Al terminar de leer este thriller, que más parece una crónica periodística rigurosa y verdadera, uno puede afirmar que la impunidad del poder es casi ilimitada. Poco importa si se trata del poder político, del de las fuerzas de seguridad, del poder de los sindicatos, o del mayor de todos: el poder narco. Es el más colosal peligro que amenaza a la sociedad, a las endebles democracias en manos de la corrupción y la delincuencia.
Esta novela deja como una advertencia: “Cuidado, todos estamos en peligro, y sobre todo los que no queremos pertenecer a esas huestes; peor aún los que podrían oponérseles.” La trama, apretada y compleja, de relaciones, influencias y crímenes que vincula entre sí a los poderosos y a sus esbirros y sicarios demuestra que pareciera no haber escapatoria. Unirse a ellos o morir, simbólica o literalmente, es el desafío.
Hay, sin embargo, un resquicio. En la contratapa del libro se dice que el lector “(…) descubre una imagen nunca antes vista de los poderes públicos y es testigo de una arrebatada historia de amor”. Se los presenta, entonces, como dos vertientes: los poderes y el amor. Me gustaría señalar un cruce que se recorta como primordial, según lo veo, en la novela. El amor se muestra en ella como la única fuerza que permite enfrentar los recursos que maneja el poder.
Así, somos testigos de lo que puede el amor fraternal que une a los Azules, un grupo de amigos que se conocen desde la adolescencia, un verdadero clan; del peso del amor pasión, por el que se dobla hasta al peor de los malvados; del amor de la pareja que trama alguna clase de futuro y, también en un lugar de privilegio, del amor que alguien puede sentir por lo que hace, del deseo y del entusiasmo que, de ese modo, lo convierte en otro, en alguien capaz de defender lo que siente a pesar del riesgo.
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