Comienzo jugando con el título de una canción de Tanguito: Hay un amor de transferencia que anda dando vueltas: ese es el mensaje de este libro. Que anda dando vueltas buscando o encontrando un destino, cuando se pose sobre alguien que lo aloje y – como recuerda Florencia Casabella – que hable devolviéndole al locutor su propio mensaje, de modo invertido. Podría decirse: “Es tu palabra, rómpete – o repárate - con ella”.
La transferencia está entre nosotros. Para quien quiera o pueda advertirla y escuchar desde allí, sea en el momento o a posteriori. Darse cuenta luego, de que se intervino desde ese lugar. O no darse cuenta nunca pero igual producir efectos. Sea en una escuela, en el consultorio o en un acompañamiento terapéutico. Pero también en el encuentro con un amigo, un vecino, un compañero de asiento en el colectivo o avión, etc. Alguien que nos escucha y que misteriosamente y sin que nos hayamos dado cuenta, hemos investido con huellas de los lazos y funciones de aquellos objetos históricos o prehistóricos e inolvidables y cuya palabra suena desde allí.
Un analista es – por lo menos se supone que lo sea - alguien advertido sobre el asunto y que ha hecho un recorrido profundo sobre su propia transferencia. Hizo la experiencia del inconsciente, experiencia llamada a ser interminable. Y su cuerpo está acostumbrado a soportarla, hora tras hora, día tras día. Y la relación analítica no es una experiencia intersubjetiva – sostiene Florencia - : tal la genialidad freudiana que los autores resaltan a lo largo del libro. El analista sustrae su propia subjetividad para que funcione el dispositivo. Y generalmente funciona.
Puede el analista -como los acompañantes - , hacer semblante de amigo, de consejero, de confesor, etc., trucos diversos para permitir su despliegue, generalmente mucho más eficaces que ser un muerto bien muerto. Lugar del muerto pero vivo. Sin deseo y sin memoria: sin deseo más que el de analizar, con una memoria flotante, como su atención. Pero también, señala Florencia, hay intercambios entre sujetos en los cuales uno de ellos, sin angustia ni motivo de consulta alguno, se encuentra con un otro “que sanciona que eso que dice tiene estatuto de verdad”. Y esto produce sorpresa, a veces risa, o perplejidad, angustia… o nada, hasta que más tarde....
Se trata la transferencia de una experiencia del inconsciente: ese falso enlace -así denominado por Freud - , una falsedad en la que, paradójicamente, anida una verdad. ¡Volver a vivir!, volver a vivir con esos objetos de la infancia lo que se vivió o no se vivió, repetir, recordar, reelaborar. O – muchas veces – re-vivir o comenzar a vivir...
El libro rescata intervenciones al paso, casi casuales, pero que no de casualidad resultan eficaces. Eficaces en el sentido de producir un efecto.
Anda dando vueltas en todo lazo social ese amor - aclaremos: ese amorodio, que del amor al odio hay un solo paso –. Eso se encargan de señalar insistentemente los autores.
Hay dos capítulos dedicados a un recorrido por el concepto de transferencia. Esos dos capítulos recorren magistralmente las ideas respecto de la transferencia, de psicoanalistas tan diversos como Freud, Lacan, Winnicott, Klein, Meltzer, Rafael Paz.
Freud descubrió la transferencia y en ese descubrimiento inventó un nuevo tipo de lazo social y advirtió que en todo lazo social algo se transfiere. Cada encuentro – decía Enrique Pichón Rivière - es un reencuentro. En cada otro reencontramos algo de aquellos otros. No hay originalidad absoluta posible. En cada amor hay algo de aquellos amores. Marcas de miradas, aromas, brillos en los ojos, color de piel, palabras, modos de respirar, escenas, sensaciones… a las que deseamos volver. El neurótico repite y repite sin modificar. Algo de novedad es lo que nos aleja de la neurosis: en la novedad está el gusto, diríamos, lo que nos aleja del goce repetitivo.
En el capítulo sobre la catarsis, Diego recupera algo muchas veces perdido en la práctica analítica: el afecto, la pasión. No es el análisis un sendero en el cual se bifurcan afecto y palabras: las altas temperaturas en la cuales se produjo una aleación originaria, luego separada por la represión, se ponen nuevamente en juego: el afecto produce una abreacción, una apertura en el psiquismo que se ligará a representaciones reprimidas, preparando el camino de la elaboración. No alcanza, pero sin ella no habría un proceso – aclara Diego - se me ocurre decir: auténtico. Sería oportuno rescatar la idea de autenticidad en psicoanálisis.
Dice Natalia Ledesma, en el prólogo, que este libro es algo vivo porque se desentiende de la objetividad y la eficacia. Agrego que así se aleja de la “racionalidad” capitalista, que pretende medir, calcular, clasificarlo todo. Asimismo, resuenan ecos del paradigma de la incertidumbre al abandonar el ideal de objetividad.
Repetición, recuerdo, elaboración, siempre con el afecto presente, es lo que le da vida a toda experiencia, es lo que hace que ella sea tal. Para quienes tuvieron la mala suerte de encontrarse con fallas en el objeto originario: en el encuentro transferencial podrá crearse algo nuevo sobre la catástrofe de origen. Algo que en este libro aparece con toda su dimensión en los comentarios sobre aquello con lo que se encuentran los docentes hoy. Y la importancia de ser volquetes (término acuñado por Diego) receptores de los desechos de ese origen o de esta actualidad fallida: el volquete lo contiene, lo aloja. Es un anfitrión que no victimiza a la víctima y que pone la oreja para dar lugar a alguien y devolverle así subjetividad.
Vale en este punto recordar lo que Freud señalaba en su Psicología del Colegial, para mostrar las diferencias estructurales con las situaciones que hoy se presentan. Si para Freud los docentes eran subrogados del poder del padre, hoy no existe tal padre (para bien) pero por otra parte es habitual encontrar la ausencia de funciones organizadoras del psiquismo de niños y adolescentes dada la declinación de la interdicción, que también anda dando vueltas. Con estas fallas suelen encontrarse los docentes. Su función pasa a ser reparadora-receptora, en el mejor de los casos. Receptora de las realidades que vienen a contar en las escuelas los niños. Realidades en las cuales habitan en lo precario, el estar por fuera del Otro, sin lugar en él. Y se trata para los docentes, por un lado, de salir del rechazo hacia el otro por lo que éste porta. Y poder escuchar y decir, que ya es performativo.
Diego propone un programa de largo alcance, al sostener, partiendo de Winnicott, que “siempre es mejor saber que alguna clase de transferencia existe, para poder realizar alguna operación a partir de eso”, sea en contextos de salud, educación o trabajo social, advirtiendo de los equívocos, violencias, disociaciones, ignorancias que se producen por no salir de la comodidad de la desimplicación con el otro, alcanzando esto a algunas formas de psicoterapia. Y dice que esta cuestión es “sintónica y coincidente con un espíritu de época en el que predomina el discurso capitalista”.
El testimonio es pensado por los autores como una simbolización posible de la experiencia. El testimonio no se juega en el terreno de la verdad o la mentira. Es performativo, produce efectos. Aquí me detengo: este es un libro sobre la transmisión de experiencias. Lo que es inhabitual en nuestra época. Ha sido Agamben quien ha resaltado la pérdida de la posibilidad de la transmisión de experiencias compartibles. Simbolizar una experiencia en ese entre que se da en la transferencia, afectando a los dos partícipes de la misma. Contra la precariedad que produce el neoliberalismo, imposibilitando la transmisión de la vivencia de la experiencia, contra la precariedad se opone el darle lugar a la palabra, que nos devuelve a la experiencia. Es así que puedo decir que entre las muchas cosas valiosas que tiene este libro, destaco que el mismo trata de la transmisión de experiencias: del relato de experiencias ahí donde solo habitaban hechos mudos, desnudos, sin simbolización. Esto solo es suficiente para recomendar su lectura.
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