Introducción
En el libro de Ken Follet “El invierno del mundo” aparece un párrafo referido a la segunda guerra mundial, donde un grupo de militares nazis, lleva en un bus a pacientes de un hospital psiquiátrico [1]:
“El jardín del hospital estaba helado. Frente a la puerta principal había un autobús gris, con el motor al ralenti, y el conductor fumando al volante. Carla vio que llevaba un abrigo grueso, sombrero y guantes, lo que significaba que el autobús no tenía calefacción. Había un puñado de hombres de la Gestapo y de la SS observando lo que sucedía. Los últimos pacientes subieron a bordo”. En esta escena el psiquiatra que estaba a cargo de estos pacientes decide irse con ellos a un destino que seguro era la muerte, mientras Carla y Werner, poniéndose en riesgo ellos mismos, acercan frazadas a los pacientes.
Finaliza así este tramo el autor: “Las marchas del autobús hicieron un gran estruendo y el motor emitió un sonido más agudo. Carla y Werner se dieron la vuelta para mirar. En todas las ventanas había una cara, y todas eran distintas: gritaban, babeaban, se reían de forma histérica, mostraban una expresión distraída o crispada por la angustia: todos sufrían algún trastorno. Pacientes psiquiátricos trasladados por las SS. Unos locos al mando de otros locos. El autobús se puso en marcha”.
Este relato, que se podría llamar el bus de los locos, impacta por ser una escena de tantas en la Segunda Guerra Mundial y que por su crueldad, lleva al autor a preguntarse quiénes son los verdaderos locos.
Considero que la violencia que destruye al otro, arrasándolo en su subjetividad es una locura que adopta diferentes formas, en distintas épocas y contextos histórico-sociales.
Dice Yago Franco que el origen de la violencia está en la conformación misma del psiquismo al producirse la diferenciación de la mónada psíquica [2]:
“El mundo exterior nace con la proyección masiva del odio por la diferencia que se produce al interior del aparato psíquico debido a la presencia de la experiencia de dolor, lo cual cuestiona la mismidad del narcisismo originario. El displacer contradice lo Uno, esa unidad narcisística originaria que no puede darle lugar y debe expulsarlo fuera del aparato. Así, lo primero que da lugar al advenimiento de una diferenciación con el otro es el odio, esa proyección originaria de un aspecto de la psique”.
Castoriadis, quien sostiene que psique y sociedad son dos aspectos intrínsecamente relacionados, considera que esta diferenciación de la mónada psíquica es el origen del odio y que se proyecta afuera en lo diferente, siendo a nivel del psiquismo lo que a nivel micro y macro social puede dar origen a las guerras y a tantos aspectos destructivos o tanáticos que se dan en nuestra cultura.
Las múltiples caras de la violencia
En un artículo de Página 12, en referencia a los capellanes que en la dictadura colaboraban con los torturadores en los diferentes centros de detención, dice el autor [3]:
“Un hombre de iglesia totalmente integrado a la tarea ilegal utiliza su condición de sacerdote para ingresar en un campo de la víctima al que no accede mediante instrumentos físicos de tormento: el campo de las creencias y las convicciones –citan al teólogo y filósofo Juan Pablo Martín–. Se conforma así la figura de la tortura perfecta. Junto a otros que torturan el cuerpo, se ejerce el poder religioso sobre el alma.”
Esto nos aporta una mirada escalofriante sobre la violencia social y política que toma la forma de tortura física y del aporte complementario de la tortura religiosa que aportaban los capellanes.
Esta imposición de una forma de ver, de pensar, de sentir, con la alternativa de que la otra opción es la muerte, implica un arrasamiento del otro, o sea, muerte psíquica contra muerte física, no hay salida…
Algo de esto dice Marcelo Viñar [4] cuando explica el circuito de la tortura en la dictadura, en el cual cuando la víctima se siente doblegada, sin pensamiento ni deseo propio, como defensa para subsistir toma la palabra del torturador, llamando Viñar a este proceso la demolición.
Retomando el inicio de este trabajo, si el odio es primero que el amor y si el reconocimiento del mundo, se funda y origina en el odio [5], podemos pensar que el amor, Eros, en realidad vendría a mitigar ese odio destructivo, que es arrojado al otro para evitar un autoaniquilamiento.
O sea, si la diferenciación de la mónada psíquica es el origen de la violencia, podemos interrogarnos si a partir de esto no se producen todas las violencias ante lo otro, lo diferente.
Nosotros-los otros, un país-otro país, el amigo-el enemigo, ¿quién es el enemigo?, el más cercano y diferente…. Los a favor de A, los en contra de A, los oficialistas, los de la oposición, la lista es infinita, como si el binarismo se sostuviera, sin considerar la opción de la multiplicidad, de la complejidad que desde otro ángulo más ligado a lo epistemológico nos permitiría una mirada más amplia de los diferentes aspectos de la cultura.
Pero este mal, esta guerra con lo diferente, con el otro que pasa a ser lo otro, persiste, se metamorfosea, toma diferentes formas, en una mutación casi infinita, en un gatopardismo en progresión y multiplicación constante.
En esta guerra de opuestos se instala la lógica del poder, como un plus que se monta en la contienda, yo puedo más que el otro, tengo más que el otro, sé más que el otro, reverberando como un eco constante las significaciones del capitalismo como el consumo y la competencia a ultranza.
Ahora, ¿cómo emergemos como sujetos en construcción, en un devenir, en este histórico social, inmersos en esta polaridad?
Los medios de comunicación muestran múltiples casos donde la violencia actúa como pulsión libre y toma la forma de ataques destructivos que aniquilan a miles de personas, en los diferentes atentados político- sociales, magnicidios, femicidios, abusos e infanticidios.
En otro grado de intensidad, pero también dañinos son los ataques a compañeras o compañeros de estudios, por ser lindos o lindas, por tener más o tener menos, por saber más o saber menos, otra vez lo destructivo y el poder, que más allá de ser etiquetado como bullying o no, es una realidad.
En lo laboral, además de la conocida precarización laboral, que es otro rostro del maltrato, aparece el mobbing, el acoso, y diversos maltratos que enferman al que los padece, y así la lista podría continuar.
Sobre la clínica del trauma
Los profesionales que trabajan con personas que padecen cualquiera de las violencias ya mencionadas, se encuentran con situaciones específicas por las características traumáticas de las consultas y por como ellos se ven afectados por las mismas.
Esta afectación puede ser del orden de la implicación, tomada como un modo de vincularse con el paciente y sus padeceres, que se desplegará en el vínculo que se genera en la situación analítica o de un orden de mayor intensidad, más ligado a la involucración con lo traumático por ser testigo de los traumas de otros/as y quedar afectado-enredado en esa trama.
Dice Eduardo Müller [6] : “Es que la clínica de lo traumático, muchas veces incluye dos traumas, el del que lo padeció y el del que lo escuchó. Pero si ese trauma se volvió relato una vez, requiere que se lo vuelva a contar. Y que se lo vuelva a escuchar. No se trata sólo de una cura por la palabra sino también de una cura por el relato”.
Así el analista es testigo de ese primer relato, luego pasa de ser testigo pasivo a poder dar testimonio (Puget, 2015) al poner en palabras, nominar lo infame, lo dañino, lo violento, en definitiva, lo traumático.
Agrega luego Eduardo Müller: “Narrar es construir una diferencia con lo vivido. El trauma es la misma escena volviendo igual, una y otra vez. Hasta que se vuelve narración. Entonces algo puede despegarse y desplegarse. A condición de que alguien pueda alojar esa narración”.
Entonces, podemos decir que ese relato que puede devenir trauma en un profesional u operador que escuchó el relato de quien lo padeció, requiere convertirse en narración si hay otro que la aloje y si es elaborada con otros, en una nueva trama grupal, así se posibilita la salida de lo encerrante-capturante.
Tomando el relato del inicio como si fuera una viñeta clínica, el psiquiatra que como acto de compromiso acompaña al colectivo que va a ser aniquilado, es un testigo mudo, que acompaña a los locos-víctimas y pasa a ser una víctima más, sin poder armar un relato que permita dar testimonio.
Los protagonistas Carla y Werner que al acercarse y dar una frazada a los que van a la muerte, realizan un acto que tiene sentido como un intento desesperado de humanizar a los cosificados por la locura de la violencia, pasan así de ser testigos mudos a poder dar testimonio de lo sucedido, pudiendo pensar que del relato-escena pueden pasar a construir una narración que puede ser compartida con otros.
Conclusiones
Es claro que este bus de los locos, nos acerca a la nave de los locos que describe Foucault en su Historia de la locura [7] donde se juega la exclusión o marginación de lo diferente, de lo que molesta, cuestiona o contamina a lo instituido y considerado como sano o normal por la cultura.
Finalmente en el trabajo con profesionales que atienden víctimas de violencia sexual y doméstica, el espacio que apunta a elaborar lo traumático de la tarea, que denomino grupo-taller de prevención y elaboración del burnout, se pasa del relato del caso contado allá y entonces por la víctima, a una nueva construcción que es una narración compartida y elaborada por un grupo de pares, que forma una red que le da un nuevo sentido a lo ocurrido.
Este espacio de pensamiento y co-construcción interroga, desarma, y transforma el relato original, hace salir a los que escucharon lo traumático de su lugar de testigos pasivos a poder dar testimonio y salir de la encerrona trágica (Ulloa, 1995), liberando tal vez una vez más, a las víctimas.
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