“Vivimos en el capitalismo. Su poder parece inescapable. También lo parecía el derecho divino de los reyes. Todo puede ser cambiado por los seres humanos y ese cambio suele empezar en nuestro arte, el de las palabras”. |
Úrsula Le Guin [*] |
La urgencia del mercado por maximizar ganancias a cualquier precio se enfrenta con la desesperación de los más afectados; en muchos casos, con su decisión de no dejarse avasallar, la que los lleva a manifestar, a reunirse, a exigir inclusión en un mapa que no los considera necesarios y que -por lo tanto- no da cabida a ningún reclamo. Así planteada, es una situación sin salida. El poder apela, entonces, a la fuerza de la represión. Lo vimos ya y no sólo en este gobierno. Hay historia en todos los así llamados “gobiernos democráticos”, para no referirnos a la sangrienta dictadura militar del 76 y a las otras. La contundencia de los hechos que vivimos ahora, bajo el macrismo, no nos debe hacer olvidar ni los muertos de diciembre del 2001, ni el fusilamiento de Kosteki y Santillán, ni las desapariciones en democracia, ni los miles de casos de gatillo fácil que denuncia la CORREPI, ni la represión por parte del kirchnerismo: el asesinato por la espalda de Carlos Fuentealba, la ley antiterrorista, que ahora facilita los avances de Cambiemos sobre las garantías de los ciudadanos, las acciones de Berni y su gendarme carancho, el aval dado a Milani a pesar de su pasado denunciado en la CONADEP, por citar sólo algunos casos.
Este recordatorio es un marco que pretende plantear una posición respecto de lo que se juega en este momento y diferenciarse de opiniones escuchadas y leídas en estos días. Dichas afirmaciones parecen desconocer este pasado de violencia criminal para poner el acento en el avance represivo del macrismo. Un recorte de este tipo cumple -aunque esa no sea su intención- la función de obturar la comprensión de la historia del capitalismo para instalar como enemigo de la humanidad al así llamado “neoliberalismo”. Se fomenta, de este modo, la apuesta a un capitalismo bueno, decente y progresista, que podría satisfacer las necesidades del “pueblo”. Se desconoce, así, tanto la división en clases como la existencia de los desclasados. Asimismo, se solidifica una falsa coincidencia entre capitalismo y democracia. Se pretende que la democracia sólo es posible en el capitalismo, dando por sentado, de este modo, que en el capitalismo la democracia podría ser tal. Es el capitalismo el que no cierra sin represión, cuando cae el velo de su cara democrática.
También he leído comentarios referidos al Psicoanálisis mismo, los que apuntan a subrayar que éste sólo es posible en democracia. Estos comentarios dan por sentado también que la democracia como tal es posible bajo el capitalismo y confrontan, para ello, a la democracia burguesa con los estados totalitarios como lo fue el estalinista. Creo que todos estos comentarios apuntan a limitar el debate y a colocarlo en una falsa dicotomía.
Es cierto que hay formas aparentemente más benévolas de democracias capitalistas. Son aquellas que conocemos bajo el paraguas de los populismos, formas de gobierno en las que el líder otorga beneficios y prerrogativas a los necesitados. La masa que los sostiene se beneficia, sin duda, así como se distancia de sus verdaderos derechos tras lo que aparece como graciosa concesión de un Padre todopoderoso que ama a sus hijos. Además, sabemos con Freud cómo el líder cohesiona a sus seguidores, bajo las identificaciones -verticales y horizontales- que allí se juegan. Lo que debe convocar nuestra curiosidad es la pregunta por los resultados de estas acciones sobre la pobreza estructural, sobre las condiciones de exclusión social, de educación, de vivienda y de salud, sobre las políticas del extractivismo arrasador, sobre la extranjerización y acaparamiento de la tierra en desmedro de las poblaciones originarias, etc. Vemos que estos temas permanecen inamovibles. No hay, a pesar de los largos años de gobierno populista, verdaderos cambios en estos puntos cruciales del estado de la sociedad.
El capitalismo es bifronte. Ofrece la cara paternalista dadivosa -mientras mantiene intacta la estructura del sistema- y, cuando la sábana agujereada con la que pretende tapar a los desposeídos resulta corta, apela a su cara terrorífica represiva. Los ciudadanos oscilan alternativamente entre sostener al Padre protector y llamar a gritos al Padre del terror para que ponga orden cuando el sistema parece quebrarse. Cuando el terror no puede ya escudarse en la necesidad de “ordenar” y “democratizar”, cuando como ahora nos hace saber que tenemos la manzana rodeada, las mayorías pueden volcar la balanza nuevamente hacia la cara “benévola” del sistema. Así, es muy probable que las acciones desmesuradas que este gobierno está ejerciendo -despidos masivos; aumentos imposibles de tarifas y de consumos; deuda externa impagable; apuesta a las finanzas; medidas que favorecen a sectores de poder ligados al gobierno mismo, o sea: corrupción generalizada ahora como antes; caducidad de casi todas las medidas paliativas que implementó el kirchnerismo; predilección por el gobierno por decreto sin pasar por el Congreso; legalización de una represión salvaje, etc.- lleven al triunfo, en 2019, a fuerzas que hoy buscan aliarse -sin programa ni principios- para renovar una oferta populista. El Padre del terror hace posible el retorno del Padre de la benevolencia. Pero, en esta alternancia, se trata siempre del Padre, se trata siempre de desconocer el lugar de los sujetos, salvo para captar su voto cada cuatro años.
Sería oportuno abrir el campo del debate al ubicar qué condiciones posibilitarían una democracia verdadera, sin por ello suponer utopías. Incluso dentro de las democracias burguesas, sería posible implementar medidas, como los plebiscitos vinculantes, referéndum, audiencias públicas, etc. que favorezcan la participación activa de los ciudadanos a propósito de temas que comprometen intereses cruciales. La representatividad -institución cuestionada por el descreimiento ya que está corroída por una descomposición notable- de la democracia burguesa se vería, así, mitigada por algunas intervenciones que harían indispensable la divulgación y el debate. Ambos términos apelan a posiciones subjetivas de responsabilidad y de crítica. No es que crea que la democracia burguesa tenga muchas posibilidades de mejorar; sabemos que los medios que representan al poder podrían, en esas circunstancias, teñir, torcer o imponer posiciones según fuera necesario a intereses varios. Pero sí creo que al convocar a los sujetos a debatir y pronunciarse se abriría una puerta para sacudir la pereza y que tomemos en nuestras manos algunas cuestiones. Será por eso que a estas puertas, incluso disponibles en la Constitución, no recurren los Padres con los que lidiamos. Nos venden productos ya cocinados pues cocinar abre espacios, peligrosos, para la creación. Así, continuamos escuchando que la inseguridad nos acecha y que hay que implementar la mano dura, así como que esta represión legalizada hoy por el macrismo, que esta pena de muerte vigente de hecho que horroriza a algunos y reconforta a otros, es el arma del neoliberalismo. ¿Y el capitalismo, como tal, la crítica a sus fundamentos? ¿Por qué no se abre ese debate? Hay un “Noli me tangere” que conviene a ambos Padres, que nos mantiene en la alienación, hoy con la manzana rodeada.
[*] Lo dijo en 2014, en el podio, a sus 84 años, al recibir la medalla por Contribución Distinguida a las Letras Americanas que otorga la fundación National Book Award.
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