“Tan apurados están todos, como el Conejo Blanco de Alicia,
y por sobre todas las cosas enajenados, que no tienen más que
ojos y oídos para una relación casi concupiscente con un coso de
plástico con pantallita.”
Hernán López Echagüe (*)
Constitución, identificación y pulsión.
El sujeto es un producto; no está ya allí cuando nace el infans. En su constitución se forjan
soportes, identificatorios y fantasmáticos. Este surgimiento depende de su vínculo con el Otro
primordial y a ese armado lo acecha siempre alguna fractura. Es un animal dislocado y frágil. Hay
vacilaciones inevitables -por avatares esperables de la vida en su conjunción con alguna
vulnerabilidad inicial- que llevan al surgimiento de angustia, u otros destinos posibles, con el
intento de recomponer la integridad subjetiva. Si me refiero a la identificación y a la pulsión es
porque el armado del sujeto tiene aportes simbólicos, imaginarios y reales. El Otro primordial lo
baña con significantes y lo envuelve en flujos libidinales. El infans responde. Para los interesados,
trazo un desarrollo algo más extenso de este punto. (1)
Me interesa señalar que, muy a contramano de una supuesta identidad del sujeto consigo mismo,
hay una versión dominante, fantasmática, de la amalgama de sus identificaciones y de su relación
con un objeto privilegiado, la que dará sostén real a la prestancia imaginaria yoica. El sujeto se
hace, así, un ser, en una significación única y original, desconocida para sí que subtiende su vida
y su historia. Sin embargo, queda siempre un resto que no entra en este armado. El Yo se nutre
de estas vertientes y resiente el intento de retorno de ese resto excluido. A la vez, el Otro
primordial es permeado por cada época y aporta según esos rasgos a su producto, según las
características que mantengan la unicidad en cada sociedad. Entonces, se trata de un inicio
fundante, piedra elemental de lo que conocemos como series complementarias en Freud, que se
continúa con el trabajo del Otro de la cultura mediante sus Instituciones, por ejemplo, y sus
cambios epocales.
Así, hay perfiles que se funden temporalmente en las “significaciones imaginarias sociales”
prevalentes. Es lo que Castoriadis llama “tipo antropológico”, modelos identificatorios que
colaboran en sostener, en cada época, cada tipo de sociedad. Podríamos mencionar al capitalista
y al proletario como ejemplos, pero el mismo Castoriadis cuestionó su prevalencia, hace años ya
(2), y tenemos que esforzarnos por caracterizar lo que hace a rasgos distintivos que promueven la
psique del siglo XXI. Sin embargo, su concepto de proyectos sociales antagónicos -el de la
autonomía y el de la heteronomía- da un marco en el que pensar rasgos fundantes en la
actualidad. No es el tema general que trataré aquí, pero lo podemos tener como telón de fondo
para comprender lo que instituye la subjetividad hoy.
Me he ocupado en varias oportunidades de los efectos de la cultura actual en los niños, los
adolescentes y las familias. Baste mencionar aquí la aceleración que sufre la crianza y la vida en
general; el privilegio de las imágenes, vertiginosas en su sucesión, en detrimento de la lectura; el
déficit simbólico que facilita salidas de descarga motriz antes que espíritu crítico reflexivo; la
valoración de lo nuevo en sí mismo y el descarte consecuente de valores y lazos; el sentimiento
de falta en el que caen los sujetos en su relación con un Ideal de felicidad y juventud
permanentes; el retraimiento y el autoerotismo como protección frente al conflicto; la promoción
del aislamiento en cuanto al proyecto, en detrimento de algún nosotros más consistente; el
consumo como significación privilegiada que con llamativa frecuencia toma formas adictivas; la
vacilación del tabú del incesto y la claudicación del Otro primordial en aspectos centrales, en un
extremo el de marcar de entrada al infans en relación con su sexo. Este conjunto de rasgos hace
al arrasamiento de la producción de complejidad psíquica. La banalización, entonces, la liviandad
y la insignificancia, son consecuencias subjetivas frecuentes, que vienen bien a la lógica
capitalista de mercado.
El sujeto fragilizado y la servidumbre.
Para el capitalismo posterior a las guerras mundiales, Castoriadis señaló un rasgo: “la retirada al
conformismo”, rasgo que coexistiría con un eclipse del proyecto de la autonomía, el peso de la
privatización en todos los órdenes, con la consiguiente prevalencia del individualismo y la
despolitización así como de una atrofia de la imaginación política y una pauperización intelectual.
(3). Esta pintura pesimista traza un marco para lo que hemos trabajado en otros artículos como
desplome de las narrativas, vacilación del Nombre del Padre, caída de los grandes relatos de la
modernidad, etc. Es lo que Castoriadis nombra “ascenso de la insignificancia”. Esa a esta cultura
que adviene el infans y su subjetividad puede estar más o menos afectada por ello. En el armado
entre identificación y pulsión, en el trabajo del simbólico sobre lo real, en su entramado con lo
imaginario, hay diferentes resultados posibles, anudamientos subjetivos distintos para Lacan, que
dan origen a vulnerabilidades varias. En este escenario también se inserta la dupla neurosis y
psicosis, veremos con qué particularidades. El sujeto está actualmente fragilizado, bien dispuesto
a la captura por el discurso del Otro.
Dice Gustavo Dessal: “El sujeto no-identificado no es exactamente alguien que carece de
referentes. Los toma de los significantes amo que el discurso neoliberal dispersa a través de sus
medios, pero lo fundamental es que se trata de un sujeto que no reconoce deuda alguna, ya que
se constituye por fuera de la alienación a las representaciones tradicionales tributarias del
Nombre del Padre. Se debe a sí mismo, y su des-identidad lo prepara para condescender a la
indeterminación cronificada, a la nueva servidumbre disfrazada de carrera en episodios.
Finalmente, esa des-identidad acaba por transmutarse en una identificación al síntoma…del
Otro.” (4). Dessal aclara que no se trata de despersonalización sino de una particularidad de su
constitución. En esta dirección, he señalado en otro texto: “Las subjetividades así constituidas -sin
que la represión sea la defensa central, con otra consistencia identificatoria, con una distinta
relación con el sentimiento de culpa, con una rémora en cuanto a la disponibilidad de recursos
para tramitar los impulsos, etc.- se insertan de otro modo en relación con los ideales, están más
a merced del sesgo tanático del Superyó. En la cultura del “Todo es posible” la relación del sujeto
con el objeto es otra así como es otro el modo en que resulta afectado y es de otra cualidad su
vínculo con el semejante. La violencia es uno de los rasgos que resaltan en este escenario en el
que reina la pulsión de muerte, así como la proliferación de modos de goce ya no encorsetados
por un Ideal ni regulados por la castración.” (5). Hay desmezcla de las pulsiones, en la medida en
que el armado identificatorio se enmarca de este modo.
Me interesa el recorte de Dessal pues remite a que el Otro social juega una nueva servidumbre
con ese desidentificado. En efecto, el autor -al analizar un trabajo de Bauman- vuelve sobre este
punto y se refiere a la tan frecuente promoción del emprendedor exitoso solitario en la sociedad
actual: “(…) la incertidumbre ha dejado de ser una penuria que se procura derrotar, o al menos
disimular. Por el contrario, ha adquirido una forma fenoménica nueva, acompañada por un cortejo
de significantes que le dan justificación y legitimidad: flexibilidad, autonomía, tercerización,
discontinuidad. La precariedad se convierte así en la nueva virtud de la modernidad, en tanto se
le supone un estímulo saludable para la reinvención personal, para la superación autobiográfica
de los ‘desafíos’ del sistema, una fuente de energía para estimular el crecimiento personal y el
fitness necesarios en la carrera por la supervivencia del más fuerte. A la luz de este espíritu
actual, el estado de bienestar (o lo poco que de él subsiste) es visto como un narcótico, una
fórmula que solo ha servido para crear generaciones de sujetos poco aptos para la lucha,
moralmente débiles en la conquista de los ideales socioeconómicos, inclinados a la
autocompasión y adictos a la mendicidad hacia el Estado.” (6) El discurso del Otro social miente
haciendo de defecto virtud.
Veamos un ejemplo claro de este formato en el fraude de los nuevos trabajos independientes que
surgen luego de olas imparables de despidos, como son los de las plataformas app que convocan
a jóvenes para hacer mandados varios y satisfacer los caprichos del consumo de 24 horas sin
moverse de casa. En palabras del abogado laboralista Juan Ottaviano: “Usar la tecnología para
disfrazar relaciones de trabajo por relaciones autónomas no es nuevo. La novedad es que la
economía de plataforma permite eficientizar mercados de transporte de productos y personas, o
de servicios en general. ¿Es la tecnología en sí misma la que precariza? No. Se trata de
relaciones de trabajo tradicionales en donde el avance tecnológico se usa para la intensificación
del trabajo y la producción, como pasó siempre”. (7). Aunque afirma que este modo de emplear
no es legal, se concluye en que la destrucción del Estado de Bienestar se disfraza de avance del
siglo XXI.
El capitalismo hoy necesita, entonces, un sujeto acrítico, enajenado por la alienación a
significaciones que se promueven desde el poder, el que cuenta para ello con los medios de
comunicación a su servicio. La subordinación al “coso de plástico con pantallita” que menciona
López Echagüe toma, así, un lugar primordial. Es una especie de cordón umbilical que une al
sujeto consigo mismo y con otros, lo incluye en una aceleración vertiginosa que alterna con la
angustia del desasimiento que experimenta cuando -por las razones que sean- no está disponible
ese recurso. Asimismo, López Echagüe acierta al calificar de “casi concupiscente” esa relación,
pues la urgencia por mantenerla, así como el alivio al reestablecerla si la pierde, indican que algo
de la pulsión, de su insistencia, en función autoerótica, está en juego.
Estos rasgos de la constitución de subjetividad hacen pensar en la masividad que toman ciertos
procesos de sectarización, de fanatización incluso, a la luz del efecto del Otro sobre estos sujetos.
“El dispositivo identificatorio”, señala François Ansermet, “puede virar a la radicalización: una
radicalización que lleva bien su nombre, puesto que se trata de darle raíces a aquello que no las
tiene. Se puede pasar directamente de raíces individuales, artificialmente reconstituidas, a raíces
de un mal colectivo. Es así que los pequeños males pueden ir hacia el mal absoluto, como lo dijo
Hanna Arendt”. Asimismo, Ansermet menciona una serie de operaciones que la biotecnología
permite a los sujetos que ofrecen su cuerpo en lo que describe como “imaginarios clásicos
propios a las construcciones delirantes de la psicosis”, pero que sin embargo forman parte de los
desarrollos contemporáneos de la ciencia. Y concluye: “Resumiendo, nos encontramos entonces,
frente a un reconocimiento de la psicosis y, por otro lado, frente a un uso que pudiésemos decir
“psicótico” tanto de las identidades como de las biotecnologías. Se trata de dos vacíos que se
proyectan: es esta intersección la que debería ser interrogada hoy de una nueva manera a partir
de la psicosis ordinaria y de sus signos discretos.” (8).
La tecnología y la vinculación virtual tienen, desde luego ventajas. Por ejemplo, se ha
comprobado que -a pesar del aumento de las depresiones entre los jóvenes y los millenials- las
redes han logrado que éstos accedan con mayor frecuencia a pedir ayuda terapéutica en lugares
donde no era para nada frecuente. Esto sucede, según marcan los investigadores, porque la
comunicación virtual ha favorecido la desestigmatización de la enfermedad mental, tan fuerte en
EEUU, por ejemplo, dado que promueve una tendencia a exhibirse, en este caso también referida
a los modos de sufrimiento.(9). La oferta medicamentosa es la respuesta mayoritaria en EEUU a
estas demandas, unida frecuentemente con terapias conductistas cognitivistas, pero eso es ya
otra cara de la dominación mercantil. En la misma dirección, así como el capitalismo se devora
las iniciativas y convierte a emprendedores autónomos en nuevos esclavos, el arsenal
comunicativo y de relaciones que se crea a través de la red abre toda una nueva serie de
posibilidades que ponen el acento en la política con que se piensan y no en el rendimiento por la
explotación: “Hoy las economías colaborativas están alcanzando un momentum, un punto crítico:
el de dejar de verse como iniciativas aisladas y empezar a pensarse como una transición a una
sociedad basada en los bienes comunes. Esta transición no será absoluta ni de un día para el
otro, pero ya comenzó.” (10)
La clínica del “sujeto no identificado”.
Podemos ubicar en esta serie a los sujetos que hemos visto como inmersos en la identificación al
síntoma del Otro, pero también podemos situar así a los sujetos en los que habita un vacío propio
de lo que Miller ha nombrado psicosis ordinarias, herederas de diversas formas de psicosis sin
locura, descriptas por la psiquiatría clásica, así como - en parte- tributarias de lo que se llamó
cuadro borderline o personalidad como sí, allí donde la identificación ocupa otro lugar y denuncia
otra consistencia.
En un texto de Miller publicado en 1987, Enseñanzas de la Presentación de Enfermos, esa
disciplina que cultivó Lacan, figura un caso paradigmático en cuanto a lo que venimos diciendo,
que Lacan incluye como “(…) esos locos normales que constituyen nuestro ambiente”. Describe a
Brigitte, presentada en el año 1977: “Esta persona no tiene la menor idea del cuerpo que tiene
que meter bajo ese vestido, no hay nadie para habitar la vestimenta. (…) Nadie logró hacerla
cristalizar (…) Lo que dice no tiene peso ni articulación (…).” (11). Miller señala luego que en la
clínica es útil distinguir entre lo que llama “enfermedades de la mentalidad” y “las del Otro”: “Las
primeras dependen de la emancipación de la relación imaginaria, de la reversibilidad de a-a’,
extraviada por ya no estar sometida a la escansión simbólica. Son las enfermedades de los seres
que se acercan al puro semblante.” Para ejemplificar lo que sería una “enfermedad del Otro” toma
el caso de un sujeto enfrentado a un Otro perfecto, sin lugar para él: “(…) su vida no tiene el estilo
de una errancia: está identificado sin vacilaciones con el desecho, es una porquería, y toma
evidentemente su consistencia subjetiva de esa certeza insoslayable.” (12)
En estas líneas está esbozado lo que en 2008 nombrará Psicosis ordinarias, para diferenciarlas
de las Extraordinarias, aquellas en las que reina la certeza. El lugar preferencial de la
Identificación está presente en ambas patologías, si bien con rasgos propios a cada una. Marca,
entonces allí, una diferencia entre las psicosis que pueden desencadenarse y las que no. Toma,
como definición lacaniana paradigmática de esta subjetividad “(…) un desorden provocado en la
juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto, (…)”. (13). Se trata de una clínica
diferencial muy fina en la que marca tres externalidades -social, corporal y subjetiva- para
aproximar sus detalles. Son aportes muy ricos para la precisión clínica, pero no quiero
extenderme en este punto aquí. Asimismo, Miller enumera ciertos rasgos determinantes para
certificar -por el contrario- un diagnóstico de neurosis: la relación al Nombre del Padre -no a algo
que puede venir a ocupar su lugar en el equilibrio subjetivo (14)-, a la castración, a la impotencia y
a la imposibilidad, una diferenciación “tajante” entre el Yo y el Ello, entre los significantes y las
pulsiones y un Superyó “claramente trazado”.
En muchos casos, como vimos, lo social presta sus soluciones para que vengan a servir de
tapones, de identidades de repuesto, de articuladores, ante el vacío central. Puede haber más
afectación del cuerpo en un mundo que ha dejado la preeminencia de la prohibición para acentuar
el empuje al goce. En todo caso, habrá que distinguir -en transferencia- entre el efecto de vacío
que emerge de una constitución psicótica, incluso en la psicosis ordinaria, y la vacuidad de un
psiquismo que, más allá de que haya funcionado la metáfora paterna, está inmerso en la
banalización de época que hemos mencionado. En este último caso, encontraremos carencias en
la complejidad psíquica, pero también pruebas de que -por ejemplo- la implicación subjetiva es
posible. El sujeto puede cuestionar sus propios dichos, puede interrogarlos y desplazar su
posición inicial sin peligro de desestructurarse.
Estas diferencias se tornan cruciales en la clínica. Sabemos que trabajamos en el sentido de
fragilizar el referente discursivo, de lograr su desplazamiento, de favorecer incluso la pérdida de
ese referente para promover la asociación libre. En este movimiento, fragilizamos, asimismo,
identificaciones, buscando trastocar, desplazar, el goce. El sujeto, así tocado, puede desconfiar
de su propio dicho y abrirse a otros sentidos. Este movimiento produce apertura del Inconsciente
y moviliza ese marco que, dijimos, es el armado fantasmático que comanda la repetición
sufriente, la misma que provocó su consulta. Así como vemos necesaria esta operación en los
casos de neurosis (15), no avanzaríamos del mismo modo con las psicosis ordinarias, esas que,
desde lo fenomenológico, tanto se asemejan a la subjetividad light propia de la época. De ahí que
se vuelva tan importante su distinción. Asimismo, con estas subjetividades neuróticas fragilizadas
es preciso atender a su posibilidad de tramitar y elaborar nuestras intervenciones.
Así, es clara la necesidad de encontrar aquellos soportes que funcionan como sostén de la
consistencia de cada sujeto. En el caso de la psicosis ordinarias, las suplencias del Nombre del
Padre que impiden desencadenar la psicosis. Sobre todo, es imperiosa la necesidad de ceñir
estas construcciones para trabajar con estos sujetos en la dirección de legalizarlas y avalarlas. La
Identificación, en estos casos, se puede presentar como una suplencia esencial, bajo la forma de
la relación original al objeto, tal cual la lee Freud en Duelo y Melancolía, como incorporación
ambivalente, canibalística, (16) propia de la elección narcisista de objeto.
Este cuidado en la discriminación clínica está muy bien definido en un trabajo de Emilio Vaschetto
con el que elijo concluir: “El tratamiento de las psicosis actuales compromete al psicoanalista a un
punto de prudencia y de verificación más que al ímpetu terapéutico. Muchos de los sujetos que
vienen a la consulta y en quienes logramos detectar fenómenos elementales muy sutiles o formas
subclínicas de la psicosis, ya vienen con su solución a cuesta (por algo no se han desencadenado
hasta entonces). ¿Qué vienen a hacer entonces? A certificarse en su invención, a autorizarse en
sus soluciones, a ser acompañados en estas. Vienen por ejemplo, a poder decir que “no” a la
aparición tenue pero inopinada del goce del Otro, que emerge de manera puntual y evanescente.
Saben que es necesario decir “no”, pero requieren de otra presencia para autorizarse en su no-
decir” (16).
(*)Reflexiones sobre “El ruido del tiempo”, de Julian Barnes.
Notas
(1) En la constitución subjetiva, el primer movimiento –como Lacan lo desarrolla en el Seminario
XI, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis- es la alienación del sujeto bajo el
peso del significante del Otro, la identificación. El segundo movimiento, de separación, lo enfrenta
a ese intervalo misterioso, al gap o hiancia que deja en suspenso la significación en tanto aflora
allí el deseo del Otro. Esto es así porque el lenguaje no es un código, se presta al malentendido,
la alusión, el engaño y tanto más. La pregunta que podemos suponer del lado del sujeto enuncia:
“Me dice esto, pero ¿qué me quiere decir?” El infans puede alcanzar la separación en un intento
por responder. Homologa la posibilidad de su propia pérdida al hueco de ese intervalo misterioso
en el discurso deseante del Otro y juega la pregunta: “¿Puede perderme?”. La respuesta, versión
fantasmática que dice algo sobre el objeto que completaría a ese Otro, estabiliza al dar sentido,
una respuesta a la pregunta por ese deseo misterioso, al precio de capturar al sujeto en una
estrecha significación, su identificación a ese objeto.
Es que la otra cara de la constitución es pulsional. Decíamos en el Número 15 de la Revista:
“Lacan dice, en el Seminario La Identificación, Seminario IX (inédito), que la primera modificación
de lo real en el sujeto bajo el efecto de la demanda es la pulsión. Para ello, señala, es preciso que
la demanda se repita y que, asimismo, sea defraudada; o sea que se repita como significante. En
ese vacío, por ser defraudada, se funda la nada en la que adviene el objeto del deseo. En el
hecho de ser tomado en el movimiento repetido de la demanda se aloja el objeto del deseo: el
seno, por ejemplo, deviene ya no objeto de alimento sino objeto erótico. En la pulsión hay ya un
efecto de la demanda; la pulsión como demanda que será exigencia del cuerpo, exigencia de
siempre obtener satisfacción.
Ese real inicial que se modifica es un goce supuesto, del viviente; sin embargo no sabemos nada
de ello. El goce que es producido por el efecto de la demanda, el goce pulsional, está trabajado
por el significante, que trastoca un cuerpo y lo desnaturaliza, a la vez que hace surgir un sujeto
del discurso. La particularidad de la demanda pulsional es que sus significantes están tomados
del cuerpo.
El cuerpo, vaciado de ese goce primordial y trabajado por el lenguaje, ofrece sus orificios como
reductos para el goce que allí se condensa; en tanto se separa de los objetos (a), oral, anal,
fálico, escópico y vocal. Se trata del recorrido de las pulsiones, así construidas entre el cuerpo y
el Otro del decir.” En los vaivenes de la demanda, del sujeto al Otro –como en el primado oral- y
del Otro al sujeto –como cuando se trata de la analidad- se trazan los circuitos pulsionales y se
recortan esos objetos privilegiados.
(2)Entrevista concedida por Cornelius Castoriadis a Olivier Morel el 18 de junio de 1993.
(3) Castoriadis, Cornelius, El Mundo Fragmentado, (1989), pág. 13/26, Terramar Ediciones,
Buenos Aires, 2010.
(4) Dessal, Gustavo, “La vida episódica”
(5) Oleaga, María Cristina, La felicidad universal trastorna El Psicoanalítico Número 32: “Y todos
felices”.
(6) Dessal, Gustavo, Un toque de freudismo en memoria de Zygmunt Bauman.
(7) La trampa de las plataformas para trabajar.
(8) Ansermet, François, Paradojas de los signos discretos en la psicosis ordinaria
(9) Millennials are helping to end depression’s stigma
(10) Basch, Marcela, ¿Una idea que murió de éxito?
(11) Miller, Jacques Alain, Matemas I, pág. 165, Manantial, Buenos Aires, 1987.
(12) Ibid (9), pág. 166.
(13) Lacan, Jacques, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis(1957–1958), en Escritos 2, Siglo XXI editores, Bs. As. 1989, pág. 540.
(14) A partir de concebir la pluralización de los Nombres del Padre, Lacan considerará a este
operador como una función de equilibrio por anudamiento de los tres registros que podrá ser
ejercida por diversos elementos.
(15) Aun cayendo en la reiteración., quiero insistir en que la maniobra analítica exige, siempre, el
cuidado por la estructura del sujeto. Incluso con la neurosis, es preciso sopesar la intervención
que desestructura pero que tiene, desde luego, el horizonte de otra sujeción que permita
desplegar el deseo y el goce y reducir el penar.
(16) Freud, Sigmund., Duelo y melancolía (1917), Obras Completas, Vol. XIV, pág. 247,
Amorrortu, Bs. As., 1986.
(17) Vaschetto, Emilio, Revista Enlaces On Line N°23 –Septiembre 2017, Lo extraordinario de las psicosis ordinarias.
Bibliografia
Lacan, Jacques, El Seminario 11: “Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis".
Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Buenos Aires, 2007.
Miller, Jacques Alain, Conferencia pronunciada al seminario anglófono "Psicosis ordinaria"
realizado en París en julio de 2008. Efecto de retorno sobre la psicosis ordinaria.
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