“Hay palabras misteriosas, también otras que no
quieren decir nada, como los dibujos en las alas de
las mariposas. Se volaron, sencillamente. O todavía
no se posaron en las enciclopedias”
María Elena Walsh (Chaucha y Palito)
La loca de la Casa (**)
Amante de las palabras y también de los dibujos en las alas de las mariposas, sin duda María
Elena Walsh encantó el mundo de los niños y -por qué no- el de los adultos que conservamos
algo de la magia infantil. Pensar en los totalitarismos, en su avance de época, me llevó a la
Walsh, a su libertad, su desenfado y su ternura, como algunos de los condimentos que tanto han
dado y siguen dando a la imaginación, rasgo tan mal tolerado por estos regímenes oscuros. Me
ocuparé de algunas características de la poesía de Walsh para niños porque ellos, y antes de que
empiecen la escuela -como bien lo dice esta autora- están ya equipados o desprovistos de
elementos culturales y de lo que su familia puede darles (1). Hay que abrirles, bien temprano,
más puertas y ventanas.
La obra poética de María Elena Walsh, heredera del Nonsense (sinsentido) en las rimas infantiles
inglesas (Limericks) que le contaba su padre, nos ofrece palabras, ritmo, música y colores; una
armonía poética que nos empuja a crear, a imaginar, a inventar y a divertirnos:
“En el fondo del mar siempre es recreo.
Nadie va a clase, nadie tiene empleo.
Como las Mojarritas
no mandan más cartitas,
en el fondo del mar ya no hay correo.” (2)
Nos encontramos con el juego, el disparate y el humor en un clima tierno, pero sin moralinas:
“El cielo es de cielo,
la nube es de tiza.
La cara del sapo
me da mucha risa.
La Luna es de queso
y el Sol es de sol.
La cara del sapo
me da mucha tos.”(3)
El absurdo y los mundos nuevos se crean por la apertura de las palabras a significados inéditos:
“Diez y diez son cuatro,
mil y mil son seis.
Mírenme, señores,
comiendo pastel.
A ver, a ver, a ver...” (4)
Hay invención, ambigüedad, imágenes que obligan a deshacer lo conocido y hasta sátira social:
“Cuidado cuando beban,
se les va a caer
la nariz dentro de la taza
y eso no está bien,
yo no sé por qué.
(…)
Mañana se lo llevan preso
a un coronel
por pinchar a la mermelada
con un alfiler,
yo no sé por qué.” (5)
María Elena deshace estereotipos por medio de la burla y del desprecio por la solemnidad. Hay lo
imprevisto, lo insólito, como en los surrealistas, que nos asombra. Y -de pronto- surge en ella la
contestataria, como en la Marcha de Osías:
Osías el Osito en mameluco
paseaba por la calle Chacabuco
mirando las vidrieras de reojo
sin alcancía pero con antojo.
Por fin se decidió y en un bazar
todo esto y mucho más quiso comprar.
Quiero tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor, me lo da suelto y no enjaulado
adentro de un despertador.
Quiero un río con catorce pececitos
y un jardín sin guardia y sin ladrón.
También quiero para cuando este solito
un poco de conversación.
Quiero cuentos, historietas y novelas
pero no las que andan a botón.
Yo las quiero de la mano de una abuela
que me las lea en camisón.
Quiero todo lo que guardan los espejos
y una flor adentro de un raviol
y también una galera con conejos
y una pelota que haga gol.” (6)
Nos estimula a participar para crear sentidos, empujados por la polisemia de su poesía. Este
rasgo, estimulante, es el arma que nos abre paso. El lenguaje poético tiene ese plus, lo más
humano, lo menos referido al código o al signo fijado al significado, lo que abre un gap, una
brecha, en cualquier dicho y suspende el sentido, o deja a nuestro cargo su cierre. Es por ello
que, cuando ofrecemos poesía a los niños, estamos favoreciendo la aparición de un sujeto, de su
imaginación y su creatividad. Es importante percibir hasta qué punto no se trata sólo de un
divertimento -lo cual sería ya bastante regalo para un niño- sino de un arma. En la época de las
aplanadoras del sujeto, en la era de la robotización y las pantallas, de los jueguitos repetitivos y
autoeróticos de destreza viso motriz, con su musiquita insistente e hipnotizadora, la poesía puede
iluminar otro mundo. Conviene, por ello, tomar en serio su potencia y compartirla con los chicos.
“Quizás ignoramos que todos los niños son serios. Unos trágicos, otros melancólicos, otros
disimulados, siempre están más allá de la cárcel de tonteras en que pretendemos encerrarlos y
distraerlos de la verdad. Este secreto lo saben sólo compañeros imaginarios, hojitas de jardín
arrugadas en una mano sucia, zoológicos minúsculos en cajas de zapatos; en fin, todo ese
universo que puebla y desampara la soledad de un niño.” (7)
La poesía no cabe en los totalitarismos
Los totalitarismos nos pretenden iguales, masificados, nos necesitan así. Se impone una
propuesta de ideales universalizantes y adaptativos desde los medios de comunicación, o sea
desde el mercado. En esta época, existimos como buenos consumidores o como desechos
pasivos, aptos para todo uso y descarte. En ese camino, sin saberlo probablemente, el mercado
se apoya en características profundas del sujeto, en rasgos que refieren a su constitución. Es lo
que favorece su éxito. En el origen, el placer define aquello que es del ser, el yo; lo que causa
displacer aloja lo que no nos pertenece, lo odiado y expulsado como no yo. Freud dibuja así una
primera división en el origen del psiquismo, pero ésta permanece siempre como disposición y
como modo de tratar aquello con lo que tenemos que lidiar. Del yo-placer purificado dice Freud:
“El mundo exterior se le descompone en una parte de placer que él se ha incorporado y en un
resto que le es ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo exterior
y siente como hostil.
(…) Lo exterior, el objeto, lo odiado, habrían sido idénticos al principio. Y si más tarde el objeto se
revela como fuente de placer, entonces es amado, pero también incorporado al yo, de suerte que
para el yo-placer purificado el objeto coincide nuevamente con lo ajeno y lo odiado.
(…) El odio es, como relación de objeto, más antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial
que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos” (8). La
precariedad y el desamparo del infans es lo que da fuerza al movimiento expulsivo y de
desconocimiento de lo propio que, en tanto displacentero y doloroso, es tratado como ajeno.
Lacan, ya en 1950, señala la paradoja entre el individualismo y la masificación: “(…) en una
civilización en la que el ideal individualista ha sido elevado a un grado de afirmación hasta
entonces desconocido, los individuos resultan tender hacia ese estado en el que pensarán,
sentirán, harán y amarán exactamente la cosas a las mismas horas en porciones del espacio
estrictamente equivalentes.
Ahora bien, la noción fundamental de la agresividad correlativa a toda identificación alienante
permite advertir que en los fenómenos de asimilación social debe haber, a partir de cierta escala
cuantitativa, un límite en el que las tensiones agresivas uniformadas se deben precipitar en
puntos donde la masa se rompe y polariza" (9). Hay una advertencia crucial referida a la violencia
que hoy vemos desplegarse como efecto inevitable de la alienación.
Así, no resulta difícil para la sociedad el prestar conformidad a la designación de chivos
expiatorios, de aquellos que serán depositarios del odio y la segregación. Lo hemos vivido con el
Holocausto y parece repetirse con los migrantes a los que se apunta como causa de los males,
del terrorismo, el desempleo y la pobreza (10). Estamos en peligro, arrasados por poderes que
no vacilan en destruir seres y recursos naturales en favor de perseguir el más que el capitalismo
impone: la ganancia a cualquier precio. La poesía, en este sentido, no sirve para nada. La
ganancia que se obtiene de ella es subjetiva y particular. Produce, sin embargo, una subversión
del lenguaje que –como decíamos- resalta en él lo más humano, lo que difiere del código, y -por
eso- da lugar a mundos imaginativos que no caben en los totalitarismos. Hay quienes -desde el
Cognitivismo- estudian los efectos de un tipo de pensamiento que distinguen del racional, que
abre posibilidades más ricas. Sin embargo, este pensamiento, denominado “divergente”, también
es examinado por esta tendencia de acuerdo a su utilidad concreta: “Evidentemente, la
creatividad no se entiende sin imaginación, sin el pensamiento divergente, pero también requiere
del cierre o convergencia para convertirse en algo que sea adecuado para cubrir alguna
necesidad (física o emocional) y pueda ser catalogado como útil y valioso por los demás.” (11)
El totalitarismo en los consultorios
Los cuestionarios, los DSM y sus casilleros, son el rasero con que se mide la subjetividad. Así, se
descubre patología en función del apartamiento de lo que se impone como norma. ¿Acaso no
había ya un rasero para medir aspecto físico y aceptación? Quizás, en este caso, se trata de un
prototipo menos explicitado, incluido subrepticiamente por los medios a través de sus imágenes
seductoras. Edad, peso, altura, aspecto, sobre todo en el caso de las mujeres - en tanto objetos
de consumo- están presentes como casilleros en los que habría que entrar. Sin embargo, en este
sentido, el movimiento de mujeres ha dado últimamente su palabra al reivindicar la diferencia y la
particularidad más allá de los modelos impuestos. Es un paso a valorar en toda su dimensión de
apertura y búsqueda.
A pesar de la fuerza que parece estar tomando el movimiento de las mujeres en valorar lo
diferente en cada uno, hay que señalar que -así como el desamparo inicial lleva al infans a
arrojar fuera de sí lo que es fuente de displacer- el sujeto actual está empujado a deshacerse de
lo que el Otro social rechaza. Ser es ser aceptado. Las mediciones, los casilleros, las
estadísticas, son los amparos dentro de los cuales el sujeto se siente reconocido por el Otro. Dice
la psicoanalista española Mercedes de Francisco: “Nos atreveríamos a decir que el poder de la
evaluación es tiránico porque lo que en esencia pretende, más que la propia evaluación, es
conseguir del sujeto su consentimiento a esta operación. Con este consentimiento, con esta
servidumbre, dejamos de lado lo incomparable de cada uno y pasamos a formar parte de esa
masa evaluada. ¿Qué consecuencias tiene esto para los sujetos?: el propio rechazo de sí
mismos, un empuje destructivo, al considerarse menos que los otros y, por lo tanto, merecedores
de sufrir las consecuencias de este “déficit”. Vemos así proliferar los estados depresivos,
angustiosos... las adicciones. Pero también, esto explicaría la sorprendente docilidad con la que
los ciudadanos aceptan este estado de cosas que los lleva a la impotencia frente a cualquier
acción que pudieran acometer.” (12)
Además, esas categorías, utilizadas como rasero de la supuesta normalidad, se apartan
completamente de los criterios freudianos para caracterizar el síntoma. Recordemos que Freud
hace, con sus descubrimientos sobre la histeria por ejemplo, un verdadero análisis de la sociedad
victoriana y sus efectos en la subjetividad. Es decir, reconoce en el síntoma el modo particular en
que el sujeto tramita la mirada del Otro social. El síntoma habla y dice del sujeto y de su inserción
en esa sociedad. Nada semejante podríamos encontrar en el totalitarismo de las mediciones
clasificatorias.
El totalitarismo y los niños
Encontramos que el lugar de los niños y de los adolescentes es especialmente precario en esta
sociedad. Los rasgos que toma esa precariedad varían en relación con la pertenencia a las
distintas clases sociales. Si pensamos en los niños de clase alta, más allá de lo importante de
tener satisfechas sus necesidades, vemos que se encuentran, frecuentemente, en orfandad en
relación con adultos narcisistas que compiten con ellos como pares y renuncian al lugar
asimétrico desde el que podrían cuidar. Así, asistimos a la formación de pandillas transgresoras
en los barrios cerrados, a la dificultad que sienten y al miedo que los asalta al tener que
interactuar por fuera de lo que conocen, a la proliferación de adicciones, etc.
Las clases medias se ubican, como sabemos, entre el afán de pertenecer y el temor de caer, lo
cual lleva a que la carrera por mantenerse ocupe, en general, más espacio que el que podría
conectarlos con lo que necesitan los chicos. Además, buscan signos de poder y status, lo que los
lleva a adoptar modas y métodos de crianza novedosos que no siempre contemplan el interés de
los niños. Hemos tratado, por tomar dos ejemplos, el tema del colecho (13) y el del Baby Led
Weaning, BLW, (Destete liderado por el bebé o -mejor dicho- iniciación de la alimentación
complementaria liderada por el bebé) (14). Son algunos de los recursos de moda que
desconocen, desafortunadamente, las consecuencias posibles en el psiquismo infantil. La
novedad y el descarte de lo anterior es una estilo que prende en ambientes poco dados a la
reflexión, que funcionan al compás de la moda.
Si pensamos en los niños que pertenecen a sectores pauperizados, incluso desechados del mapa
social, el resultado es que –día a día- ellos se encuentran más y más acorralados. Sus familias,
desde hace muchísimo tiempo, están fuera del sistema y, frecuentemente, se encuentran
desmembradas; entran en una lucha por la supervivencia desde muy pequeños; el narco los
atrapa con ofertas que superan en mucho la miseria que podrían conseguir de otro modo; muchas
escuelas -el mejor lugar que ofrecido para alojarlos- cierran; asimismo sucede con los clubes de
barrio, las orquestas juveniles y otros sitios que los contenían. Incluso se les hace difícil el acceso
a los sistemas de salud pública que sufren recortes severos. Como si este desalojo no bastara,
actualmente, se plantea -nuevamente- bajar la edad de imputabilidad. Se hace flamear esa
bandera para responder a los pedidos de seguridad de una sociedad cada vez más impactada
por violencias que no parten justamente de los menores. En una nota, de hace unos años,
decíamos: “Cuando se quiere bajar la edad de imputabilidad se pretende calmar a los familiares
de víctimas pero hay que reconocer que no será el modo de garantizar ninguna seguridad. La
seguridad primera es la que deben tener los que nacen y es la seguridad que proporciona una
crianza humana.” (15)
En la Edad Media, la categoría de lo infantil no era ni siquiera considerada como tal. Sufrían, por
lo tanto, todo tipo de maltratos aberrantes. Hoy, parece que hemos retrocedido y, en este sentido,
hay fenómenos que impactan por su crudeza. Suceden en supuestas democracias que, si las
examinamos, no podemos menos que calificar como sistemas totalitarios. Tomaremos sólo dos
ejemplos. En Haití, la pobreza lleva a que se entreguen los niños a familias que puedan, al
menos, darles de comer y enviarlos a la escuela. Sin embargo, suceden otras cosas. Ese grupo
de chicos entregados recibe el nombre de Restaveks (Rester avec o Vivir con). Uno de cada 10
niños haitianos es explotado en ese sistema de esclavitud, abusado sexualmente o víctima de
violencia física y verbal: “Entre las tareas habituales de un niño restavek está vaciar orinales,
barrer y trapear pisos, acarrear pesadas cubetas de agua y preparar comida. Manipulan utensilios
que en muchas otras partes del mundo estarían prohibidos para niños de 5 o 7 años, como aceite
caliente, cuchillos filudos o llaves de gas”. Ni comida ni escuela (16).
En Méjico, la periodista y militante feminista de izquierda Lydia Cacho acaba de recibir una
disculpa del Estado por haber sido encarcelada y torturada por su trabajo en defensa de los niños
y mujeres víctimas de trata. Más de 30.000 personas, en su mayoría niños, han sido
secuestrados en ese país por las redes de trata para su explotación sexual. El trabajo de esta
mujer incluyó la denuncia de importantes personajes de la política así como de empresarios como
partícipes de ese delito. “El mundo experimenta una explosión de las redes que roban, compran y
esclavizan niñas y mujeres; las mismas fuerzas que en teoría habrían de erradicar la esclavitud la
han potenciado a una escala sin precedentes. Estamos presenciando el desarrollo de una cultura
de normalización del robo, desaparición, compraventa y corrupción de niñas y adolescentes en
todo el planeta, que tiene como finalidad convertirlas en objetos sexuales de alquiler y venta. Una
cultura que además promueve la cosificación humana como si fuera un acto de libertad y
progreso. Esclavizadas ante una economía de mercado deshumanizante, que nos han impuesto
como destino manifiesto, millones de personas asumen la prostitución como un mal menor y
eligen ignorar que en ella subyace la explotación, los maltratos y el gran poderío del crimen
organizado en menor y mayor escala en el mundo entero.” (17)
Los instrumentos totalitarios, en el sentido de masificantes, asumen formas menos drásticas, pero
de todos modos muy dañinas, cuando se trata de la patologización de la infancia. Es un tema que
nos ha ocupado en otras ocasiones. Hay condiciones sociales que interfieren seriamente con la
subjetividad infantil (18). Nos hemos ocupado de la importancia de la narrativa -y de su caída en
descrédito- en la construcción de subjetividad (19), así como del predominio de otro tipo de
estímulos -provenientes de la tecnología- que dejan al niño inmerso en la prisa, la simultaneidad y
la competencia (20). Respecto del tema, es importante volver sobre el artículo de Juan Vasen
sobre los “nombres impropios” que se usan para clasificar a los niños (21). No olvidemos que la
máquina normalizadora termina medicalizando a la infancia para que ésta entre bien en sus
casilleros. ¿Cómo no señalar, entonces, su rasgo totalitario?
Si volvemos sobre el comienzo de este artículo, y a la luz del recorrido, podría parecer ingenuo
referirnos a María Elena Walsh y su poética como lo hicimos. Insistiremos, sin embargo, en este
punto. Con nuestras armas, con el modo que tenemos de intervenir para favorecer la subjetividad
crítica, creativa, deseante, se impone rescatar lo que de la palabra abre espacio a la Loca de la
Casa. También es nuestro recurso al escuchar y al interpretar lo que escuchamos.
(*) A partir de las palabras de Olga Orozco:
“La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.”
Eclipses y Fulgores, Lumen, 1998, pág. 83.
(**) Nombre dado por Santa Teresa de Jesús a la imaginación.
Notas
(1) Las claves de María Elena Walsh.
(2) Valderrama, Astrid, Lectoaperitivos , ¿Qué tal unos limericks como lectoaperitivos? .
(3) Walsh, María Elena, Así es.
(4) Walsh, María Elena, Canción de títeres.
(5) Walsh, María Elena, Canción de tomar el té
(6) Walsh, María Elena, Marcha de Osías.
(7) Walsh, María Elena, La seriedad de los niños, (1956).
(8) Freud, Sigmund, Pulsiones y destinos de pulsión (1915), Obras Completas, Tomo XIV, pág.
130/33, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986.
(9) Lacan, Jacques, Escritos 1, Introducción Teórica a las Funciones del Psicoanálisis en
Criminología, pág. 136, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1991.
(10) Berardi, Franco Bifo, Auschwitz on the Beach. El arte, Europa, los migrantes: relato de una
performance que no tuvo lugar y de una guerra que estamos destinados a perder.
(11) Aguilera- Luque, Ana María, El pensamiento El pensamiento divergente: ¿Qué papel juega
creatividad?
(12) de Francisco, Mercedes, Lo que la evaluación silencia.
(13) Franco, Yago, Oleaga, María Cristina, Apego, Colecho e Incesto: hacia la mamiferidad.
(14) Oleaga, María Cristina, El Psicoanalítico número 31: Psicoanálisis y Poder, “Había una
vez…”
(15) Oleaga, María Cristina, ¿Bajar la edad de imputabilidad?
(16) Restaveks, los pequeños esclavos de Haití.
(17) Cacho, Lydia, Escalvas del poder. Un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas
en el mundo.
(18) Oleaga, María Cristina, El Psicoanalítico número 29: ¡No se aguanta más …!: “Ni verdad ni
consecuencia, Creencias”.
(19) Ibid (14)
(20) Oleaga, María Cristina, El Psicoanalítico número 6: Sujetos a la red ¿Realidad virtual?,
“Cuentos que cuentan”.
(21) Vasen, Juan, El Psicoanalítico número 2: DSM-V x 1: no va a quedar ninguno (sano),
“Infancia y DSM 5: Nuevos nombres impropios”
Bibliografía
Rodríguez, Antonio Orlando, Transgresión y poética del absurdo en María Elena Walsh
Herrera Rojas, Ramón Luis, Universidad de Sancti Spiritus “José Martí”, Cuba, Apuntes para una
teoría de la poesía infantil.
Aracri, Alejandra (UNLP), El tema de identidad en la obra de María Elena Walsh.
|