Mi padre miraba el cielo y sabía el tiempo que se avecinaba. Fundamentalmente si iba a llover o no. En mi pueblo, como en tantos pueblos de la benemérita pampa húmeda, se vivía pendiente del campo. Si al campo le iba bien con la lluvia adecuada, a nosotros también nos iría bien. Supuestamente. En los pueblos siempre se hablaba del tiempo, para lo cual existían los especialistas sin carrera meteorológica, entre los cuales estaba mi padre y, obviamente, la gente del campo, los dueños del cielo y la tierra. Se trataba de un conocimiento práctico, en cierto sentido una praxis celestial con la pretensión de eliminar la incertidumbre meteorológica, aunque el verdadero sentido quizás apuntaba a aliviar la ineliminable incertidumbre de la vida. Cuando el clima tenía variaciones inesperadas se decía “qué tiempo loco”.
Hoy por hoy se ha hecho popular en todo el mundo la inefable teoría del derrame de la riqueza, afín a la idea del campo, repartiendo en el mejor de los casos sus sobras. La teoría del derrame es tan cínica como simple, en tanto implica la pretensión de que lo que no distribuye la política lo derramará la inercia de la riqueza. Una suerte de ley natural en la esencia del dinero, capaz de llegar a bolsillos lejanos más allá de la inmisericordia capitalista. Pareciera más que difícil una inercia semejante del dinero esparciendo lo que inevitablemente va cayendo de los bolsillos llenos, justamente de los bolsillos más llenos que nunca en la historia de la humanidad. El banco Credit Suisse se encarga de comunicar todos los años de cómo se agranda la grieta más nítida del planeta: la de la desigual distribución de la riqueza [1]. Que el encargado anual de monitorear dicha grieta sea precisamente un banco suizo es la mayor prueba del cinismo capitalista tan característico de nuestros tiempos.
Elegir o tratar de determinar qué es lo que no se aguanta más en este tiempo inaguantable, es más que difícil en tanto y en cuanto son bastantes las opciones. Dentro de dichas opciones fulgura una que viene a reemplazar la idea del Bien en el resplandeciente mundo de las ideas de Platón: el Cinismo Contemporáneo y Capitalista. En adelante, la triple CCC. En el mundo Inteligible de Platón, las ideas son la única realidad, las únicas esencias, la única verdad [2]. De entre todas emerge una por encima de todas, el Bien, una suerte de sol que pone luz sobre el mundo sensible, material, cambiante, caótico, concupiscente, y demás entretenimientos de la frívola percepción de los humanos. La triple C es el ícono de la actualidad. Cuando el mouse humano se posa sobre él aparece el alma paradójica de los desalmados actuales en su esencia cínica, es decir lo que la RAE define como “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. Imprudencia, obscenidad descarada” [3].
Al reemplazar al Bien platónico, la triple C ha barrido con todos los valores precapitalistas configurando el mundo dominante del siglo XXI, un tiempo loco redundante en el sueño o, mejor, en la pesadilla de la dominación total del mundo, el peor de los mundos posibles al congelarse como un mundo sin otro. Los beneméritos académicos de la RAE quizás escribieron (avant la lettre) la primera parte de su definición pensando en el hijo crónico que llegó a la Rosada portador de un milagro negativo: ni siquiera siendo presidente logra tener discurso. En cambio, para la segunda parte de la definición, se inspiraron (avant la lettre) en el Señor de las Torres Doradas, con toda evidencia su color preferido es el color oro con el que le doró la píldora a millones de votantes, además de ser el color de las nuevas cortinas del Salón Oval, una muestra innecesaria de su mentalidad de Tío Rico, anteriormente El Tío Patilludo, posteriormente Rico McPato.
El orden de las cosas
La casa está en orden, dijo un presidente en ocasión de días difíciles en la ilusión de que todo había terminado. Nunca se termina todo, algo tan sabido como olvidado por la sencilla razón de que lo que se olvida es que no hay todo. Sin embargo, lo que no olvida la ideología dominante es que ese es precisamente su proyecto, el gran proyecto de quedarse con todo, al menos en el país number one. También lo es en uno muy lejano a los top, hundido en la extensión del patio trasero del gran país del norte.
Por cierto, viene a cuento un detalle, EE.UU es un país que no tiene nombre. No sólo en el sentido de la expresión que refiere a algo incalificable, vituperable, para lo cual ya no hay palabras que alcancen. Es que es un país que literalmente no tiene nombre, EE.UU ¿de dónde? ¿Los Estados Unidos Mexicanos no están acaso en el mismo continente? Hace muchos años, en una reunión social en Barcelona, una profesora norteamericana me pregunta muy cortésmente: Jorge ¿tú que eres?. Como la señora sabía que yo era psicólogo me estaba preguntando por la nacionalidad. La pregunta me dio la ocasión para la respuesta dirigida a ella y a toda la reunión. Americano, respondí. ¡Qué bien! Exclamó. ¿De dónde? Argentina, dije con la mayor naturalidad falsa. Seguidamente lanzó: ¡No! ¡Tú eres sudamericano! El ¡qué bien! inicial había desaparecido. Precisamente -repliqué- es muy claro, dentro de la palabra sudamericano convive americano. Lo que sucede –agregué- es que vosotros sois un país sin nombre que se robaron la identidad americana común a todos nosotros, los del norte, los del centro y los del sur. El caso es que lo hicieron con el aval de los europeos: para ellos ustedes son los americanos y nosotros los sudacas. El resultado es visible desde hace muchos años, un país sin nombre y sin fronteras se mueve como local en el país en el que tenga intereses. Dichos países, son muchos en acto. Como que en muchos de ellos tienen bases militares. Por lo demás, potencialmente puede ser casi cualquier país al que tengan que desembarcar violando fronteras que no reconocen ni respetan para combatir el terror con el terror. Bien mirado, la casa nunca está en orden. Ni en la casa universal, ni en la casa singular. Los cimientos de la casa singular y los cimientos de la casa universal siempre se mueven en su inestabilidad esencial a partir de la leña pulsional. Ahora bien, el orden actual de las cosas es lo que no se aguanta más, tramadas en un malestar creciente aún sin explotar del todo.
Los espectros
“El espectro del Capital” del filósofo alemán Joseph Vogl [4] es un libro que habla de algo aparentemente muy sabido, la financierización del mundo. Pero las apariencias en ocasiones sólo son un vistazo de algo con lo que la conciencia humana, al respecto, está más adormecida que nunca en un mundo en que las operaciones financieras no descansan, ni se cansan, invisibles para inmensa mayoría del planeta. El espectro del Capital le apunta justamente a la conciencia de la humanidad. ¿Espectro? “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo” es el comienzo fantástico del Manifiesto Comunista (5). El espectro de estos tiempos es un capitalismo con un sentido único: la economía financiera cuyo principio más íntimo es de naturaleza teológica. Es decir tiende a la eternidad como si finalmente se llegara al fin de la historia. Con la estructura por fin dominando a la historia regida por un dios financiero. Dueño del sentido esencial del orden de las cosas los demás fenómenos son en realidad epifenómenos, es decir fenómenos derivados. El resultado es un nuevo homo, dividido en dos, un homo económicus y un homo consumus. El homo económicus, según el pensador alemán, es todavía un ser con inteligencia, con ciertas libertades, guiado no tanto por el principio del placer, sino más bien por un principio de realidad centrado en la pérdidas y ganancias, alguien que aspira a mejorar su propia vida. Y punto.
El homo consumus –dice- es miope, tonto y satisface intereses ajenos. Muy tranquilo, mientras pueda satisfacer sus necesidades de consumo. Se podría decir aferrado a una lógica de hierro en la que está preso: consumiendo, consume su vida. El homo económicus y el homo consumus más allá de sus diferencias, comparten un ideal. Quizás el único ideal vigente en estos tiempos: ser bien gobernados. Es posible que sea este achatamiento o lo que C. Castoriadis llama el avance de la insignificancia (6), o más todavía, el triunfo de la insignificancia, lo que le hace decir a Vogl que la política no es que sea en definitiva impotente. La política dirá, es cómplice. Tal vez no sea necesario decir en qué y de quién. También la religiosidad es cómplice del orden de las cosas. Sin embargo, no se trata ni de erradicar, ni de combatir a las religiones; ni es posible, ni es deseable. En todo caso, de lo que se trata es de las alternativas a la religión. Así como hay un pensamiento religioso, también es posible un pensamiento ateo. La diferencia está en que el pensamiento religioso es un pensamiento pensado, en cambio el pensamiento ateo es siempre un pensamiento a pensar. Nunca terminado. Saramago decía, “puestos aquí sin saber por qué ni para qué hemos tenido que inventarlo todo. Incluso a Dios. Pero no podemos sacarlo de nuestras cabezas. Ni siquiera los ateos. Al menos discutámoslo” (7). Hace un tiempo Osvaldo Bayer citaba al escritor judío Yoram Kaniuk, nacido en Tel Aviv en 1930 (8), en una frase que apunta al centro de la subjetividad humana en su problemática fundamental. Dice Kaniuk: “se puede ser demócrata o religioso. Una cosa o la otra.”
Antropogenia o Autocreación
La Antropogenia de Esquilo -según Castoriadis- consagró un pasaje de lo pre-humano a lo humano a partir del enfrentamiento de Prometeo con Zeus. Prometeo convirtió a esa especie de zombis que eran los pre-humanos en humanos al incorporarles el arte, el fuego, las palabras, la aritmética etc. y sobre todo, al dotarlos de mortalidad. Ante semejante enfermedad, el coro lo interpela con relación a qué remedio les fue dado. “Esperanzas ciegas” es la impresionante respuesta de Prometeo. En Sófocles, Castoriadis enfoca su análisis en otro enfrentamiento, en este caso la disputa entre Creonte y Antígona por la insepultura o la sepultura del cadáver de Polinices. Las dos autoridades y las leyes en realidad no son incompatibles, pero el problema es que no pueden ser tejidas conjuntamente. Es lo que lleva a la hybris y la hybris lleva a la ápolis. La ápolis es el alejamiento de la política, lo que hoy llamaríamos un ser apolítico. Lo contrario de la hupsípolis, es decir, el buen ciudadano es aquel que se involucra en los asuntos de todos. De la hybris y la ápolis a la denoités el hombre sin límites, es decir la terribilidad.
Antígona es una cima del pensamiento democrático al aludir a la hybris intrínseca de los hombres y de esta forma situarlo frente al problema último del hombre autónomo: la autolimitación del individuo y de la comunidad política. El hombre es el ser más terrible porque nada de lo que hace puede ser atribuido a un don natural. Es la diferencia con los dioses que son lo que son por su naturaleza y lo son para siempre. Los dioses no cambian, ni evolucionan. El límite que pone el poeta a la denoités es la muerte. Según la interpretación de Castoriadis la Antropogenia de Esquilo se contrapone a la Autocreación en Sófocles. Esquilo parte de una condición pre –humana, presentando el pasaje a la condición humana como fruto de un don de parte de un ser sobrehumano. Nada parecido en Sófocles dirá Castoriadis ya que no hay aquí condición pre –humana, en tanto a partir de que existe, el hombre se define por su acción práctica, poiética. El hombre de Sófocles sabe (habría que agregar, o niega) que es mortal, condición que resulta determinante. En suma, la esencia del hombre es la Autocreación. En un doble sentido: el hombre es creador de su esencia. Y esta esencia es creación y Autocreación (9). Aquí Castoriadis encontrará un resultado en rigor nunca formulado en las variadas lecturas de Antígona: la humanidad no tiene un origen. Sin que lo diga Castoriadis, se trata más bien de la invención de lo humano.
La invención de lo humano es una expresión-definición de quién se dice es el mejor crítico literario del mundo, Harold Bloom. Harold Bloom dice que la invención de lo humano se produce en Shakespeare [10]. Sin duda. Pero tal vez se puede decir o pensar que se trata en Shakespeare de una re-invención si la invención de lo humano se produce en aquéllos griegos de hace aproximadamente 2500 años. Ahora bien, la pregunta tal vez imprescindible, ¿es posible o es imprescindible una tercera invención de lo humano? Imposible saber si es posible, pero seguramente es imprescindible en este tiempo loco de agotamiento y desmesura de la humanidad. De agotamiento de las ideas. Una derecha dueña absoluta de un mundo con sus ideas en clausura. Y una izquierda desde hace tiempo presa en el museo y con esporádicos permisos de salida. ¿Qué remedio ante semejante enfermedad? Esperanzas ciegas. En el sentido de lo Inconsciente y del Imaginario Colectivo Anónimo. Ellos tampoco se cansan ni descansan.
|