Las hijas del Cid, Ignacio Pinazo, 1879. Diputación de Valencia, España.
Las hijas del Cid, Ignacio Pinazo, 1879. Diputación de Valencia, España.
Imagen obtenida de: https://es.wikipedia.org/wiki/Estilizaci%C3%B3n_de_la_violencia
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La cabellera femenina (*)
Selección Héctor J. Freire
hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
 

De su simbología erótica
                       
                             De noche te alisaba los cabellos
                             Y me dormía meditando en ellos
                            Y en tu cuerpo de rosa: mariposa

                                                              Blas de Otero

Es indiscutible que una exuberante mata de pelo posee una dimensión sexual, puesta suficientemente de relieve por los estudiosos que han investigado sobre el tema en las áreas de la sexología y del psicoanálisis. Ello ilustra el por qué en las religiones haya sido una constante la prohibición de que la mujer mostrara sus cabellos.

De entre los muchos ejemplos que podríamos exponer, hay uno especialmente severo ante esta transgresión. En la época de los Capetos, Guillermo, arzobispo de Rouen, decretó en un concilio celebrado el año 1096 que las féminas que conservaran y exhibieran los cabellos largos serían excluidas de la Iglesia durante toda su vida, prohibiendo a sus familiares y allegados que, incluso después de su muerte, rogaran por sus almas.

Pero no es necesario remitirse a tan lejano pretérito para ilustrar esta represión de uno de los atributos de la belleza femenina: aún hoy en día, entre los musulmanes y los judíos ortodoxos sigue vigente esta interdicción.

En el mundo de los símbolos es frecuente establecer una relación directa entre la abundancia de pelo y la potencia sexual, lo que, por extensión derivaría de la creencia en la fuerza vital de la cabellera. Esta asociación ha sido especialmente seductora para la literatura amatoria, en prosa y en verso, que ha creado infinidad de escenificaciones eróticas que establecen inequívocas correspondencias entre sexo y pelo:

                          Sus ojos se cerraron como rosas
                          Y noches de amor fueron sus cabellos.

Escribirá un joven Rilke, en su El libro de las horas. Verso templado que contrasta y ayuda acentuar la brutal contundencia erótica de Federico García Lorca en una poesía a Lucía:

                           Aquí estoy, Lucía Martínez.
                           Vengo a consumir tu boca
                           Y a arrastrarte del cabello
                           En madrugada de conchas.

Las palabras de los poetas saben de la complicidad cabellera-sexualidad, y penan sus versos cuando aquella está huérfana de caricias. En Elegías, el mismo Lorca expresará:

                            Te marchitarás como la magnolia
                            Nadie besará tus muslos de brasa
                            Ni a tu cabellera llegarán los dedos
                            Que la pulsen como las cuerdas de un arpa.

Y don Manuel Machado, incidiendo en esta orfandad, escribirá:

                            No tienes quien hunda
                            Las manos amantes
                            En tu pelo hermoso, y a tus ojos negros
                            No se asoma nadie.

Las bellas surgidas de los pinceles venecianos y de las telas de Dante Gabriel Rossetti conocían bien el arma de seducción que era una rutilante melena.

La colección Thyssen-Bornemisza posee un soberbio retrato de mujer, sin duda el mejor y el más refinado de los que realizó Palma el Viejo. La figura corresponde probablemente a una famosa cortesana veneciana de sobrenombre La Bella. Cubriendo suntuosamente sus marfileñas carnaciones, de las que sólo permite ver su amplio escote, una rubia dama sostiene con una mano, en gesto de mostrar al espectador, una guedeja de su cabello, mientras mide con su mirada el efecto que produce en el que la contempla. Imagen basada en precedentes suministrados por Ticiano, esta obra trasluce una sensualidad luminosa, muy del gusto de la Venecia de la época, donde se había creado un mercado artístico con manifiestas tendencias al erotismo.

Este gesto de segura complacencia ante la hermosura de la propia cabellera, la entrega a su cuidado y disposición, aparece en infinidad de obras pictóricas. Mujer del espejo (Museo del Louvre) en la que seguramente la misma modelo que posó para Flora –pintada por aquella misma fecha- contempla, y da a contemplar, una vedeja de su pelo rubio y largo que sostiene, como la dama de Palma el Viejo, con su mano derecha.

Unos diez años más tarde, el maestro veneciano pintaría otra figura femenina que sujeta su cabello para sacudirlo del agua, y lo muestra de forma similar. Su famosa Venus Anadiomena (National Gallery of Scotland, Edimburgo), de formas amplias y vitalista materialidad, abandonando el agua que la vio nacer, inclina hacia adelante la cabeza bajo el pelo de su larga melena perfumada de mar.

                                  ¿No sabes que los cabellos
                                  Los peinan peines de plata?
                                  Si a ti te los peina el viento,
                                  ¡mejor que mejor, serrana!

                                                         Rafael Alberti

 

(*) Fragmento extraído del libro La cabellera femenina (un diálogo entre poesía y pintura), de Erika Bornay. Ediciones Cátedra, Madrid 1994.


 
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