Continuando con lo que compartí con Uds. en la presentación de abril pasado: tal parece que estamos asistiendo a los estertores del padre del patriarcado, ese remedo del Padre. El Padre: en la versión freudiana está encarnado en el Padre de la Horda primitiva, elevado a Tótem tras ser asesinado y canibalizado por sus hijos. No sabemos qué estaban haciendo las hijas en ese momento-, pero tal vez esta sea la explicación de la “debilidad del superyó femenino”-, ya que el haberlo ingerido parece haber creado en los varones el superyó. Lo que los hará obedientes a la Ley del Padre. En la versión lacaniana -más estilizada, el Padre se denominará el Nombre del Padre, quien encarna la ley y le prohíbe a la madre que reintegre su producto, que no sacie su voracidad en el incesto.
Tanto Freud como Lacan le otorgaron al padre un lugar y una función originadas en la presencia de las religiones judía y católica, respectivamente, al interior de sus elucidaciones, y también en la relación de las mismas con el orden patriarcal.
Quiero señalar que en ambos el Padre lo determina todo sin ser determinado por nada: a imagen del Dios judeocristiano. Es el origen de Todo. ¿Porque quién le dio la Ley al Padre?
Estas concepciones han inficionado al psicoanálisis y su clínica, normalizando a los sujetos de acuerdo al Edipo patriarcal, que fue el que Freud describió y que Lacan “salvó” en un movimiento de restauración de aquello que desde la Revolución francesa ha iniciado su declive en Occidente. Ese gran Padre se replicaba en pequeños-grandes padres que se encargaban además –según el psicoanálisis- de un ordenamiento sexual claro y definido de la progenie, sin ambigüedades. Lo que no entraba en ese molde era considerado un desvío. Y el desvío, una perversión.
Como sostuve la vez anterior, de lo que se trata es de la destitución avanzada de una significación habitual en occidente, la del padre-patriarca, ligado a un orden simbólico que se deshace ante nuestra vista y de modo acelerado. Lo cual obliga a revisar no solamente la cuestión de “lo simbólico” en términos de algo eterno, ligado a “la estructura”, sino también la idea con la que machacó una y otra vez Lacan referida al Nombre del Padre, su función de separar a la madre del infans, y el lugar “natural” de la mujer como no dotada de capacidad subjetivante.
También se trata de la institución de un Otro que entre sus novedades da la bienvenida –no sin contradicciones- a formas de la sexualidad antes confinadas al desván y ahora circulando a la luz del día, y a formas del emparejamiento y de la familia que salen de las formas canonizadas previamente.
Me interesa, para profundizar en estas cuestiones, compartir con Uds. algunas de las tesis sostenidas por Michel Tort en su libro Fin del dogma paterno. Para esto glosaré partes del mismo. Encontré en su obra notables coincidencias con lo que vengo pensando, parte de lo cual había sido volcado en el trabajo presentado en abril. También hallé diferencias que mencionaré.
Tort sostiene que "El "Padre" es el nombre de una solución histórica que está siendo desplazada. Es un arreglo de las relaciones de sexo y de poder, que utiliza ciertos aspectos del funcionamiento psíquico...". "En el imaginario patriarcal, el ejercicio del poder y el de la función paterna quedan identificados" (Pág.117)
"...resulta sorprendente –dice el autor- la dificultad crónica de los psicoanalistas para admitir, en nombre del inconsciente, la contingencia de las relaciones de género y de sexo, la naturaleza histórica de las concepciones de la parentalidad. Aunque el inconsciente tiene la reputación de no ser "ni de izquierda ni de derecha” (muy por el contrario)... es presentado más bien como conservador, receptáculo bonachón de las representaciones dominantes de lo femenino, el padre y la madre, a las que confiere cómodamente el beneficio de la supuesta eternidad psíquica del inconsciente". (Pág.81) Pareciera así que desde el psicoanálisis habría habido un intento de restauración del poder del padre-patriarca al interior de la psique y en la sociedad.
Lo cierto –dice Tort – es que "Existen formas de organización históricas de la parentalidad, transmitidas, dominantes o en regresión, y formas de simbolización nuevas más o menos creativas de las relaciones de sexo y de parentesco. (por lo cual) No se trata de hacer la crónica alarmada de una declinación del Padre, sino el análisis de las formas antiguas y de las nuevas, de la emergencia de dispositivos de nuevos modos de ser padre y de ser hijo". (Pág.82)
Entonces –dice - "Es muy importante llegar a esclarecer el alcance exacto del discurso sobre la declinación del padre para juzgar si nuestras sociedades efectivamente están destruyendo desconsiderada y perversamente las condiciones de la subjetivación, como sostienen algunos, o si estas declaraciones son a la vez una reacción angustiada frente al cambio de relaciones entre los sexos y un medio retórico de intervenir para conservar las antiguas relaciones, blandiendo (como suelen hacer los profetas) la amenaza de catástrofes subjetivas". (Pág.16) “Durante el último siglo, muchos fenómenos sociales irritantes han sido atribuidos a dicha llamada declinación, por intermedio del aparato psicológico del Estado (médicos, psicólogos, psicoanalistas, jueces, trabajadores sociales)”. (Pág.263)
El discurso de la declinación denota nostalgia por el Padre. Desde 1980 se ha hecho presente una versión del discurso psicoanalítico -el lacanismo- “consonante de una homilía paterna, muy anterior al psicoanálisis”.
Al padre se le asigna una función universal subjetivante, siendo el resorte psíquico de la ley, que asegura la "institución del sujeto".
La cuestión es que lo observable –sigue Tort- es la evidente disminución del poder social atribuido a los padres.
Así, es urgente dilucidar "Cuál es el estatuto psicoanalítico de la figura paterna como legisladora en la operación del complejo de Edipo, y en qué sentido esta figura legisladora del padre sería universal".
Una preocupación que recorre el texto de Tort es "¿Cómo distinguir... lo que corresponde a las exigencias de la clínica y lo que reconduce en el psicoanálisis al culto del padre? (...) "Se ha vuelto difícil hacer entender que el funcionamiento psíquico ligado a la dimensión de la paternidad puede ser algo diferente de una función fundamentalmente separadora y pretendidamente legisladora...". (Pág.87)
Se ha pasado de una innegable primacía del falo –como algo transitorio, correspondiente a un momento histórico- a la primacía del "principio fálico". Así, “La primacía del falo explica la dominación masculina, pero no su carácter ineluctable. O el rechazo de lo femenino”. (Pág.108)
Todo lo cual conduciría a que "Si se puede entrever que la solución paterna no es la única relación que los sujetos pueden mantener con la ley, sino un momento totalmente particular, entonces se vuelve posible concebir una concepción de la subjetividad completamente diferente". (Pág.20)
Porque "No es porque el padre "hacía la ley a la madre" que el orden antiguo era hasta cierto punto "estructurante", sino porque había una ley. Habrá otras". (Pág.23)
Ahora bien, Tort sostendrá la existencia de otro discurso, al que denomina como de la liberación del padre (no el de la declinación), que apoya todo lo que ponga fin a esa dominación masculina, “privando a los padres de sus poderes uno tras otro”. Este discurso se desentiende y subestima los efectos negativos: “la posibilidad misma en los padres de ejercer su función parental en un pie de igualdad con las madres". (Pág.23)
Por otra parte, ha habido una atribución “natural” de los cuidados a las mujeres. Al mismo tiempo que los padres ha sido sometidos (explotados) por otro padres. Suele olvidarse que el llamado poder de las madres sobre la crianza ha sido instaurado por los propios hombres.
De lo que surge la necesidad de relaciones igualitarias. Para que aparezca la especificidad de la verdadera función paterna: un padre que no es apéndice de la madre ni una segunda madre.
Así, de lo que se trata es de seguir los avatares de la deconstrucción de la solución paterna … “con la invención de nuevas formas de paternidad y de parentalidad" (Pág.27).
El padre, sostiene, ha sido una organización psíquica del poder: atribuirle la separación ha sido para preservar el poder del Padre. Se trata de un discurso que corresponde a la tradición religiosa monoteísta, y que ha sido retomado en "lo simbólico".
Se abren así diversos desafíos políticos: “- igualdad entre los sexos y los padres; - libertad de ejercicio de las sexualidades y sus consecuencias en la procreación (aborto, anticoncepción); - igualdad de las formas de ejercicio de esas sexualidades (penalización de violencia sexual contra mujeres y niños y de la homofobia u otras discriminaciones sexuales)”. (Págs.78/9)
Recuerda Tort que según Freud "La organización patriarcal de las sociedades se impuso por sobre la anterior en virtud de la victoria de la "espiritualidad-intelectualidad" ... y que esto representaría la "idea de Padre". (Pág.123)
Tort recuerda que "Derrida enfatizó dos vertientes de la operación freudiana. Una que es crítica, que deconstruye lo patriarcal; la otra, "repite la lógica patriarcal" en la idea del "derecho patriarcal como progreso civilizador de la razón". (Pág.137)
Y resalta que la cuestión del asesinato del Padre –subrayado luego de Psicología de las Masas en su Moisés-, culpabiliza la idea misma de desembarazarse del padre. Algo que el judaísmo de Freud ha transmitido al Edipo. (Pág.131)
"Ni en Freud ni en la inmensa mayoría de los psicoanalistas … ha sido posible salir del cara a cara entre el padre y los hermanos, como si no hubiera más que la elección de obedecer al Padre o de matarlo conchabándose con algunos hermanos. Lo cual suele permitir el regreso al padre" "Entonces, sería la fraternidad lo que debería terminar por llamar la atención". (Pág.137)
Es bueno recordar que Cornelius Castoriadis sostiene que ha habido una lectura sesgada del mito freudiano de la Horda Primitiva, sobre todo en lo relativo al asesinato del padre. Por empezar, un asesinato no instituye nada, lo realmente instituyente es la alianza fraterna de autolimitación. Ese lugar –el del padre-tirano- puede ser ocupado, pero no debe ser ocupado. Lo cual no elude que el Padre se entronizará en el psiquismo de los hermanos con su carga de culpa habiendo devenido una instancia psíquica: lo que para Castoriadis es una muestra del origen en el histórico-social de una instancia de la psique, por lo tanto –agrego- de los cambios posibles en el modo de funcionamiento psíquico merced a cambios en el dominio de lo histórico-social.
Finalmente, Tort reconocerá que en Freud no está presente un padre separador para salir del Edipo, sino que es la transformación de las investiduras paternas en identificación lo que le permite al infans salir. El padre separador es una creación de Lacan.
En relación a este último, Tort recordará que en su texto de 1938 sobre la familia, "Establece una relación histórica entre la "gran neurosis contemporánea" y el deterioro de la personalidad del padre." (Pág.46)
Su concepto del Nombre del padre vendría a restituir el lugar desfalleciente del padre. Recordándonos Tort lo sostenido por Zapiropoulos: "sólo que la apelación al padre estará en la raíz de casi todos los horrores del siglo XX a través de las diversas variedades de fundamentalismos" (Pág.149)
Tort cita el episodio alrededor del discurso de Roma, momento en el cual Lacan hace un pedido de audiencia al Papa para poner el psicoanálisis a su servicio, con el fin beneficiar a la Iglesia con la presencia al interior de la misma del psicoanálisis. Dicha audiencia nunca le fue concedida.
"En lugar de utilizar el psicoanálisis y el Edipo para situar a Dios, como lo hace Freud, a la inversa, Lacan importa al psicoanálisis un término religioso para luego analizar el Edipo" (Pág.161)
Lo que interesa saber es si la doctrina del padre está atrapada en las representaciones religiosas y patriarcales del padre. También observar si las construcciones lacanianas "son un obstáculo a una teoría psicoanalítica del padre que no sea ventrílocuo de la tradición religiosa monoteísta" (Pág.172).
Tort denuncia que hay un modelo cristiano presente en su concepto de "En el nombre del padre", a partir del cual se construye la metáfora paterna. En el cual "Lo que está en juego es sustituir el poder del alumbramiento femenino por una procreación paterna" (Pág.179)
Y subrayará que cuando Lacan –hacia el final de su obra- quiere salir del padre, "la condición normativizante, por fin enunciada nítidamente para el padre, es perversa" (se refiere a la denominada pére-version) (Pág.199).
En el último desarrollo de Lacan "Es dable apreciar que, en profundidad, nada ha cambiado, en lo que concierne a la operación de una división de género de las funciones. Las faltas negativas están reservadas a la madre, los defectos positivos al padre”.(Pág.200) En este esquema siempre es la madre quien aliena, el padre subjetiva, nunca se ve lo inverso.
Así, se ha producido una restauración lacaniana, del poder paterno. “La primacía del falo y el rechazo de la femineidad están considerados como condiciones estructurales de la subjetivación” (Pág.222).
El autor subraya que es necesario reconocer que "El fantasma edípico de la salvación por el padre es una formación del inconsciente de una importancia cultural determinante, especialmente en la constitución de las religiones. Cuando Freud considera la religión como la neurosis obsesiva de la humanidad, identifica perfectamente la diferencia entre la solución paterna (la salvación por el padre) y la disolución del Edipo (que no tiene nada que ver con una "salvación" ya que el psicoanálisis no es la última religión de la salvación). Pero, al mismo tiempo, Freud está prisionero de la solución paterna por sus propias representaciones de un Padre surgido de la religión.
Pese a que la solución paterna se basa en un fantasma, constituye, empero, una realidad, no sólo como fantasma sino como formación sintomática en una amplia parte del propio psicoanálisis. Por lo tanto se trata de examinarla por lo que es: no solamente una "ilusión" sino la forma misma bajo la cual tiende a desplegarse a la vez la lectura de la experiencia psicoanalítica y el resorte de su práctica. La solución paterna es uno de los principales esquemas de interpretación. Por otro lado, en la medida en que la referencia al psicoanálisis se ha vuelto uno de los ejes de la normalización social, el Edipo de solución paterna tiende a representarse como el modelo mismo de la subjetivación". (Pág.227). Lo que debe entenderse es que esta es una de las formas del Edipo.
Quisiera recordar la posición de Fernando Ulloa, en lo referido a la ternura como dispositivo socializador por excelencia. Instala al sujeto en un lugar de reconocimiento para la madre como de alguien separado de ella. El miramiento es un elemento fundamental de la ternura, porque contiene el buen trato, que es fundamentalmente donación simbólica. Ulloa no menciona al padre, ni a su Nombre ni a su deseo.
Para Tort “el Orden simbólico” no existe: hay simbolizaciones que se ejercen en espacios sociales, variables epocalmente y de una cultura a otra. Lo simbólico lacaniano es algo ligado a la restauración. Allí donde no está el padre hay que hacerlo advenir. (Pág.160)
Un ejemplo de la diversidad de las simbolizaciones se aprecian en “Los giros históricos de la paternidad … (que) corresponden a las modificaciones (de las) relaciones (sociales, de género y sexo), caracterizadas desde hace mucho tiempo por la dominación masculina: separación del poder político y del poder paterno en su principio, en la edad clásica; deconstrucción de los poderes paternos familiares por la gran empresa, en el siglo XIX; liquidación programada del poder doméstico por el control femenino de la procreación desde la década de 1960 y por la rebeldía de la juventud; por último, la subversión, en curso, del dominio del orden heterosexual” (Pág.431.) El padre como instancia prohibidora es aquello que tiene lugar en sociedades dominadas por los hombres.
En términos de ciertos discursos actualmente vigentes, es interesante –como ya señalé- la lectura de Tort en relación al llamado último (o “ultimísimo”) Lacan con la cual coincido y a la cual me referí en el texto de abril: intenta desprenderse –fallidamente a mi entender- de la normalización en el Nombre del Padre. “El esfuerzo de Lacan puede leerse como un movimiento contradictorio de despegar y volver a pegar continuos en relación a la pandemia paterna”. (Pág.530)
Miller –a su vez- trata, con coherencia, “la búsqueda del goce” “que tanto angustia” a muchos lacanianos, como “una nueva idea en política”, habiendo una suerte de retroceso de los analistas antes los propios efectos de su práctica. Para Miller tanto el Nombre del Padre como la significación fálica están dando pruebas de su inconsistencia. Lo que “empaña el cuadro” para Tort es que, aparentemente, el inconsciente mismo, según Jacques Alain Miller, “no lo escucharía con este oído” (Pág.536). Es decir, dicha inconsistencia no lo sería para el inconsciente. Quiero agregar que en relación a los efectos de dicha inconsistencia propondrá Miller “acompañar el movimiento para moderarlo” (sic). Y que esta se trataría de una época de ausencia del Otro, una sociedad sin Otro. Lo cual –agrego por si hiciera falta- es un absurdo, ya que sin esa instancia no hay sociedad.
Sostiene Tort que ha habido en el psicoanálisis “un empecinamiento en patologizar todo lo nuevo, y una obsesión por considerar como normal e idealizar a la tradición”. (Pág.309)
En este punto quiero señalar que es necesario diferenciar dos cuestiones: la primera es que hay claramente libertad adquirida a través de las luchas de las mujeres, los homosexuales, etc., que han implicado modificaciones en términos de igualdad –y han empujado a la creación de un Otro que les dé un lugar a formas de la sexualidad antes repudiadas; también un lugar diferente a la mujer; otro que admite otras formas de emparejamiento y de la familia, etc., como sostuve al principio de este trabajo. La segunda cuestión es la presencia – de modo simultáneo- , del empuje a lo ilimitado y sus formas clínicas asociadas, que no parecen haber sido tomadas en cuenta por Tort por lo menos en este texto, siendo observable la presencia de una forma del capitalismo reinante en nuestras sociedades, la cual blandiendo la idea de libertad reduce la misma al consumo, a la adquisición de modo ilimitado de bienes y servicios, que al mismo tiempo implican la “normalización” de dichas libertades, convertidas en nuevos nichos de consumo. Libertad y alienación simultáneas.
Sin el Padre es también sin Freud y sin Lacan, en el sentido de no tomarlos más por padres. Un duelo no realizado aún, que llevaría a des-edipizar la historia del psicoanálisis y, lo más importante, las elucidaciones teóricas. Se trata de una idealización –al no estar alcanzados por la castración- que impide leerlos de modo crítico. Situación peor en el caso de Lacan, elevado a las alturas por su yerno. Podemos observar la erección de una verdadera religión de Lacan, cuyo Papa es Miller con su estilo cínico habitual.
Nuestra tarea es separar al psicoanálisis de toda creencia, para lo cual es fundamental denunciar el contrabandeo religioso y/o ideológico al interior de la teoría -al servicio de sostener el orden instituido-, cuestión que produce lamentables consecuencias clínicas. No estamos para normalizar, ni para llevar adelante moral alguna, tampoco para ordenar la sexualidad de nadie o para moderar ningún movimiento .
Lo sostenido en este texto hace que tengan más relevancia aún los intercambios producidos este año en el Colegio de Psicoanalistas, sobre todo los referidos a la neutralidad y la abstinencia: conceptos que debieran ser aplicados también a la elaboración teórica.
Se trata de llevar a cabo un trabajo ya realizado en otros dominios, y que le permitió a la química separarse de la alquimia, y a la astronomía de la astrología.
[*] Texto leído en el Colegio de Psicoanalistas – Agosto 2015
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