que implica una confrontación entre lo universal y lo particular, es resuelta a través de la mediación consistente en un  movimiento de despliegue racional fundado no en la experiencia del mero entendimiento que conduce a abstracciones formales sino en una experiencia fundada en un proceso que da cuenta en la particularidad de la presencia de lo universal e infinito.

c) El dualismo ser-deber ser

En opinión de Hegel uno de los equívocos más complejos de la propuesta ética kantiana consiste en la exigencia de un postulado general como garante de su sistema ético y gnoseológico que consiste en la escisión de la razón. Para Hegel la razón pura kantiana no puede fundamentar juicios morales, precisamente porque no puede dar cuenta del deber ser en la finitud, en las determinaciones empíricas. De acuerdo a su crítica, Kant ha limitado la razón; la ha escindido porque no comparte que todo lo real sea racional.
Hegel identifica el dualismo kantiano y propone la necesidad de superarlo mediante el reconocimiento de que ambas instancias pertenecen al mismo ámbito de la finitud, ámbito que siempre está habitado por la infinitud.

El deber ser real no es otra cosa que la norma establecida, no es más que el deber, que tiene existencia y que es razón. Hegel señala que el pensamiento traspasa ambos universos toda vez que ser y deber ser son simplemente modos de la misma esencia o espíritu.

d) Crítica a la Ilustración

La crítica a la ilustración se despliega en dos momentos distintos. Una primera argumentación es desarrollada por Hegel en la Fenomenología del Espíritu en donde arremete contra el “exceso de ilustración”, contra el escaso alcance de los conceptos positivos que los ilustrados concibieron y sobre todo contra las explicaciones y consecuencias eudaimonistas que hacen de la sociedad y del individuo una cuestión meramente utilitarista. En este sentido ironiza advirtiendo que para la ilustración el hombre pasea por el mundo como si fuera su propio jardín; un jardín en donde ha sido puesto a su delectación, gusto o disgusto y en el que lo máximo que puede pedirse es la utilización de la buena voluntad.

El segundo argumento crítico, que es presentado en la Filosofía del Derecho, le atribuye a la Ilustración algo más que la creación de bellas y grandes abstracciones: le imputa el haber inaugurado un pensamiento tan absolutamente crítico que no sólo se muestra incapaz de conciliar el mínimo acuerdo con lo que existe, sino que además pretende reinventar todo el universo del problema.

La ilustración pretendió hacer del sujeto un juez de la historia, la sociedad y el estado, capaz de franquear cualquier tipo de determinación. Y esto no puede y no debe hacerse porque según Hegel individuo y sociedad, subjetividad y objetividad son inconmensurables.

Para Hegel es necesario desmantelar el proceder de los ilustrados pues al encubrir desigualdades concretas, al pasar por encima de lo que es real, la ilustración pone en peligro la vigencia efectiva del contenido de todas las abstracciones.

Lo que existe y tal como existe no existe sin razón y una filosofía que desconozca esta premisa elemental inaugura e instaura el caos y la utopía, de esta forma el sujeto “razona” a partir de abstracciones; la noción de libertad que Hegel presenta no puede confundirse de aquella postulada por Kant y los Ilustrados; esta concepción intelectualista, vacía, unilateral y atomista que ignora y critica todo lo estable y asentado, termina convirtiéndose en una suerte de furia destructiva; a esta libertad Hegel le imputa un impulso subversivo que aleja al pensamiento del universal válido (planteando un falso universal, un “universal” abstracto), pues al fundarse en una subjetividad vacua y formalista desconoce la verdadera dimensión de la libertad que para Hegel adviene con el Estado.

e) La eticidad

El mayor problema del universalismo abstracto que, en la propuesta kantiana se desprende de su planteo formalista, radica en que no da cuenta del tránsito de la universalidad a la particularidad y coloca como agente mediador de esa transición al sujeto mismo. Para que la voluntad libre no siga adoleciendo de aquella abstracción debe darse existencia y el primer material sensible de esta existencia son las cosas exteriores.

Lo que Hegel llama eticidad no es ya meramente la forma subjetiva y la autodeterminación de la voluntad sino la realización misma de la libertad. Es la vida ética cimentada en un sistema de instituciones políticas y sociales, en una libertad que ha devenido mundo existente y naturaleza autoconsciente.



 
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Notas
 
[1] Ética y moral se han utilizado ambiguamente, pese a que hay quienes han trazado una distinción: la ética sería la reflexión sobre la moral. Hegel ha restringido el uso del término “moral” de origen latino (mors, moris) para señalar el aspecto negativo por su carácter abstracto y éste sería el modo en que Kant lo expuso;  en cambio se reserva el término “eticidad” de origen griego (Éthos, ἦθος) para su propuesta. Para el mundo griego y para el romano ambos vocablos significaron lo mismo: “costumbre”.
[2] Nos hemos mantenido fieles a Hegel al usar el término “entendimiento” especialmente por el énfasis puesto por el autor para diferenciarlo de lo que él llama “razón”, ambos vocablos remiten a facultades que el filósofo alemán se empeña en distinguir; por decirlo muy sucintamente: el entendimiento procede a partir del conocimiento de lo sensible y no puede traspasar el ámbito de lo fenoménico, para Hegel este tipo de conocimiento es insuficiente para entender lo real-racional que sólo es plausible de ser conocido por la razón.
[3] Hegel, G. W. Friedrich, Principios de la Filosofía del Derecho, Barcelona, Editorial Edhasa, 1999, p. 61.
[4] Dotti, Jorge, E., Dialéctica y Derecho, Buenos Aires, Hachette, 1983, pp.44-45.
 
Bibliografía
 
Dotti, Jorge, E., Dialéctica y Derecho, Buenos Aires, Hachette, 1983.
Hegel G. W. Friedich, Principios de la Filosofia del Derecho, Barcelona, Editorial Edhasa, 1999.
Hegel G. W. Friedich, Ciencia de la Lógica, Buenos Aires Ediciones Solar, 1993.
Kant, Immanuel, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Madrid, Espasa Calpe, 1981.
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