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Saturno devora a sus hijos, Rubens, 1636-37. Museo del Prado.
Saturno devora a sus hijos (detalle), Rubens, 1636-37. Museo del Prado.
Imagen obtenida de: https://es.wikipedia.org/wiki/Estilizaci%C3%B3n_de_la_
violencia#/media/File:Rubens_saturn.jpg
Poesía de pensamiento. Palabras e ideas (*)
Por Osvaldo Picardo
opicardo@gmail.com

I

El tema de la charla fueron unos versos del poeta argentino Alberto Girri. Increíblemente hay personas en el mundo que pueden todavía hablar de poesía. Los versos que mi amiga recitó de memoria, eran del poema “La condición necesaria” que comienza diciendo:

En la ilusión de que posees
un yo creador, indestructible,
justo y sin deformidad,
fortaleza
en el dominio de las evidencias...

Mi amiga, que es una joven profesora de literatura y también narradora, no podía creer totalmente que eso fuera un poema. Según ella, había una desmedida carga de pensamiento abstracto y una fuerte tendencia a la prosa. Le quise explicar que se trataba de eso mismo: Girri definió su poesía como una investigación de la realidad y su actitud intelectual antes que emotiva lo alineaba a otros grandes poetas modernos como T.S. Eliot o Wallace Stevens. No hubo caso. Tampoco le perdonaba a Girri el uso de un sustantivo como “calcañar”. Así interpretaba, al tiempo que condenaba: “Pero ¿cómo no usó la palabra talón? Quiso sonar bíblico y ahora parece un sermón de iglesia”.

Si bien no entraba en “la supersticiosa ética del lector” que señalara Borges como “la condición indigente de nuestras letras”, su crítica mostraba claramente un viejo dilema que supera el caso particular de  la poesía de Girri. Es el dilema de creer que el análisis y el trabajo intelectual no concuerdan – ni deben concordar- con la realidad y los sentimientos que distinguen a la poesía y que la hacen reconocible para una época determinada. El rigor y cierta complejidad parecen comprometer una idea prefijada del género lírico.

Valéry se refería a esta preconcebida manera de entender a la poesía en oposición al pensamiento, en una conferencia que dio en la Universidad de Oxford en 1939, con el nombre de “Poesía y pensamiento abstracto”. Proponía, entre inquietantes planteos, un abordaje al lenguaje poético por el cual “el pensamiento es, en suma, el trabajo que hace vivir en nosotros lo que no existe”.

En aquella conferencia Valéry da testimonio directo de una muy citada anécdota entre dos grandes conocidos del poeta francés:

“El gran pintor Degas me ha referido  a menudo esa frase de Mallarmé tan justa y tan simple. Degas en ocasiones hacía versos y ha dejado algunos deliciosos. Pero con frecuencia encontraba grandes dificultades en ese trabajo accesorio de su pintura... Dijo un día a Mallarmé: Su oficio es infernal. No consigo hacer lo que quiero y sin embargo estoy lleno de ideas... Y Mallarmé le respondió: No es con ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen versos. Es con palabras”. 

Valéry le da la razón a su maestro Mallarmé pero marca además una sutil e importantísima distinción: las ideas de las que habla Degas potencialmente eran palabras, y agrega:

hay entonces otra cosa, una modificación, una transformación, brusca o no, espontánea o no, laboriosa o no, que se interpone necesariamente entre ese pensamiento productor de ideas, esa actividad y esa multiplicidad de preguntas y de resoluciones interiores; y luego esos discursos tan diferentes de los discursos ordinarios que son los versos, que están extrañamente ordenados, que no responden a ninguna necesidad, si no es la necesidad que deben crear ellos mismos...”

Y concluye: “En suma, es un lenguaje dentro de un lenguaje”. 
También, desde otro ángulo, Antonio Machado en 1931, en su “Poética”, había reflexionado sobre esta cuestión y, después de negar que pudiera existir una poesía netamente intelectual, concluía con una brillante parquedad admitiendo que “tampoco hay poesía sin ideas”.

En realidad, los antecedentes lejanos de esta oposición entre poesía y pensamiento, deberían buscarse en la “antigua querella” que refiere Platón en su República, pero sería una introducción innecesaria que, seguro, Google puede satisfacer con excesiva información. Por ahora, me interesa detenerme en este particular criterio por el que se separa no sólo la poesía del pensamiento, sino también la prosa del verso, lo profundo de lo superficial y así sucesivamente. Muchas veces, en el ámbito de la crítica y de los poetas, ese criterio, casi como un mandato secular, ha venido haciendo silenciosa o ruidosamente una división irreconciliable, como si unos supieran lo que otros ignoran, dueños de un secreto que convierte un texto en un poema y a un escritor en poeta.

Talleres, cátedras, premios y festivales de poesía han reemplazado ruidosamente la lectura sosegada y solitaria de ese género literario que, como ninguno otro, enfrenta al lector con su “ambigüedad ingénita”, como afirmaba Alfred E. Housman, que también se hacía una pregunta importante para cualquiera al que le interese escribir o hacer crítica literaria. El poeta inglés se preguntaba: “¿Seré capaz de reconocer la poesía si llego a encontrarme con ella?” No es una pregunta fácil ni tampoco tiene una respuesta, al menos que yo conozca. Pero creo que está en el fondo de la cuestión que nos ocupa. 

 

II

El ensayo de Santiago Sylvester titulado “Poesía de pensamiento” que apareció en el volumen “Tres décadas de poesía argentina, 1976-2006”, propone reflexionar acerca de una constante transversal que hasta entonces parecía velada debajo de etiquetas generacionales, con que neobarrocos y objetivistas hegemonizaron la visibilidad del reducido  sistema.
El volumen a cargo de Jorge Fondebrider, poeta de reconocida trayectoria y director entonces de la editorial del Rojas, reunía las ponencias de las Jornadas sobre Poesía Argentina que se llevaron a cabo en el Centro Cultural Rojas de la UBA, en abril del 2006. Había entonces una preocupación por reconocer el problema de la “diversidad” de la escritura poética de aquellos treinta años, la variedad de modelos, discursos y prácticas  que lejos de tomarse como una verdadera dificultad, parecía ser el carácter distintivo de la etapa dictadura-posdictadura. 

Fondebrider aclara en el primer capítulo, que “intentar una síntesis que contemple todas las alternativas es poco menos que imposible; por lo tanto, no queda otro remedio que centrar la atención en las líneas de mayor desarrollo y descendencia. Entonces, se dirá, y con razón, que ésa no es la poesía argentina. Corresponde añadir que, al menos, es una parte acaso sustantiva...”
Dejando a un lado las prevenciones que siempre atormentan al compilador y al antólogo, Jorge Fondebrider había generado un decisivo acto político y editorial, en un sentido público de legitimación y oportunidad. Sólo con ver el índice del volumen, el lector se puede dar cuenta de que se reunían fuera del ámbito específicamente universitario, opiniones de figuras influyentes, tanto académicas como extra académicas, ampliamente diversas en sus estéticas: Osvaldo Aguirre, Jorge Aulicino, Javier Aduriz, Alicia Genovese, Martín Prieto, D. G. Helder, Edgardo Dobry, Daniel Samoilovich, Daniel Freidemberg, Santiago Llach, Anahí Mallol, Tamara Kamenzain, Martín Gambarotta, Rodolfo Edwards, Emiliano Bustos,  Ana Mazzoni y Damián Selci.

Pero el dispositivo historicista y las perspectivas consagradas por un mercado editorial restringido terminan convalidando, por aceptación explícita o implícita, la dialéctica entre grupos adversarios como objetivismo vs. neobarroco, interpretando la historia reciente como una sumatoria de representantes generacionales y una sucesión de ismos más o menos en conflicto. 
Es entre todas esas voces y en ese contexto donde el poeta salteño Sylvester ensaya una definición de la “poesía de pensamiento”. Afirma que constituye una “actitud” que se refleja en el lenguaje, en un intento de precisión o, mejor aún, en un tono y una manera de hacer sonar las palabras”. Además agrega que en su opinión “ésta es la línea poética más típicamente argentina, al menos en los últimos cien años”.

El poeta proponía de este modo un salto por encima del dispositivo generacional y de las perspectivas convencionales del mercado y la crítica. El ángulo transversal que intuye en su ensayo recorre las estéticas más variadas por encima de los mandatos de época y señala una tensión que no siempre se tiene en cuenta a la hora de leer estos textos. Actitud, manera o modalidad son algunas de las expresiones que usa para referirse a esta poesía y encuentra su fuente  -simultánea a las vanguardias del siglo XX-  en “el magisterio de Macedonio Fernández”. Para corroborarlo apela al “Poema de poesía del pensar” que Macedonio dedicara a Borges en ocasión de la publicación de “Luna de enfrente” de 1925.

La dedicatoria cobra mayor significado, según Sylvester, si se entiende a Borges como continuador de esa “concepción de la poesía pensada, más que sentida, en la que la emotividad, aunque exista, no se precipita sobre el lector”.

(*) Fragmentos del Ensayo Preliminar, correspondiente al libro Poesía de Pensamiento (Una antología de Poesía Argentina), Ed. Endymion, Madrid 2015.

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