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Edward Hopper, Room in New York, 1932.
Edward Hopper, Room in New York, 1932. Imagen obtenida de: http://www.taringa. net/posts/arte/13841443/Edward-Hopper-la-soledad-de-un-imperio.html
Breves y ociosas digresiones acerca del hastío
Por Hernán López Echagüe
taller.hle@gmail.com
 



I

Hace tiempo que la dominación de la voluntad de las personas ocurre a partir del consumo apremiante de cosas que a veces muchos suponen banales, rutinarias, lógicas, naturales, hasta imprescindibles o inexcusables. A esa cosa de luchar, matar y morir por los ideales, le ha sucedido el espíritu de luchar, matar y morir por la acumulación de cosas. Al sistema le viene de maravilla. No hay caras auténticas, de las de veras, en cada charla. Hay figuras en pantallitas, hay fotos, videos de minuto. En los bares se reúnen los viejos, los que se quedaron allá, mil años atrás, con su teléfono fijo y negro y con cuatro canales de televisión. Y con diarios de papel en la mano, abiertos de par en par. Si querían verse, se llamaban por teléfono o de una aparecían en la casa y tocaban el portero eléctrico. Las ideas, las ocurrencias, las charlas locas, las declaraciones de amor, los chismes, ocurrían cara a cara; había ropas, peinados, gestos, olores, sensaciones, manos estrechadas, acaso un abrazo. Hablaban de asuntos, discutían, se enojaban, se cagaban de risa. Tenían veinte, veinticinco años. Nadie se ponía a hablar con una máquina cuando se sentía solo. Salían y buscaban gente, orejas. O se emborrachaban. Y les daba por ponerse a militar en cualquier agrupación política. Porque habían charlado cara a cara con alguien y entonces algo los había contagiado, las ganas de hacer algo que no tenía precisamente que ver con sus cosas.


II

La corporación sindical mantecosa es más siniestra que la corporación empresarial mantecosa. A unos y otros les importa un bledo el bienestar del laburante, pero al menos los empresarios tienen la obligación de pagar un salario. Tá, malo, impío, humillante, y muchas veces a destiempo, es cierto, pero deben pagarlo. Al final de cuentas son los patrones, ¿no? Los dueños de la fuerza de trabajo. Así es la cosa, así fue siempre la cosa y así, lo siento, será. Desde luego, el empresario mantecoso, privado o estatal, echa gente a carretadas. Pero sabe que a la corporación sindical mantecosa eso le importa poco y nada. Entonces los ficticios representantes de la clase obrera ficticia hacen de cuenta que charlan, que negocian con la clase explotadora, que el diálogo y ese tipo de coartadas. En realidad, no están haciendo más que tratar y comerciar la vida de personas, de obreros, personas que, en general, creen que esos tipos que los miran desde arriba, desde un palco, están luchando por y para ellos. No, claro, la corporación sindical no explota la fuerza de trabajo, como sí lo hacen los malos. La corporación sindical explota la lucha, el deseo, la necesidad, la desesperación. Explota el hastío. De eso viven: de utilizar en provecho propio el hastío de millones de otros.


III

Mamá, mujer muy bella, Rita Hayworth de estas playas, de paladar fino, afecta al alcohol porque en su época de depresión sin límite no tuvo la buena fortuna de conocer el porro, mamá, digo, echaba mano de un pasaje de alguno de los tomos de La comedia humana, de Balzac (¡Honoré, mi ángel, Honoré!), para decirme que el calor excesivo entorpece sentimiento y razón, que atora la reflexión y conduce a un estado de catatonía que, en cuestión de días, disloca la existencia. Entonces, en cada palabra que se pronuncia, en cada acto, en cada movimiento, prima el instinto de un primate.
Ya verán estos jodidos de mierda cuando llegue el invierno.


IV

Macri se acostó con Menem, que se acostó con Duhalde, que se acostó con Felipe Solá, que se acostó con De la Rúa, que se acostó con Chacho Alvarez, que se acostó con Elisa Carrió, que se acostó con Néstor, que se acostó con Magnetto, que se acostó con Josecito López, que se acostó con Pontaquarto, que se acostó con Hugo Moyano, que se acostó con Mirtha Legrand, que se acostó con Balbín, que se acostó con José Ignacio Rucci, que se acostó con Prat Gay, que se acostó con Alberto Albamonte, que se acostó con Bussi, que se acostó con Lanata, que se acostó con Massa, que se acostó con De Vido, que se acostó con Miguel Del Sel, que se acostó con Patricia Bullrich, que se acostó con D`Elía, que se acostó con Aranguren, que se acostó con Aníbal Fernández, que se acostó con Los Leuco, que se acostaron con Leopoldo Moreau, que se acostó con Scioli, que se acostó con Rodolfo Terragno, que se acostó con Cavallo, que se acostó con Rodríguez Saá, que se acostó con Cristina, que se acostó con Grobocopatel, que se acostó con Luis Barrionuevo, que se acostó con Binner, que se acostó con Milani, que se acostó con la puta madre que los parió a todos.
Por favor, al menos usen forro.


V

Al diablo la democracia burguesa, los funcionarios contumaces, la corporación política, las multinacionales, los semáforos, los códigos de convivencia, las Fuerzas Armadas, las agencias de publicidad, Bill Gates y los jueces corruptos. Al carajo, en fin, este sistema fundado en el castigo y la continua ausencia de libertad. ¿No lo dijo Oscar Wilde en 1891? “El hombre no debería prestarse a demostrar que puede vivir como un animal mal alimentado (...) Puedo entender que un hombre acepte las leyes que protegen la propiedad privada y admiten su acumulación en tanto esas condiciones le permitan llevar una forma de vida bella e intelectual. Pero para mí es casi increíble que un hombre cuya vida es destrozada por tales leyes, pueda consentir su continuidad”.


VI

Por favor, no nos sometan, los medios de uno y otro lado, al martirio de escuchar o leer sus atracones de morbosidad periodística. Está muy bien que eviten el contrabando de ideología y a los gritos declaren que son oficialistas u opositores, pero, por favor, háganlo con una cuota de decoro, de talento, de lucidez, de propiedad. No apuñalen la semántica, la gramática. No difuminen el calor de la palabra, que es lo único de veras revolucionario que nos queda.
Ya no quedan en los diarios y en las revistas artículos de personas que escriban de modo libre, independiente, con algo de estilo y soltura. Todo es chirle, sujeto a urgencias políticas, quizá laborales. No hay cronistas. No hay tipos que deslicen al menos una idea.
La palabra, en esta era de periodismo de voz huracanada, es una cosa, un elemento, una coartada. Cualquier cosa. La usan como mejor les cae. Es un guante, es un soquete, es una piedra, acaso una serpentina; es el puño de una camisa que a veces, según la conveniencia, abotonan o dejan suelto. Es, la palabra, la elección de la palabra, un artificio que usan para dejar entrever otras palabras que no se atreven a decir de modo directo, o para ocultar otras palabras que no se atreven a eliminar de modo directo.
¿Por qué?
El periodismo ya no excita ideas, debates, perplejidad, deliberaciones internas. Genera rechazo o aprobación. Un ejercicio incesante de la opacidad. El periodismo, hoy, en la Argentina, es una entelequia. Los diarios y las revistas son factorías de arbitrariedades. Son el fin en sí mismo. Opinan y sancionan y alaban y desdeñan ya desde los titulares. El periodismo ha perdido el encanto que tiene todo oficio y ha pasado a ser una profesión desprovista de la vibración que causa la novedad; una profesión, como la de ingeniero, la de escribano o economista, que discurre al margen de la incertidumbre y el titubeo. Todo está claro de antemano, incluso antes de sacar el trasero de la silla y salir a cubrir una noticia.
Las noticias, en uno y otro lado, están repletas de opinión, de adjetivación. Una adjetivación sustantivada. La puesta en escena de un clima, de un ánimo. Un abuso de confianza. De los unos y de los otros. Abusan. Atropellan. Siembran una falsa opción que, de raíz, condena a la mudez a los que no les importa ni una ni otra margen del río. A esos locos que andan navegando entre el despotismo que denuncian los unos y la revolución que gritan los otros. ¿Qué nos dejan para decir sin ser considerados funcionales a los unos o a los otros?
Si acordamos que la noticia se ha convertido en una mercancía, y ese fenómeno no es de ahora, sino de unas cuantas décadas atrás, cabe preguntarse qué tipo de mercancía es y quién, quiénes la fabrican. ¿La noticia es un supositorio? ¿Es una reflexión de Stamateas? ¿Es un plato de guiso de lentejas? ¿Tal vez un lazo que nos echan al cuello y cada día, a toda hora, a cada minuto y cada segundo se ponen a estrechar?
En este tiempo de palabras que truenan y nada dicen, salvo las que la voz del amo quiere que digan (amo oficial, amo opositor, tanto da), el grito vende. Y, asunto más triste, empalaga, subordina, doblega, supedita. Adormece.
Diarios y revistas que no publican o hablan de los gritos que cada día, en un rincón y otro del país, suenan. Son gritos que no venden.
En algo están de acuerdo los unos y los otros del nuevo periodismo: hay voces que no tienen sonido; hay voces y opiniones que perturban; hay historias que subyacen y que no merecen ni una porción mínima de atención. De ningunearlas, de condenarlas al susurro, se encargan los unos y los otros. En ese estadio sutil de la censura (¿sutil?) coinciden.


VII

No sé por qué todo lo que está ocurriendo me recuerda a Onganía, los días de Onganía, La Morsa, como lo caricaturizó Landrú desde una de las tapas de Tía Vicenta antes de que Onganía le cerrara la revista.
Tenía poco más de diez años, pero recuerdo lo que leía en los diarios; notas, noticias que mamá me subrayaba y me decía que debía leerlas. Años más tarde entendí que ella lo hacía por razones más literarias que noticiosas.
Supongo que todo lo que está ocurriendo me recuerda a Onganía por esta cosa del sindicalismo partícipe. Esa cofradía de dirigentes lisonjeros que anda por ahí, como que peronistas, como que opositores. Son adictos al canapé. EL CANAPÉ. Porque el primer canapé es el que empieza con el desbarajuste existencial del tipo que cree que representa los deseos de los trabajadores... ¿Cuándo mierda volveré a comerme un canapé? El primero te lo regalan, te lo lleva a la boca la mano del que a partir de ese momento canapequiano te dará de comer.
Supongo que también me trae a la memoria el tiempo de Onganía el lenguaje paquete de los señores paquetes que gobiernan. Una ternura que exaspera. Quieren congraciarse con un mundo de mala muerte que ni por asomo conocen.
Este es el gobierno del canapé.


VIII

El buen periodista (si es que alguno queda), pertenece a la raza de los tipos indignados, insatisfechos, asqueados de las cosas de la vida que viven y han vivido y que tienen certeza vivirán por siempre si no se ponen a contar las cosas. Las cosas: ni más ni menos que las cosas. El buen periodista no sabe que es periodista. Nunca lo sabrá. A menos, claro, que tenga un diploma de periodista, cosa improbable porque en las facultades a los alumnos que por ahí quieren ser periodistas los diploman como comunicador social o algo por el estilo. Ahora el nuevo periodista es un comunicador social. O algo por el estilo. O sea, al parecer le comunica o le informa algo a la sociedad. O la incomunica o desinforma. En todo caso, el comunicador social (fase superior del periodista) sabe lo que está haciendo. A menos, desde luego, que sea un papanatas.


IX

Me confieso: estoy a favor del voto calificado.
Me opongo a brindarle la posibilidad de votar a cualquier persona, tenga 16, 30 ó 50 años, que no sepa hacerse un huevo frito o un plato de fideos, que no sepa cambiar una lamparita, lavarse los calzones, plancharse una camisa, lavar el inodoro, buscar el salero, encontrar su propia ropa, tender la mesa y su propia cama, lavar los platos, aplastar una cucaracha, armarse un porro, barrer, clavar un clavo, etcétera, etcétera, y, cosa ya digna de una patada en el orto, que encima se crea repiola (mueca de porteño vivo, guiño, hombros encogidos) por no saber hacer, o no querer hacer, nada de eso. La consigna de esta gente, es delegar, delegar y delegar. Así nos va.


X

Hoy me dijo Silenzi: “¿Viste esos escritores y periodistas que antes de la nota, o de cualquier texto que escriben, les da por poner una cita, una frase, la reflexión banal de algún escritor, filósofo, ensayista, pensador o poeta famoso? Y la escriben entre comillas, en cursiva. Y entonces seguís leyendo y ves que lo que escribieron no tiene nada que ver con la cita, con esa frase de neón. La ponen para que sepamos que leyeron a esos tipos, para echarnos en la cara su presunta cultura. Pero, por ejemplo, ¿cómo diablos se le puede ocurrir a alguien citar un pasaje de Macbeth como antesala de una nota sobre la interna de la AFA? Lo leí hace pocos días. ¡Vamos! Vos bien sabés que las citas no son para citarlas. En todo caso, para interpretarlas, absorberlas hasta hacerlas desaparecer. Desde luego, los lindos pensamientos, las buenas palabras. Porque de lo contrario es como vivir de cita en cita y nunca embocarla”.


XI

Hay que reinsertar. Reinsertar en la sociedad a los presos. Pero con prudencia y un toque de distinción. No vaya a ser que a un juez torcido se le ocurra reinsertar a un asesino, al pibe que se afanó una ristra de chorizos de la carnicería de la esquina de su casa, al que le robó una cartera a una vieja en la calle o al que rompió los vidrios de un escaparate y se abrigó con esa bufanda y después se sentó al borde de la vereda a chupar vino de un tetra. Tipos, en fin, que deberíamos mandar a la horca. Presos que en realidad son las presas que los ciudadanos de conciencia limpia necesitan tener encerrados para eludir y disfrazar sus delitos diarios: la codicia a todo precio, la infidelidad bien vista, el atropello con sus autos de miles de dólares, sus vidrios a prueba de miradas, sus jardines ocultos, sus parroquias privadas, sus asesinatos decentes, sus dólares de origen sucio, su complicidad taciturna con el gatillo fácil y sus arreglos y desarreglos con el poder político y con el poder económico, que no es lo mismo pero es igual.
Todos los estúpidos de hoy hablan de esa estupidez en estos días: ojo con el tema de la reinserción de los presos. A pesar de que el verbo reinsertar no existe, nuestros gobernantes y los políticos que no gobiernan y los medios de comunicación que no informan nos han dicho que sí, y, al parecer, el término reinserción está destinado por completo a los presos. Hay que reinsertarlos en la sociedad. ¿En esta sociedad? ¿Qué preso, preso por cualquier delito, puede caer en la ingenuidad de desear ser devuelto, hecho un trapo, a una sociedad que lo discrimina, persigue, cataloga, asesina, aparta, subyuga, culea, maltrata, sopapea, denuncia, escupe, patea, putea, oprime, descuaderna, relega, infama, estropea y, digamos, no le deja otra alternativa que sublevarse o resistir a ese estado deprimente de las/sus cosas? A tipos que, como él, cayeron en la heroica y desesperada desgracia de actuar de una manera que las leyes del sistema prohíben, o, en algunos casos, en la sabiduría de rebelarse contra un sistema que los convirtió en cosa, en una cosa digna de ser apaleada, torturada y luego encerrada. Me refiero a la pobreza, al sometimiento, a la explotación, a la ausencia de derechos y la preponderancia de un vendaval de obligaciones de imposible satisfacción, si no ha quedado claro.
En el tren de meterse a reinsertar, se me hace que hay una pandilla de tipos que, en todo caso, debemos reinsertar en la sociedad. Si es que nosotros, los irrecuperables, resolvemos que vale la pena hacerlo, claro. Son los que han hecho y hacen de esta sociedad una garcha. Nombrarlos me suena a ejercicio vano. Me refiero a todos los nombres que cada mañana repletan las portadas de diarios y revistas y llenan con su voz afectada los programas de radio. Gobernantes, peronistas de toda clase, radicales de toda clase, socialistas de toda clase. Periodistas venales. Todos hacedores, parteros y paridos por este sistema de mierda, todos unidos para que el sistema continúe pero con algún maquillaje.
Sobre ellos tendríamos que discutir si vale la pena brindarles una suerte de salida temporaria. Creo que un encierro domiciliario sería en extremo amable. Pero, bueh, lo podríamos aceptar. Y, por lo demás, una prohibición para hablar. Por algunos meses, al menos.



 
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