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Caravaggio, c. 1602. Joven con un cordero o San Juan Bautista.
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Imagen obtenida de: https://www.artehistoria.com/es/obra/san-juan-bautista-8
Subjetividad fragilizada y psicosis ordinarias
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 

“Tan apurados están todos, como el Conejo Blanco de Alicia,
y por sobre todas las cosas enajenados, que no tienen más que ojos
y oídos para una relación casi concupiscente con un coso
de plástico con pantallita.”

Hernán López Echagüe (*)



Constitución, identificación y pulsión.

El sujeto es un producto; no está ya allí cuando nace el infans. En su constitución se forjan soportes, identificatorios y fantasmáticos. Este surgimiento depende de su vínculo con el Otro primordial y a ese armado lo acecha siempre alguna fractura. Es un animal dislocado y frágil. Hay vacilaciones inevitables -por avatares esperables de la vida en su conjunción con alguna vulnerabilidad inicial- que llevan al surgimiento de angustia, u otros destinos posibles, con el intento de recomponer la integridad subjetiva. Si me refiero a la identificación y a la pulsión es porque el armado del sujeto tiene aportes simbólicos, imaginarios y reales. El Otro primordial lo baña con significantes y lo envuelve en flujos libidinales. El infans responde. Para los interesados, trazo un desarrollo algo más extenso de este punto. (1)


Me interesa señalar que, muy a contramano de una supuesta identidad del sujeto consigo mismo, hay una versión dominante, fantasmática, de la amalgama de sus identificaciones y de su relación con un objeto privilegiado, la que dará sostén real a la prestancia imaginaria yoica. El sujeto se hace, así, un ser, en una significación única y original, desconocida para sí que subtiende su vida y su historia. Sin embargo, queda siempre un resto que no entra en este armado. El Yo se nutre de estas vertientes y resiente el intento de retorno de ese resto excluido. A la vez, el Otro primordial es permeado por cada época y aporta según esos rasgos a su producto, según las características que mantengan la unicidad en cada sociedad. Entonces, se trata de un inicio fundante, piedra elemental de lo que conocemos como series complementarias en Freud, que se continúa con el trabajo del Otro de la cultura mediante sus Instituciones, por ejemplo, y sus cambios epocales.


Así, hay perfiles que se funden temporalmente en las “significaciones imaginarias sociales” prevalentes. Es lo que Castoriadis llama “tipo antropológico”, modelos identificatorios que colaboran en sostener, en cada época, cada tipo de sociedad. Podríamos mencionar al capitalista y al proletario como ejemplos, pero el mismo Castoriadis cuestionó su prevalencia, hace años ya (2), y tenemos que esforzarnos por caracterizar lo que hace a rasgos distintivos que promueven la psique del siglo XXI. Sin embargo, su concepto de proyectos sociales antagónicos -el de la autonomía y el de la heteronomía- da un marco en el que pensar rasgos fundantes en la actualidad. No es el tema general que trataré aquí, pero lo podemos tener como telón de fondo para comprender lo que instituye la subjetividad hoy.


Me he ocupado en varias oportunidades de los efectos de la cultura actual en los niños, los adolescentes y las familias. Baste mencionar aquí la aceleración que sufre la crianza y la vida en general; el privilegio de las imágenes, vertiginosas en su sucesión, en detrimento de la lectura; el déficit simbólico que facilita salidas de descarga motriz antes que espíritu crítico reflexivo; la valoración de lo nuevo en sí mismo y el descarte consecuente de valores y lazos; el sentimiento de falta en el que caen los sujetos en su relación con un Ideal de felicidad y juventud permanentes; el retraimiento y el autoerotismo como protección frente al conflicto; la promoción del aislamiento en cuanto al proyecto, en detrimento de algún nosotros más consistente; el consumo como significación privilegiada que con llamativa frecuencia toma formas adictivas; la vacilación del tabú del incesto y la claudicación del Otro primordial en aspectos centrales, en un extremo el de marcar de entrada al infans en relación con su sexo. Este conjunto de rasgos hace al arrasamiento de la producción de complejidad psíquica. La banalización, entonces, la liviandad y la insignificancia, son consecuencias subjetivas frecuentes, que vienen bien a la lógica capitalista de mercado.


El sujeto fragilizado y la servidumbre.

Para el capitalismo posterior a las guerras mundiales, Castoriadis señaló un rasgo: “la retirada al conformismo”, rasgo que coexistiría con un eclipse del proyecto de la autonomía, el peso de la privatización en todos los órdenes, con la consiguiente prevalencia del individualismo y la despolitización así como de una atrofia de la imaginación política y una pauperización intelectual. (3). Esta pintura pesimista traza un marco para lo que hemos trabajado en otros artículos como desplome de las narrativas, vacilación del Nombre del Padre, caída de los grandes relatos de la modernidad, etc. Es lo que Castoriadis nombra “ascenso de la insignificancia”. Esa a esta cultura que adviene el infans y su subjetividad puede estar más o menos afectada por ello. En el armado entre identificación y pulsión, en el trabajo del simbólico sobre lo real, en su entramado con lo imaginario, hay diferentes resultados posibles, anudamientos subjetivos distintos para Lacan, que dan origen a vulnerabilidades varias. En este escenario también se inserta la dupla neurosis y psicosis, veremos con qué particularidades. El sujeto está actualmente fragilizado, bien dispuesto a la captura por el discurso del Otro.


Dice Gustavo Dessal: “El sujeto no-identificado no es exactamente alguien que carece de referentes. Los toma de los significantes amo que el discurso neoliberal dispersa a través de sus medios, pero lo fundamental es que se trata de un sujeto que no reconoce deuda alguna, ya que se constituye por fuera de la alienación a las representaciones tradicionales tributarias del Nombre del Padre. Se debe a sí mismo, y su des-identidad lo prepara para condescender a la indeterminación cronificada, a la nueva servidumbre disfrazada de carrera en episodios. Finalmente, esa des-identidad acaba por transmutarse en una identificación al síntoma…del Otro.” (4). Dessal aclara que no se trata de despersonalización sino de una particularidad de su constitución. En esta dirección, he señalado en otro texto: “Las subjetividades así constituidas -sin que la represión sea la defensa central, con otra consistencia identificatoria, con una distinta relación con el sentimiento de culpa, con una rémora en cuanto a la disponibilidad de recursos para tramitar los impulsos, etc.- se insertan de otro modo en relación con los ideales, están más a merced del sesgo tanático del Superyó. En la cultura del “Todo es posible” la relación del sujeto con el objeto es otra así como es otro el modo en que resulta afectado y es de otra cualidad su vínculo con el semejante. La violencia es uno de los rasgos que resaltan en este escenario en el que reina la pulsión de muerte, así como la proliferación de modos de goce ya no encorsetados por un Ideal ni regulados por la castración.” (5). Hay desmezcla de las pulsiones, en la medida en que el armado identificatorio se enmarca de este modo.


Me interesa el recorte de Dessal pues remite a que el Otro social juega una nueva servidumbre con ese desidentificado. En efecto, el autor -al analizar un trabajo de Bauman- vuelve sobre este punto y se refiere a la tan frecuente promoción del emprendedor exitoso solitario en la sociedad actual: “(…) la incertidumbre ha dejado de ser una penuria que se procura derrotar, o al menos disimular. Por el contrario, ha adquirido una forma fenoménica nueva, acompañada por un cortejo de significantes que le dan justificación y legitimidad: flexibilidad, autonomía, tercerización, discontinuidad. La precariedad se convierte así en la nueva virtud de la modernidad, en tanto se le supone un estímulo saludable para la reinvención personal, para la superación autobiográfica de los ‘desafíos’ del sistema, una fuente de energía para estimular el crecimiento personal y el fitness necesarios en la carrera por la supervivencia del más fuerte. A la luz de este espíritu actual, el estado de bienestar (o lo poco que de él subsiste) es visto como un narcótico, una fórmula que solo ha servido para crear generaciones de sujetos poco aptos para la lucha, moralmente débiles en la conquista de los ideales socioeconómicos, inclinados a la autocompasión y adictos a la mendicidad hacia el Estado.” (6) El discurso del Otro social miente haciendo de defecto virtud.


Veamos un ejemplo claro de este formato en el fraude de los nuevos trabajos independientes que surgen luego de olas imparables de despidos, como son los de las plataformas app que convocan a jóvenes para hacer mandados varios y satisfacer los caprichos del consumo de 24 horas sin moverse de casa. En palabras del abogado laboralista Juan Ottaviano: “Usar la tecnología para disfrazar relaciones de trabajo por relaciones autónomas no es nuevo. La novedad es que la economía de plataforma permite eficientizar mercados de transporte de productos y personas, o de servicios en general. ¿Es la tecnología en sí misma la que precariza? No. Se trata de relaciones de trabajo tradicionales en donde el avance tecnológico se usa para la intensificación del trabajo y la producción, como pasó siempre”. (7). Aunque afirma que este modo de emplear no es legal, se concluye en que la destrucción del Estado de Bienestar se disfraza de avance del siglo XXI.


El capitalismo hoy necesita, entonces, un sujeto acrítico, enajenado por la alienación a significaciones que se promueven desde el poder, el que cuenta para ello con los medios de comunicación a su servicio. La subordinación al “coso de plástico con pantallita” que menciona López Echagüe toma, así, un lugar primordial. Es una especie de cordón umbilical que une al sujeto consigo mismo y con otros, lo incluye en una aceleración vertiginosa que alterna con la angustia del desasimiento que experimenta cuando -por las razones que sean- no está disponible ese recurso. Asimismo, López Echagüe acierta al calificar de “casi concupiscente” esa relación, pues la urgencia por mantenerla, así como el alivio al reestablecerla si la pierde, indican que algo de la pulsión, de su insistencia, en función autoerótica, está en juego.


Estos rasgos de la constitución de subjetividad hacen pensar en la masividad que toman ciertos procesos de sectarización, de fanatización incluso, a la luz del efecto del Otro sobre estos sujetos. “El dispositivo identificatorio”, señala François Ansermet, “puede virar a la radicalización: una radicalización que lleva bien su nombre, puesto que se trata de darle raíces a aquello que no las tiene. Se puede pasar directamente de raíces individuales, artificialmente reconstituidas, a raíces de un mal colectivo. Es así que los pequeños males pueden ir hacia el mal absoluto, como lo dijo Hanna Arendt”. Asimismo, Ansermet menciona una serie de operaciones que la biotecnología permite a los sujetos que ofrecen su cuerpo en lo que describe como “imaginarios clásicos propios a las construcciones delirantes de la psicosis”, pero que sin embargo forman parte de los desarrollos contemporáneos de la ciencia. Y concluye: “Resumiendo, nos encontramos entonces, frente a un reconocimiento de la psicosis y, por otro lado, frente a un uso que pudiésemos decir “psicótico” tanto de las identidades como de las biotecnologías. Se trata de dos vacíos que se proyectan: es esta intersección la que debería ser interrogada hoy de una nueva manera a partir de la psicosis ordinaria y de sus signos discretos.” (8).


La tecnología y la vinculación virtual tienen, desde luego ventajas. Por ejemplo, se ha comprobado que -a pesar del aumento de las depresiones entre los jóvenes y los millenials- las redes han logrado que éstos accedan con mayor frecuencia a pedir ayuda terapéutica en lugares donde no era para nada frecuente. Esto sucede, según marcan los investigadores, porque la comunicación virtual ha favorecido la desestigmatización de la enfermedad mental, tan fuerte en EEUU, por ejemplo, dado que promueve una tendencia a exhibirse, en este caso también referida a los modos de sufrimiento.(9). La oferta medicamentosa es la respuesta mayoritaria en EEUU a estas demandas, unida frecuentemente con terapias conductistas cognitivistas, pero eso es ya otra cara de la dominación mercantil. En la misma dirección, así como el capitalismo se devora las iniciativas y convierte a emprendedores autónomos en nuevos esclavos, el arsenal comunicativo y de relaciones que se crea a través de la red abre toda una nueva serie de posibilidades que ponen el acento en la política con que se piensan y no en el rendimiento por la explotación: “Hoy las economías colaborativas están alcanzando un momentum, un punto crítico: el de dejar de verse como iniciativas aisladas y empezar a pensarse como una transición a una sociedad basada en los bienes comunes. Esta transición no será absoluta ni de un día para el otro, pero ya comenzó.” (10)


La clínica del “sujeto no identificado”.

Podemos ubicar en esta serie a los sujetos que hemos visto como inmersos en la identificación al síntoma del Otro, pero también podemos situar así a los sujetos en los que habita un vacío propio de lo que Miller ha nombrado psicosis ordinarias, herederas de diversas formas de psicosis sin locura, descriptas por la psiquiatría clásica, así como - en parte- tributarias de lo que se llamó cuadro borderline o personalidad como sí, allí donde la identificación ocupa otro lugar y denuncia otra consistencia.


En un texto de Miller publicado en 1987, Enseñanzas de la Presentación de Enfermos, esa disciplina que cultivó Lacan, figura un caso paradigmático en cuanto a lo que venimos diciendo, que Lacan incluye como “(…) esos locos normales que constituyen nuestro ambiente”. Describe a Brigitte, presentada en el año 1977: “Esta persona no tiene la menor idea del cuerpo que tiene que meter bajo ese vestido, no hay nadie para habitar la vestimenta. (…) Nadie logró hacerla cristalizar (…) Lo que dice no tiene peso ni articulación (…).” (11). Miller señala luego que en la clínica es útil distinguir entre lo que llama “enfermedades de la mentalidad” y “las del Otro”: “Las primeras dependen de la emancipación de la relación imaginaria, de la reversibilidad de a-a’, extraviada por ya no estar sometida a la escansión simbólica. Son las enfermedades de los seres que se acercan al puro semblante.” Para ejemplificar lo que sería una “enfermedad del Otro” toma el caso de un sujeto enfrentado a un Otro perfecto, sin lugar para él: “(…) su vida no tiene el estilo de una errancia: está identificado sin vacilaciones con el desecho, es una porquería, y toma evidentemente su consistencia subjetiva de esa certeza insoslayable.” (12)


En estas líneas está esbozado lo que en 2008 nombrará Psicosis ordinarias, para diferenciarlas de las Extraordinarias, aquellas en las que reina la certeza. El lugar preferencial de la Identificación está presente en ambas patologías, si bien con rasgos propios a cada una. Marca, entonces allí, una diferencia entre las psicosis que pueden desencadenarse y las que no. Toma, como definición lacaniana paradigmática de esta subjetividad “(…) un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto, (…)”. (13). Se trata de una clínica diferencial muy fina en la que marca tres externalidades -social, corporal y subjetiva- para aproximar sus detalles. Son aportes muy ricos para la precisión clínica, pero no quiero extenderme en este punto aquí. Asimismo, Miller enumera ciertos rasgos determinantes para certificar -por el contrario- un diagnóstico de neurosis: la relación al Nombre del Padre -no a algo que puede venir a ocupar su lugar en el equilibrio subjetivo (14)-, a la castración, a la impotencia y a la imposibilidad, una diferenciación “tajante” entre el Yo y el Ello, entre los significantes y las pulsiones y un Superyó “claramente trazado”.


En muchos casos, como vimos, lo social presta sus soluciones para que vengan a servir de tapones, de identidades de repuesto, de articuladores, ante el vacío central. Puede haber más afectación del cuerpo en un mundo que ha dejado la preeminencia de la prohibición para acentuar el empuje al goce. En todo caso, habrá que distinguir -en transferencia- entre el efecto de vacío que emerge de una constitución psicótica, incluso en la psicosis ordinaria, y la vacuidad de un psiquismo que, más allá de que haya funcionado la metáfora paterna, está inmerso en la banalización de época que hemos mencionado. En este último caso, encontraremos carencias en la complejidad psíquica, pero también pruebas de que -por ejemplo- la implicación subjetiva es posible. El sujeto puede cuestionar sus propios dichos, puede interrogarlos y desplazar su posición inicial sin peligro de desestructurarse.


Estas diferencias se tornan cruciales en la clínica. Sabemos que trabajamos en el sentido de fragilizar el referente discursivo, de lograr su desplazamiento, de favorecer incluso la pérdida de ese referente para promover la asociación libre. En este movimiento, fragilizamos, asimismo, identificaciones, buscando trastocar, desplazar, el goce. El sujeto, así tocado, puede desconfiar de su propio dicho y abrirse a otros sentidos. Este movimiento produce apertura del Inconsciente y moviliza ese marco que, dijimos, es el armado fantasmático que comanda la repetición sufriente, la misma que provocó su consulta. Así como vemos necesaria esta operación en los casos de neurosis (15), no avanzaríamos del mismo modo con las psicosis ordinarias, esas que, desde lo fenomenológico, tanto se asemejan a la subjetividad light propia de la época. De ahí que se vuelva tan importante su distinción. Asimismo, con estas subjetividades neuróticas fragilizadas es preciso atender a su posibilidad de tramitar y elaborar nuestras intervenciones.


Así, es clara la necesidad de encontrar aquellos soportes que funcionan como sostén de la consistencia de cada sujeto. En el caso de la psicosis ordinarias, las suplencias del Nombre del Padre que impiden desencadenar la psicosis. Sobre todo, es imperiosa la necesidad de ceñir estas construcciones para trabajar con estos sujetos en la dirección de legalizarlas y avalarlas. La Identificación, en estos casos, se puede presentar como una suplencia esencial, bajo la forma de la relación original al objeto, tal cual la lee Freud en Duelo y Melancolía, como incorporación ambivalente, canibalística, (16) propia de la elección narcisista de objeto.


Este cuidado en la discriminación clínica está muy bien definido en un trabajo de Emilio Vaschetto con el que elijo concluir: “El tratamiento de las psicosis actuales compromete al psicoanalista a un punto de prudencia y de verificación más que al ímpetu terapéutico. Muchos de los sujetos que vienen a la consulta y en quienes logramos detectar fenómenos elementales muy sutiles o formas subclínicas de la psicosis, ya vienen con su solución a cuesta (por algo no se han desencadenado hasta entonces). ¿Qué vienen a hacer entonces? A certificarse en su invención, a autorizarse en sus soluciones, a ser acompañados en estas. Vienen por ejemplo, a poder decir que “no” a la aparición tenue pero inopinada del goce del Otro, que emerge de manera puntual y evanescente. Saben que es necesario decir “no”, pero requieren de otra presencia para autorizarse en su no- decir” (16).


(*)Reflexiones sobre “El ruido del tiempo”, de Julian Barnes.




Notas


(1) En la constitución subjetiva, el primer movimiento –como Lacan lo desarrolla en el Seminario XI, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis- es la alienación del sujeto bajo el peso del significante del Otro, la identificación. El segundo movimiento, de separación, lo enfrenta a ese intervalo misterioso, al gap o hiancia que deja en suspenso la significación en tanto aflora allí el deseo del Otro. Esto es así porque el lenguaje no es un código, se presta al malentendido, la alusión, el engaño y tanto más. La pregunta que podemos suponer del lado del sujeto enuncia: “Me dice esto, pero ¿qué me quiere decir?” El infans puede alcanzar la separación en un intento por responder. Homologa la posibilidad de su propia pérdida al hueco de ese intervalo misterioso en el discurso deseante del Otro y juega la pregunta: “¿Puede perderme?”. La respuesta, versión fantasmática que dice algo sobre el objeto que completaría a ese Otro, estabiliza al dar sentido, una respuesta a la pregunta por ese deseo misterioso, al precio de capturar al sujeto en una estrecha significación, su identificación a ese objeto.


Es que la otra cara de la constitución es pulsional. Decíamos en el Número 15 de la Revista: “Lacan dice, en el Seminario La Identificación, Seminario IX (inédito), que la primera modificación de lo real en el sujeto bajo el efecto de la demanda es la pulsión. Para ello, señala, es preciso que la demanda se repita y que, asimismo, sea defraudada; o sea que se repita como significante. En ese vacío, por ser defraudada, se funda la nada en la que adviene el objeto del deseo. En el hecho de ser tomado en el movimiento repetido de la demanda se aloja el objeto del deseo: el seno, por ejemplo, deviene ya no objeto de alimento sino objeto erótico. En la pulsión hay ya un efecto de la demanda; la pulsión como demanda que será exigencia del cuerpo, exigencia de siempre obtener satisfacción.


Ese real inicial que se modifica es un goce supuesto, del viviente; sin embargo no sabemos nada de ello. El goce que es producido por el efecto de la demanda, el goce pulsional, está trabajado por el significante, que trastoca un cuerpo y lo desnaturaliza, a la vez que hace surgir un sujeto del discurso. La particularidad de la demanda pulsional es que sus significantes están tomados del cuerpo.


El cuerpo, vaciado de ese goce primordial y trabajado por el lenguaje, ofrece sus orificios como reductos para el goce que allí se condensa; en tanto se separa de los objetos (a), oral, anal, fálico, escópico y vocal. Se trata del recorrido de las pulsiones, así construidas entre el cuerpo y el Otro del decir.” En los vaivenes de la demanda, del sujeto al Otro –como en el primado oral- y del Otro al sujeto –como cuando se trata de la analidad- se trazan los circuitos pulsionales y se recortan esos objetos privilegiados.


(2)Entrevista concedida por Cornelius Castoriadis a Olivier Morel el 18 de junio de 1993.

(3) Castoriadis, Cornelius, El Mundo Fragmentado, (1989), pág. 13/26, Terramar Ediciones, Buenos Aires, 2010.

(4) Dessal, Gustavo, “La vida episódica”

(5) Oleaga, María Cristina, La felicidad universal trastorna El Psicoanalítico Número 32:

“Y todos felices”.

(6) Dessal, Gustavo, Un toque de freudismo en memoria de Zygmunt Bauman.

(7) La trampa de las plataformas para trabajar.

(8) Ansermet, François, Paradojas de los signos discretos en la psicosis ordinaria

(9) Millennials are helping to end depression’s stigma

(10) Basch, Marcela, ¿Una idea que murió de éxito?

(11) Miller, Jacques Alain, Matemas I, pág. 165, Manantial, Buenos Aires, 1987.

(12) Ibid (9), pág. 166.

(13) Lacan, Jacques, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis(1957–1958), en Escritos 2, Siglo XXI editores, Bs. As. 1989, pág. 540.

(14) A partir de concebir la pluralización de los Nombres del Padre, Lacan considerará a este operador como una función de equilibrio por anudamiento de los tres registros que podrá ser ejercida por diversos elementos.

(15) Aun cayendo en la reiteración., quiero insistir en que la maniobra analítica exige, siempre, el cuidado por la estructura del sujeto. Incluso con la neurosis, es preciso sopesar la intervención que desestructura pero que tiene, desde luego, el horizonte de otra sujeción que permita desplegar el deseo y el goce y reducir el penar.

(16) Freud, Sigmund., Duelo y melancolía (1917), Obras Completas, Vol. XIV, pág. 247, Amorrortu, Bs. As., 1986.

(17) Vaschetto, Emilio, Revista Enlaces On Line N°23 –Septiembre 2017, Lo extraordinario de las psicosis ordinarias.


Bibliografia


Lacan, Jacques, El Seminario 11: “Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis".

Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Buenos Aires, 2007.

Miller, Jacques Alain, Conferencia pronunciada al seminario anglófono "Psicosis ordinaria" realizado en París en julio de 2008. Efecto de retorno sobre la psicosis ordinaria.

 

 
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Notas
 
[1] Zárate, Mario, Maltrato infantil.
[2] Oleaga, María Cristina, La perversión pedófila, Revista El Psicoanalítico Número 30.
[3] Freud, Sigmund, Estudios sobre la histeria (1893-95), pág. 30-37, Obras Completas, Tomo II, Amorrortu editores, 1985.
[4] Oleaga, María Cristina y Rebollo Paz, María Cristina, La tarea pericial con niños en casos de maltrato o abuso (Partes 1, 2 y 3), Revista El Psicoanalítico Número 8.
[5] Freyd, Jennifer J.,  Betrayal Trauma: Traumatic Amnesia as an Adaptive Response to Childhood Abuse.
[6] Franco, Yago y Oleaga, María Cristina, Apego, Colecho e Incesto: hacia la mamiferidad, Revista El Psicoanalítico, Sección Último Momento. http://www.elpsicoanalitico.com.ar/um/um-franco-oleaga-colecho-incesto.php
[7] Escándalo sexual en el football, El escándalo por las denuncias de abuso sexual de menores que sacude al mundo del fútbol en Argentina,
[8] Franco, Yago, Paradigma borderline. De la afánisis al ataque de pánico, Parte 1, La Clínica hoy, Lugar Editorial, Bs. As., 2017, pág. 38/40.
[9] Bösenberg, Cristina Gabriela, Sindrome de alienación parental. Terapias de revinculación en el contexto del abuso sexual, Revista El Psicoanalítico Número 16.
[10] Oleaga, María Cristina, ¿Peluches o Niñ@s? Una disyunción engañosa, Revista El Psicoanalítico Número 20.
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