“Algún día, cuando se pueda caracterizar la época en que vivimos, la principal sorpresa será que todo se vivió sin antes ni después, sustituyendo la causalidad por la simultaneidad, la historia por la noticia, la memoria por el silencio, el futuro por el pasado, el problema por la solución.” |
Boaventura de Sousa Santos [*]. |
Vacío y angustia
Me interesa referirme a un rasgo, de frecuente presentación en la clínica actual más allá de las diferencias individuales que se despliegan a poco de escuchar a los sujetos. Quiero detenerme en lo que hay de común entre aquellos que llegan por distintos tipos de sufrimiento y que, sin embargo, coinciden en su facilitación para estar amenazados por el contacto o la caída en lo que incluso nombran como un vacío. Asimismo, evitan todo atisbo de acercamiento al mismo como modo de lidiar con él. No es que éste sea su motivo de consulta. Antes bien, su pase a primer plano es un proceso que sucede durante las entrevistas iniciales -a veces ya en un tratamiento- y que centra luego la atención del sujeto aunque no siempre se resuelva exitosamente.
A diferencia de la consulta que instala como su motivo una adicción, estos sujetos en general no califican como adictivas ciertas conductas que repiten, cuya concreción es apremiante para ellos por motivos que atribuyen a necesidades, gustos, preferencias, placeres y cuya insistencia rara vez les parece preocupante. En general, varias de las cosas que les resultan atractivas, o de las actividades a las que se dedican, son desplegadas bajo una modalidad adictiva. Puede ser un apego incoercible a las pantallas y las redes sociales, una cadena de relaciones -superficiales en general- con hombres y o mujeres, seguidillas de infidelidades que a menudo no pueden atribuir a malestares graves con sus parejas, consumo desmedido en relación con sus posibilidades económicas así como consumo sostenido de sustancias, preocupación y dedicación a una actividad en forma exclusiva y no sólo laboral sino muchas veces en relación con aspiraciones de salud o con propuestas de grupos de riesgo, etc. Finalmente, es un dato frecuente pues se trata del modo en que la mayoría de los sujetos abordan actualmente cualquier elección, gusto o actividad. Por este motivo, a veces la modalidad adictiva se desplaza de actividad en actividad o de objeto en objeto. El sujeto no manifiesta, de entrada, un sufrimiento por esta modalidad, hasta que -en algún momento- logra establecer la serie y verse como el objeto de impulsos incoercibles y con el temido vacío como alternativa si rehúsa su concreción. Esta posición nos remite, claro está, al dominio de la pulsión, que nunca descansa, que se satisface siempre y a pesar, incluso, del sujeto.
Nos hemos referido repetidamente, en esta Revista, a los datos de época que facilitan al sujeto su ubicación como objeto consumido -a su vez- por el consumo de lo que sea. Así, de entre varios artículos, recomiendo la lectura de: UTIM, de Leonel Sicardi; Sobre los límites , de Yago Franco; o El cuerpo , el significante y el goce, Segunda parte: El cuerpo y la época: niños y adolescentes afectados. El capitalismo y su impulso al siempre más es el marco en el que el sujeto, como consumidor obediente, despliega actividades o corre tras objetos sin poder parar. Este dato es el que a menudo llega a afligirlo lo suficiente como para despertar en él una interrogación. La homología, a la que se ha referido Franco en varias oportunidades, entre lo ilimitado del capitalismo y la modalidad del Inconsciente, que desconoce límites [1], es el punto para pensar tanto la persistencia de este sistema social tan perverso como su naturalización. Estos sujetos prestan una adherencia incondicional al estilo así propuesto a pesar de que sus vidas se parezcan cada vez más a una carrera de obstáculos en la que participan sin saber a dónde se dirigen ni por qué pagan los costos que les demanda. La insignificancia los baña y promueve, así, otro empuje al más, bajo la ilusión de encontrar alivio y ante el horror al vacío que de otro modo los amenazaría.
Sublimación y vacío
Hay diferencias entre el agobio que podemos sentir cuando nuestra actividad, bajo las presiones actuales, ocupa mucho de nuestro tiempo y demanda cada vez más dedicación y el vértigo del sujeto que se encuentra con lo incoercible sin poder, finalmente, dar algún sentido a su hacer ni -tampoco- encontrar el placer duradero que proporciona la construcción -a lo largo de los años- de un proyecto, sea del tipo que fuera, y más allá del cansancio que proporcione o de los fracasos que incluya. El sujeto, bajo la modalidad adictiva, no puede detenerse y, si lo hace, no descansa sino que se ve amenazado por un vacío intolerable, por un sinsentido que lo traga y lo hace desaparecer. En el interior de un proyecto deseado también nos encontramos con lo incoercible pues es la marca presente en la sublimación, destino pulsional que prescinde de la represión. Sin embargo, aunque pueda ser vista como otra clase de carrera de obstáculos, la construcción de un proyecto conlleva placer y las dificultades y desafíos se albergan en un ámbito que los contiene que es el de las significaciones que privilegiamos en relación con ese proyecto.
Lacan ubica al vacío como central en relación con el problema de la sublimación. Apunta, así, a la creación ex nihilo, de la nada, aunque aclara que nada se hace a partir de nada. Y lo ejemplifica con la creación humana más primitiva: la vasija, obra que es creada no a partir de la nada sino a partir de una materia puesta a rodear un vacío central que es su interior, ya allí en el proyecto, aunque sólo surja con ese barro que lo rodea creándolo. La fundamentación está en el Proyecto freudiano, en la definición de das Ding, esa Cosa inaccesible, a diferencia de la Sache y la Wort. En el Complejo del Semejante, Freud aísla esa naturaleza que permanece como extranjera en el objeto, ese primer exterior, ese Otro absoluto del sujeto que éste tiende a reencontrar, que organiza su primera reacción y, de este modo, la elección de neurosis, ese afecto primario anterior a la represión. El mundo de las representaciones, en su orientación por el principio del placer, girará en torno a ese centro que, a su vez, se encuentra fuera de todo significado.
El arte, entonces, es para Lacan, “cierto modo de organización alrededor de ese vacío” [2]; la religión, por su parte, evita por diferentes modos ese vacío, aunque éste permanezca en su centro, lo cual la califica de sublimación; la ciencia, finalmente para Lacan, trata el vacío por el descreimiento, en la medida en que lo rechaza y apunta a un ideal de saber absoluto. Es, por ello y en esta época, la ciencia -con la técnica como aliada- la que toma en sus manos la construcción de objetos -a pedido del mercado que puede financiarla- cada vez más sofisticados, en ese camino que busca colmar el vacío central, hacerlo desaparecer. Así, en esa ruta tambalean las barreras del asco y de la vergüenza, así como los obstáculos de la moral, diques que Freud señala como esenciales a la construcción de la subjetividad. Lacan vincula el asedio a ese vacío central con el avasallamiento de la prohibición del incesto, que quedaría -en esta conceptualización- reducido a su aspecto más estructural: la preservación de ese vacío inasequible. El principio del placer es un regulador, en ese sentido, que ordena las cadenas significantes y sus efectos de significación, efectos/afectos sobre el sujeto.
El objeto que ofrece la tecnociencia
Hoy se ejerce, bajo la dominancia del capitalismo y su mercado, una apuesta al forzamiento, al más allá del principio del placer y -a la vez- una urgencia intolerante con cualquier mediación. El objeto en cuestión, el que la tecnociencia produce para ese mercado, es una prótesis al servicio de un goce que se pretende absoluto y, por lo tanto, relanza la apuesta mediante una repetición adictiva. Nada puede, y por lo tanto nada debe, quedar descubierto. No se trata de la búsqueda que se relanza desde la insatisfacción esencial al deseo. La angustia y el horror al vacío son, en la conducta adictiva, los motores que responden a la completud prometida por la oferta del objeto que colmaría toda falta. El recorrido deseante supone -en cambio- complejidad psíquica, espera, mediaciones, promesa y proyecto, signos de la operación de la castración. Lacan define al objeto de la sublimación como aquel que es “elevado a la dignidad de la Cosa” [3], en ese sentido inasequible. Por eso, para ejemplificar en ese objeto la preservación del vacío central, es que toma al amor cortés como ejemplo. El caballero, en el cortejo de la Dama, la rodea y envuelve con su prosa, su poesía o su música.
En el actual contexto epocal -magma significativo para Castoriadis- el vacío -esencial a la sublimación- es difícilmente preservado; se convierte en amenaza frente a la que el sujeto no tiene defensa si no es el empuje al consumo de objetos, conductas o cualquier tipo de prótesis que la obture, a riesgo de caer en estados de angustia intolerable.
Esa mágica aptitud
Cada vez que Freud menciona la sublimación alude a una cualidad subjetiva que la favorece pero que permanece como imposible de definir con exactitud. Así, -en diferentes momentos de su obra y para tomar sólo algunos ejemplos- habla de “aptitud” [4], de “enigmática facultad” [5] y dice que no sería explicable por el Psicoanálisis [6]; agrega, asimismo, que sólo sería asequible para pocos seres humanos [7], se detiene en la constitución del artista [8] y recurre a las “bases orgánicas del carácter” [9]. Todas sus afirmaciones respecto de la facilitación para la sublimación remiten al aporte constitucional. Podemos leer, en este punto, lo que hace a la particularidad humana de la constitución en el Otro, tanto el primordial como el Otro social. Es por ello que situamos lo propio de la aptitud sublimatoria en ese momento inaugural del sujeto así como en los primeros años de vida. Son aquellos que, cuando falla la operatoria, culminan en desnutrición -y no sólo alimentaria sino también subjetiva- en tanto carencia de complejidad psíquica, desamparo simbólico/afectivo. El doble efecto del Otro en la constitución hace a lo disfuncional en el humano, así como al bagaje de sus recursos subjetivos.
Hemos sostenido, en otros artículos, la importancia estructurante para la subjetividad de la construcción de complejidad psíquica [10]. Ésta permite el ejercicio de la tolerancia, la elaboración de duelos, los desplazamientos en relación con los objetos primarios, la posibilidad de posponer la acción específica y demás recursos subjetivos. El narcisismo, en este contexto, es ya un primer logro en relación con el autoerotismo. Se trata de investir un objeto -en la constitución del Yo- que resulta amado por el Otro, con el cual identificarse. La tolerancia al vacío se gesta, asimismo, en el Fort Da que hace a un ensayo de pérdida que, sin embargo, el sujeto puede dirigir. Es definitorio que las intervenciones en la subjetividad, las que apuntan a esa construcción tanto en el núcleo primario como en el institucional, puedan tener en cuenta todo lo que allí se juega.
Freud, al referirse a los aportes que introduce el Psicoanálisis en la Pedagogía, dice: “Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas formaciones reactivas y sublimaciones sobre el terreno de las peores disposiciones (constitucionales)”. Llama, a este resultado de la incidencia del Psicoanálisis sobre la Pedagogía, “profilaxis individual de las neurosis” [11]. En este artículo, Freud critica severamente a la educación que no toma en cuenta la luz que el Psicoanálisis ha echado sobre la infancia y concluye que aquella busca la normalidad en desmedro de la posibilidad de producir y gozar. Hoy, tendríamos que poder aggiornar estas afirmaciones que se revelaron subversivas para su época. Así, el Psicoanálisis atravesó con sus descubrimientos la rigidez de la Pedagogía, introdujo la consideración de la sexualidad infantil, el ejercicio de la libertad individual, la posibilidad de dar lugar a la palabra de los niños y de jerarquizarlos como sujetos. Sobrevino, entonces, una especie de revolución pedagógica que, desafortunadamente, tiró al niño junto con el agua sucia del baño. Se apuntó a la autoridad y a las jerarquías de tal modo que los niños, frente a la capitulación de los padres y la impotencia de los educadores, quedaron en orfandad. Hoy, en el marco de esta época, asistimos a otro modo de normalizar que apunta a homogeneizar incluso a costa de medicar todo lo que no entre en los casilleros previstos -por ciertas propuestas clasificatorias- para cada edad. Son abordajes conductistas que desconocen los resortes íntimos de la subjetividad para crecer pues prefieren centrarse en resultados vinculados a la producción de consumidores ávidos antes que alentar la vía crítica de los inquietos. Y, cuando los inquietos, de cuerpo y de mente, irrumpen en esa escena, el conductismo cognitivista tiene medicación para remediar las patologías del acto que se favorecen con su propia intervención normalizante. Por otro lado, si consideramos la creciente exclusión social y las precarias -ya que sólo apuntan a favorecer el consumo- políticas de inclusión vemos que una enorme y creciente mayoría está cada vez más alejada de las condiciones que favorecerían la producción de complejidad psíquica. Los docentes actuales coinciden en describir a los chicos como oscilando entre la abulia y la actividad irrefrenable.
En este sentido, cuando decimos sublimación nos referimos a un mecanismo que implica el cambio de meta de la pulsión parcial y que se relaciona con desempeños humanos -exclusivamente- que no se circunscriben al hecho artístico sino que abarcan una amplia gama de producciones. Freud considera que pertenecen a esta operatoria tanto la desexualización presente en la ternura con la que el humano asiste a su cría -la cual preserva la prohibición del incesto- como la cualidad de los lazos sociales, así como los frutos de la investigación humana, íntimamente vinculada con la investigación sexual infantil y sus resultados [12]. Su trabajo sobre Leonardo da Vinci desarrolla ese punto que, en otro lugar, he vinculado con la posición del sujeto frente a la autoridad del Otro en el desarrollo de un análisis y en su culminación [13]. El objeto de la sublimación es un punto de llegada y de relanzamiento deseante, una producción que nada tiene que ver ni con los objetos que ofrece el mercado a las pulsiones parciales ni con la relación que el sujeto establece con los mismos [14].
La clínica del vacío
Freud batalló contra la represión ejercida por la cultura de su época. Aclaró, en muchas de sus obras y ante las críticas de su comunidad científica y los temores de sus detractores, que el trabajo psicoanalítico no atentaba contra las realizaciones de la civilización sino que -por el contrario- las favorecía. Explicó cómo el tratamiento psicoanalítico deja liberada la potencia creadora de parte de las fuerzas pulsionales para que se dirija a metas superiores [15]. Sin embargo, alertó repetida y enfáticamente a los psicoanalistas para que no impulsaran a sus pacientes en el camino de la sublimación más allá de lo que las posibilidades de cada sujeto lo permitiera [16]. Se trata de la economía libidinal de cada quien, terreno en el que la plasticidad es relativa. La viscosidad de la libido y otros nombres freudianos han servido para aprehender la espesura y la adherencia del goce. En los tratamientos, entonces, se impone respetar la mágica aptitud, para nosotros la complejidad psíquica constitutiva, del paciente o correr el riesgo de agregar un sufrimiento subjetivo: el de no estar a la altura de la presión. Freud advierte sobre el forzamiento a la sublimación por parte del analista y lo atribuye a sus resistencias para vérselas con los conflictos infantiles del paciente [17]. Es una posición opuesta a la que le propone al educador, en tanto los niños -en quienes se está jugando la constitución- sí pueden favorecerse de esa estimulación.
La sublimación es difícil para el paciente que describimos al comienzo; su vecindad con el vacío y el desamparo simbólico que padece no la favorecen. La época no estimula ni la represión ni la complejidad, sino la acción y la falta de límites. Hay obstáculos para la sublimación y pobreza subjetiva.
Las demandas terapéuticas implican generalmente la aspiración de obtener un más de bienestar en la vida del sujeto, ya sea en relación con sus afectos, sus logros materiales o de otro orden o para mitigar sus padecimientos somáticos. Creemos que, sin embargo, al sujeto lo afecta una carga a perder, un más de goce que quizás podría encontrar alguna vía alternativa frente a la repetición adictiva que acapara todo. Hay en la clínica posibilidad de abordar -en cada sujeto y según sus posibilidades singulares- la disposición a la pérdida. Una tarea en este sentido puede abrirse al descubrir de qué modo se juega la dificultad que la obtura en cada paciente. Esta disposición puede ser clave.
Desde luego, no hay cómo alcanzar una disposición a la pérdida del goce ni cómo tolerar sus efectos inaugurales, esa particular abstinencia, sin un vínculo transferencial que sostenga la apuesta. En este punto, es todo un desafío la búsqueda del signo, del dato que pueda ayudar en la creación de ese lazo transferencial. El analista es para estos sujetos, como todo lo que encuentran a su paso, un objeto más a ser consumido, del cual servirse para satisfacerse y ya. Encontrar, en cada caso, la brecha para inaugurar otra versión de lazo no está asegurado de entrada. A pesar de esa dificultad, la repetición adictiva puede, por la intervención analítica, dar lugar a retranscripciones, a la repetición que busca lo nuevo, a la invención, en un camino que cincele el goce.
[*] Para leer en 2050.
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